Por: Luis Gonzalo Segura
Desde que llegara a la presidencia, Donald Trump ha convertido el mundo en un gran campo de batalla donde quien se resiste recibe la metralla de sus malos modales, el bombardeo de sus amenazas y el desembarco de sus lacerantes, delirantes e irresponsables tuits. Hoy todavía humean los gobiernos de España, Francia, Alemania, Reino Unido, México o Guatemala, así como curtidos gestores de la OTAN o la ONU, escenarios que fueron arrasados por sus voces y malas formas, como si de un regimiento de caballería se tratara. Todos ellos cayeron a sus pies. Se rindieron antes que presentar batalla.
Sin embargo, China resiste. Pero la incertidumbre sobre la posibilidad de un conflicto comercial abierto no solo preocupa a norteamericanos y chinos, sino también a los mercados y a gran parte de la ciudadanía. Las regiones y los países calculan de forma frenética y acalorada cuáles pueden ser los daños colaterales de un mundo en guerra comercial, y Latinoamérica no es una excepción.
Imagen ilustrativa. / Agustin Marcarian / Reuters
Consecuencias de la guerra comercial
De forma general, los analistas coinciden en que las consecuencias pueden ser muy negativas para América Latina, aunque el efecto final no será el mismo en todos los países y variará en función de tres canales: directo (comercio internacional), indirecto (países integrados en la producción) y no comercial (confianza de las familias y empresas por la incertidumbre).
Con el escenario actual, EE.UU. lastraría su crecimiento unas dos décimas; China, unas siete; y el mundo, unas dos décimas. Daños que podrían ser paliados en el caso de las dos grandes potencias mundiales, gracias a políticas fiscales y monetarias, algo que Latinoamérica también podría conseguir.
Pero si finalmente se implementaran los aranceles del 25% entre ambos contendientes, ello supondría una merma del PIB que difícilmente podría ser compensado con políticas fiscales y monetarias, y que sería muy variable, según los organismos internacionales consultados.
Según el FMI, la OCDE y el BCE, el PIB de EE.UU. se vería afectado, respectivamente, en 0,6%, 1,5% y 2,2%; el de China mermaría entre 1% y 1,5%, de acuerdo a la previsión de los dos primeros organismos, y ganaría algunas décimas para el BCE. Ello se debe a que el FMI y la OCDE consideran que China sería la más afectada en caso de conflicto, mientras que el BCE opina justamente lo contrario, que el mayor daño lo sufriría EE.UU., dado que el gigante asiático y Europa podrían incluso ganar unas décimas en caso de conflicto.
En términos latinoamericanos, las consecuencias no serían iguales en todos los países, siendo más afectados los más vulnerables y expuestos comercialmente a China y Estados Unidos aunque, como vemos, las predicciones son tan variables que resulta complejo vaticinar el resultado final.
Más allá de la complejidad y variedad de los pronósticos, en el caso de Latinoamérica habría que diferenciar a México —cuyo socio comercial preferente es Estados Unidos— de América del Sur, que tiene como aliado principal a China.
México, de la esperanza a la incertidumbre
El país mesoamericano debería haber sido uno de los más beneficiados del conflicto comercial —gracias, sobre todo, al TLC entre Canadá, México y EE.UU.— y parecía que así sería. De hecho, mientras las importaciones en Estados Unidos de procedencia china descendían durante 2019, las de origen mexicano aumentaban. En el primer trimestre de este año, las importaciones chinas en EE.UU. se redujeron del 21% al 17,7%, mientras que las mexicanas aumentaron del 13,5% al 14,5%.
Pero ese aumento comercial, que parecía que beneficiaría extraordinariamente a la economía de México, máxime cuando Donald Trump retiró los aranceles impuestos sobre acero y aluminio mexicano y canadiense, a cambio de la retirada de los impuestos a los productos agrícolas norteamericanos, finalmente no será tan beneficioso como podría haber sido.
Y es que el aumento comercial tenía una segunda consecuencia: la apertura de fábricas y el aumento de inversiones en México. En pleno conflicto, México se convirtió en un destino atractivo para las inversiones de cualquier empresa que produjera en China y pretendiera acceso al mercado norteamericano.
Ese fue uno de los motivos de la amenaza de guerra arancelaria que mantuvo Estados Unidos con México, creando una crisis migratoria inexistente, si tenemos en cuenta los datos de las últimas tres décadas. Donald Trump no solo quería cargar sobre México la responsabilidad migratoria, sino que también pretendía añadir algo de incertidumbrepara detener el ritmo del flujo inversor con destino a México. Y lo hizo. Envió al mundo la señal de que podría romper el Tratado de Libre Comercio cuando quisiera y de forma casi instantánea, sin margen de tiempo, lo que podría hundir cualquier inversión realizada en el país mesoamericano.
América del Sur: bajada de precios de materias primas y debilidad monetaria
Entre el 3 al 24 de mayo, las monedas latinoamericanas perdieron valor respecto al dólar —3,6% el peso colombiano; 2% el real brasileño; 2,4% el peso chileno; y 1,4% el sol peruano—, una señal clara de lo que acontecería en caso de guerra comercial, ya que en escenarios de crisis, el capital, temeroso y cauto, probablemente abandonará los mercados latinoamericanos para refugiarse en el dólar.
Una segunda consecuencia que afectará de forma general a la región será el descenso del precio de las materias primas. Toda vez que Latinoamérica se benefició del crecimiento chino con una expansión económica regional moderada y sostenida en las últimas dos décadas, gracias a la venta de materias primas a buen precio, el conflicto comercial puede provocar la desaceleración de la demanda y, por tanto, una caída de las cotizaciones. Ello de forma general porque, como veremos, hay excepciones, como es el caso de la soja y el oro. Y son precisamente estas excepciones las que harán compensar en cada país (o no) la caída general y la posible ralentización de la economía latinoamericana.
Un ejemplo claro sería Perú, país que basa 60% de sus exportaciones en minerales, especialmente oro y cobre, por lo que, en parte, pudo ver compensado el daño sufrido, ya que si bien el cobre cayó 4,2% solo en tres semanas del mes de mayo, el oro siempre es un refugio cotizado en caso de crisis.
El oro compensó la caída de la cotización del cobre —junto al descenso del precio del petróleo—, algo similar a lo que ocurrió en el sector agrícola, donde el aumento del precio de importaciones como maíz (9%) y trigo (12%) fue paliado, en parte, con la exportación de soya o soja. Sin oro ni soja, los daños habrían sido mayores.
De hecho, la soja puede ser la tabla de salvación de América Latina, pero también la condena de las próximas generaciones, ya que puede poner en peligro a toda la Amazonía. Dado que EE.UU. exportaba a China 37,6 millones de toneladas de esta leguminosa, el gigante asiático disminuyó rápidamente las importaciones norteamericanas y aumentó las compras en América del Sur. Los expertos calculan que para compensar este descenso de importaciones de soja (las exportaciones norteamericanas a China de soja cayeron un 50%), Brasil debería aumentar en 39% su producción, lo que sería devastador en la Amazonía, pues supondría la pérdida de 13 millones de hectáreas de bosque. Una superficie equivalente a Grecia.
Un caso peculiar es el de Argentina, un país que mantiene una relación comercial muy similar con China y con Estados Unidos, y cuyas inversiones de ambos también son parecidas: aunque las norteamericanas son mayores, las asiáticas crecen a mayor velocidad. Bueneos Aires puede compensar el descenso de las compras norteamericanas con un aumento de las ventas a China, equilibrando lo que Pekín haya dejado de comprar a Washington. Y, de nuevo, aparece la soja en el horizonte, así como la carne de cerdo. Incluso, piensan en Argentina que deben estar atentos por si pueden llegar a conseguir algún beneficio en la guerra comercial que les ayude a superar la recesión y la tutela del FMI.
Seguramente no habrá guerra… porque pudiera haber terminado
La mayoría de analistas creen que, finalmente, no se llegará a la guerra comercial total entre China y Estados Unidos porque los norteamericanos torcerán en el último momento la voluntad de los asiáticos, debido a que su economía es la menos integrada en la economía mundial y, por tanto, la que menos sufriría los efectos de un conflicto comercial, pero también los hay que piensan que la guerra ya ha terminado y que, en efecto, la ha ganado China.
En un análisis, Darío García, analista de XTB (con 14 años de experiencia y oficinas en 10 países), afirma que EE.UU. ha perdido la guerra comercial con China porque la confrontación arancelaria no ha podido detener el desarrollo independiente de Pekín, que cada vez es más rápido, y porque los aranceles están teniendo efectos negativos en las empresas norteamericanas, motivo este último que llevó a Donald Trump a detener el veto sobre Huawei, pues empresas como Google, QualComm, Intel o Micro perdían un cliente muy importante. Además, esgrime este analista que la agrupación BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) supone una ventaja estratégica en el conflicto y que el único motivo por el que el presidente estadounidense no admite su derrota es porque ello enterraría sus opciones electorales.
Resulta difícil prever el futuro, pero parece innegable que Latinoamérica, en caso de conflicto, lejos de posicionarse con EE.UU., está deseosa a aumentar sus relaciones comerciales con China, sobre todo de soja, para compensar las pérdidas de compras norteamericanas que el conflicto le pudiera ocasionar.
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