Por: Antonio Antón
Las experiencias de la unidad, el programa y el apoyo social del Nuevo Frente Popular en Francia han traído numerosas enseñanzas.
En primer lugar, haber sido capaces de articular una oferta política transformadora y creíble en un tiempo breve y ante el emplazamiento electoral anticipado del presidente Macron. Éste pretendía encajar la campaña electoral, en el marco de su creciente desprestigio, confirmado en las recientes elecciones europeas, solo entre las dos opciones fundamentales de las presidenciales: la ascendente y reaccionaria ultraderecha de Le Pen, y su regresivo proyecto neoliberal y su prepotente liderazgo de centro derecha; las izquierdas quedaban divididas y subordinadas.
La realidad es que, con la combinación de la unidad popular y la unidad republicana, se han conformado tres bloques parlamentarios similares pero con la victoria relativa del Nuevo Frente Popular (182 escaños), que expresa una demanda significativa de cambio progresista en la sociedad francesa. Además, en segundo lugar están las candidaturas presidencialistas (Ensamble-Juntos, 168 escaños, 102 del partido directo de Macron, Renacimiento); en tercer lugar la ultraderechista Reagrupamiento Nacional (143 escaños), y en cuarto lugar, la derecha tradicional de Los Republicanos (46 escaños), susceptible de alianza con el centrista Macron. Además, existen varios representantes no adscritos a esos grupos, de izquierda (13), derecha (14), centro (6) y regionalistas y otros (5).
El objetivo inicial de Macron al anticipar las elecciones parlamentarias, tras su gradual descrédito y su debacle en las europeas, era su refuerzo hegemonista frente a la reaccionaria Le Pen, dando por supuesto una posición subalterna de las fuerzas de izquierda, que creía en ese momento fragmentadas e impotentes para disputar la segunda vuelta. Su lógica era someterlas a la presión por la unidad republicana tradicional, como en las anteriores presidenciales, consistente en el apoyo de las izquierdas a las derechas -o el extremo centro- para frenar a las ultraderechas. Es decir, con una concepción instrumental de la unidad republicana en su beneficio como representación dominante y para legitimar su proyecto neoliberal.
El cordón sanitario, con predominio derechista, era defensivo pero no garantizaba una profundización democrática. Sin embargo, las candidaturas presidenciales solo consiguieron, en la primera vuelta, el 20,8% de sufragios, frente al 28% de Nuevo Frente Popular y el 33% de Reagrupamiento Nacional (con más de diez millones de votos).
Esa maniobra hegemonista del Presidente, finalmente, se frustró por la unidad popular y la credibilidad de las izquierdas, que fueron capaces de recoger suficientes apoyos electorales en la primera vuelta para competir con los otros dos bloques. Así, se resituó el emplazamiento de la unidad republicana no solo para el objetivo compartido de vencer a la ultraderecha, sino para conseguir un reequilibrio más equitativo respecto de la representatividad de cada una de las corrientes republicanas, e iniciar un cambio político y social. En particular, permitía la reclamación del apoyo del centro derecha a las candidaturas del Nuevo Frente Popular, cuando tenían más ventaja electoral, tema controvertido por el macronismo y la derecha.
Esa prioridad antifascista del llamado frente republicano, con el cordón electoral-institucional compartido frente a la ultraderecha ascendente, ha sido positiva. Pero no evitaba dos estrategias complementarias y contraproducentes de las derechas: una, su continuado desplazamiento hacia la derecha, en recortes sociales y dinámicas autoritarias y racistas, que no hacían sino alimentar los discursos y la prepotencia ultras, que se han ido normalizando; otra, legitimar el estatus gestor del centroderecha en detrimento de la necesaria reafirmación de las izquierdas, en un clima popular de creciente descontento sociopolítico y movilizaciones críticas frente a la gestión gubernamental regresiva (recorte de pensiones públicas, pérdida de capacidad adquisitiva, desigualdad, fragmentación y descenso social…), que requiere una respuesta de progreso.
Además, se ha constatado otra dinámica asimétrica en ese acuerdo implícito del aval a la candidatura republicana en mejor posición electoral para competir con la ultraderecha, retirando la propia en tercer lugar. Así, según estudios demoscópicos franceses, el apoyo del electorado de centroderecha (sobre todo macronistas más centristas) al Nuevo Frente Popular, ha sido del 40% de su voto de la primera vuelta. Pero la particularidad, promovida por muchos de sus líderes (y sus aparatos mediáticos), es que ese apoyo se ha concentrado, preferentemente, en las candidaturas moderadas (socialistas y verdes) para favorecer el incremento de su ventaja relativa frente a las representaciones más radicales (insumisas).
Son expresivos los resultados del NFP: Francia Insumisa, 74; Partido Socialista, 59; Verdes, 28; Partido Comunista, 9; Otros 12. O sea, los partidarios de Melenchón constituyen la primacía del espacio popular, pero solos no llegan a la mitad. Han disminuido su distancia comparativa respecto de la privilegiada ala moderada, tal como pretendía esa doble asimetría política y mediática, pero sin que hayan conseguido plenamente su objetivo discriminatorio.
Por otra parte, desde una mayor lealtad republicana, el 70% del electorado del NFP, cuyas candidaturas en tercer lugar se habían retirado, han votado a otras candidaturas republicanas de centro derecha para aislar a la ultraderecha.
A pesar de todo ello, del beneficio relativo de las candidaturas macronistas y socialistas, la retirada de candidaturas ‘triangulares’ y el llamamiento al apoyo a la alternativa republicana mejor situada ha supuesto un acierto estratégico del NFP y, particularmente, de Melenchón para conseguir el objetivo principal: frenar a la ultraderecha, evitar una fuerte involución social y democrática en Francia (y Europa), y poner en primer plano los intereses comunes del avance democrático con la consiguiente legitimación pública.
Por tanto, toda la operación del poder establecido para neutralizar a Francia Insumisa, recomponer el liderazgo en el NFP hacia una contemporización continuista con el macronismo y debilitar la apuesta colectiva por un cambio social sustancial, hasta ahora, ha fracasado. Pero, parece, que porfían en ello.
Está por ver la segunda parte de la pugna, la conformación de la orientación reformadora de progreso y la alianza gubernamental, donde se expresan las dos opciones anteriores, una vez vencida la ultraderecha: continuismo neoliberal y regresivo del centro derecha, que intenta romper al NFP e incorporar a la gobernabilidad en posiciones subordinadas al Partido Socialista (y los Verdes), con el aislamiento de Francia Insumisa y el bloqueo del cambio; o bien, el refuerzo del programa transformador, comprometido por el NFP en su contrato social, con su cohesión y equilibrio democrático interno, su primacía en la gobernabilidad, su vinculación a las demandas populares y por el giro social, así como la necesaria negociación con otros sectores sobre sus prioridades y su ritmo operativo para ampliar sus apoyos sociales y parlamentarios, junto con la cohabitación con la presidencia de Macrón.
La primera opción está definida. Pero, el primer discurso de Macrón, contra los dos ‘extremos’, asimilando la ultraderecha neofascista con la izquierda, en particular la estigmatización de su fuerza mayoritaria y más exigente, Francia Insumisa, ha constituido un fracaso electoral. Pero todo el poder establecido, incluido el europeo, está por abundar en esa estrategia continuista, con la presión del incremento de la fuerza ultraderechista de Le Pen.
Esa política regresiva, insatisfactoria para los grandes problemas de la sociedad francesa, tiene dos serios condicionamientos institucionales para una dinámica de progreso: una presidencia de la República neoliberal y con mucho poder ejecutivo, y una Asamblea con mayoría de escaños derechistas o reaccionarios; los escaños progresistas en el macronismo son escasos.
Y el fuerte malestar social de fondo es instrumentalizado por la ultraderecha para reforzar las dinámicas segregadoras y autoritarias, desdibujando sus causas y sus principales responsables poderosos. Así desplazan la ira popular de los perjudicados y olvidados que creen tener algunas ventajas posicionales que se reducen: ser nacional o blanco frente a la inmigración de color, varones con privilegios patriarcales frente al avance igualitario del feminismo, los perjudicados por la globalización en su estatus social, vivencial y laboral…
Por tanto, la segunda opción de cambio progresista, igualitario y solidario es difícil y compleja. Junto con la legitimidad electoral y parlamentaria, el Nuevo Frente Popular deberá ampliar sus apoyos sociales y políticos, negociar sus prioridades y ritmos aplicativos y mantener el doble objetivo: por un lado, avanzar en derechos y condiciones vitales para la mayoría social, junto con la garantía de una integración social y convivencia intercultural frente a la dinámica segregadora; por otro lado, reforzar su cohesión y unidad, así como su credibilidad reformadora, democrática y ética.
No obstante, para la configuración gubernamental, sigue en pie esa opción del centroderecha por una gran coalición, con la ruptura del Nuevo Frente Popular y la incorporación de los socialistas, en una posición subalterna, a un Ejecutivo derechista y continuista, junto con el aislamiento de Francia Insumisa y, particularmente, de su líder Melenchón.
En consecuencia, era urgente e imprescindible constituir este tercer bloque de izquierdas, como referencia alternativa tanto a la involución autoritaria y segregadora, representado por Le Pen, cuanto al simple continuismo neoliberal, prepotente y regresivo representado por Macron. Ése ya ha sido su primer logro: la capacidad de las direcciones de los cuatro partidos constitutivos -Francia Insumisa, Partido Socialista, Partido Comunista y Partido Verde- para conformar un programa básico de cambio social y democrático y un reequilibrio representativo en la Asamblea, con la perspectiva de una nueva primacía gubernamental de izquierdas y un plan reformador de progreso.
Esta dinámica se antoja como etapa transitoria e inestable hasta las próximas presidenciales en 2027 (u otras parlamentarias adelantadas dentro de un año). En ella tiene una responsabilidad especial el Partido Socialista (y los Verdes) para no romper la dinámica transformadora y unitaria en que se ha embarcado el Nuevo Frente Popular, con una fuerte tradición, evitando la frustración popular generada por la ausencia de cambio, la nueva recomposición hegemonista del neoliberal centroderecha y las facilidades estratégicas para la ultraderecha a medio plazo, con la profundización de la segregación social y el malestar público.
No hay que hacer hincapié en las implicaciones europeas y geopolíticas de esta experiencia francesa. Tiene puntos comunes y diferentes con la experiencia española, empezando por su sistema electoral uninominal y mayoritario. Cuando culmine esta segunda fase de la configuración gubernamental será momento de volver sobre ella y sacar las enseñanzas de todo este proceso.
De momento, podemos sacar una lección interpretativa: para articular la unidad popular o de las izquierdas hay que referirse al contexto sociopolítico, a las características y orientación estratégica de las fuerzas que se unen, a su grado de cohesión y su primacía dirigente, en qué planos se establece, así como considerar la determinada relación de fuerzas sociopolíticas y las tendencias sociales y económicas de fondo, incluida la crisis ecológica, que condicionan la dinámica política. La experiencia francesa, inacabada, ilumina sobre ello. En España debemos aprender ante un futuro difícil y complejo.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.
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