Por: Carlos del Castillo
El magnate ha convertido la red social, un negocio ruinoso en lo económico, en un arma política que utiliza para apoyar a Donald Trump y atacar a gobiernos progresistas
En 2022 Elon Musk ya era una de las personas más conocidas del mundo. Con su enorme fortuna, construida a partir de apuestas que en su momento fueron consideradas muy arriesgadas, era para unos un visionario y para otros un empresario con pocos escrúpulos. Dos años después, Musk se ha convertido en una persona con influencia directa en casi todo el planeta. Capaz de generar de la nada crisis políticas en países con gobiernos progresistas, como Brasil, o agravar las causadas por la ultraderecha, como en Reino Unido.
Lo que ha pasado en estos dos años es Twitter, renombrada a X por el magnate. Una operación absolutamente ruinosa en lo económico: la red social vale hoy aproximadamente un tercio de los 44.000 millones de dólares que Musk pagó por ella en 2022, según varios fondos de inversión cuyos análisis han arrojado conclusiones parecidas. Y su negocio va a ir a peor, ya que la fuga de anunciantes seguirá agudizándose.
Así lo apunta una encuesta de Kantar, que desvela que el 26% de las empresas que han elegido X para anunciarse este año reducirá su inversión en 2025. Se trata “del mayor retroceso registrado de cualquier plataforma publicitaria global”, destaca la consultora. “La confianza de los especialistas en marketing en los anuncios en X, históricamente baja, ha disminuido aún más bajo el liderazgo de Elon Musk, del 22% en 2022 al 12% en 2024”, continúa. “Solo el 4% cree que los anuncios en X brindan seguridad de marca (en contraste con Google, que ocupa el primer lugar en seguridad de marca con un 39%)”.
Pero la nefasta operación financiera está ofreciendo al hombre más rico del mundo un extraordinario rédito en materia de imagen pública e influencia global. Hasta el punto de ganarse un nombramiento como “auditor financiero y de desempeño” de la administración estadounidense en caso de que Donald Trump gane las elecciones de noviembre. Un puesto con vía libre para hacer “reformas drásticas” en todo el aparato estatal en base a su propio criterio y para el que el propio Musk se ha autopropuesto semanas antes.
“Cuando Musk entra en una habitación como el jefe de Tesla es uno más. Si entra el de Ford está al mismo nivel que él. Pero cuando el que entra es el propietario de Twitter, recibes más atención”, explica Kara Swisher, una de las periodistas especializadas en tecnología más veteranas de EEUU.
La red social que un día hizo despegar el debate público online y transformó profundamente la forma de hacer política, está hoy al servicio de los intereses del multimillonario. “Tuve esperanzas de que Musk, con su personalidad de no me importa una mierda, su riqueza sin fin y su profundo interés en transformar los medios de comunicación, pudiera ser el dueño que ayudara a Twitter a desarrollar su potencial”, escribe en su autobiografía Swisher, que tuvo contacto personal con Musk durante años. “Mirando ahora hacia atrás, estaba evidente y completamente equivocada”, reconoce.
Un medio de difusión global
Como un ciudadano Kane moderno, Musk ha convertido Twitter en un medio de comunicación para difundir su ideología, generar conflictos con aquellos que no le son afines y apoyar a Trump desde mucho antes de que fuera designado como “auditor” de su gobierno. “Nunca antes había participado materialmente en política, pero esta vez creo que la civilización tal y como la conocemos está en juego. Si queremos preservar la libertad y una meritocracia en América, entonces Trump debe ganar”, publicaba este jueves antes de la nominación.
Pero al contrario que magnates como William Randolph Hearst, X no solo permite a Musk marcar agenda, sino también definir cuáles son las líneas rojas del debate. Él tiene la llave del algoritmo que decide qué ve cada usuario, del rotulador rojo que marca la línea de qué se bloquea y qué no o de la mecha del cañón que viraliza unos contenidos y no otros.
En este sentido, una de las primeras decisiones del magnate fue permitir el regreso a la plataforma a individuos que fueron bloqueados por la anterior dirección por difundir discursos de odio o incitar a la violencia. Algunos de los indultados utilizaron luego esta red social para alentar los disturbios xenófobos en el Reino Unido y distribuir desinformación sobre ellos. Una acción que Musk coronó con un comentario en el que aseguraba que el país estaba “al borde de la guerra civil” por culpa de la inmigración.
Otra de las tácticas de Musk denunciadas por los usuarios en las últimas semanas ha sido aumentar la visibilidad de sus propios post, que se han convertido en lo primero que ven al abrir la aplicación. Uno de los más comentados fue su publicación de una imagen generada con IA que mostraba a Kamala Harris vestida con un uniforme comunista. En la UE, la ley obliga a las plataformas a señalar como contenidos artificiales todos aquellos generados con IA, pero el comentario de Musk no advertía de ello.
Musk se ha convertido, de hecho, en un foco de difusión de desinformación. A menudo difunde teorías pseudocientíficas racistas o machistas, como cuando recientemente calificó de “interesante” el comentario anónimo de un usuario de 4chan que defendía que solo “los hombres alfa de alta testosterona” y las personas “neurodivergentes” tienen la capacidad de “pensar libremente”.
“No podemos enmarcar todo esto en la teoría clásica de influencia en la opinión pública, esto es un pantalla totalmente nueva. Una en la que las plataformas ejercen un nivel de poder parecido al de los gobiernos, pero siendo entes a los que nadie ha elegido”, dice Carmela Ríos, periodista especializada en Twitter y profesora en varias universidades.
“El problema que tienen ahora mismo las democracias es bestial. ¿Cómo paras todo esto? Las soluciones antiguas ya no valen, estamos en una nueva pantalla”, continúa en conversación con este medio: “Cabe preguntarse si la desinformación al final acabará rediseñando el contorno del orden mundial”.
X es X y los negocios son los negocios
Pese a que la personalidad de Musk trasciende a todas sus empresas, el magnate utiliza diferentes manuales para cada una. Solo con X parece estar dispuesto a sacrificar el rendimiento económico en favor de su agenda política.
Este hecho ha quedado patente con el proceso que ha llevado al cierre de X en Brasil. Musk se ha negado a colaborar con la justicia del país y bloquear una serie de cuentas de la red social a las que el juez del Tribunal Supremo brasileño Alexandre de Moraes, símbolo de la defensa de la democracia, acusa de difundir desinformación, a pesar de que en India ha aceptado peticiones idénticas. Su rechazo ha provocado la suspensión del servicio de la plataforma en Brasil, uno de sus mayores mercados en todo mundo. El empresario considera injustas ambas decisiones.
Sin embargo, cuando esa orden para bloquear X ha llegado a Starlink, la empresa de internet por satélite de Musk, esta la ha acatado sin rechistar. Incluso a pesar de que el juez brasileño la involucró directamente en el proceso contra X al congelar todos sus activos financieros. “Esta orden se basa en una determinación infundada de que Starlink debería ser responsable de las multas impuestas, de manera inconstitucional, contra X. Se emitió en secreto y sin otorgarle a Starlink ninguno de los debidos procesos legales”, se quejó la empresa.
“Independientemente del tratamiento ilegal de Starlink en la congelación de nuestros activos, vamos a cumplir con la orden de bloquear el acceso a X en Brasil”, confirmaba la compañía, demostrando que Musk es X y los negocios son los negocios. El magnate está dispuesto a sacrificar la red social en beneficio político, pero no todo su imperio comercial.
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