Por: Xavier Villar
En un artículo reciente del filósofo esloveno Slavoj Zizek sobre las protestas en Francia, se mencionó lo siguiente:
“Las protestas públicas y los levantamientos pueden desempeñar un papel positivo si están respaldados por una visión emancipadora, como ocurrió con el levantamiento de Maidán en Ucrania en 2013-2014 y las protestas en Irán desencadenadas por mujeres kurdas que se niegan a usar el burka”.
El objetivo de este artículo es intentar explicar cómo es posible que Zizek, uno de los filósofos contemporáneos más reconocidos a nivel mundial, pueda mencionar el burka en Irán y las implicaciones políticas y epistémicas que esta afirmación tiene para el Islam en general y para las personas musulmanas.
Es importante señalar que Zizek ha sido objeto de críticas en numerosas ocasiones debido a sus posturas políticas y discursivas. Una de las críticas más destacadas se refiere a su alineamiento, tanto reciente como pasado, con posiciones conservadoras, especialmente en temas de inmigración y minorías en Occidente. La académica Sara Ahmed, en una de estas críticas hacia Zizek, argumenta que sus posturas sobre los refugiados en Occidente suenan sorprendentemente similares a las expresadas por los gobiernos conservadores británicos o franceses.
La justificación de este comportamiento discursivo radica en la perspectiva de Zizek de que el enfoque antiracista representa un problema porque «distrae» de la universalidad de la lucha de clases. Según el filósofo esloveno, al hablar de la crisis de los refugiados, se deja de considerar la cuestión de clase como el eje prioritario que estructura las opresiones y se adopta el discurso liberal de la tolerancia. En otras palabras, para él, la preocupación por los refugiados y la forma en que los estados deciden quién vive y quién no, a través de la necropolítica, es simplemente ceder ante lo políticamente correcto.
Al tratar el tema de la inmigración y la presencia de «los otros» en Occidente de esa manera, es decir, al adoptar el marco hegemónico que habla del «problema de los refugiados/inmigrantes», se omite examinar los mecanismos de poder que determinan qué cuerpos son construidos como extranjeros y, por lo tanto, peligrosos. Además, la falta de un análisis serio de estos mecanismos de poder, en particular los procesos de racialización que subyacen a la construcción de ciertos inmigrantes/refugiados como una crisis, sugiere que a Zizek no le interesa explicar la relación entre la violencia estructural de los estados hacia aquellos cuerpos que son percibidos como no blancos.
En relación con esto, Zizek expone claramente su postura al argumentar que la supuesta corrección política es la principal razón por la cual no se puede llevar a cabo un debate serio en Occidente sobre la relación entre la violencia sexual y las minorías. Es importante recordar que la racialización de la violencia sexual se ha convertido en uno de los elementos más utilizados actualmente para desplegar discursos racistas dirigidos específicamente hacia las minorías, especialmente las musulmanas, en Occidente.
Una vez analizado el marco discursivo en el que se sitúa Slavoj Zizek, que se puede definir como «neo-orientalista», podemos abordar nuevamente la cuestión del burka y la República Islámica. Es evidente que esto no se trata simplemente de un error o una mera cuestión de nombres. Lo que subyace en ese uso incorrecto es la idea esencialista que percibe al Islam como una configuración fija, sin considerar sus articulaciones políticas y, por lo tanto, intercambiable. Desde esta perspectiva, no se tienen en cuenta las diferencias políticas existentes, como por ejemplo, entre la República Islámica y los talibanes afganos.
La reducción esencialista que emplea Zizek funciona de manera similar a esas explicaciones que reducen, por ejemplo, la guerra entre Irán e Irak en los años 80 a un simple enfrentamiento entre suníes y chiíes, sin tomar en cuenta las complejas articulaciones políticas y los diversos y opuestos horizontes políticos involucrados.
Desde un punto de vista teórico, se puede argumentar que para Zizek el Islam representa una presencia marginal, lo que se traduce en un análisis superficial, erróneo y siempre desde la perspectiva del Orientalismo.
Cuando Zizek relaciona Irán y el burka, lo hace con un claro objetivo político. El burka, como señaló la antropóloga Saba Mahmood, se convirtió en la imagen visual que condensó y organizó el conocimiento sobre Afganistán y sus mujeres. Precisamente esta imagen del burka ha adquirido una representación monstruosa de todas las cosas negativas asociadas con Afganistán y, gracias al reduccionismo esencialista en el que Zizek participa, también se ha extendido a la percepción del Islam en general. Discursivamente, el filósofo esloveno coloca a la República Islámica en una cadena de equivalencias en la que se encuentran otros elementos como los talibanes, la violencia, el extremismo y el barbarismo.
En este discurso también se observa un movimiento discursivo que permite intercambiar los términos «velo» y «burka» sin considerar no solo cuestiones culturales, sino también la agencia de las personas involucradas. Este discurso privilegia el cuerpo sin velo como el cuerpo normativo, con acceso a las sensaciones y a la agencia. Como consecuencia, se genera la percepción del velo o el burka como un espectáculo de anacronismo, falta de libertad y regresión, entre otros aspectos.
Además, el velo evoca lo que Wendy Brown describe como un cuerpo sufrido y herido. En la fantasía de la liberación a través del desvelamiento, se asume que las mujeres veladas encarnan estas identidades «heridas» que buscan protección por parte de los estados liberales.
A modo de conclusión, se puede argumentar que Zizek aborda el Islam desde una perspectiva intelectual que lo considera como una esencia inmutable, sin tener en cuenta las articulaciones políticas que explican las diferencias entre diferentes contextos, como el Islam en Irán y el Islam de los talibanes. Al omitir estas articulaciones, Zizek solo percibe el Islam a través del prisma del Orientalismo.
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