Por: Demian Paredes
A partir de la publicación de Cuadernos de la cárcel, aparecidos casi diez años después de su muerte, Antonio Gramsci se convirtió en un referente teórico y militante. El historiador inglés Andrew Pearmain, que ya había dado a conocer la novela Gramsci in love, abordó su corta y sacrificada vida en Gramsci: Una biografía, que acaba de publicar en Argentina Siglo veintiuno editores
Entre las grandes personalidades políticas e intelectuales del siglo XX se encuentra el italiano Antonio Gramsci (1891-1937). Militante político, periodista y teórico marxista, padeció por más de una década la cárcel del régimen de Mussolini, y, primero, sus cartas desde la cárcel –dirigidas a hijos y familiares especialmente–, y luego sus Cuadernos de la cárcel, lo convertirán en un referente no sólo en su país sino también, y de manera creciente, desde la segunda posguerra, en gran parte del mundo. Sus conceptos clave, provenientes de la historia política y militar, como hegemonía, revolución pasiva y gatopardismo, guerra de maniobra y de posición, intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales, trajinados sin descanso desde entonces hasta la actualidad, son empleados (con tanto tino y creatividad como arbitrariedad y superficialidad) en toda clase de análisis y discusiones, textos políticos y teóricos, periodísticos y académicos. Entre la infinidad de publicaciones al respecto, se destaca Las antinomias de Antonio Gramsci (1977), un aplicado y minucioso ensayo del historiador inglés Perry Anderson, al que luego sumará y ampliará con el más reciente La palabra H: peripecias de la hegemonía, publicado hace un lustro. Y, en nuestro país, además de los primeros ecos sobre Gramsci en la década de 1930 por las campañas antifascistas reclamando la libertad de los presos, impulsadas por Romain Rolland, se encuentra ya a fines de la década de 1940 un artículo de Ernesto Sabato en la revista Realidad saludando la aparición en Italia del epistolario gramsciano (que saldrá pocos meses después publicado y traducido por la editorial local Lautaro, y recibirá el máximo premio literario de Italia al año siguiente); durante los 50 un número de la revista Sur dedicado a las letras italianas, con una selección de esas cartas de Gramsci, y el libro de Rodolfo Mondolfo El materialismo histórico de F. Engels, donde se incluye como apéndice el ensayo “En torno a Gramsci y a la filosofía de la praxis”; hasta la historia del grupo Pasado y Presente, surgido (expulsado) en la década de 1960 del Partido Comunista por obra (no intencional) de Héctor P. Agosti, celebérrimo teórico de la cultura –recuérdense libros notables como El hombre prisionero, Echeverría, El mito liberal, Nación y cultura–, quien al comienzo apadrinó y fomentó el interés por el italiano en los jóvenes José María “Pancho” Aricó y Juan Carlos Portantiero, entre otros, quienes encararán una aventura intelectual que durará tres décadas y abarcará varios países, de Argentina a México, con revistas, cuadernos, libros y traducciones –y alianzas políticas, e incluso polémicas ideológicas, como la que se dio durante la llamada primavera camporista entre “cátedras nacionales” y “cátedras marxistas”–, tal como se reconstruye en el libro de Raúl Burgos Los gramscianos argentinos.
Ahora, Siglo XXI Editores ha publicado del historiador inglés Andrew Pearmain Antonio Gramsci: Una biografía. Aparecida originalmente en 2020, su autor ya había publicado otro libro con el mismo protagonista, aunque bajo la forma de novela: Gramsci in love (2015, sin traducción al castellano), donde explora y recrea los vínculos y relaciones entre el comunista de origen sardo y las tres hermanas Schucht, su esposa, Julia, y sus cuñadas, Evgenia y Tatiana.
Con una “sensación de indeterminación social, de navegar entre castas, clases y territorios y nunca pertenecer del todo a ninguno”, el hogar de los Gramsci, constituido por madre, padre –caído en desgracia– y siete hijos, fue uno de clase media (baja) e inestable. Y, pese a todo, con cultura, destacándose la madre, Peppina Marcias: “En un pueblo donde se estimaba que solo unos 200 de sus más de 2200 habitantes sabían leer y escribir, esta habilidad era incluso más inaudita por tratarse de una mujer. Peppina leía con voracidad los clásicos italianos y podía recitar de memoria pasajes enteros de Dante y del picante Boccaccio. Antonio aprendió mucho sobre geografía en su infancia estudiando mapas y atlas bajo la tutela de su madre”. “Peppina les enseñó a leer a todos sus hijos desde muy pequeños”, señala Pearmain. En cuanto a Antonio: “Nino pudo asistir a la escuela primaria en Ghilarza desde sus 7 años y medio. Era el más brillante y el más estudioso de los Gramsci y le iba muy bien en la escuela, pese a haber comenzado un año más tarde”. La joroba de “Nino”, en un ambiente social conformista y uniforme, campesino, “premoderno” y sin instrucción, favorecieron o llevaron a que tuviera hábitos y tendencias hacia la reflexión, la introspección y la soledad. Interesado por las matemáticas y las ciencias, también supo de la vida de sectores obreros, como el minero, víctima de un capitalismo despiadadamente explotador y extractivo, que imponía condiciones laborales tan miserables como las de las colonias francesas y belgas en África.
La crisis económica y la Revolución rusa llevaron a “bienio rojo” italiano de 1919-20, con Gramsci como “secretario editorial” de una nueva publicación, devenida mítica: L’Ordine Nuovo. Su primer número se publicó en mayo de 1919, con su famosa consigna en primera plana: “Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Sacúdanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza”.
De comenzar con 300 suscriptores y 3000 lectores, aumentó en poco tiempo a más de 1000 suscriptores, imprimiéndose unos 5000 ejemplares, distribuidos principalmente en Turín y el Piamonte. Allí, el Gramsci ordinovista cruzaba experiencias, y entendía que los soviets rusos que tomaron y ejercieron el poder durante la revolución tenían sus equivalentes en los consejos y comités de fábricas y empresas, las bases de “un nuevo Estado típicamente proletario, en el cual confluyan las experiencias institucionales de la clase oprimida”, tal como escribió junto a Palmiro Togliatti en el artículo “Democrazia operaia”. Además de esto, Gramsci también publicaba y difundía textos sobre cultura de Anatoli Lunacharksy, Max Eastman, Marcel Martinet, Máximo Gorki y otros.
Pero como indica la dinámica histórica, a toda revolución (o esbozo de la misma) le sigue su contrarrevolución: junto a las crisis del capitalismo surge el fascismo como reaccionaria respuesta a la lucha de clases y al avance de la izquierda en materia sindical, política y electoral. Ya desde 1922, con la Marcha sobre Roma, y en competencia contra el socialismo, el comunismo y demás grupos y corrientes, Mussolini, otrora pluma socialista del Avanti!, copa el poder y avanza en censurar y anular derechos democráticos, al igual que las organizaciones sindicales y políticas, rumbo al Estado fascista, mientras el diputado Gramsci -quien según Pearmain siempre estuvo en puestos políticos menores o secundarios dentro del aparato partidario- viaja a Rusia con Amadeo Bordiga, líder del grupo italiano, y otros, haciendo su experiencia con el primer Estado obrero de la historia, y organizándose en la Comintern o III Internacional. Allí Gramsci conocerá entre otros a Victor Serge, con quien cultivará cierta amistad y de quien escuchará las primeras críticas al rumbo burocrático que adoptaba una Rusia plagada de contradicciones y peligros, en lo que se atisba la feroz lucha entre trotskismo y estalinismo.
La “fascistización de Italia”, según el Duce, acompaña al “estado de guerra permanente” de la nación, y como primer ministro anuncia, el 3 de enero de 1925, que ya no responderá como primer ministro ante el parlamento. De ahí en más, la vida de Antonio Gramsci dará un vuelco: apresado en 1926, seguirá encerrado prácticamente hasta el día de su muerte. Fueron once años de padecimientos de mala salud, avatares familiares, marginalidad política e intentos de pensar y teorizar la derrota de la revolución, además de la historia de Italia: de allí surgirían los cuadernos –escritos en un lenguaje críptico, obligado por los controles y censuras imperantes en la cárcel– que le darán fama póstuma.
“Gramsci continuó estudiando de manera intensiva y durante largas horas durante 1931 y 1932. Consultaba y ordenaba la amplia variedad de libros y periódicos que le enviaban Tania y su hermano Carlo o recibía directamente de la librería de Milán donde Piero Sraffa había abierto una cuenta a su nombre. Eran –según les decía a los guardias o los otros presos que notaban las pilas de periódicos leídos e hileras de libros subrayados en todos los rincones de su celda– su sangre, su vida misma o, de manera más frívola, su zoológico. Estaba especialmente orgulloso de los libros y las revistas que le había costado leer, como sus atesorados volúmenes de Marx, y que ahora sabía que lo acompañarían durante el resto de su vida. En el transcurso de esos años, para sobrellevar los periodos en que no se sentía capaz de pensamiento original tradujo, del alemán al italiano, una pequeña antología de escritos de Marx. También emprendió un ensayo sumamente original sobre el Canto X del Infierno de Dante”, cuenta Pearmain. Y agrega: “Su estado de ánimo era una mezcla de fatalismo sereno, una paz sarcástica consigo mismo y melancolía acendrada”.
Enfermo, cada vez más complicado, autorizan a Gramsci a dejar la cárcel para convictos enfermos de Turi en 1933. Tras algunos traslados y detenciones, quedará internado en diciembre de ese año en la clínica de Formia. Tiempo después, su sentencia expira, el 21 de abril de 1937, pero no estando en condiciones de abandonar la clínica, permanecerá allí, donde sufre un derrame cerebral ese mismo mes, muriendo la mañana del día 27, a los 46 años.
Hacia el final de su libro, Pearmain menciona la aparición con Einaudi de los Cuadernos de la cárcel (1948-51), hasta su edición crítica y definitiva en 1975; el hecho de que, desde 1972, se publicaron sólo en Italia 20.000 obras de Gramsci o acerca de este; y el reciente florecimiento, con el aval del Instituto Gramsci de Roma, de un nuevo interés investigativo, lo que dio volúmenes nuevos de cartas desde la década de 1990, e incluso un Diccionario gramsciano (2009), con más de 600 entradas redactadas por 60 participantes. Y más: del “eurocomunismo” de los ’70 en Fracia y España, a una supuesta corriente gramsciana en Syriza en el nuevo siglo; del “muy poco interés” por Gramsci en Rusia –salvo por “su valor simbólico como mártir histórico del fascismo”–, a la apertura de espacios en la academia de los Estados Unidos. Pearmain –quien parece desconocer por completo la experiencia histórica argentina de lo que fuera Pasado y Presente– propone, siguiendo a Stuart Hall, ver al Gramsci “crítico de la cultura” y de un “marxismo abierto”, y esperar, entonces, de su legado, “alguna forma de socialdemocracia”. Si a esto se sumaran todas las “especialidades” y “compartimentaciones” que se hicieron y hacen: Gramsci como filólogo, lingüista, sindicalista-obrerista, pedagogo, narrador infantil, politólogo, filósofo, historiador y considerando que fuera no sólo el fundador del Partido Comunista de Italia sino un luchador marxista y antisistema, anticapitalista, parafraseando el título del libro de Portantiero, se podría hablar, realmente, de los usos (y abusos) de Gramsci.
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