Algunos se preguntarán por qué creo que es importante que la izquierda hable de libertad en primer lugar. Vemos cómo se invoca la «libertad» para defender cualquier cosa, desde el derecho de las armerías de la esquina a vender AR-15 sin control de antecedentes hasta el derecho de las plantas químicas a verter residuos tóxicos en los ríos. ¿No deberíamos, en cambio, basar nuestra política en valores alternativos como la igualdad o el alivio del sufrimiento?
Estos otros valores son importantes. La igualdad importa tanto en sí misma como porque la auténtica libertad es imposible en medio de una desigualdad masiva. Reducir el sufrimiento también es un objetivo valioso. Pero sería un gran error ceder la «libertad» a los defensores del statu quo capitalista.
El impulso para superar las relaciones injustas de dominación siempre ha estado en el centro del proyecto de la izquierda.
Conservadores, libertarianos y libertad
Alos conservadores les encanta hablar de libertad. Donald Trump acaba de anunciar una propuesta para crear «ciudades de la libertad» en terrenos de propiedad federal. Su probable rival para la candidatura presidencial republicana de 2024, el gobernador de Florida Ron DeSantis, publicó recientemente un libro titulado The Courage to Be Free.
Los progresistas que se oponen a esta retórica suelen señalar las incoherencias e hipocresías de la derecha. ¿Qué pasa con la libertad de las mujeres embarazadas para decidir lo que ocurre en sus propios cuerpos? ¿Qué pasa con las libertades de los homosexuales y transexuales? Todo esto es cierto e importante. Pero nada de ello llega al meollo de la cuestión.
Después de todo, si el único problema de la invocación de la libertad por parte de los conservadores de las clases dominantes es que está llena de puntos ciegos, ¿qué deberíamos decir de los pocos libertarianos con principios relativamente firmes que se sitúan en el lado correcto de muchas de estas batallas? Aunque algunos libertarianos son contrarios al aborto, los que no lo son describen su visión del mundo como «a favor del derecho a decidir en todo».
La concepción libertariana de la libertad es la «no interferencia», una idea que se resume de forma concisa en el título del «manifiesto libertario» de Matt Kibbe de 2014: Don’t Hurt People and Don’t Take Their Stuff [No hagas daño a la gente y no tomes sus cosas]. Cuando DeSantis quiere encerrar a una floridana que fuma un porro en su patio trasero, va en contra de la primera mitad de ese título. Y cuando los izquierdistas abogan por nacionalizar las empresas privadas —o incluso por subir los impuestos para subsidiar programas sociales— van en contra de la segunda mitad.
Una forma fácil de rebatir la visión del mundo de Don’t Hurt People and Don’t Take Their Stuff es simplemente subrayar la importancia de los valores contrapuestos. Si piensas que las personas que luchan contra la depresión o la adicción a las drogas duras a veces necesitan ser salvadas de sí mismas, por ejemplo, o que los tiroteos masivos son un precio inaceptable a pagar por la libertad de portar armas, vas a rechazar al menos la forma más extrema de libertarianismo. Pero eso es coherente con pensar que la libertad es muy importante, y que «libertad» significa lo que los libertarianos creen que significa. Así que, aunque apoyes el control de armas o quieras que el sistema legal tenga los medios para rehabilitar a los adictos a la heroína, puede que valores demasiado la «libertad» como para querer quitarle Amazon a Jeff Bezos y gestionarlo como un servicio público.
Un problema más profundo de la libertad como no interferencia —o al menos de la afirmación de que la redistribución económica viola esta visión de la libertad— es que cada vez que reconoces un derecho de propiedad sobre «cosas», en realidad estás haciendo una excepción a la parte de «no hacer daño a la gente». Si no me crees, intenta subir a un tren de propiedad privada sin billete y verás lo que ocurre.
Los libertarianos a veces intentan sortear este problema apelando al «principio de no agresión», que dice que hacer daño a la gente o quitarle sus cosas solo es malo si eres tú quien inicia el uso de la fuerza. Está bien defender a las personas o sus bienes con el uso de la fuerza.
Pero el problema aquí es el concepto de «tu» propiedad. ¿Se refiere a la propiedad que es legalmente tuya? Si es así, ¡imponer impuestos e incluso nacionalizar empresas privadas está muy bien! Si el Congreso aprueba una ley para nacionalizar Amazon, entonces la empresa ya no es legalmente propiedad de Bezos. Por otra parte, si por «tu» propiedad se entiende la propiedad a la que tienes derecho moralmente, objetar a los argumentos éticos a favor de la redistribución alegando que socava tu libertad frente a la interferencia con «tu» propiedad no es más que argumentar en círculo.
Tanto si hablamos de propuestas socialistas, como nacionalizar Amazon, como de realidades capitalistas cotidianas, como que un propietario llame a la policía para echar a los okupas de un edificio abandonado, todas las posibles distribuciones de recursos escasos se imponen mediante algún tipo de coacción. La cuestión en disputa nunca es coerción frente a no coerción. Se trata, siempre y en todas partes, de qué distribución imponer coercitivamente.
Libertad negativa, libertad positiva y libertad frente a la dominación
Si estabas asintiendo a este último argumento, podrías pensar que la «libertad» no puede decirnos mucho sobre cómo deben distribuirse los recursos. Y efectivamente no puede, siempre y cuando libertad significa no interferencia. Pero, ¿es ese el único tipo de libertad relevante o el único que importa?
Una forma de contrarrestar el excesivo énfasis en la libertad «negativa» es poner de relieve la libertad «positiva». Quizá un drogadicto, por ejemplo, no sea verdaderamente libre: no puede ser dueño de su propio destino si está esclavizado a su adicción. La objeción clásica a esta idea procede del filósofo Isaiah Berlin, que admitía que coaccionar a alguien por su propio bien podría estar justificado en algunos casos, pero que seguía pensando que era absurdo decir que
si es mi bien, entonces no estoy siendo coaccionado, pues yo lo he querido, lo sepa o no, y soy libre (o «verdaderamente» libre) incluso cuando mi pobre cuerpo terrenal y mi mente insensata lo rechazan amargamente, y luchan contra quienes pretenden, aunque sea benévolamente, imponerlo.
Me parece justo. Pero la dicotomía entre libertad «negativa» frente a las injerencias y libertad «positiva» para actuar según tus intereses «reales» subyacentes no agota las posibilidades. Los teóricos «republicanos» —como en las antiguas repúblicas griega y romana— hacían hincapié en la libertad frente a la dominación, y sostenían que esta era un tipo de libertad más fundamental que la libertad frente a la interferencia.
Pensemos en la forma más extrema de no-libertad, la esclavitud. Un esclavo al que azotan todos los días tiene sin duda menos suerte que otro cuyo amo apenas le golpea. Se interfiere menos en su cuerpo. Pero, ¿es más libre? Los partidarios del republicanismo dirían que no, porque en ambos casos el esclavo está a merced del amo y persiste la misma relación subyacente de dominación.
Por supuesto, los antiguos filósofos republicanos no tenían nada que objetar a la esclavitud. Solo querían una clase de ciudadanos libres de los caprichos de cualquier emperador u oligarca. Pero en los siglos XIX y XX, los abolicionistas, los organizadores sindicales y los socialistas abogaron por una sociedad en la que todos estuvieran realmente libres de la dominación. Ni siquiera la eliminación de la extrema falta de libertad mediante la victoria de la Unión en la Guerra Civil bastó para satisfacer a estos radicales, que veían pautas inquietantes de dominación en el capitalismo industrial del Norte: «Puede que la emancipación haya eliminado la esclavitud de bienes muebles, pero, como dijo en una ocasión Ira Steward, defensor de la campaña de las ocho horas, la creación de esta nueva forma de dependencia económica significaba que “algo de esclavitud aún queda (…) algo de libertad aún está por llegar”».
En el capitalismo, la inmensa mayoría de las personas que participan directamente en la economía no poseen lo que los marxistas llaman «los medios de producción». No poseen fábricas, por ejemplo, ni almacenes de empaquetado de libros o tiendas de comestibles, y no pueden permitirse comprar ninguna de estas cosas. Así que no tienen otra opción realista que alquilarse durante ocho horas al día —y solo son ocho horas gracias a los esfuerzos de personas como Steward— a personas que sí son sus propietarias.
Hay un profundo desequilibrio de poder en esta relación. Muchos lugares de trabajo funcionan como pequeñas dictaduras en las que el jefe puede decir a los trabajadores cuándo tienen que sonreír, cuándo pueden o no hablar entre ellos y cuándo pueden o no ir al baño. En la inmensa mayoría de los casos —las excepciones son trabajos con cualificaciones raras y muy valoradas— es mucho más fácil para una empresa sustituir a una trabajadora que para la trabajadora sustituir su medio de vida. Ella debe preocuparse por la opinión que su jefe tiene de ella; él, no. Y, aunque sea un jefe benévolo, ella sigue estando sujeta a sus caprichos.
Sin duda, hay un sentido en el que la no dominación absoluta es imposible. Los seres humanos estamos socialmente interconectados y, por tanto, hasta cierto punto, dependemos ineludiblemente de los caprichos de los demás. Dependemos unos de otros para satisfacer nuestras necesidades más básicas: muy pocos de nosotros, por ejemplo, estamos en condiciones de cultivar toda nuestra propia comida. Y aunque las instituciones humanas pueden proporcionar un grado importante de estabilidad, las instituciones jurídicas y políticas surgen y desaparecen a lo largo de la historia. Cualquier derecho que tengas en un sistema determinado podría ser retirado en algún escenario improbable pero teóricamente posible en el futuro. Podríamos lograr el control obrero de los medios de producción y luego perderlo en una contrarrevolución.
Pero argumentar que esto significa que repartir el poder económico de forma mucho más uniforme no sería una ampliación profundamente significativa de la libertad frente a la dominación es un poco como decir que alguien que vive en un recinto rodeado de un alto muro y guardias armados no está «realmente» seguro porque podría ser eliminado por asesinos con un equipo militar suficientemente avanzado. La libertad absoluta, al igual que la seguridad absoluta, es imposible, pero eso no quita importancia a los grados de libertad o seguridad humanamente alcanzables.
La no dominación y el proyecto de la izquierda socialista
Incluso las reformas socialdemócratas leves reducen las disparidades de poder del capitalismo y aumentan la libertad de la gente corriente. Por ejemplo, a un canadiense que critique escandalosamente en su cara al administrador del sistema sanitario de su provincia no se le prohibirá recibir tratamiento, porque el acceso a la asistencia sanitaria es un derecho legal. Pero intenta hacerle eso a Jeff Bezos siendo un delegado sindical de Amazon…
Y eso es Canadá, un país donde el Estado del bienestar es solo un poco más robusto que en Estados Unidos. El fascinante libro de la periodista Anu Partanen The Nordic Way of Everything [La forma nórdica de hacer las cosas], describe su traslado a Estados Unidos y su asombro ante lo que ella consideraba relaciones premodernas de dependencia en los lugares de trabajo y las familias. La gente se quedaba en trabajos o incluso en matrimonios que odiaba por miedo a perder su seguro médico. A los hijos adultos les preocupaba que sus padres dejaran de pagarles la matrícula universitaria. Lo que hace que el libro sea especialmente sorprendente es que Partanen no es ninguna socialista radical. Simplemente creció en Finlandia.
Como yo sí soy radical, quiero que los medios de producción estén en manos de los trabajadores y las comunidades en lugar de los capitalistas privados. Ese es un objetivo que podría importarte por razones puramente utilitarias. Podrías limitarte a decir que las relaciones de propiedad capitalistas generan peores resultados en tal o cual ámbito que las alternativas disponibles. Pero no veo ninguna razón para cortar el pulso de vida del proyecto histórico de la izquierda cediendo la palabra «libertad» a la derecha.
Los hombres y mujeres que construyeron el movimiento sindical y lucharon para acabar con el trabajo infantil e instituir la jornada de ocho horas comprendieron que luchaban por un tipo de libertad humana profundamente importante. No perdamos eso de vista ahora.
Comentario