Por: Xavier Vall Ontiveros
Después de más de medio año de conflicto abierto, la escalada militarista y la espiral destructiva vinculadas a la guerra de Ucrania parecen no tener fin.
Los odios y aversiones generados en ambos lados y, por supuesto, la misma dinámica perversa implícita en toda guerra, con su tendencia a otorgar más cuotas de poder e influencia a los sectores más interesados en prolongarla (halcones militaristas, sectores ultranacionalistas, industria armamentística…), hacen muy difícil, a medio plazo, una resolución que no implique el más completo aniquilamiento de uno de los contendientes. El gobierno ucraniano, habiendo realizado su apuesta occidentalista, se juega mucho: la misma supervivencia de Ucrania como entidad estatal viable. El gobierno ruso, por su parte, habiendo cruzado el Rubicón de la guerra abierta el pasado mes de febrero, se juega la existencia de Rusia como potencia digna de ser tenida en cuenta en el concierto internacional y, tal vez, caso de sufrir una derrota humillante, la implosión y desintegración.
Los efectos de la propaganda belicista se han extendido a todo el cuerpo social. En este contexto, la izquierda occidental se ha visto atrapada por la lógica binaria de una narrativa que exalta y mistifica los motivos y acciones militares del propio bando (del que Ucrania sería bastión y ariete), asumiendo de forma más o menos velada una cosmovisión postnacionalista y civilizatoria que la aparta totalmente de la crítica de clase a la guerra. La guerra de la burguesía nunca puede ser emancipadora, nunca puede asociarse a la libertad y a la democracia, a no ser que se dé carta de naturaleza a su narrativa mistificadora y nacionalista. Es necesario, más que nunca, analizar y denunciar las dinámicas capitalistas que están en juego, porque la presente guerra no se entiende sin ese análisis.
Propaganda de guerra y guerra de la propaganda
Fuera del campo de batalla y de las tragedias que conlleva una guerra, uno de los hechos destacables de la guerra de Ucrania es cómo desde los medios de comunicación de masas se ha logrado construir y transmitir un relato unidireccional y hegemónico sobre el conflicto que santifica un bando (Ucrania y la gran familia occidental) y demoniza el contrario (Rusia, asociada a todos los males que han azotado la historia del liberalismo civilizatorio occidental). Una narrativa consensual basada en la imagen, la simplificación infantilizada y la emoción ha sido modelada por grandes medios propiedad de grandes corporaciones capitalistas, a quienes interesa objetivamente transmitir una determinada versión de los hechos y que tienen la capacidad de cortar de raíz cualquier línea discrepante o crítica. Sin embargo, este hecho no explica la ceguera con la que se transmiten y tragan informaciones sin contrastar; no explica que la práctica totalidad del espectro ideológico haya asumido ese discurso para no salir de la foto; tampoco explica la idealización que se está haciendo de Ucrania como si fuera el último bastión de la democracia. Ucrania, un régimen oligárquico y corrupto como la Rusia de Putin. Un Estado que lleva más de 8 años de guerra contra una parte de su país y que ha vulnerado sistemáticamente los acuerdos de Minsk de 2015 (en su momento patrocinados por Francia y Alemania) por los que se establecía un precario alto el fuego y se dibujaba un horizonte de salida dialogada al conflicto. Un Estado que ha convertido los símbolos del siniestro ultranacionalismo ucranio en ideología de estado, que entre sus hazañas democráticas cuenta la ilegalización de hasta 12 partidos durante el último año, la mayoría de ellos, por cierto, de izquierdas (previamente, el gobierno Poroshenko ya se había encargado de ilegalizar al Partido de las Regiones, gobernante antes del golpe de Maidan, y al Partido Comunista).
Quizás para entender la formación de este consenso debemos citar a Josep Borrell, quien en uno de sus prepotentes ataques de sinceridad afirmó: “la comunicación es un campo de batalla… además de conquistar espacios, hay que conquistar las mentes”[1]. Estas palabras no se dirigían a los grandes medios de comunicación, que ya hacen este trabajo de oficio; se dirigían al cuerpo diplomático europeo, el cual, se supone, debería fomentar unas relaciones internacionales armónicas y pacíficas. El consenso hegemónico en torno a la intervención en la guerra de Ucrania y la escalada militarista obedece a un cierre de filas de las clases dominantes del bloque occidental, con todos sus órganos políticos, económicos y mediáticos funcionando a pleno rendimiento, al servicio del fortalecimiento de su cohesión interna contra un enemigo claramente identificable. Tras la implicación total en el esfuerzo de guerra (la propaganda, la lluvia de miles de millones en armamento para sostener a Ucrania, la aceleración de la crisis capitalista en Europa con todo lo que conlleva), tras la “desinteresada” ayuda a un país que se resiste a ser invadido, existen factores geopolíticos complejos que implican la fractura del orden mundial capitalista (tal y como lo hemos conocido hasta la fecha) y el horizonte de una crisis existencial vinculada a la escasez de recursos; escasez claro está, relativa al ritmo y estrategias de acumulación de capital.
¿Choque de civilizaciones o lucha de clases?
En este discurso hegemónico no hay lugar para la verdad y el análisis riguroso, sólo para la propaganda de guerra y el maniqueísmo. La eterna lucha del bien contra el mal, traducida al lenguaje del liberalismo cultural occidental: la democracia contra la autocracia; la civilización liberal amenazada de nuevo por el totalitarismo. La fuerza política del relato se basa en su capacidad de formar consensos: desde los sectores más conservadores hasta la progresía socio-liberal y cierta izquierda mareada. La exaltación totalizadora de la lucha civilizatoria por la democracia (que se convierte en un concepto identitario vacío de contenido) consigue poner en suspenso toda tensión y discusión ideológica, generando una narrativa basada en su potencia interclasista. Tal vez esta épica mistificatora tenga cierto parentesco lejano con los pretéritos impulsos revolucionarios iniciales de la burguesía contra el Antiguo Régimen, aunque sea como farsa nostálgica y como espectáculo totalmente fuera de lugar. Lo que es evidente es que en el campo de batalla no hay sitio para la contradicción y para la lucha de clases, sobre todo cuando se escribe desde despachos bien alejados del frente. Ucrania, un pueblo, cómo un todo, que lucha por su libertad, contra una autocracia rusa y sus serviles súbditos sedientos todos ellos de conquista. Incluso la comparación con el mundo del Señor de los Anillos se ha empleado sin rubor: igualando rusos con orcos, haciendo referencia a la amenaza que viene del este, comparando las dudas y críticas de cierta parte de la izquierda con la colaboración entre Ísengard y Mordor.[2]
En realidad, Ucrania y Rusia tienen en común bastante más de lo que sale a relucir: dos Estados nacidos del derrumbe de la URSS, devastados por las políticas capitalistas de saqueo-privatización durante los años 1990, de las que se benefició una oligarquía que hoy acapara la mayor parte de recursos. La única diferencia es que el putinismo encontró su encaje y consolidación en la reconstrucción de la verticalidad del poder, por lo que, con la complicidad de la oligarquía y en consonancia con sus intereses, puso freno al mismo tiempo a los excesos y el desenfreno de los tiempos de Yeltsin. Putin y su camarilla oligárquica han conseguido consolidarse como élite amparándose ideológicamente en el nacionalismo ruso, construyendo fuertes consensos interclasistas, y en la reconstrucción política y económica de Rusia, que a partir del cambio de milenio vuelve a la escena internacional como actor a tener en cuenta, jugando la carta de la posesión de recursos naturales clave para volver a obtener una posición de fuerza. En el caso de Ucrania, la oligarquía se ha dividido entre la parte eurófila, partidaria de romper los equilibrios tradicionales y apostar por una relación orgánica con Occidente, y su parte rusófila, más conservadora y preferentemente favorable a mantener los vínculos comerciales y económicos con Rusia. Hasta que la primera no se impuso de manera irreversible a la segunda, con el golpe de Euromaidán, y empleando la artillería pesada del ultranacionalismo ucraniano, no se pudo empezar en serio un proceso de nation-building, que implicaba la imposición de una serie de vectores culturales y simbólicos y la exclusión (ver erradicación) de otros, así como el propio revisionismo histórico que también se ha reproducido en otros países del Este: criminalización de todo lo que tiene que ver con el pasado soviético (que se equipara de forma automática con el imperialismo ruso), relativización de los efectos totalmente devastadores de la ocupación nazi y del colaboracionismo, que se erige en lucha de liberación nacional…
En realidad, Ucrania lleva años integrándose en las estructuras económicas y políticas de Occidente. El punto de no retorno fue la firma del Acuerdo de Asociación entre la UE y Ucrania, en 2014, que llevaba años fraguándose. Cabe recordar que las dudas del presidente Viktor Yanukovich a la hora de firmar este acuerdo, presionado por un lado por la UE y por otro por Rusia, desencadenaron a finales de 2013 la revuelta nacionalista de Euromaidán. El golpe de estado de febrero de 2014 reemplazaba al gobierno Yanúkovich por un gobierno pro-europeo que firmaría el acuerdo poco después, en junio del mismo año. ¿Pero qué implicaba este acuerdo? En la línea de acuerdos comerciales semejantes, la liberalización del comercio y la eliminación de normas y barreras que falsen la “libre competencia” que, ya se sabe, siempre beneficia a las grandes corporaciones capitalistas transnacionales. Implicaba también la equiparación de políticas económicas y normas administrativas con las de los nuevos «socios comerciales», la convergencia en materia de política extranjera, la cooperación en políticas energéticas, la obligación de abandonar los pactos comerciales anteriormente firmados con Rusia… En definitiva, una ruptura total de los equilibrios geopolíticos y comerciales tradicionales y la inclusión meteórica de Ucrania en el bloque económico occidental. Por último, el acuerdo incluía también la exigencia de abrir un proceso de desindustialización en el país (sobre todo en lo que respecta a la industria pesada y minera, especialmente importante en Donbass) y facilitar la llegada de nuevas inversiones internacionales, desregulando convenientemente el mercado de trabajo y el sistema de protección, algo que ya había empezado a hacer Zelensky a marchas forzadas antes de la guerra. Ucrania, con una mano de obra abundante y bien calificada, se ofrece pues como nueva tierra prometida de la deslocalización de proximidad y de la explotación intensiva del trabajo.[3]
La lucha de clases siempre es el motor de la historia, por mucho que los mitos y mistificaciones liberal-burgueses traten de esconderlo. La historia reciente de Ucrania no es exactamente la de un país que lucha heroicamente contra el mal absoluto; es la historia de un país roto, devastado, dominado por unas oligarquías, amparadas ideológicamente en el ultranacionalismo, que han optado por asociarlo de forma inseparable al bloque occidental capitalista sin importar el coste y el sufrimiento. En este proceso, la tierra ucraniana está pasando a manos de grandes corporaciones internacionales de la agricultura, que ven en la privatización y control de la producción de las fértiles tierras negras una gran oportunidad de negocio. Los paquetes de ayudas del FMI y el Banco Mundial tras el cambio de régimen, no sólo iban vinculados al Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE y con la aplicación de extremas políticas de austeridad; también iban condicionadas a que se facilitaran las inversiones internacionales de grandes corporaciones agroindustriales, entre otras. La desenfrenada ola privatizadora de los años 1990, que puso en venta todas las tierras del Estado (heredadas de los Koljós y Sovjós soviéticos) y que benefició a una oligarquía rapaz que acabó controlando la mayor parte de las tierras más fértiles del país, obligó a aplicar una moratoria que impedía la privatización de lo que quedaba de las tierras estatales y la venta de tierras a corporaciones agrícolas extranjeras. Pese a la existencia de esta moratoria, se calculaba que, en 2014, 1,6 millones de hectáreas estaban en manos de corporaciones extranjeras y que 10 grandes corporaciones agrícolas controlaban 2,8 millones.[4] En 2021, el área propiedad de grandes corporaciones agroalimentarias había aumentado a 3,4 millones de hectáreas y se estimaba de hasta 6 millones si se añaden las tierras arrendadas por estas mismas grandes corporaciones, una vía utilizada para esquivar las restricciones impuestas.[5] La moratoria fue finalmente levantada en julio de 2021 por el gobierno Zelensky, que al mismo tiempo liberalizaba las tierras que todavía eran propiedad del Estado. La ley de reforma y la eliminación de la moratoria era una condición impuesta por el FMI para conceder un préstamo de 5.000 millones de dólares para sostener al fallido estado ucraniano. De inmediato, USAID, la Agencia americana para el desarrollo internacional, lanzaba una campaña para “educar a los agricultores individuales y las comunidades sobre cómo sacar partido de los nuevos derechos de propiedad, incluyendo cómo gestionar las tierras y cómo atraer inversores.”[6] Como buitres.
Hablando de buitres, BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo, se ofreció recientemente, de forma totalmente desinteresada, al gobierno Zelensky para atraer a inversores internacionales para la reconstrucción de Ucrania. El acuerdo consiste en que BlackRock participará en la estructura, el proceso de inversión, la gobernanza y el uso de los ingresos del fondo de reconstrucción. La respuesta de Zelensky, que aceptó gustosamente el ofrecimiento, no tiene precio: «Hemos demostrado que sabemos ganar en el campo de batalla. Una labor importante para nosotros es conseguir también victorias en el campo económico y ser un país atractivo para los inversores”.[7] ¿La economía, la continuación de la guerra por otros medios? Paralelamente, líderes políticos, empresarios e instituciones internacionales elaboran una hoja de ruta para reconstruir Ucrania, calculada en unos 750.000 millones de dólares, cantidad que podría obtenerse en buena parte de los fondos rusos congelados por los países occidentales [8] y que beneficiarán, cómo no, a grandes corporaciones occidentales tan desinteresadas como BlackRock.
Europa: decadencia y sumisión
Los acontecimientos acarreados por esta crisis geopolítica de dimensiones incalculables han puesto en evidencia la total falta de autonomía de la Unión Europea, tanto en materia de seguridad energética, como en materia económica y política. A pesar de sus discursos pomposos y grandilocuentes, llenos de retorica vacía, la propaganda europeísta ya no logra enmascarar que Europa, realmente, no cuenta para nada en el ámbito de la política internacional.
Si no fuera por las consecuencias que implicará para las clases populares el papel de Europa en esta guerra, sería divertido, por ejemplo, ver de rodillas a Alemania, totalmente impotente ante el sacrificio de su capacidad industrial en el altar de interés geoestratégico del hegemón americano. Sería cómico, también, ver cómo Francia, que aspiraba a construir y liderar una política de defensa europea propia, se traga sin rechistar el relanzamiento de la OTAN y cuenta menos que Polonia y los países bálticos –grandes aliados y peones de los Estados Unidos– en la toma de posición respecto al conflicto y la relación con Rusia. Especialmente significativa fue la tibia reacción de Alemania frente al sabotaje contra los gasoductos Nord-Stream, perpetrado con total seguridad directa o indirectamente por los servicios secretos estadounidenses. También fue esclarecedor el fracaso del intento de Emmanuel Macron de ejercer de “mediador” para evitar el conflicto, despreciado como un trapo sucio, tanto por la parte rusa como por la parte americana.
Las exhortaciones a liberarse de toda dependencia del gas ruso y la autocrítica por haber permitido una tal situación se hacen sin rubor, al mismo tiempo que se sustituyen los abastecimientos de gas ruso por importaciones de gas licuado, hasta cuatro veces más caro, extraído en buena parte del fracking, y suministrado a partir de la circulación de metaneros que cubren grandes distancias por océanos y mares (todo ello, muy ecológico y sostenible). La nueva situación de abastecimientos energéticos generará, para Europa, una peligrosa dependencia (¡oh, casualidad!) respecto a las compañías gasísticas de Estados Unidos y países tan fiables y democráticos como Qatar y Azerbaiyán. Las nuevas fuentes de abastecimiento conllevarán, naturalmente, precios mucho más elevados de la energía, que ya se sabe que los europeos de a pie pagaremos gustosa y patrióticamente para defender nuestros valores amenazados. Culminación del cinismo, poco después del sabotaje contra el gasoducto ruso-germánico, el secretario de estado americano, Antony Blinken, declaraba que ahora se abría una enorme oportunidad en Europa para superar la dependencia energética con Rusia y para la transición energética.[9] Por el momento, el plan A es la sustitución de los combustibles fósiles provenientes de Rusia por otros combustibles fósiles y la potenciación del último descubrimiento en energías verdes, la energía nuclear.
Quizás el pintoresco, nefasto y ya senil Josep Borrell constituye el ejemplo más palmario de una Europa en decadencia. Convertido en lo que los anglosajones llaman «warmonger», ha hecho del rearme y el choque de civilizaciones su última batalla personal antes de la jubilación definitiva. Borrell, parte de la cuota del social-liberalismo que deben tener las opacas y oscuras instituciones de la Unión Europea, ha sostenido en sus discursos la efectista tesis de la necesaria cruzada de las democracias contra la amenaza autocrática. Últimamente ha elaborado y defendido otra tesis con metáforas incluidas, según la cual Europa sería un jardín rodeado de jungla. La jungla amenaza con invadir el jardín; ergo, para defenderse de la jungla es necesario mantenerla a raya, interviniendo militarmente si es necesario.[10] Hay que agradecer al señor Borrell sus ataques de sinceridad imperialista: entre tanta mistificación podríamos llegar a creer que todo esto obedece realmente a una defensa sincera de la democracia y de nuestros valores civilizados avanzados, que, como todo el mundo sabe, son la culminación de la historia de la humanidad hacia su perfección y que deben ser un espejo para los bárbaros que todavía no han llegado a ellos.
Rusia: ¿la eterna amenaza que viene del este?
En el relato hegemónico del capitalismo occidental, la Rusia de Putin reproduce la recurrente amenaza que viene del este, siempre lista para devastar y saquear el “paraíso europeo”. La constatación de la amenaza de invasión parecía incluso real si debíamos fiarnos de los más finos analistas y think tank varios, untados muy a menudo por las mismas instituciones que los escuchan. Se dio crédito a la tesis absurda de que si Ucrania caía víctima de las ambiciones neoimperiales rusas, después sucumbirían el resto de países como si se trataran de fichas del dominó. Naturalmente, tal tesis no se basaba en un análisis riguroso de la capacidad militar y de recursos necesarios para que Rusia pudiera llegar a emprender tal operación; sólo constituía una coartada para eludir la necesaria ofensiva diplomática que podría haber evitado esta guerra y, cuando estalló, para armar hasta los dientes al ejército y las milicias ucranianas para que la lucharan por delegación.
A medida que se ha puesto en evidencia la debilidad relativa de las fuerzas rusas, incapaces de llevar a cabo con éxito la operación de guerra relámpago inicial y también de avanzar significativamente después de las primeras semanas, el pesimismo inicial ha dado paso a una suerte de exaltación optimista e irresponsable al descubrir que, de repente, el imperio del mal se mostraba como un gigante con pies de barro a punto de desmoronarse. Estas tendencias se han acentuado cuando la contraofensiva ucraniana ha culminado con éxito la reconquista de Járkov y algunos puntos estratégicos de Jersón y Donbass. Los más rigurosos analistas y sesudos tertulianos, que poco antes alertaban del peligro que suponía Rusia y su expansionismo para la Europa civilizada, pasaban a ridiculizarla con aires de superioridad, y a vender la piel del oso antes de cazarlo, anticipando la inmediatez de la caída de Putin y del colapso de Rusia. Antiguos videntes como Helène Carrère-Dencause y Francis Fukuyama, que en su día profetizaron la caída de la URSS, vuelven a ejercer de profetas del wishful thinking: el colapso de Rusia es inminente, con todo lo que conllevaría dicho colapso: implosión interna, regreso al escenario de capitalismo salvaje descontrolado de los años 1990, alta probabilidad de apertura de conflictos étnicos e identitarios… Y se quedan tan anchos. El ensañamiento casi histérico con el que ciertos estadistas y analistas occidentales anhelan el colapso del putinismo, y con él la destrucción de Rusia, sólo traiciona la falacia del discurso mistificador que nos han estado vendiendo: desde el principio se trataba de esto, del colapso de Rusia. Poco importan las consecuencias y el sufrimiento humano que acarrearía una tal posibilidad.
En este contexto de anticipación, adquiere fuerza la hipótesis de que Rusia pueda llegar a utilizar armamento nuclear como última carta para evitar su derrota total. El problema no es que se formule tal hipótesis, que puede llegar a ser plausible dado el caso; el problema es que no haya ninguna intención de evitar la lógica de guerra que puede conducir a un tal escenario, a través de una intensificación de los contactos diplomáticos y de un enfriamiento de la tensión. Los diversos actores en este campo de batalla flirtean con la amenaza nuclear como si se tratara de un mero elemento que puede entrar en juego, abriendo la puerta de esta forma a que realmente pueda entrar en juego. Rusia insinúa la utilización de armamento nuclear táctico para sembrar dudas en el apoyo del bloque occidental a Ucrania. La respuesta es absolutamente frívola: siguiendo la teoría de juegos, se adelanta una respuesta a la hipotética utilización del arma nuclear, que pasaría por la destrucción total del ejército ruso o por el desencadenamiento de una respuesta nuclear masiva. El tambaleante Joe Biden expresa alegremente que el mundo no había estado nunca tan cerca del armagedón y del apocalipsis nuclear, y no parece que vaya a hacer nada para evitarlo…
Mientras tanto, Rusia acusa a Ucrania de estar desarrollando bombas sucias (con componentes radiactivos) y de bombardear la central nuclear de Zaporíjia. Occidente, sospechosamente, calla o mantiene un perfil bajo. La OIEA (Organización Internacional de la Energía Atómica), dependiente de la ONU, afirma respecto a los ataques contra la central nuclear, que haberlos haylos, pero se abstiene de mencionar quien es el responsable; en lo relativo al desarrollo de bombas sucias, concluye, después de una visita guiada relámpago de menos de 3 días, que no existen. En todo caso, lo que es evidente y altamente preocupante es que ni en los momentos más tensos de la Guerra Fría se habían bloqueado hasta tal punto los mecanismos y líneas de comunicación que podían evitar el desencadenamiento de la Tercera Guerra Mundial.
El futuro: balcanización y geopolítica del caos
Es ya una evidencia, en un principio traicionada por ataques de sinceridad de algunos dirigentes (el propio Biden) o altos cargos diplomáticos, después nada disimulada por la exaltación que ofrece la perspectiva del derrumbe de Rusia: el sueño húmedo del hegemón estadounidense y de sus aliados es la balcanización de todo el espacio euroasiático, su división en estados inviables y totalmente controlables, enfrentados entre sí por odios nacionales irreconciliables, y al mismo tiempo totalmente dependientes del gran ganador de la fragmentación del espacio de la extinguida Unión Soviética. Este escenario, aunque peligroso, permitiría la extracción masiva de recursos funcionando a pleno rendimiento y drenados al bloque occidental hegemónico, y la incorporación de ciertas áreas en nuevos esquemas de relocalización industrial de proximidad, como proveedoras de mano de obra barata…
Zbignew Brzezinski, ideólogo de referencia del hegemón yanqui en cuestiones geopolíticas, ya planteó en The Great Chessboard, poco después del derrumbe de la URSS y el supuesto final de la historia, que Estados Unidos tenía la necesidad imperativa, si quería mantenerse como única superpotencia global, de evitar que surgiera ningún contrincante capaz de dominar el espacio euroasiático y de desafiar la hegemonía americana. El espacio euroasiático era pues, a ojos del estratega que urdió el empantanamiento de la URSS en la guerra de Afganistán, el espacio central donde se jugaba la partida por el dominio del mundo. Significativa también es la visión que tiene dicho personaje de Europa: simplemente una cabeza de puente de la geopolítica esencial de Estados Unidos en este tablero euroasiático… en cierta medida, un protectorado estadounidense.
La guerra permanente, en acción o en latencia, funcionando a la vez como factor de enfrentamiento a beneficio de Occidente (divide y vencerás) y como factor de demanda incesante de armamento. La geopolítica del caos se impone: romper equilibrios geopolíticos, crear líneas de fractura imposibles de soldar, utilizar grupos nacionales y/o étnicos como peones, haciendo uso de intervenciones quirúrgicas cuando sea necesario. La estrategia estadounidense para mantener su orden mundial se ha movido de forma creciente en esta dirección. Ante la constatación de que la ocupación militar directa comporta unos gastos económicos inasumibles, el caos ofrece una mejor perspectiva en lo que se refiere al balance de costes-beneficios. Afganistán, Irak, Somalia, Libia, Siria, no son exactamente un fracaso del imperialismo yanqui: son, desde cierto punto de vista, un éxito remarcable. Zonas geopolíticamente clave han sido desestabilizadas y militarizadas, rompiendo difíciles equilibrios y creando odios étnicos irreconciliables: las entidades estatales resultantes no son más que estados muy debilitados o fallidos, que se pliegan o acabarán plegándose a las exigencias estadounidenses y a los intereses de los grandes inversores capitalistas de Occidente y sus aliados. Controlar el caos, cuando éste pone en peligro el orden del tío Sam, sólo requiere de intervenciones puntuales: ya sea por delegación, a través de grupos armados “amigos”, o mediante ataques con drones. En uno u otro caso, el ejército americano nunca tiene bajas. Esa es la teoría: la realidad siempre es mucho más compleja.
En el caso del presente conflicto, ¿alguien se ha preguntado, cuando acabe, dónde irán a parar las armas que tan generosamente se están suministrando al Ejército ucraniano, a sus mercenarios y a sus milicias ultranacionalistas? Sí: la propia OTAN y la UE, que, al tiempo que siguen suministrando armas ligeras y pesadas a raudales, alertan de la posibilidad de proliferación del tráfico de armas hacia grupos terroristas y del crimen organizado. Ya durante el mes de abril, Europol detectó importantes movimientos de armamento y explosivos de Ucrania hacia la UE, y constataba al mismo tiempo que el envío masivo de armamento provocaba que el ejército ucraniano abandonara el registro de las armas entrantes y su seguimiento.[11] Aparte de los envíos de armas que se siguen llevando a cabo hacia Ucrania, los países europeos de la OTAN han vaciado sus arsenales y comienzan a rearmarse con maquinaria más moderna y mortífera. La exigencia americana de incrementar el gasto militar europeo a un mínimo del 2% del PIB se ha cumplido sin disensión alguna, sin importar el color del gobierno (de la extrema derecha a la izquierda socio-liberal). ¿El gran beneficiario? Obviamente, la industria armamentística yanqui. La perspectiva general de una Europa inestable y cada vez más militarizada en los años venideros promete jugosos beneficios, algo que los dirigentes de estas empresas ya no esconden.[12] En este sentido cabe destacar que incluso alguien como el antiguo ministro israelí de exteriores Shlomo Ben-Ami, poco sospechoso de no contemporizar con Occidente, ha subrayado que las sucesivas fases de expansión de la OTAN tienen una relación directa con las presiones del lobby de la industria armamentística, que siempre ha visto en tal expansión una oportunidad muy lucrativa de abrir nuevos mercados para sus productos.[13]
Por si fuera poco, hay cada vez más evidencias de que la guerra puede extenderse a la explosiva región del Cáucaso. Las tensiones vuelven a elevarse entre Azerbaiyán y Armenia (tradicionalmente aliada en Rusia) por la región de Nagorno Karabaj. Por otro lado, Ucrania y Estados Unidos están presionando para que se abra otro frente de guerra en Georgia, en torno a las de facto independientes repúblicas de Osetia del Sur y Abjasia (protegidas también por Rusia); ante las dudas del actual gobierno georgiano, Ucrania lo acusa de pro-ruso y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, a petición de Ucrania, rehabilita al expresidente Míjail Shaakashvili (conocido criminal de guerra y corrupto, encarcelado en Georgia después de su fuga a Ucrania) como preso político.[14] Europa se está convirtiendo en un polvorín y cada vez se puede escuchar más claramente el estruendo de los tambores de guerra, atizada por los halcones del complejo y la industria militar, que llevan muerte y destrucción.
El futuro: ¿reforzamiento de la hegemonía norteamericana o capitalismo bipolar?
Noam Chomsky recordaba recientemente que “la doctrina Clinton preveía que Estados Unidos se reservase el derecho a actuar unilateralmente si era necesario, e incluso el de recurrir al uso unilateral del poder militar para defender intereses vitales como garantizar el acceso ilimitado al mercado, a las fuentes de energía y a los recursos estratégicos.”[15] Éste es el verdadero leitmotiv que hay detrás de la implicación total de Estados Unidos y sus serviles aliados en la guerra de Ucrania y la movilización brutal de recursos que se ha realizado. La intervención por delegación en esta guerra forma parte de una estrategia geopolítica más amplia por el control de los mercados y recursos, en un contexto capitalista de crisis que se augura especialmente dura. El tío Sam ha decidido redefinir el Orden Mundial que él mismo había forjado inmediatamente después del derrumbe de su contrincante soviético. Esta ruptura se produce básicamente porque las reglas que definen el orden del capitalismo global han acabado por debilitar relativamente a Estados Unidos, en detrimento de otro actor, China, que paradójicamente se ha beneficiado del libre mercado, y ha hecho de éste bandera, forjando una potente red de comercio y cooperación internacional que amenaza las relaciones de dominación y dependencia tradicionales. ¿Libre comercio? ¿Libre circulación de capitales? Naturalmente que sí, siempre y cuando beneficie a las corporaciones capitalistas occidentales…
La reacción de Estados Unidos ante la emergencia china busca fortalecer su hegemonía como potencia única empleando dos de sus arietes: su capacidad para sancionar o bloquear económicamente a cualquier país que desafíe su diktat y, por supuesto, su estratosférica capacidad militar. Ante la tesitura de acercar Rusia a Europa o arrojarla en los brazos de China, Estados Unidos ha optado por la segunda opción. Esta estrategia implica de facto la aceleración de la construcción de un bloque capitalista alternativo al occidental, encabezado por China, lo que supone un peligro potencial para la hegemonía americana. Sin embargo, Estados Unidos no habría hecho un movimiento similar si no trabajara con la hipótesis de que Rusia quedará profundamente debilitada por la guerra y, tal vez, que colapsará y se convertirá en un Estado fallido controlable. Incluso en la hipótesis, más verosímil, de que Rusia no colapse pero que sufra un enorme desgaste y de que el putinismo sobreviva con o sin Putin, el bloque capitalista alternativo nacería débil. China no ve con buenos ojos la guerra de Ucrania porque rompe su estrategia diplomática de ganar áreas de influencia mediante sus atractivos incentivos comerciales. Sin embargo, al mismo tiempo sabe que, si cae su aliado, quedará rodeada por todos los flancos.
Lo que es seguro es que no se restablecerán las relaciones entre Europa Occidental y Rusia. No sólo por la voladura de los gasoductos Nord-Stream y porque Estados Unidos ya ha decidido de forma irreversible que esto nunca será así. Dentro de la Unión Europea hay un espacio geopolítico, el Trimarium o Intermarium (surgido a raíz de la Iniciativa de los Tres Mares), que reúne básicamente a todos los países del Este, desde los países bálticos hasta Croacia y Rumanía, profundamente hostiles la mayoría de ellos a Rusia. Este nuevo espacio comercial y geopolítico se ha gestado sin que los medios se hicieran demasiado eco de ello, está patrocinado por Estados Unidos y encabezado por la reaccionaria Polonia, que ya ejerce de potencia regional y cuyas tendencias autoritarias y ultranacionalistas se pasan totalmente por alto. No hace falta ser un experto en geopolítica para entender que este espacio puede constituir en el futuro, caso de desarrollarse con éxito, una barrera inexpugnable entre Europa Occidental y Rusia, así como una renovada garantía –OTAN y bases militares americanas aparte– del sometimiento de las élites políticas y económicas europeas.
En la vorágine militarista en la que estamos inmersos no se vislumbra ningún Zimmerwald en la izquierda occidental. Las voces contrarias a la escalada bélica son fácilmente silenciadas, atacadas y acusadas de connivencia con el enemigo; incluso el pacifismo bienintencionado resulta sospechoso. La izquierda, incapaz de reconstruir una postura internacionalista coherente, se mueve entre el belicismo y un silencio cobarde, entre un fervoroso y redescubierto atlantismo y el mirar para otro lado. La conferencia de Zimmerwald, celebrada entre los días 5 y 8 de septiembre de 1915, reunió las voces contrarias a la Primera Guerra Mundial dentro del socialismo europeo. El manifiesto acordado, redactado por Lev Trotsky, tuvo pocas consecuencias a corto plazo y la Guerra Mundial de la burguesía siguió mandando al matadero a millones de seres humanos. Sin embargo, la conferencia tuvo la virtud de cristalizar y hacer visible, en torno al espacio de la izquierda de Zimmerwald encabezada por Lenin, un punto de vista fundamental, que oponía a la guerra imperialista de la burguesía la guerra de clases revolucionaria y que denunciaba sin miramientos la actitud oportunista y chovinista de la socialdemocracia europea. Fue una de las piedras angulares del imparable ascenso del movimiento comunista internacional que hizo tambalear al orden capitalista. Enseñanzas de la historia.
Notas:
[1] Manu Levin, «»Hay que conquistar las mentes»: Borrell y la propaganda de guerra», Público, 11 de octubre de 2022. https://www.publico.es/politica/hay-conquistar-mentes-borrell-propaganda-guerra-hay-conquistar-mentes-borrell-propaganda-guerra.html
[2] Veure per exemple, Pedro Vallín, «La izquierda de Ísengard», La Vanguardia, 23 de octubre de 2022. https://www.lavanguardia.com/politica/20221023/8577950/rojipardos-isengard.html
[3] Pierre Rimbert, «L’Ukraine et ses faux amis», Monde Diplomatique, octubre 2022. https://www.monde-diplomatique.fr/2022/10/RIMBERT/65197
[4] “The Corporate Takeover of Ukranian Agriculture”, Oakland Institute, diciembre 2014
[5] “Who Really Benefits from the Creation of a Land Market in Ukraine?”, Oakland Institute, agosto 2021. https://www.oaklandinstitute.org/blog/who-really-benefits-creation-land-market-ukraine
[6] https://www.usaid.gov/ukraine/news/private-sector-frontlines-land-reform-unlock-ukraine%E2%80%99s-investment-potential
[7] “BlackRock asesorará gratis a Ucrania para atraer fondos para la reconstrucción”, Cinco Días, 19 de septiembre de 2022. https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/09/19/fondos_y_planes/1663580842_631559.html
[8] “Reconstruir Ucrania requerirá de al menos 750.000 millones de dólares”, El Periódico, 4 de julio de 2022. https://www.elperiodico.com/es/internacional/20220704/reconstruccion-ucrania-requerira-750-000-14003769
[9] “Blinken: Tenemos una oportunidad para acabar con la dependencia energética europea de Rusia «de una vez por todas»”, El Periódico, 30 de septiembre de 2022. https://elperiodico.com.bo/blinken-tenemos-una-oportunidad-para-acabar-con-la-dependencia-energetica-europea-de-rusia-de-una-vez-por-todas%EF%BF%BC%EF%BF%BC/
[10] “Borrell suscita el rechazo internacional por comparar a Europa con un “jardín” y al resto del mundo con una “jungla”, El País, 19 d’octubre de 2022. https://elpais.com/internacional/2022-10-19/borrell-suscita-el-rechazo-internacional-por-comparar-a-europa-con-un-jardin-y-al-resto-del-mundo-con-una-jungla.html
[11] “Nato and EU sound alarm over risk of Ukraine weapons smuggling”, Financial Times, 12 de julio de 2022. https://www.ft.com/content/bce78c78-b899-4dd2-b3a0-69d789b8aee8
[12] Andrew Buncombe, “La guerra de Ucrania es una “fiebre del oro” para los fabricantes de armas occidentales, según los expertos”, Independent, 24 de abril de 2022. https://www.independentespanol.com/noticias/mundo/europa/ucrania-guerra-armas-rusia-invasion-b2064124.html
[13] Shlomo Ben-Ami, “Who Is Winning the War in Ukraine”, Project Sindicate, 19 de septiembre de 2022. https://www.project-syndicate.org/commentary/us-defense-sector-is-big-winner-of-ukraine-war-by-shlomo-ben-ami-2022-09
[14] “Un exministro georgiano condenado por torturas asesora a Ucrania en Europa para sancionar a Rusia por crímenes de guerra”, Público, 28 de octubre de 2022. https://www.publico.es/internacional/exministro-georgiano-condenado-torturas-asesora-ucrania-europa-sancionar-rusia-crimenes-guerra.html#analytics-seccion:listado
[15] C.J. Polychroniou. «Noam Chomsky: “Esta confrontación es una condena a muerte para la humanidad, nadie saldrá ganador”, El Salto Diario, 18 de octubre de 2022. https://www.elsaltodiario.com/guerra-en-ucrania/entrevista-noam-chomsky-confrontacion-condena-muerte-humanidad-nadie-saldra-ganador
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