Por: Raul Hernandez Villasol
En las sociedades contemporáneas se plantea el desplazamiento humano por el mundo como algo extraordinario, sin embargo, a lo largo de la historia del ser humano en la tierra ha sido algo tan ordinario como hablar, cocinar o construir. No parece que este fenómeno vaya a desaparecer del comportamiento de los seres humanos en el siglo XXI.
En los medios de comunicación se hace más hincapié en la noticia del desplazamiento que en el modo y en las condiciones en que se producen. Esto genera alarma social mediante la idea de lo extraordinario provocando miedo al otro, al desplazado, sin asumir el hecho como una respuesta humana habitual para la que la sociedad mundial se ha dotado de mecanismos reglamentarios.
Nos encontramos a 68 años de la firma del derecho al asilo mediante el artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hoy es imprescindible poner el foco en cómo se está garantizando este derecho en la Unión Europea a las personas que se están desplazando hacia el continente día a día huyendo de la catástrofe en sus países de origen.
Es indispensable recordar que tanto la Unión Europea como la Declaración Universal de Derechos Humanos se proyectan como respuesta a un mismo hecho: la atrocidad fascista (del Eje) que había sido derrotada en la segunda Guerra Mundial. En el caso de la Declaración esta respuesta pretendía blindar la dignidad de cada ser humano comprometiendo a los Estados nacionales a respetar un marco internacional en consonancia con una ética y una justicia universal. En el caso de la Unión esta respuesta, con el fin de evitar más guerras, establecía un marco compartido (común) de cooperación y fraternidad que se fuera ampliando de forma exponencial a todas las diversas comunidades de personas que habitaban en Europa.
Si atendemos el posicionamiento sobre este tema adoptado por el Consejo Europeo del 18 y 19 de febrero entendemos que ambas respuestas y su relación se ahogan dentro de la crisis institucional que vive la Unión Europea. En todo momento parece que el objetivo, como se ha venido haciendo hasta el momento, es fortalecer las fronteras y no acoger de forma digna a las personas que piden asilo. Esta postura se adopta sin perspectivas de cese de violencia y conflicto en las zonas que ayudaron a desestabilizar las guerras en las que participaron algunos estados europeos.
Estas guerras son las que generan una huida de sus víctimas hacía Europa. Una huida que está produciendo un gran coste humano: 410 personas muertas en lo que va de 2016 sumadas a las aproximadamente 4.000 del 2015. Hay que recordar, como decíamos al principio, que este tipo de movimiento de personas no es un hecho aislado en el mundo actual. Según ACNUR en la última década hemos pasado de 38 a 60 millones de personas desplazadas de manera forzosa en todo el mundo. Dato que, al ampliar el foco, nos muestra la escasa proporción de personas que llegan a Europa.
La situación actual expone a estas personas a una constante de violencia. Huyen de la violencia de la guerra y a través de la violencia de las mafias llegan si tienen éxito a la violencia de las fronteras externas e internas de Europa. Para acabar con esta crueldad es necesario atajar las tres violencias desde todas las oportunidades que se dispongan. Hay que frenar el estado de retroalimentación en el que coexisten estas violencias. Contribuir a la paz en Siria, Iraq y Afganistan. Para ello es necesario entender que por el mismo camino de la huida de las víctimas circula en el sentido contrario la industria de la violencia.
Según ACNUR en la última década hemos pasado de 38 a 60 millones de personas desplazadas de manera forzosa en todo el mundo
Hay que parar la venta de armamento: la guerra y la violencia no pueden ser un negocio en expansión. Hay que garantizar las vías seguras para eliminar el negocio de las mafias y garantizar el asilo desde el lugar seguro más cercano al conflicto que se pueda. Y como sociedad hay que garantizar una acogida digna que supere el miedo al otro y la imposición de la disciplina liberal mediante el estado de la seguridad opresora; sin obligar a llevar pulseras si quieren recibir comida, sin pintar las puertas de sus casas,sin requisar dinero y joyas, sin confinar en campos y centros de internamiento, sin negar el paso con vallas, alambradas y concertinas, sin militarizar la frontera, sin deportar, sin expulsar, y sobre todo sin dejar morir a estas personas inocentes.
Por todo esto, es una alegría ver como la sociedad no se rinde al despropósito y el sábado 27 de febrero la ciudadanía europea se va a movilizar para exigir a sus gobiernos y a la unión el fin de la violencia mediante un pasaje seguro y la defensa de los derechos humanos de las personas refugiadas que llegan a la Unión Europea.
Comentario