Por: Francisco Ortín Córdoba
Podría comenzar este artículo explorando la disfunción de nuestro sistema económico, señalando la necesidad de una transición sostenible, de llevar a cabo una reforma o de ser repensado. Sin embargo, dada la abundancia de informes científicos, libros divulgativos y artículos que ya mencionan estos términos, es probable que los lectores ya tengan una idea al respecto. Prefiero centrar este artículo en explorar como será el desarrollo de dicha revolución -un tema también manido pero aún bastante incierto-.
Con esta perspectiva, utilizando como inspiración la teoría de las olas de sostenibilidad, podemos dividir el siglo XXI en cuatro grandes etapas, cada una con sus características particulares en cuanto a la integración de la sostenibilidad por parte de nuestras instituciones, organizaciones y ciudadanos.
Tratando de dejar de lado la mera especulación futurista, este análisis se fundamenta en la construcción de un escenario simplista que recoge cómo los diversos objetivos regulatorios, eventos climáticos y disrupciones sociales podrían desencadenar cambios de paradigma, influyendo en nuestra forma de vivir y tomar decisiones.
Punto de partida: Ciclos de Innovación y Olas del Siglo XX
Para comprender las dinámicas del futuro, es crucial echar un vistazo al pasado. Schumpeter, con su teoría de destrucción creativa, sostiene que hay ciclos de actividad económica vinculados al surgimiento de diversas innovaciones. Basándose en esta premisa, Neufeld divide el periodo 1785-2020 en seis olas, desde la invención de la máquina de vapor hasta la llegada de la inteligencia artificial.
En el campo de la sostenibilidad, John Elkington identifica tres grandes “olas”: la primera durante la Guerra Fría, con el movimiento hippie y el Mayo del 68 francés; la segunda con la extensión de las economías de mercado; y la tercera a partir del nuevo siglo, caracterizada por movimientos antiglobalización y cumbres internacionales centradas en el medio ambiente.
La conclusión de estos análisis históricos es que agrupar momentos con características similares facilita el análisis y contribuye a esbozar el futuro, y pone el punto de partida de este análisis en la tercera ola de Elkington.
Rumbo a 2.100: cuatro olas de sostenibilidad
El año 2015 se erige como un hito en la historia de la sostenibilidad, marcado por la COP 21 y la firma del Acuerdo de París, así como el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Antes de este momento, la sostenibilidad era un tema relevante -especialmente para la comunidad científica-, pero, en general, abordado desde una perspectiva vocacional o filantrópica. Sin desprestigiar todos los hechos influyentes que ocurrieron antes de esta fecha, las acciones por responder a problemas relacionados con la sostenibilidad eran más altruistas -por ejemplo, cortar los anillos de plástico de las latas de refresco para proteger a los delfines- que sistémicas -como repensar nuestros sistemas alimentarios y el ciclo de vida en nuestro modelo productivo-.
Las decisiones sostenibles, en este periodo que podemos considerar como la “Ola 0”, pues se puede considerar una extensión de la última etapa del siglo XX, se basaban en la filantropía y la vocación de cambiar el mundo, sin esperar beneficios tangibles para las administraciones o las organizaciones a corto plazo más allá de una mejora de la imagen corporativa.
Sin embargo, desde 2015, la sostenibilidad ha adquirido un nivel de relevancia superior. Esta “Ola 1” está caracterizada por los compromisos y la planificación hacia una economía diferente. Es evidente que la sostenibilidad debe integrarse en la toma de decisiones y, para ello, se están comenzando a mover las piezas para que sea integrada de manera sistémica en nuestros procesos.
Desde 2015 la sostenibilidad ha adquirido un nivel de relevancia superior. Esta primera ola está caracterizada por los compromisos y la planificación hacia una economía diferente.
Sin embargo, nadie espera un mundo de emisiones netas en un horizonte cercano y, entre otros aspectos, aún se necesita más cooperación global, herramientas para decisiones informadas y alternativas sostenibles en los mercados. Además, por ahora, hay una visión de túnel hacia la neutralidad de carbono y el resto de temas, especialmente más allá del ámbito ambiental, todavía no han adquirido tanta relevancia.
Para las corporaciones, si bien invertir en sostenibilidad puede dar seguridad a determinados modelos de negocio o suponer “quick wins”, en la mayoría de los casos el retorno esperado únicamente será positivo a largo plazo. Por parte de los ciudadanos, aunque algunas prácticas sostenibles pueden suponer ahorros, en general, tener comportamientos responsables sigue siendo más caro -por ejemplo, consumir pruductos bio– o supone pérdidas de bienestar -como sustituir el vehículo propio por transporte publico en ciudades aun no preparadas-, por lo que ser sostenible sigue siendo más costoso. A pesar de ello, ya sea por su compromiso o visión estratégica, algunos actores han comenzado a comprometerse a adoptar comportamientos sostenibles, incluso aunque tengan que pagar una prima o esperar al largo plazo para hacer tangibles sus retornos.
¿Cuándo pasaremos de hablar de objetivos a presenciar la revolución en marcha? Podemos marcar este punto crítico cuando las emisiones globales de gases de efecto invernadero dejen de aumentar en un año “normal”, -sin pandemias, guerras u otros sucesos extraordinarios-, y comience su vertiginoso descenso hacia la neutralidad.Según el IPCC, esto debería suceder antes de 2030, pero tal vez no se consiga hasta bien entrada la próxima década. Si continuamos al ritmo actual, es probable que esta fase llegue algo tarde y que los primeros efectos físicos de la crisis ambiental sean aún más palpables.
Lo que nos esperará tras la planificación de un nuevo sistema durante la ola 1 será la “Ola 2”, es decir, la implementación de las nuevas reglas del juego. En esta fase deberíamos ver un ajuste en los procesos de toma de decisiones y una transformación del sistema productivo. En el ámbito empresarial, podríamos presenciar el nacimiento de nuevos mercados y la desaparición de otros, impulsados por inversiones públicas y nuevas regulaciones. Gracias a esta “distorsión planificada”, las empresas podrían alejarse naturalmente de inversiones deficitarias no respaldadas por el nuevo marco, volcándose hacia negocios sostenibles o de transición en busca de beneficios. En este contexto, la inversión en sostenibilidad podría superar el break-even a corto plazo, ya que los nuevos mecanismos del mercado podrían bonificar lo sostenible y penalizar lo insostenible.
En la segunda ola deberíamos ver un ajuste en los procesos de toma de decisiones y una transformación del sistema productivo.
En cuanto a los ciudadanos, esta tendencia podría reflejarse en una variación de sus comportamientos económicos. Si los mercados son eficaces a la hora de trasladar los criterios ESG a aspectos como el precio, las opciones más sostenibles serán también las más económicas, por lo que, en contraposición a la situación actual, no ser sostenible saldrá caro.
Si todas estas fases se desarrollan de manera satisfactoria, alcanzaremos la neutralidad en emisiones. Con suerte, la transición no solo habrá sido en términos de emisiones de gases de efecto invernadero, sino que otros compromisos ambientales y sociales habrán sido cumplidos. No obstante, es poco probable que lleguemos a un momento de perfección y satisfacción con la situación actual, por lo que podemos esperar otras transiciones. En cualquier caso, la “Ola 3”, debería apuntar hacia una visión de estabilización y equilibrio en lo concerniente a los retos actuales. Establecer una fecha exacta para esta fase resulta complicado, pero los compromisos de neutralidad de la Unión Europea y Estados Unidos -2050-, China -2060- y la India -hacia 2070- pueden servirnos de guía.
La cara B de la “Ola 3” implica que la planificación en la “Ola 1” no haya sido la adecuada, o que la transición de la “Ola 2” no sea lo suficientemente rápida y efectiva, dejándonos una situación de desequilibrio. Este escenario podría conllevar una gran serie de riesgos, como la pérdida de esperanza y cooperación y la desestabilización del sistema económico actual. En este caso, podríamos vivir una transición “forzosa” y malthusiana del sistema actual.
La cara B de la tercera ola implica que la planificación de la primera no haya sido la adecuada, o que la transición de la segunda no sea lo suficientemente rápida y efectiva, dejándonos una situación de desequilibrio.
Incertidumbres y escenarios
Como se puede observar, en contraposición a los ciclos de innovación, las olas proyectadas son cada vez más largas. Y tiene sentido, pues los retos a resolver son cada vez de mayor envergadura -anunciar la necesidad de una transición, planificarla, llevarla a cabo y llegar a un punto de equilibrio en el largo plazo-.
Sin embargo, su velocidad podría variar según diversos factores. Por ejemplo, si desarrollamos tecnologías efectivas y rentables, la fase de transición podría concluir con mayor rapidez y el equilibrio podría alcanzarse con mayor facilidad. Por el contrario, la falta de cooperación internacional o no conseguir movilizar los recursos necesarios podría retrasar el proceso.
Sin embargo, recuerden que cualquier ejercicio prospectivo es de naturaleza especulativa y debe tratarse con cautela. Este análisis únicamente pretende ofrecer una visión tan racional como la navaja de Ockham sobre lo que podemos anticipar en los próximos años en el ámbito de la sostenibilidad con la información de la que disponemos en la actualidad.
Francisco Ortín Córdoba. Economistas sin Fronteras
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
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