Por: Carlos Santa María
Después de los numerosos epítetos contra Donald Trump, calificandolo incluso de malévolo e irracional, la pregunta que debe hacerse el mundo es si se ha entendido exactamente lo que pretende con su decisión. Porque ha sido una acción planificada, con un sustento que no se hace público, oscurecida por una discusión muchas veces fundada en el ataque personal en vez de apelar a la comprensión del acto.
En realidad, la negativa a hacer parte de los acuerdos para controlar el cambio climático ha sido lógica y pensada, la cual es importante para el planeta por cuatro razones: una, devela que es un proyecto de las grandes élites; dos, demuestra el poder de Washington; tres, permite que los sectores de poder mundial aseguren sus términos en esta convención; cuatro, posibilita al mundo político consciente darse cuenta del peligro o suicidio planetario que nos amenaza.
Primero, las grandes transnacionales —no solo estadounidenses, sino occidentales— tienen en la Casa Blanca a quienes se comprometen con sus propósitos globales. En este caso, no firmar tiene objetivos claros como dar tiempo a que, reservadamente, se puedan negociar nuevas cláusulas, de tal modo que no afecte a sus inmensas ganancias.
Segundo, el hecho de poner al mundo en una discusión sobre un tema trascendental para el destino humano le permite a EE.UU. determinar en qué momento y bajo qué criterios acepta negociar. Ello significa que sigue siendo una potencia en la que otros, incluso oponiéndose retóricamente, siguen detrás de esas banderas.
Tercero, se conoce públicamente una parte de este acuerdo, entregado a la comunidad planetaria como lo máximo a alcanzar, lo cual es una verdad a medias. Por ejemplo, se deja sin discusión que las potencias pueden comprar espacios anticontaminantes a otras naciones mientras siguen este proceso de deterioro, una clara manipulación de quienes se consideran dueños de la naturaleza. Asimismo, mantener altos precios en la tecnología que hace de los vientos, las aguas, el mar, las nubes instrumentos que superan lo artificial por energías renovables implica comercializar las necesidades de supervivencia al aprovechar estas normas.
Cuarto, ha sido muy interesante que no se haya firmado el Acuerdo de París, pues permite analizar su contenido y hasta qué punto es lo máximo a lograr. Por otra parte, deja en evidencia que un país que provoca altísima contaminación no tiene ningún reparo en defender el dinero por encima del ser humano, pues está dirigido por minorías impasibles.
Este abandono deja en evidencia a una Europa vasalla que, algunas veces, replica sin suficiente fuerza; especialmente, cuando se refiere a problemas que no tienen relación directa con la economía, los derechos de los trabajadores o la inmigración castigada. En esta situación, la propiedad privada no está en juego, sino que los límites que las clases dominantes permiten a otros países alcanzar en dicho campo.
Lo que se oculta en esta discusión es que, por sobre los aplausos, existen voces críticas advirtiendo, entre sus efectos, que si las temperaturas aumentan más de 2 ºC el 90 % de los glaciares se derretirá.
La reflexión necesaria es preguntarse si después de 20 años se podía alcanzar un convenio más justo para los países en desarrollo. Porque no basta con poner un techo al aumento de la temperatura o limitar la cantidad de gases efecto invernadero (lo que es imprescindible), pues algunos puntos a debatir son la lejanía del proceso, ya que antes de 2025 los países ricos deberán acordar una meta de, al menos, 100.000 millones de dólares anuales para proveer a los ‘débiles’. Además, el documento no menciona las palabras ‘combustible fósil’, ‘petróleo’ o ‘carbón’ ni permite que los países más afectados por el cambio climático puedan demandar por daños y perjuicios o la posibilidad de poner impuestos a los gases contaminantes.
Es preciso señalar dos hechos: como su vigencia no es plena aún, los países ricos pueden interpretar el objetivo a largo plazo como una licencia para continuar contaminando o mantener la duda sobre cómo será distribuida esa ayuda financiera, así como cuándo y cuánto estará disponible.
Cabe aclarar que Nicaragua rechazó el acuerdo internacional no porque no quisiera acatar los nuevos estándares para reducir emisiones destructivas, sino argumentando que no eran suficientemente estrictos con las naciones más ricas y las economías más grandes del planeta.
Lo que sí es cierto, y que ya fue predicho desde hace más de dos décadas, es que la intervención despiadada de conglomerados económicos que postulan el capitalismo salvaje ha conducido al planeta a un grado de inestabilidad extremo: cánceres, problemas respiratorios, sequías y temporales, desborde de quebradas y represas, vientos huracanados, tsunamis, terremotos… que no son el futuro de una sociedad inteligente. De ahí que la misión sea denunciar y debilitar férreamente a quienes creen que la naturaleza es un recurso más y no la entienden como la Madre Tierra, único espacio en el cual podemos pervivir por siglos.
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