Por; Alejandro Marcó del Pont
Algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado (Cantinflas)
Según la Biblia, en el Génesis, Dios condena a los hombres a “ganarse el pan con el sudor de su frente” mientras que Aristóteles decía que el trabajo no hace mejores a las personas, las envilece. Bob Black, abogado y ensayista anarquista estadounidense cree que «Nadie debe trabajar nunca. El trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo. Para dejar de sufrir, tenemos que dejar de trabajar». Estas palabras constituyen el comienzo de un ensayo escrito por Black en 1985, titulado «La abolición del trabajo.”
El pensamiento acerca del trabajo y sus formas está perfectamente delineado por el antropólogo estadounidense Davis Greaber en su brillante libro póstumo “Trabajos de mierda”, donde presenta su teoría acerca de la tendencia mundial a generar trabajos inútiles. Extrañamente esta definición incluye a gran parte de los trabajos realizados por la clase media mundial, como veremos, pero esta clase suele solo criticar a los que reciben algún pago y no realizan trabajo alguno, sobre todos a quienes tienen alguna asignación o beneficio social proporcionado por el Estado, que los aleja de las carencias generadas por el propio sistema.
Gran parte de las interrogantes planteadas por Greaber son realmente provocativas, por eso tomaremos este escrito como un homenaje a su libro. Entre otras interrogantes, se pregunta: ¿por qué con tanta tecnología no trabajamos menos tiempo? ¿Por qué la gente piensa que el trabajo es un valor en sí mismo? ¿o qué pasaría si una o varias clases de trabajo desaparecieran?
La pregunta inicial sería cuál es la definición o las características que se requieren para tener un trabajo de mierda. Según la definición de Greaber, “es un empleo carente de sentido, innecesario, a grado tal que ni el propio trabajador puede justificar su existencia”. Lo que nos lleva a pensar en una de las preguntas iniciales: ¿qué pasaría si una clase o varias de trabajadores desaparecieran repentinamente? Si los que desaparecen fueran enfermeros, maestros o recolectores de basura, sería lógico pensar que los resultados apuntarían a una catástrofe, de igual manara que un mundo sin la existencia de pintores, escritores o pianistas sería un planeta más sombrío. Pero no queda muy claro cuál sería el sufrimiento de la humanidad si desaparecieran los asesores financieros, de imagen o los lobistas; algunos sospechan que sería un mundo infinitamente mejor. Esta idea llevó a Greaber a distinguir entre trabajos basuras o malos y los trabajos de mierda, aunque a veces ambos se confunden.
En principio, y de acuerdo con el planteamiento de los trabajos que pueden desaparecer y su efecto sobre la humanidad, tendríamos que los trabajos de mierda son trabajos inútiles, aunque suelen estar muy bien remunerados, rodeados de buenas condiciones laborales y prestigio, mientras que los trabajos basura son trabajos productivos; de hecho, son trabajos que benefician a la sociedad, eso sí, mal pagados. Los trabajadores de las empresas de limpieza serían un buen ejemplo, ya que estos trabajos basura suelen ser manuales, denostados o ignorados, a pesar de saberse que hacen algo útil y resultan muy mal remunerados.
Es posible también que se mezclen pasajes de trabajos de mierda en los trabajos productivos o tareas imprescindibles, porque una parte de cualquier trabajo tiene, según el autor, elementos carentes de sentido. Ahora bien, si como dicen los estudios, un 33% son trabajos de mierda, y hay un 25% que se dedica a sostener el valor de los primeros, cuidadores de niños, paseadores de perros, delivery…, porque mientras realizamos un trabajo inútil, que ocupa gran parte del día, requerimos que otras personas hagan una serie de tareas cotidianas y personales que no podemos llevar a cabo, entonces, se llegaría a la conclusión de que, al menos, la mitad de la fuerza laboral estaría dedicada a trabajos de mierda.
Por lo tanto, uno pensaría que la teoría económica tendría que darle alguna respuesta a este desatino laboral, esta idea de crear trabajos inútiles. Lo cierto es que entre otros, John Maynard Keynes creía que la tecnología haría que las personas trabajaran unas 15 horas por semana, dado que la productividad sería excepcionalmente mayor y se podría valorar más el ocio que el trabajo. Lo evidente, y sin entrar en polémicas, es que al parecer se primó el consumo al ocio, debido a que los bajos salarios exigen más horas de trabajo para cubrir las necesidades mínimas, ya que alguien se queda con los excedentes de la mayor cantidad de bienes generados por la unión de la fuerza laboral y la tecnología (productividad).
Los mismos que se quedan con los beneficios de las mayores ganancias parece que son quienes han llegado a la conclusión que es mejor crear trabajos inútiles, porque una población, feliz, instruida y productiva es realmente un peligro. Mientras que se generen desempleados para mantener los sueldos bajos, trabajos inútiles y, sobre todo, una percepción de que el trabajo es un valor en sí mismo, se puede modificar la ecuación, ya que el problema laboral pasa a ser una cuestión moral y política, no económica, como veremos.
Aquí se concentran varios temas. El reconocimiento de tener un trabajo de mierda, es decir, un trabajo que no es útil para la sociedad, tiene un impacto psicológico en la porción de la población que lo lleva a cabo. Porque todos preferimos fingir que nuestro trabajo es valioso que reconocer que es inútil. Los que no tienen empleo, pasan a trasformar su desempleo y algún tipo de ayuda social en una cuestión moral. Como el trabajo tiene valor en sí mismo, que me paguen un sueldo y no trabaje o no aporte algo es un hecho inmoral. El salario universal despertaría esta polémica moral, de recibir un refuerzo salarial sin prestar contraprestación alguna.
Pero tendríamos que ir un poco más atrás en el tiempo para entender este concepto. La idea que el tiempo de una persona pueda pertenecer a otra es bastante peculiar y nueva. La mayoría de las sociedades anteriores a la nuestra no podrían imaginar algo así. El historiador Mouses Finley decía que un antiguo romano podría ver un alfarero e imaginarse comprando sus vasijas, pero no se le ocurriría comprar el tiempo del alfarero, no era concebible separar el poder laboral del alfarero del propio artesano, ni tampoco la idea de contenedores temporales o turnos de trabajo que pudiesen ser adquiridos con la compra de su tiempo.
Actualmente, se considera que el tiempo del trabajador no le pertenece, sino que es de la persona que lo compra, sea este el empleador privado o el Estado, en caso de trabajo o ayuda social. Por eso, cuando el trabajador no está trabajando en su horario o cuando recibe un aporte, la sociedad ha sido inducida a pensar que se le está robando al empleador, al Estado o a la sociedad en su conjunto. De acuerdo con esta idea moral, la ociosidad en el caso de tener trabajo, o la ayuda estatal en el caso de no tenerlo, no es peligrosa, es un delito. Lo cual demuestra que los pobres son pobres por carecer de disciplina temporal.
La mayoría de las personas han adoptado la idea de trabajo como valor en sí mismo, y no es extraño escuchar que muchas personas dicen que el trabajo les da sentido a sus vidas, es la paradoja del trabajo moderno, sentir dignidad cuando uno trabaja, pero extrañamente la mayoría odia su trabajo. Al contrario de la idea de Keynes, el trabajo es considerado cada vez menos un medios para conseguir un fin y cada vez más un fin en sí mismo.
Lo más llamativo es que desde el establishment la teoría de la creación de trabajos de mierda es rechazada porque se entiende que ninguna empresa gastaría dinero en trabajos innecesarios, de hecho, para eso estaría el Estado. Desde el punto de vista del mercado y del neoliberalismo la decisión se tomaría en base a un cálculo de costo–beneficio en la cual se basaría la falacia: en una economía de mercado no puede haber trabajos de mierda, porque vivimos en una economía de mercado y su asignación no lo permitiría. Es decir, la gente tiene que ser incentivada con salarios para trabajar, y si se concede alguna limosna al pobre, llámese como se llame, tiene que ser de la forma más humillante, ya que de otro modo se volvería dependiente de la ayuda y no tendría razones para buscar trabajo.
Se instaló la idea de que, si se le ofrece al ser humano ser parásito, lo aceptaría de buen gusto, pero la realidad y los estudios examinados por Greaber demuestran que no es así. Sí es verdad que creemos que nuestro trabajo es precario o explotador, nos quejamos, pero también protestamos cuando creemos que no tenemos nada útil que hacer en el propio trabajo. Es la idea, por ejemplo, que una parte del trabajo presencial se compondría de una parte productiva y otra para mantener nuestro perfil de Twitter o bajar series, y que está siendo discutida en estos días. Elon Musk, director ejecutivo de Tesla, ha enviado una carta a sus empleados en la que les exige regresar al trabajo presencial o marcharse de la compañía si no están para optar por esa posibilidad.
Lo que el mercado parece ignorar es que, cuanto mayor utilidad social produce un trabajo, menor sueldo tiene. Según Greaber, hasta la ley de oferta y demanda se invierte ante la idea de que un abogado corporativo gana muchas veces más que un enfermero, cuando abundan los primeros y escasean los segundos, lo que podría traducirse en una de las tantas fallas de mercado, o simplemente una mala asignación.
Más extraño aún es que, si el trabajo es el único que produce valor, por qué el evangelio de la riqueza es el que domina al mundo. Esta idea ha penetrado a grado tal que estamos convencidos que son ellos los verdaderos creadores de la prosperidad, el derrame, el empleo, y no aquellos que trabajan. Si se hiciera una encuesta de quiénes generan las riquezas en el mundo, los resultados darían que son los capitalistas y no los trabajadores. Se ha logrado, según el autor, producir un espectacular cambio en la conciencia popular y en la importancia del puesto laboral; como bien dice el texto que comentamos, no existe una lápida que diga “aquí yace un cajero de supermercado”.
La mayoría de los medios siguen esquivando las discusiones de cómo arreglar este embrollo, y siguen menospreciado a quienes están desempleados o reciben ayuda pública. Debemos trabajar más en lo que se preferiría no hacerlo para ganarnos el respeto y la consideración. Debemos optar por realizar un trabajo útil, pero escasamente remunerado, o aceptar trabajos sin sentido que destruyen nuestras mentes sin otra razón que la extendida idea de que sin ese sufrimiento uno no merece vivir.
Los regímenes socialistas buscaban el pleno empleo tomando la decisión política de crear trabajos ficticios; los socialdemócratas también se dedicaron a poblar de trabajadores el sector público, y aunque muchos creyeron que el colapso de la Unión Soviética terminaría con esta modalidad, y que la era neoliberal la desterraría, con la promesa de la eficiencia, nos muestra más de lo mismo. Las economías del mundo pasaron a ser una fábrica de productos sin sentido, o lo que es lo mismo, un compendio de servicios. Para lo cual creamos, según la eficiente asignación del mercado, empleos de consultores, bienes raíces, agentes de bolsa, que preparan hojas de cálculos y diagramas para las reuniones de personal. Pero no son trabajos de mierda.
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