Con una “sensación de indeterminación social, de navegar entre castas, clases y territorios y nunca pertenecer del todo a ninguno”, el hogar de los Gramsci, constituido por madre, padre –caído en desgracia– y siete hijos, fue uno de clase media (baja) e inestable. Y, pese a todo, con cultura, destacándose la madre, Peppina Marcias: “En un pueblo donde se estimaba que solo unos 200 de sus más de 2200 habitantes sabían leer y escribir, esta habilidad era incluso más inaudita por tratarse de una mujer. Peppina leía con voracidad los clásicos italianos y podía recitar de memoria pasajes enteros de Dante y del picante Boccaccio. Antonio aprendió mucho sobre geografía en su infancia estudiando mapas y atlas bajo la tutela de su madre”. “Peppina les enseñó a leer a todos sus hijos desde muy pequeños”, señala Pearmain. En cuanto a Antonio: “Nino pudo asistir a la escuela primaria en Ghilarza desde sus 7 años y medio. Era el más brillante y el más estudioso de los Gramsci y le iba muy bien en la escuela, pese a haber comenzado un año más tarde”. La joroba de “Nino”, en un ambiente social conformista y uniforme, campesino, “premoderno” y sin instrucción, favorecieron o llevaron a que tuviera hábitos y tendencias hacia la reflexión, la introspección y la soledad. Interesado por las matemáticas y las ciencias, también supo de la vida de sectores obreros, como el minero, víctima de un capitalismo despiadadamente explotador y extractivo, que imponía condiciones laborales tan miserables como las de las colonias francesas y belgas en África.

Madurando políticamente, el joven Gramsci pasará del regionalismo reivindicativo sardo al nacionalismo revolucionario y luego al internacionalismo activo. En 1910 publica su primer artículo, en 1911 termina el colegio secundario, consigue una beca para proseguir los estudios y pocos años después llega a Turín, la metrópolis industrial con gigantes automotrices como Fiat, Spa y Lancia, además de decenas de compañías y talleres proveedores. A la par que también “madura” la situación internacional, con la inminente guerra, Gramsci se adentra en la militancia, manteniendo sus intereses por la literatura y la poesía, el teatro y el cine. Sólo para el periódico Avanti!, señala Pearmain, Gramsci escribió más de doscientas columnas sobre teatro, entre 1916 y 1920.

La crisis económica y la Revolución rusa llevaron a “bienio rojo” italiano de 1919-20, con Gramsci como “secretario editorial” de una nueva publicación, devenida mítica: L’Ordine Nuovo. Su primer número se publicó en mayo de 1919, con su famosa consigna en primera plana: “Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Sacúdanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza”.

De comenzar con 300 suscriptores y 3000 lectores, aumentó en poco tiempo a más de 1000 suscriptores, imprimiéndose unos 5000 ejemplares, distribuidos principalmente en Turín y el Piamonte. Allí, el Gramsci ordinovista cruzaba experiencias, y entendía que los soviets rusos que tomaron y ejercieron el poder durante la revolución tenían sus equivalentes en los consejos y comités de fábricas y empresas, las bases de “un nuevo Estado típicamente proletario, en el cual confluyan las experiencias institucionales de la clase oprimida”, tal como escribió junto a Palmiro Togliatti en el artículo “Democrazia operaia”. Además de esto, Gramsci también publicaba y difundía textos sobre cultura de Anatoli Lunacharksy, Max Eastman, Marcel Martinet, Máximo Gorki y otros.

Pero como indica la dinámica histórica, a toda revolución (o esbozo de la misma) le sigue su contrarrevolución: junto a las crisis del capitalismo surge el fascismo como reaccionaria respuesta a la lucha de clases y al avance de la izquierda en materia sindical, política y electoral. Ya desde 1922, con la Marcha sobre Roma, y en competencia contra el socialismo, el comunismo y demás grupos y corrientes, Mussolini, otrora pluma socialista del Avanti!, copa el poder y avanza en censurar y anular derechos democráticos, al igual que las organizaciones sindicales y políticas, rumbo al Estado fascista, mientras el diputado Gramsci -quien según Pearmain siempre estuvo en puestos políticos menores o secundarios dentro del aparato partidario- viaja a Rusia con Amadeo Bordiga, líder del grupo italiano, y otros, haciendo su experiencia con el primer Estado obrero de la historia, y organizándose en la Comintern o III Internacional. Allí Gramsci conocerá entre otros a Victor Serge, con quien cultivará cierta amistad y de quien escuchará las primeras críticas al rumbo burocrático que adoptaba una Rusia plagada de contradicciones y peligros, en lo que se atisba la feroz lucha entre trotskismo y estalinismo.

La “fascistización de Italia”, según el Duce, acompaña al “estado de guerra permanente” de la nación, y como primer ministro anuncia, el 3 de enero de 1925, que ya no responderá como primer ministro ante el parlamento. De ahí en más, la vida de Antonio Gramsci dará un vuelco: apresado en 1926, seguirá encerrado prácticamente hasta el día de su muerte. Fueron once años de padecimientos de mala salud, avatares familiares, marginalidad política e intentos de pensar y teorizar la derrota de la revolución, además de la historia de Italia: de allí surgirían los cuadernos –escritos en un lenguaje críptico, obligado por los controles y censuras imperantes en la cárcel– que le darán fama póstuma.

“Gramsci continuó estudiando de manera intensiva y durante largas horas durante 1931 y 1932. Consultaba y ordenaba la amplia variedad de libros y periódicos que le enviaban Tania y su hermano Carlo o recibía directamente de la librería de Milán donde Piero Sraffa había abierto una cuenta a su nombre. Eran –según les decía a los guardias o los otros presos que notaban las pilas de periódicos leídos e hileras de libros subrayados en todos los rincones de su celda– su sangre, su vida misma o, de manera más frívola, su zoológico. Estaba especialmente orgulloso de los libros y las revistas que le había costado leer, como sus atesorados volúmenes de Marx, y que ahora sabía que lo acompañarían durante el resto de su vida. En el transcurso de esos años, para sobrellevar los periodos en que no se sentía capaz de pensamiento original tradujo, del alemán al italiano, una pequeña antología de escritos de Marx. También emprendió un ensayo sumamente original sobre el Canto X del Infierno de Dante”, cuenta Pearmain. Y agrega: “Su estado de ánimo era una mezcla de fatalismo sereno, una paz sarcástica consigo mismo y melancolía acendrada”.

Enfermo, cada vez más complicado, autorizan a Gramsci a dejar la cárcel para convictos enfermos de Turi en 1933. Tras algunos traslados y detenciones, quedará internado en diciembre de ese año en la clínica de Formia. Tiempo después, su sentencia expira, el 21 de abril de 1937, pero no estando en condiciones de abandonar la clínica, permanecerá allí, donde sufre un derrame cerebral ese mismo mes, muriendo la mañana del día 27, a los 46 años.

Hacia el final de su libro, Pearmain menciona la aparición con Einaudi de los Cuadernos de la cárcel (1948-51), hasta su edición crítica y definitiva en 1975; el hecho de que, desde 1972, se publicaron sólo en Italia 20.000 obras de Gramsci o acerca de este; y el reciente florecimiento, con el aval del Instituto Gramsci de Roma, de un nuevo interés investigativo, lo que dio volúmenes nuevos de cartas desde la década de 1990, e incluso un Diccionario gramsciano (2009), con más de 600 entradas redactadas por 60 participantes. Y más: del “eurocomunismo” de los ’70 en Fracia y España, a una supuesta corriente gramsciana en Syriza en el nuevo siglo; del “muy poco interés” por Gramsci en Rusia –salvo por “su valor simbólico como mártir histórico del fascismo”–, a la apertura de espacios en la academia de los Estados Unidos. Pearmain –quien parece desconocer por completo la experiencia histórica argentina de lo que fuera Pasado y Presente– propone, siguiendo a Stuart Hall, ver al Gramsci “crítico de la cultura” y de un “marxismo abierto”, y esperar, entonces, de su legado, “alguna forma de socialdemocracia”. Si a esto se sumaran todas las “especialidades” y “compartimentaciones” que se hicieron y hacen: Gramsci como filólogo, lingüista, sindicalista-obrerista, pedagogo, narrador infantil, politólogo, filósofo, historiador y considerando que fuera no sólo el fundador del Partido Comunista de Italia sino un luchador marxista y antisistema, anticapitalista, parafraseando el título del libro de Portantiero, se podría hablar, realmente, de los usos (y abusos) de Gramsci.