Por: Raúl Zibechi
A tres décadas de su muerte, la vida y las ideas de Michel Foucault se han convertido en referencia obligada para un amplio sector de universitarios, militantes sociales, y para todos los interesados en comprender las hebras que tejen el tupido tejido de la dominación.
Si Marx dedicó su vida a estudiar la explotación, a descorrer el velo de los procesos de valorización del capital acuñando el concepto de plusvalor, Foucault se empeñó en desentrañar las opresiones, comprender que el poder no es una cosa sino relaciones asimétricas en las que están involucrados dominadores y dominados. Es difícil encasillarlo porque su obra es demasiado abarcativa, incluyendo la filosofía, la historia de las ideas, la psiquiatría y la política.
Su influencia en las ciencias sociales y las humanidades es tan potente como polémica. Desde sus primeros trabajos sobre la locura y el origen de la clínica hasta los ulteriores desarrollos sobre el biopoder y la biopolítica, pasando por su serie sobre la sexualidad, es difícil encontrar un hilo conductor más allá de su voluntad omnipresente por develar los mecanismos y la genealogía de los modos de dominar, convencido, como aseguró en una entrevista al fotógrafo Jerry Bayer, que “los controles psicológicos son siempre más eficaces que los controles físicos”.
Además de haber sido un formidable estudioso, capaz de penetrar como pocos en las materias que investigó, fue un gran provocador. No el que provoca con el alarido o la frase ingeniosa, sino por la profundidad de sus análisis y la capacidad de conectar hechos aparentemente inconexos. “Nos costaría encontrar en toda la historia una matanza comparable a la Segunda Guerra Mundial –dijo en una conferencia en Vermont–, y fue justamente en ese período, en esa época, cuando se pusieron sobre el tapete los grandes programas de protección social, salud pública y asistencia médica”.
Una orden de muerte, hunde la estocada a renglón seguido, que dice algo así como “vayan pues a hacerse masacrar, y les prometemos una vida prolongada y agradable”.
Desentrañar lo invisble
A diferencia de Marx, que vivió entre las revoluciones industriales y el auge del colonialismo, tsunamis que trastornaron el mundo y dejaron una estela de dolor y muerte entre los “condenados de la tierra”, Foucault conoció en la posguerra el más consistente proyecto de control de las clases peligrosas, a través de su incorporación al consumo, el pleno empleo y una feroz división industrial y social del trabajo.
Por eso sus trabajos intentaron hablarnos desde lo que se margina, en el convencimiento de que la cosa marginada habla más de quiénes somos que los más elegantes discursos. Su obsesión, entre las muchas que modelaron su vida, estaba fijada en los modos indirectos cómo se ejerce el poder, pero en particular en el creciente despliegue de mecanismos de dominación cada vez más precisos y diabólicos. “En nuestra sociedad estamos llegando a refinamientos de poder en los que ni siquiera habrían soñado quienes manipulaban el teatro del terror”, espetó a Bauer.
En los últimos años, en sus conferencias en el Collège de France (recogidos en los volúmenes Seguridad, territorio, población y Nacimiento de la biopolítica), analizó la “gubernamentalidad” como el arte de gobernar ajustado a la racionalidad de los gobernados, no ya en base a la suprema voluntad del soberano; mediante el engrosamiento de un Estado que no se preocupa por la legitimidad sino por limitar todas y cada una de las prácticas que crea conveniente. Regular en vez de prohibir.
Es el arte de gobernar lo que refuerza hoy al Estado, cobrando más importancia que los aparatos físicos de coerción, a los que no sustituye. En este sentido, los modos de dominación son más parecidos al patriarcado, que no tiene un lugar físico desde el que ejerce su poder, pero está presente en todos, modelando comportamientos.
No puede resultar extraño que el pensamiento de Foucault haya sido adoptado por los llamados nuevos movimientos sociales, en particular los de mujeres, homosexuales, lesbianas, transgéneros y travestis. Pero también por aquellos que reflexionan desde la experiencia de indígenas y afros, que viven en el punto de intersección de explotaciones y opresiones.
Policía y pobalción
Los últimos textos de Foucault contribuyen a comprender los nuevos modos de dominación. Si el Estado es una práctica, una manera de gobernar poblaciones, el análisis de esos modos debería contribuir a esclarecer de qué se tratan los nuevos gobiernos. Policía y estadística son centrales. Políticas sociales son los modos de hacer, uno de los núcleos de la gubernamentalidad.
Detecta que el arte de gobernar no consiste en imponer sino, de modo más sutil, aunque no menos autoritario, en desarrollar el Estado en la práctica consciente de los ciudadanos. De ese modo consigue apoyarse en los fenómenos existentes para, poniendo en juego otros aspectos de la realidad, hacer que se anulen a sí mismos. Es el arte supremo, el intervenir sin apariencia de intervención.
Llegamos a un punto en el cual el Estado es consecuencia, no causa. El Estado es “un objetivo (…) algo que debe alcanzarse al término de las intervenciones activas de esa razón, esa racionalidad”*. Y más: “La gubernamentalidad es la racionalidad inmanente a los micropoderes, cualquiera sea el nivel de análisis considerado (relación padres/hijos, individuo/poder público, población/medicina, etcétera)”.
Este modo de proceder genera duras reacciones de las ortodoxias, en particular la marxista, que considera que existe apenas “un” poder, el del Estado, y que por fuera sólo hay víctimas. Un modo binario, simplista pero cómodo, de estar en el mundo.
Procede al revés que los ortodoxos. Sus libros, dice, son experiencias y por lo tanto contradictorios como la vida misma. Se define como un experimentador, no como un teórico. “Llamo teórico a quien construye un sistema general, sea de deducción, sea de análisis, y lo aplica de manera uniforme a campos diferentes”, explicó en una entrevista que lleva el sugerente título de “El libro como experiencia”. Para sacrilegio del dogmático, agrega: “Escribo para cambiarme y no pensar lo mismo que antes”.
Pner el cuerpo
La intencionalidad política de la obra de Foucault es tangencial, indirecta. Se la debe deducir de sus actitudes porque rara vez la explicita abiertamente. Sus libros se entrelazan con sus experiencias personales. Escribió El nacimiento de la clínica luego de haber pasado por hospitales psiquiátricos por crisis e intentos de suicidio. Trabajó en apoyo de colectivos de presos y al tiempo publicó Vigilar y castigar.
En una línea de conducta que lo emparenta con Jean-Paul Sartre, de quien tomó distancias de su existencialismo, asumió un compromiso militante con aquello que creía justo. En febrero de 1971 apoyó la huelga de hambre de militantes de Izquierda Proletaria, grupo maoísta ilegalizado, cuyo periódico La Cause du Peuple está en los orígenes del diario Libération. Varios miembros del grupo fueron encarcelados por no acatar la orden de disolución y llamaban la atención para que se les reconociera el estatuto de presos políticos.
El grupo de apoyo a los presos encargó a Foucault una investigación sobre las prisiones creando el Grupo de Información de las Prisiones (gip). Además de difundir el estado de las cárceles, el grupo se convirtió en referencia de otros colectivos que más tarde crearán grupos de información sobre la salud, los asilos o de apoyo a los inmigrantes. El primer folleto que distribuyó el gip señala que a través de las prisiones, los hospitales, los tribunales, las universidades, y aun de los medios, “se ejerce una opresión que es en su raíz una opresión política”.
Otros compromisos políticos que asumió tuvieron resultados más dudosos. En 1979 visitó Irán en apoyo a la revolución del Ayatolá Jomeini. En ese sentido, siguió los pasos de Sartre y Simone de Beauvoir, quienes estuvieron en Cuba en 1960 manteniendo encuentros con el Che y Fidel Castro. Durante un tiempo encontró en el islamismo revolucionario un camino superador del eurocentrismo, aunque luego dio marcha atrás respecto de su apoyo inicial a los ayatolás.
Treinta años después de su muerte es uno de los autores más leídos y probablemente el más citado en el ámbito de las ciencias sociales en el mundo. La influencia de su obra es enorme, tanto en las academias como en los círculos de activistas. Sin embargo, como sucede a menudo con los grandes pensadores, sus ideas tienden a ser simplificadas y puestas fuera de contexto. O sea, desfiguradas.
* Seguridad, población y territorio, págs 329 y 449.
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