Por: Agustín Sanella
En tiempos de grandes movilizaciones y pocas revoluciones, la pregunta sobre qué políticas permitirán orientar las luchas sociales en una dirección socialista está a la orden del día. Desentrañar ese interrogante es un asunto tanto teórico como político.
Matías Maiello combina problemáticas diversas para dar una discusión de política socialista contemporánea. El título introduce la cuestión con una referencia a la obra magna de Charles Tilly (From Mobilization to Revolution, 1978, libro no traducido al castellano) aunque esta problemática se interrumpe en la introducción. El objeto central pasará por la aplicación del método del programa transicional para la crítica de las teorías que sostienen otras izquierdas intelectuales (Laclau, la revista Jacobin, los autonomistas inspirados en Negri). La descripción de los ciclos de lucha de clases actuales (desde 2008) puede destacarse como contribución. Pero este diagnóstico sirve para introducir la pregunta sobre las políticas que permitan orientar las luchas sociales en una dirección socialista. El argumento del libro, entonces, es que el método del programa transicional —del Programa de Transición, escrito fundamentalmente por León Trotsky en 1938— permitirá orientar la movilización hacia canales no institucionales, en un sentido revolucionario.
A pesar de esta defensa, el autor aclara que hace un uso «profano» del programa (pp. 103-104). Esta aclaración se hace en el contexto de la crítica de otras interpretaciones del mismo programa en el seno de la tradición del movimiento trotskista (Moreno, Mandel o sus críticos, como Astarita). Maiello se pregunta acerca de cómo impulsar la política socialista (transicional) en situaciones no revolucionarias, o «normales». Pero nos parece que esta pregunta implica una lectura distinta del programa transicional. Recordemos que el programa fue escrito en una situación mundial determinada en una época de «guerras, crisis y revoluciones», en donde la situación revolucionaria es inmediata o potencial. Toda la lógica del programa está inscripta en este cuadro. Extender el mismo fuera de esta situación abstrae uno de sus determinantes esenciales. Maiello sostiene que las demandas transicionales, clave del programa, pueden activarse sea como «agitación» sea como «propaganda», en situaciones políticas «normales». En la tradición leninista, propaganda refiere a la difusión de las ideas teóricas o a la formación de la conciencia mediante los conocimientos científicos marxistas.
Pero el programa de 1938 esta pensado para la agitación. De hecho, por otro lado, Maiello subraya que el programa debe relacionarse con los actos prácticos (p. 200). Empero, usar el programa como propaganda puede hacer caer a los partidos que lo reivindican en consignismo. Esto es llevar como propuestas prácticas consignas que no tienen realidad en la situación política. Es lo que de hecho ha caracterizado al movimiento trotskista y ha sido fuente de sectarismo. Las luchas fraccionales se han centrado en el uso «correcto» de consignas para situaciones por fuera de la posibilidad práctica (por ejemplo en las discusiones de las fracciones internacionales sobre las políticas en otros países con poca o nula inserción).
El ensayo de Maiello es un resultado específico de la defensa de una tradición basada en una erudita investigación original. El aspecto de la defensa de la tradición, sin embargo, puede limitar la investigación. En la historia del movimiento revolucionario este problema aparece en tradiciones distintas. Por ejemplo, John Kelly, en Trade Unions and Socialist Politics (Verso, 1988) pone en Rosa Luxemburgo lo esencial de este tipo de movilización, y no en Trotsky. Kelly se pregunta por el modo en que distintos marxistas clásicos explican la formación de la conciencia socialista en las clases obreras y encuentra que Luxemburgo ofrece un tratado sistemático mayor. Cuando trata el método de las demandas transicionales en Trotsky, sostiene que su mismo autor no lo desarrolla suficientemente y que este tipo de política se halla subordinado al catastrofismo (op. cit., pp. 46-47).
Las guerrillas latinoamericanas también han puesto el centro en la acción armada de las vanguardias como modo de crear las condiciones subjetivas revolucionarias. El ensayo de Maiello trata esta tradición pero entiendo que esta parte es revisable. Se asume que las guerrillas son «partidos-ejércitos» que se establecen por fuera de las luchas de masas, y que incluso vienen a reemplazar o desviar la lucha revolucionaria. Esto nos vuelve al hecho de que las revoluciones post-1938 siguieron una dinámica imprevista por esta tendencia programática. Cancelar la discusión con los ejemplos de los fracasos del PRT-ERP en Argentina o la reducción a estalinismo hace más a la defensa de la tradición que a la investigación estratégica.
En efecto, creemos que las modalidades de las situaciones revolucionarias y las dinámicas de la movilización no siguen ni se capturan con los patrones del programa de 1938 escrito por la tendencia de Trotsky. Diversas tendencias se han planteado teórica y prácticamente las mismas preguntas sobre la movilización revolucionaria, e incluso algunas de ellas han sido exitosas en ciertos períodos o por lo menos más exitosas que las prescritas en la codificación del último Trotsky. Nos parece que el mismo Trotsky empieza a crear un obstáculo epistemológico en su lectura de la guerra civil española, al reclamar el doble poder en «soviets», sin atender a las formas de la lucha por el poder en la guerra civil. La Cuarta Internacional, al hacer de este obstáculo una tradición, creó un sectarismo que lo marginó del proceso mundial.
Maiello muestra una disfrutable erudición intelectual por el manejo de casos históricos y por el tratamiento de la obra de Laclau y Mouffe, la teoría de la guerra y de otras tradiciones en el mismo trotskismo (Bensaid en particular, con el concepto de la discordancia de los tiempos). En este sentido, el libro es sumamente informativo, pero sobre todo reflexivo, contemporáneo. El escrito, por tanto, excede la defensa de una política, aunque se enmarque en ella, para elevarse a discusiones en el marco de la teoría social contemporánea. Toda discusión política, en este contexto, permite avanzar sobre las posiciones mismas, en vez de expresar lo mismo una y otra vez.
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