Por: David Brooks J. Jaime Hernández
Desde que Maquiavelo consideró al embuste como un atributo obligado de todo político, no hay ni uno solo que no haga uso de la mentira para llegar o mantenerse en el poder. Ahí tenemos por ejemplo el caso de Donald Trump que, en su más reciente acto de campaña en Pennsylvania, amenazó con renegociar o retirar a Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) para evitar que México siga “estafando” a Estados Unidos con su mano de obra barata y con un déficit comercial que, el año pasado, rebasó los 60 mil millones de dólares según cifras de la administración estadounidense.
“Nuestros políticos han buscado agresivamente una política de globalización. Han movido nuestros trabajos y desplazado nuestra riqueza y nuestras fábricas hacia México y otros países (como China)”, aseguró el pasado martes desde una planta procesadora de chatarra y basura al sur de Pittsburg, Pennsylvania, desde donde prometió recuperar la “independencia económica” de Estados Unidos en caso de llegar a la Casa Blanca.
Lo irónico del asunto es que, al igual que Donald Trump ha ofrecido arremeter contra México y China, hace ocho años los entonces candidatos a la nominación presidencial por el partido demócrata, Barack Obama y Hillary Clinton, también amenazaron con retirarse del Tratado Comercial con México y Canadá en caso de que éstos dos países no aceptaran revisar los términos del acuerdo trilateral suscrito en 1994:
“Creo que deberíamos usar el golpe de una potencial opción de salida como palanca para asegurarnos de que realmente los estándares laborales y del medio ambiente sean fortalecidos”, aseguró Barack Obama Obama durante un debate con su entonces adversaria, Hillary Clinton.
Si en aquel momento Obama y Clinton se pronunciaron a favor de renegociar el TLC con México y Canadá, lo hicieron con el fin de asegurarse el respaldo de las poderosas centrales sindicales que nunca han ocultado su rechazo a los Tratados Comerciales que sólo han beneficiado a las grandes corporaciones, mientras han diezmado al campo mexicano o empobrecido a la clase media en EU.
Los más de 12 millones de votos que representaban los ejércitos de la AFL-CIO en Estados Unidos bien valían esa promesa que, con el tiempo, quedó en el olvido.
Hoy, en medio de un creciente rechazo al modelo de globalización, que sólo ha beneficiado al al gran capital, mientras ha sumido en la pobreza o incertidumbre a millones de ciudadanos en todo el mundo, los grandes beneficiarios de este ambiente de zozobra y repudio contra Wall Street, o hacia esa clase política que ha sido incapaz de mantener a raya a los especuladores y a las grandes corporaciones ávidas de beneficios fiscales, han sido personajes como Donald Trump.
Un magnate del sector inmobiliario que no ha hecho otra cosa más que aprovecharse del incendio en la pradera global para tratar de explotar el sentimiento aislacionista y nacionalista que otros, antes que él (lo mismo en Estados Unidos que en Europa), han atizado para agitar a las fuerzas vivas del movimiento extremista y secesionista.
Ahí tenemos el caso del Brexit en el Reino Unido. O el ascenso de las fuerzas de extrema derecha en Francia o en Alemania. Y, en el otro extremo, el reclamo de los campesinos de México en estados como Guerrero o Morelos para legalizar el cultivo de la amapola, la tabla de salvación que les ha ofrecido la industria del narcotráfico para rescatarles del naufragio que llegó con el Tratado de Libre Comercio y un proceso de globalización que ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres mientras deja al descubierto los grandes pecados de origen que hoy han puesto en jaque a nuestras democracias.
En este contexto global, si algo ha demostrado Donald Trump hasta ahora es que, como estratega político, es un formidable jugador de póquer. En este sentido, el objetivo de Donald Trump es explotar los sentimientos encontrados de más de 12 millones de trabajadores blancos sindicalizados que siempre han visto en los Tratados de Libre Comercio, y en el avance de nuevas corrientes migratorias, al enemigo identificado o al responsable de su desplazamiento en la línea de producción industrial.
Lo increíble del asunto es que Trump, un empresario que se beneficia de la mano de obra barata en México o en China, para sacarle el mayor beneficio a la manufactura de su línea de trajes o corbatas. O que abusa del programa de visas H1B, que le ha permitido importar trabajadores huéspedes de países como la India para pagar bajos salarios en sus complejos hoteleros de Florida, se haya convertido en el campeón de los trabajadores blancos y sin formación universitaria, para tratar de arrebatar a Hillary Clinton un inmenso vivero de votos en estados como Ohio, Pennsylvania, Florida o Carolina del Norte que serán algunos de los más disputados en la elecciones presidenciales de noviembre próximo.
En otras palabras, Trump esta robando el viejo manual de campaña de los demócratas para granjearse el apoyo de los trabajadores sindicalizados y para fracturar la tradicional base blanca que hoy sufre los rigores de la desigualdad económica por culpa de personajes, precisamente, como Donald Trump.
Parafraseando a Nicolás Maquiavelo, el magnate no esta haciendo otra cosa que aplicar la receta del divide y vencerás haciendo uso del viejo consejo: “de vez en cuando haz que las palabras te sirvan para ocultar los hechos”.
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