Por: Grazia Tanta
Señalar y acusar al capitalismo es la forma más integrada de plantear cuestiones ambientales, políticas, económicas y de sociabilidad entre los seres humanos; considerar sólo análisis parciales, pocos ángulos de análisis del capitalismo, esto corresponde a la(s) forma(s) de los pactos con él, con su desempeño o, de mínima a un alto grado de miopía.
El capitalismo es una estructura económica y social, compuesta, integral, invasiva y jerárquica. En este contexto, no habrá solución para la realización de las cinco necesidades sociales esenciales descritas por Spinoza: paz, alimentación, vivienda, salud y educación. A estos cinco solemos agregar otros dos, más genéricos: las necesidades típicamente humanas de amar y ser amado.
Se vislumbra el agotamiento de las capacidades del planeta para alimentar dignamente a 8000 millones de personas, sin olvidar que la necesaria armonía de la relación entre los humanos y el planeta está lejana; por otra parte, no nos parece central ni interesante el envío al espacio y, en particular, a la Luna, de los artefactos y escombros arrojados allí por la competencia entre las naciones más ricas.
Más importante y peligrosa es la salpicadura del planeta con bases militares, flotillas de buques de guerra y conflictos, cuyo desenlace podría ser desastroso para la continuidad de la especie humana.
La racionalidad del sistema capitalista generalmente incorpora la infraestructura productiva (en forma de uso de bienes y servicios), con enormes efectos sobre el medio natural y, generando una competencia constante y multifacética entre los estratos poseedores, cuya ideología contagia al resto del la población, a la humanidad.
Estar en medio de enormes colas de autos, en hora punta, impermeabilizar el suelo con brea o, lidiar con el brutal impacto del tráfico aéreo, no es ni inteligente ni saludable; pero incorpora rentas de actividades típicamente inútiles o nocivas, reflejadas en el PIB “consagrado”.
El sistema financiero disfruta de algo muy especial, que es la producción infinita de “riqueza”; y esta infinidad lo coloca cada vez más en una situación de presión sobre los bienes naturales o transformados, sobre el capitalista común, más allá del rebaño humano, segmentado y marcado por inmensas desigualdades. Sobre todo, los derivados de sesgos nacionalistas o patrióticos.
Las pirámides de Ponzi son los instrumentos para la creación infinita del dinero, su aplicación en la explotación de los recursos de la Tierra, generando una cadena entre la infraestructura, por naturaleza finita, y la presión financiera tendiendo a ser infinita.
La macrogestión de este sistema global le corresponde al sistema financiero que tiene como instrumento de gestión política de la Humanidad a las clases políticas, claramente situadas por encima de los pueblos, globalmente jerarquizadas o, en el ámbito de las plutocracias nacionales. Estas jerarquías replican las cortes y señores del mundo euroasiático de antaño pero con un grado mucho mayor de integración en los sistemas político y financiero.
Formalmente, hay que contar con los cráneos empobrecidos de bidens y vonleydens; y, sobre todo, con las capacidades de mandarines ilustrados como Putin o Xi, como gestores de clases políticas nacionales, insertos en jerarquías flexibles, en cada momento y, en las dificultades de explorar y mantener el (des)orden social, económico y social ambiental.
Un caos manejado por la des(articulación) entre lo social, lo económico, las disputas entre grupos económicos/financieros o políticos; de este caos, traducido en la racionalidad proveniente de las élites de Davos, así como de los ejecutores de las clases políticas que allí se postran, lo que queda es la desorganización de los pueblos, más capaces de generar antagonismos entre ellos que de enfrentarse a los enemigos polifacéticos.
Los juegos de participación en eventos dirigidos a la clase política y empresarial no son más que formas de convencer y enmarcar a la plebe, en la aceptación de que los gobiernos enfrentarán y resolverán los evidentes y crecientes desmanes sociales y ambientales; con más o menos elecciones, con clases políticas más o menos ineptas y corruptas que muchas veces etiquetan a sus miembros como gerentes o empresarios.
Las clases políticas, entrelazadas con el poder financiero dominante, manejan las estructuras políticas (partidos, sindicatos, empresas públicas, en particular); así como las estructuras mediáticas, dominadas por grupos empresariales que organizan los flujos de “información”, volcada en todo momento sobre la masa de los desposeídos del poder.
Se pretende que estos desposeídos/as -sobre todo asalariados/as, precarios/as, deudores/as- asuman y se dignifiquen en el ejercicio de cualquier trabajo de mierda, para usar las palabras de David Graeber. Esta masa de desposeídos, en gran parte, está compuesta por electores de rutina en las vernissages electorales, mientras no sean inhabilitados como pensionistas o desempleados sin futuro, con derecho a la limosna; aunque para esto último, en la actualidad, se utiliza la denominación de subsidio.
El agotamiento de los suelos agrícolas, cargados de productos químicos o deteriorados por la presencia de animales de faena, es generado por el productivismo propio del capitalismo, por la presión del “mercado”. Y sin embargo, por presión humana, durante décadas, creando y reproduciendo la “modernidad”, en la loca forma de situaciones propias de las conurbaciones urbanas, llenas de suelos impermeables al alquitrán, por la presión inmobiliaria o, por la densificación de las vías de circulación y aparcamientos. .
La laxitud política del ambientalismo se desliza, por regla general, hacia una inserción en las estructuras de poder político y económico; y menos, por una organización autónoma y contestación radical al modelo extractivista, depredador, economicista, oligárquico y represivo. El llamado ecosocialismo, en todo caso, será una farsa, digna de tolerancia o aplausos del poder político y económico. La guerra de Ucrania es un ejemplo notorio de la incapacidad del ambientalismo tradicional y del compromiso de las clases políticas con las estructuras más altas del capitalismo; aun cuando la primera se disfraza de democracia edulcorada, con elecciones, partidos y… corrupción, obviamente.
La idea de crecimiento infinito del PIB encarna el esfuerzo por continuar este camino insano de inserción imposible en la producción de bienes y servicios, más o menos ligados a las necesidades humanas y al empresariado común. Este crecimiento infinito se ve amplificado por el desempeño del sistema financiero que absorbe capital estatal, trabajadores y empresas, garantizando su disponibilidad futura. Sin embargo, como estos fondos se colocarán, en gran parte, en el “mercado”, solo una pequeña parte estará disponible en el banco de origen, suponiendo, a la ligera, que todo pueda devolverse a los depositantes originales, lo que obviamente es imposible siempre que hay desconfianza en el “mercado” financiero, con la cadena de bancos[1] involucrada, teniendo dificultades para devolver el dinero depositado.
La farsa de los modelos electorales basados en oligarquías partidistas excluye en realidad hipótesis de una real intervención y decisión del pueblo en general, porque en ese modelo intervienen las bandas partidarias que organizan situaciones institucionales[2], haciéndose superiores, con miras a acceder a lo real. poder de decisión y, en particular, en cuanto al acceso al “bote“.
Estas oligarquías son insaciables. Son los cuidadores de la explotación del trabajo por parte de unos, demostrando que el salario es una aberración que sólo los cambios copernicanos pueden obviar; para ello, es necesario deshacer estas oligarquías, su imposición de la lógica de la ganancia y la apropiación privada, cuya existencia es una puerta abierta de par en par a la perenneidad de las desigualdades, a su constante rejerarquización, a la preponderancia de lo privado, con desacato a la salvaguarda de los bienes puestos a disposición por la naturaleza. La destrucción, los desplazamientos masivos de seres humanos, la guerra, son parte de la rutina diseñada por los poderes fácticos.
El capitalismo desarrolla técnicas sofisticadas para la producción de bienes o servicios, pero considera los recursos existentes en el planeta como algo infinito y eternamente cambiante, como si fueran marcas indelebles de su existencia; así como hace del propio planeta un artefacto generado por un arquitecto contratado por el capitalismo para diseñar todos los cambios que aumentan el crecimiento del PIB.
El decrecimiento supone un llamamiento a la renuncia o a la reducción del consumo, cuya configuración es esencialmente demente; pasa por una adaptación, una integración a la lógica del capitalismo y no una forma efectiva de hostigarlo. En 110 países la gente vive con menos de $10 000 al año y solo 28 tienen un ingreso de más de $40 000. La gran mayoría de los seres humanos tienen enormes necesidades en cuanto a alimentación, salud, vivienda, acceso a la educación, tranquilidad; en este contexto, proponer una renuncia o reducción, en el ámbito de esas necesidades humanas, implica considerar un plan generativo, de apropiación y redistribución de bienes, totalmente ajeno a la lógica propia del capitalismo. Esto sólo se puede compaginar en una postura clara y decididamente anticapitalista y, jamás en el seno de posturas complacientes con el capitalismo y la “democracia de mercado” como se verificó, hace pocos años en Glasgow.
Ligado al sacrosanto crecimiento está la producción de armamento y la existencia misma de fuerzas armadas que oscilan, dentro de su inutilidad social, en la aplicación en intervenciones musculares, destructivas, como en la guerra y campañas militares en general. En este contexto, el desafío al modelo global de capitalismo debe enmarcar el rechazo al militarismo, la extinción de las fuerzas armadas y la producción de material bélico… tema en el que las clases políticas no se atreven.
Por el contrario, en el desarrollo del colapso fascista de Ucrania, la OTAN se expandió, dejando en Europa, fuera de la sombra de su sombra, Austria, Irlanda, Suiza y los microestados europeos (Andorra, Liechtenstein, S. . Marino y Mónaco)… sin olvidar el Vaticano cuya desastrosa actuación fue evidente en tiempos del Papa Wojtyla.
A raíz de lo anterior, ¿es necesaria, compatible y democrática la vida de los pueblos con oligarquías y clases políticas, ávidas de prebendas, corruptas y protegidas por cohortes policiales y militares? ¿Se puede decir lo mismo de una redistribución de la renta y del poder que beneficie a unos pocos ricos, que se sentirán elevados a situaciones de poder sobre el resto de la población?
En el ámbito del contenido de la producción social de bienes y servicios, ¿tiene sentido la inherente segmentación de ingresos y niveles de poder, liderados o articulados por un poder político, ávido de apropiación y regresivo de distribución del ingreso?
No existe un plan racional, global o regional, para la distribución de los recursos y sus frutos por la masa humana; también apunta a un funcionamiento del mercado que, por regla general, segmenta y jerarquiza a los seres humanos, en función del poder económico de las organizaciones oligárquicas como los Estados y las empresas, especialmente las de gran poder, como las multinacionales.
¿Qué actividades incorporarán, en el futuro, al bienestar de la masa humana? Volvemos al principio de Spinoza; para eso, es imperativo acabar con el armamento y todas las demás falencias, como la privatización de la salud, la educación, la vivienda, creando un ambiente para compartir lo común y, sin el autoritarismo proveniente de las clases políticas, que tienden a ser excluyentes. y corrupto
El capitalismo, articulando la producción y las relaciones entre los humanos y el planeta, desperdicia las capacidades creativas de millones de personas; mientras los condiciona y los esclaviza. El transporte y la distribución en el capitalismo promueven inmensos costos en términos logísticos, burocráticos, además del ambiente competitivo que pone a los seres humanos en competencia unos contra otros. El productivismo no apunta a soluciones a las necesidades humanas; es sólo un conjunto de acciones encaminadas a apropiarse, por una minoría, de los bienes, servicios y prebendas producidos por una gran mayoría, desvinculada de los objetivos de la propia producción de bienes y servicios. ¿No deberían eliminarse las desigualdades existentes para la construcción de un sistema de redistribución equitativa?
Los elementos de derroche por parte de los trabajadores y trabajadoras son inducidos por la irracionalidad del sistema; debido a la ligereza de la absorción de mentalidades consumistas, de donde salieron las prácticas para el enriquecimiento de los capitalistas, con el consiguiente aumento del PIB. Asimismo, se descuidan los impactos ambientales y sociales generados por la acción negligente del capital, que desprecia los elementos que van más allá de los límites absolutos del propio planeta.
La guerra en Ucrania es el lugar donde, hoy en día, se están produciendo paulatinamente más desastres humanos, sociales, ambientales; y, donde es visible la ligereza de los occidentales de usar uranio empobrecido con más del 90% de isótopos de uranio-238 y menos del 1% de uranio-235. Este uso estadounidense de uranio en Irak hace veinte años llevó al uso de 300 toneladas de uranio empobrecido, según estimaciones de la ONU. La vieja y ridícula monarquía inglesa, desde el fondo de su decadencia, de su subordinación a los EE.UU., decidió enviar a Ucrania, municiones hechas con uranio empobrecido y, una vez más, puso en la agenda, un viejo problema -vulgarizar o no-. material radiactivo, aunque contamine a muchos seres humanos.
En el ámbito de la ligereza de la forma en que las clases políticas manejan las sociedades, se destaca EE.UU., con pretensiones al podio de las naciones, con la adopción de prácticas que pretenden insertar, en el ámbito de la subalternidad, a todos los demás pueblos, cuando sea necesario o conveniente.
Como el planeta es limitado, es fundamental considerar sus espacios y recursos en términos de espacio y uso de los elementos contenidos en él. Es una obviedad y una locura admitir que es posible que el ser humano supere las limitaciones del planeta, evitando, al mismo tiempo, un colapso ecológico. La degradación de la naturaleza, el exterminio de las especies vivas, animales o vegetales constituye una amenaza para la humanidad.
La demanda de litio, por ejemplo, implica costos crecientes y una competencia feroz entre las principales potencias; todo ello para alimentar un aparcamiento desproporcionado, objeto de la tremenda lucha en la que se pretende involucrar a gran parte de la Humanidad; y cuyos efectos implican la atracción de ricos y pobres. ¿Son los costos ambientales, debidamente calculados, superiores a las ganancias de la producción de automóviles? ¿Qué pasa con el consumo de combustible, el tiempo perdido en interminables colas de vehículos? ¿Y la existencia de enormes áreas urbanas donde se aglomeran millones de personas? Estos daños, debidamente calculados, son ciertamente mayores que las ganancias de sus beneficiarios quienes, sin embargo, buscarán gravar a los municipios, en una escalada sin verdaderas formas de resolución.
Las tasas crecientes de contaminación y degradación ambiental ocurren porque los capitalistas y sus gobiernos buscan ganancias a expensas del medio ambiente; y no por el uso de tecnologías libres de daño ambiental y humano. Por regla general, los recursos y medios de producción están destinados a la acumulación de capital; todo lo demás es superfluo, en la lógica de los capitalistas.
La contradicción entre el ser humano y la naturaleza, que hoy se revela dentro del capitalismo dominante, sólo puede ser abolida teniendo en cuenta que la estructura productiva debe basarse en los cinco principios señalados por Spinoza; y no en la producción de armas, lujos y superficialidades que tanto atraen a los ricos y a los idiotas.
Cualquier salida a la situación actual, desde el punto de vista político, económico, social y cultural, para evitar un desastre global, será a través de un plan amplio y detallado, basado en la propiedad común de los recursos, en tecnologías aceptables que sustituyan a las modelo de lucro, de apropiación privada de los recursos del planeta, de egoísmo nacionalista, propio de la ideología inmanente al llamado mercado capitalista.
Hablar de planificación en un contexto capitalista es un error. Los capitalistas se constituyen en competencia entre sí, en una lógica de maximizar los resultados que cada uno persigue; actúan como agentes redistribuidores de salarios limitados y precariedad laboral; y, como manipuladores de los ingresos estatales para apoyar a la comunidad empresarial de más alto perfil.
A la clase política le corresponde el manejo y manipulación del aparato estatal, la selección y jerarquización dentro del mandarinato político, la expedición de leyes y reglamentos, la recaudación y distribución de la carga tributaria. Para la multitud de trabajadores asalariados, pobres, desempleados, precarios, quedan dos opciones esenciales, salidas de la clase política. Uno es la continuidad sumisa del statu quo, definido por las estructuras del capitalismo y lo que podemos llamar “democracia de mercado”, con partidos políticos, conservadores, integrados al modelo político vigente y sindicatos amorfos. La segunda tiende a anclarse en una plácida aceptación de las estructuras fascistas -políticas o gremiales- de una incorporación total de estas estructuras en el aparato estatal; un caso bien conocido fue el vivido durante el régimen fascista en Portugal (finalizando en 1974).
La supresión del capitalismo incluye la planificación en una sociedad no capitalista que evite las consecuencias catastróficas del cambio climático y otros excesos promovidos por el modelo capitalista, enfocados en el crecimiento infinito del PIB. La gran pregunta es si las víctimas del capitalismo logran organizarse en un nuevo modelo político, social y económico; o, si se dejan conducir por el binomio capitalistas-clases políticas, hacia un modelo político represor y fascista. Por otro lado, ¿el modelo de Estado-nación, que implica una competencia exacerbada – cuando no una guerra abierta entre sus miembros – apoya los supuestos de Spinoza? El modelo político, hoy dominante, engloba situaciones de competencia económica, así como de tensión política, cuando no conduce a la guerra.
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