Desde la perspectiva iraní, la acción contra Yeish al-Adl se enmarca en la necesidad de asegurar su frontera con Pakistán y eliminar a un grupo que ha perpetrado repetidos ataques contra miembros de las fuerzas de seguridad, personal judicial e integrantes del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán.
El grupo, creado en 2012 después de la desmantelación de otro grupo terrorista llamado Yundolá, se atribuyó la responsabilidad de un ataque a una comisaría en la provincia fronteriza con Pakistán en diciembre de 2023, que resultó en el martirio de 11 agentes de policía. Por otro lado, según fuentes de inteligencia iraníes, el grupo recibe respaldo financiero y militar por parte del régimen israelí.
Debido a los ataques en ambos lados de la frontera, ha habido especulaciones que apuntan a la falta de coordinación entre ambos países. De manera similar, estos ataques han sido utilizados para acusar a la República Islámica de cometer un error en términos geopolíticos. Desde la perspectiva de Irán, por otro lado, se entiende que la operación contra Yeish al-Adl fue una respuesta razonable en términos geopolíticos debido a la necesidad apremiante de asegurar su frontera con Pakistán y, en particular, de desmantelar al grupo takfirí. El takfirismo es el nombre dado dentro de la tradición política islámica a aquellos grupos que, basados en su visión exclusivista y rigorista, excomulgan a otros musulmanes, considerándolos apóstatas, y justifican la violencia contra ellos.
En relación con la racionalidad de la República Islámica, es importante recordar que, como señaló la agencia estatal de noticias IRNA, en los días anteriores al incidente, el embajador de facto de Irán en Afganistán, Hasan Kazemi Qomi, visitó Islamabad para encontrarse con líderes políticos pakistaníes. Esto ha sido interpretado como una posible oportunidad para coordinarse.
Tampoco se puede pasar por alto la aparición de voces en Pakistán que acusan a Irán de “mantener una actitud expansionista” y de oponer “la estabilidad pakistaní frente al aventurismo iraní”. Este tipo de afirmaciones forman parte de un entramado discursivo que revela una visión colonial arraigada en la élite occidentalizada de Pakistán. Esta élite considera que cualquier intento de promover la islamización, entendida en términos de defensa de la independencia y autonomía, de la sociedad y el país, va en contra de sus intereses personales y políticos. El entendimiento con Irán supone un desafío discursivo a la élite secularizada pakistaní.
Otra de las reacciones notables del lado pakistaní ha sido la movilización discursiva del reduccionismo esencialista que opone a suníes contra chiíes, como se ha podido observar en la plataforma X (anteriormente Twitter).
Esta simplificación excesiva es responsable, por ejemplo, de explicar el conflicto entre Irán e Irak en los años 80 del siglo pasado mediante una visión esencialista que interpreta la invasión de Irán por parte de Sadam Husein como un episodio más de las batallas que enfrentaban a árabes y persas desde hace, por lo menos, mil años.
Es decir, esas supuestas explicaciones esencialistas lo único que hacen es intentar crear una división interna dentro de la gramática del Islam, buscando hacer imposible la construcción de una identidad musulmana sin fisuras de tipo sectario.
Es más, para la República Islámica, una de sus características básicas heredadas de la visión política de su fundador, el Imam Jomeini, es lo que los expertos islámicos llaman “visión post-mazhabi” –mazhab o madhhab significa escuela jurídica en árabe–. En otras palabras, a pesar de que el propio Jomeini se considerara miembro de la escuela yafarí, la principal escuela jurídica del chiismo, su práctica política es considerada como un intento por acercar sunismo y chiismo.
Esta búsqueda de la unidad islámica, con el objetivo final de articular una identidad política autónoma, se pone en riesgo cada vez que se moviliza el discurso esencialista de chiismo contra sunismo.
Este discurso, además, no tiene en cuenta las dimensiones políticas. Es decir, la guerra entre Irán e Irak tiene una explicación política: la invasión por parte de Sadam Husein de territorio iraní justo después de la Revolución Islámica, con la esperanza de que el nuevo gobierno no estuviera lo suficientemente consolidado ni preparado para hacer frente a la invasión.
Las voces que movilizan ese discurso esencialista, hablando de que Irán y Pakistán están condenados al enfrentamiento debido a su configuración sectaria, buscan crear ese escenario de división. Frente a ese reduccionismo simplista, es necesario volver a destacar la idea del Islam como discurso, con origen divino, que sirve para expresar los acuerdos y desacuerdos de toda la comunidad. Una comunidad que engloba políticamente a todos los musulmanes
Irán y Pakistán comparten más de 900 km de frontera, y desde la necesidad geopolítica se hace imperativo que ambos mantengan una colaboración y coordinación. Cualquier otro tipo de relación entre ambos no beneficia en nada a la región, sino que añade más inestabilidad a la misma.
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