Por: Miguel Seguró
Donatella Di Cesare.CHRISTIAN MANTUANO3 DE JULIO DE 2019
Donatella Di Cesare (Roma, 1956) es, sin lugar a dudas, una de las voces filosóficas más importantes de Europa en estos momentos. En 2014 publicó su libro Heidegger e gli ebrei (traducida al castellano en 2016), obra de referencia para comprender la discusión en torno a los Cuadernos Negros de Heidegger y su relación con el nacionalsocialismo. Tras ello ha recuperado lo que ya antes había comenzado a dibujar: una filosofía que incide, como ella misma apunta, en los abusos de las estructuras de poder, los excesos discriminatorias de las dinámicas sociales y la importancia de volver a poner a la materia como forma de vida política en el mundo del siglo XXI. Su última obra traducida al castellano es Marranos (Gedisa, 2019). Di Cesare responde a las preguntas por correo electrónico.
¿Por qué los “marranos”? ¿No es algo que queda lejos en el tiempo?
He querido volver sobre la historia enigmática y fascinante de los marranos, que no han encontrado lugar en la historia institucional. Los marranos son aquellos judíos obligados a convertirse al cristianismo en la Península Ibérica y en los dominios españoles, y por lo tanto también en el sur de Italia. A mi modo de ver con ellos se desmorona el mito del martirio. Prefieren el perjurio, la mentira externa. Es decir, que para disipar las sospechas guardan en secreto su realidad. Este movimiento, a menudo mal entendido moralmente, inaugura la modernidad. Aquí está la clave: en el marrano veo un paradigma ejemplar, una figura que inicia la modernidad. Pero no una modernidad armoniosa, sino atravesada por una disonancia irremediable. Lejos de los judíos, con quienes las relaciones son menos frecuentes, los marranos no son reconocidos, tampoco, como cristianos. Aparecen como extraños y no asimilables. Ni cristianos ni judíos, los marranos están prohibidos en una tierra de nadie, entregados a una doble no pertenencia, a una duplicidad existencial sin precedentes.
¿Y por qué cree que es importante tener en cuenta este fenómeno hoy?
También comparado con el judío, que tradicionalmente es el otro, externo e identificable, el marrano es el otro del otro. Alude a una nueva alteridad, vaga y esquiva. El marrano es el otro por dentro. Solo la disimulación, la duplicidad existencial a la que está obligado, empuja al marrano a la introspección, al descubrimiento del yo. Pero su yo está irremediablemente dividido, escindido. Insisto, con los marranos se desmorona el mito de la identidad. E incluso cuando regresan a lo abierto, el yo dividido, la extrañeza constitutiva, es su legado. Los disidentes por necesidad llevan la semilla de la duda, de la oposición. E inauguran un pensamiento radical. Los caminos que atraviesan esta nueva tierra de intimidad son múltiples. Van desde Teresa de Ávila, quien en su misticismo defiende un interior inaccesible incluso para sí misma y, por lo tanto, sagrado, a Baruch Spinoza, que ve en el secreto el “ethos” que funda una democracia radical.
DEBEMOS BUSCAR PROTECCIÓN EN EL OTRO Y ACEPTAR EL DESAFÍO DE LA CONVIVENCIA
El secreto ha protegido a los marranos. Y el marranismo no ha terminado, sino que ha mostrado una persistencia innegable. De hecho, en los lugares más escondidos de su clandestinidad, desde Estados Unidos a Brasil, desde Portugal a Italia, los marranos vuelven a la luz. Y piden no ser archivados. Lo que requiere ir más allá del marco historiográfico para observar el fenómeno en su actualidad. ¿Cuántos marranos todavía existen, aquellos que saben que lo son, que siempre lo han sabido, y aquellos que están tan bien escondidos, que no lo saben, que nunca lo han sospechado?
La alteridad y los miedos: ¿por qué nos cuesta tanto convivir con lo diferente?
En el panorama de la globalización, la proximidad con lo de “otro” es un fenómeno cotidiano. Hasta hace poco, la vida social reservaba algunas reuniones solo circunscritas a personas familiares o conocidas. No hace tanto que la llegada de un foráneo era tenida como un acontecimiento. Hoy, por el contrario, es suficiente caminar por cualquier ciudad, no necesariamente en una metrópolis global, para cruzarse con un gran número de desconocidos, que quizás permanezcan como tales incluso después de ese encuentro fortuito. La red de información, que va desde el uso del móvil a la web, ha mitigado mucho este efecto. Dado que todas las comunidades humanas han ingresado en la red global, todos pueden imaginar ponerse en contacto con cualquiera de los seis mil millones de habitantes del planeta. En la tribu global, la movilidad y la densidad han cambiado la convivencia humana. Y, por supuesto, todo esto despierta miedo. El otro sigue siendo lo otro, y en su desconcierto también revela que nosotros estamos expuestos sin protección. Pero esta es la condición existencial de hoy. No podemos cambiarla. Por eso debemos buscar protección en el otro y aceptar el desafío de la convivencia.
Siempre se ha declarado europeísta y al mismo tiempo ha sido muy crítica con esta Unión. ¿Cómo interpreta los resultados de las elecciones en Europa?
Son menos negativos de lo que se podría temer. Al final, el frente soberanista ha ganado, pero no ha triunfado. Por supuesto, en algunos casos, los resultados obtenidos por la ultraderecha son impactantes. Y creo que esto se debe en parte a la gran desilusión existente con la Unión Europea, que ha apostado todo a la economía, se ha inclinado por la austeridad y se ha mantenido como un revoltijo de estados nacionales sin realmente convertirse en una unión política y sin procurar una forma política postnacional. Hay muchas fallas recientes en Europa, desde la forma en que se gestionó la crisis de Grecia a los acuerdos para mantener a los refugiados fuera de sus fronteras, que han pisoteado el derecho de asilo y los valores humanitarios. Europa responderá ante la historia. Por no mencionar, también, el poder de las oficinas, de esa burocracia asfixiante ejercida en detrimento de los ciudadanos.
¿Se configura un escenario europeo en el que el populismo de derechas va estabilizándose y expandiéndose?
En cierto modo sí, y hay que estar atentos. Ahora estamos como si hubiéramos entrado, casi sin darnos cuenta, en una nueva era, dominada por la soberanía de derecha y de extrema derecha. Por eso soy en este sentido pesimista. Es decir, que no creo que esta era termine en un plazo corto, si bien ahora vivimos en los tiempos de la velocidad y la aceleración. Lo que está sucediendo en Italia debería ser una advertencia para todos los europeístas y para todos los europeos.
ESPAÑA PUEDE QUE SEA REALMENTE LA ÚNICA LUZ, RELATIVA, EN EUROPA
¿Y de España, qué puede decir?
Me parece que España puede que sea realmente la única luz, relativa, en Europa. Por una sencilla razón: el socialismo resiste de algún modo. ¿Pero hasta cuándo lo hará? Y, en todo caso, me temo que este sea, desafortunadamente, un caso aislado. Espero estar equivocada. En todas partes la izquierda está en crisis. Y no hablamos de una crisis cuantitativa, es decir, de falta de votos, sino cualitativa, que es la falta de programas e ideas que respondan a los tiempos. Te voy a un ejemplo que me parece muy ilustrativo. Estar continuamente hablando de progreso no tiene sentido. Todos ya ven lo que también ha traído. El apocalipsis ambiental está sobre nosotros. La izquierda deja cada iniciativa en manos de unos pocos, quienes a su vez parece que se enfrentan al problema asépticamente, como si el capitalismo no fuera la causa de esta catástrofe. Asimismo, y este también es otro elemento crítico de lo que te comento, la izquierda parece ir tras la derecha continuamente. Pensemos en Dinamarca, donde la izquierda ganó con programas anti-inmigración.
En ocasiones ha mostrado su simpatía hacia el independentismo catalán, en el sentido de ver en él una posibilidad de transformación política. ¿Cómo ve la situación?
No me gustan los presos políticos. No veo democrático que antes o durante un juicio la gente sea encarcelada. Y esto es lo que lamentablemente está sucediendo. También, sí, no me gustan los nacionalismos, en los que veo el verdadero espectro terrible que vaga por Europa. Pero, sobre todo, no me gusta el obstinado repliegue soberanista del estado nacional. Es como si todos fuésemos conducidos a tener una perspectiva estatocéntrica de las cosas y a juzgar los acontecimientos políticos a través de esas lentes. Y, sin embargo, el Estado-nación es una forma política relativamente reciente de la modernidad cada vez más en crisis. El Estado-nación es en sí mismo defensivo: discrimina y exige fronteras; se exige pertenecer a la nación. Y hay casos, además, en los que las complejidades son mayores, como sucede en España. Hay quienes hablan, por ejemplo, otros idiomas (vascos, catalanes, gallegos), lo que es sin duda una gran riqueza cultural. Por todo esto entiendo que otorgar una relativa autonomía es una respuesta a las necesidades existentes que pertenece al pasado. Me parece que en una Europa posnacional, y por lo tanto también supranacional, la cohabitación de pueblos diferentes y autónomos más allá de la clásica estructura estatal debe ser posible.
EN UNA EUROPA POSNACIONAL, Y POR LO TANTO TAMBIÉN SUPRANACIONAL, LA COHABITACIÓN DE PUEBLOS DIFERENTES Y AUTÓNOMOS MÁS ALLÁ DE LA CLÁSICA ESTRUCTURA ESTATAL DEBE SER POSIBLE
Su última obra publicada lleva por título Sobre la vocación política de la filosofía y en ella apuesta por que la filosofía baje a la calle y se moje. La obra ha tenido una recepción espectacular en Italia y será traducida en breve al castellano. La pregunta va a la inversa: ¿Debería haber vocación filosófica en la política? ¿y en ese caso, de qué modo?
Sí, el libro ha tenido un éxito que también me ha sorprendido. Y sé que saldrá en muchos idiomas. Mi tesis es que la filosofía debe reingresar en la ciudad. Con esto, obviamente, rompo un tabú secular, por el cual se cree que los filósofos y filósofas no deben meterse en asuntos políticos. Pero ya vemos los resultados: hoy la política se reduce a la mera administración, si no a la gobernanza del control. Asistimos a una política que sigue la agenda dictada por el capital, que ejecuta los deseos del mercado. Está completamente desprovista de horizonte. A su vez, la filosofía de las últimas décadas se ha conformado con convertirse en la sirvienta de este tipo de “política”, limitándose a decir, de manera normativa, lo que debería haber sido modificado o mejorado. En suma, se ha convertido en la criada de la criada. Por eso a día de hoy me siento muy lejos de una filosofía socialdemócrata. Me reconozco, más bien, en la línea del pensamiento crítico radical. Y eso es lo que he tratado de mostrar en el libro.
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