En los últimos años, América Latina se ha ubicado en el centro de la disputa entre las dos grandes potencias: los Estados Unidos y China. Esto se desarrolló en medio de un gran acontecimiento, la pandemia global, a la cual se suma la guerra de Ucrania sin límites previsibles por ahora. Un punto relevante de la globalización en disputa en su sentido y equilibrios de poder, si se convalida la multipolaridad la unipolaridad o un mundo de emblocamiento binario, es también el replanteo por la diversidad.

La globalización unipolar propuso un ethos común para el conjunto de la humanidad, una suerte de uniformidad de ciertos valores e intereses como válidos para todos. La globalización unipolar fue un temblor sobre el fin de la acción comunicativa, desde la información y el “poder blando” acrecentado para buscar homogenizar culturas milenarias en un solo rasero y, asimismo, de un supuesto derecho internacional público que funcionaba en las Naciones Unidas.

En algún sentido, en caso de lograrse un escenario de paz negociada, la guerra podría ayudar a configurar una globalización más auténtica y más diversa a la unipolar que se definía por una misma economía capitalista y una sola cultura, sin aceptación de sistemas políticos, valores que no fueran los de Estados Unidos y que podría encontrar una comunicación más real que la que se impone en la simple dominación, uniformidad y acumulación por desposesión.

Tres escenarios

Ahora bien, más allá del impacto inflacionario de los costos energéticos y de alimentos que sufre América Latina como efectos comerciales de la guerra, están los otros impactos e incidencias de carácter político, y que consisten en los intentos por presionar a América Latina por Estados Unidos para imponer sanciones a Rusia en varios niveles.

En el circuito multilateral, los mismos lograron con éxito el desalojo del representante ruso en la ONU de la Secretaría de Derechos Humanos, también se hizo lo mismo en la OEA, sin el mismo resultado, y ahora para no invitar a Rusia a la reunión del G-20 de noviembre.

La presión también es intensa contra México por nacionalizar el litio ya que vulneraría algunos de los acuerdos alcanzados en el T-MEC (Tratado de libre comercio firmado por Canadá, México y Estados Unidos), pero el tema de fondo es el temor a que China pueda acceder a alguna porción de esa cadena de valor, o a comprarle directamente al Estado mexicano su producto. Existen tres escenarios tentativos que deja la actual situación en Ucrania:

1. Un primer escenario, el menos deseable que es el catastrófico, es la potencial guerra nuclear, ya que la intensidad del conflicto, conjuntamente con el doble movimiento de lucha territorial e híbrida, más el abastecimiento de armas pesadas y la incitación a avanzar sobre Rusia a Ucrania puedan llevar a un movimiento o a una acción de desequilibrio que precipite un drama más amplio. En realidad, esto se agudiza por la duplicidad de Zelensky de generar simulacros de acuerdos con la Federación Rusa para luego disolverlos, y volver a seguir las instrucciones de la OTAN, que es seguir para adelante con la guerra con nuevas armas y estímulos. ¿Pero hasta qué punto? Sobre esto advirtió Putin con el think twice, mostrando los riesgos de cruzar nuevas líneas rojas teniendo Rusia armas intercontinentales nucleares de nueva generación para evitar acciones intempestivas o posibles errores que desencadenen este escenario. En este escenario pierden todos los actores.

2. En el segundo escenario, Estados Unidos, la OTAN y la UE triunfan ya que la presión externa diversa y la resistencia interna militar logran el retroceso de las tropas rusas de Ucrania y el avance de las ucranianas, y hacen caer el régimen de Putin. Terminan controlando sus recursos energéticos, para luego seguir presionando a China desde Taiwan, Japón, Corea del Sur y la barrera de contención del Indico-Pacífico. Aquí el Sur Global decrece en sus aspiraciones de cambios profundos y aumenta la sumisión de América Latina al bloque del Norte.

3. Finalmente el tercer escenario, es donde el aislamiento y desprestigio a que se somete a Rusia, no logran la caída del régimen de Putin ni el retiro de las tropas, y por el contrario, la Federación Rusa triunfa afirmando sus objetivos militares -particularmente a partir de la caída de la ciudad de Mariopol-. Sus tropas redoblan su ofensiva en el este de Ucrania, por lo que Moscú logra una negociación diplomática, con la UE, Ucrania y la OTAN para alcanzar un acuerdo de paz que termine la invasión en la medida que países importantes de la UE y de otras partes del mundo ven también un excesivo desgaste y riesgos en continuar con el conflicto y aumentar el riesgo de la provisión del petróleo y el aumento de los combustibles. Este tercer escenario dejaría posiciones territoriales a revindicar por Ucrania, pero el conflicto bélico cesaría, y ambos bloques disminuirían su agresividad y gastos militares. Comenzaría una etapa de mayor distención y el fin de una estrategia de una guerra continua que debe definirse solo en términos militares y no diplomáticos.

                                                                   
                                                                    Imagen: AFP.

La nueva ola progresista en América Latina

En medio de esta disputa, en la región se observa como una segunda tendencia significativa el surgimiento de una nueva ola progresista en países como México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Honduras y ahora Colombia, que parece reemplazar al neoliberalismo tardío e iniciar un nuevo ciclo con más rol del Estado, políticas de gasto público y social y, en todo caso, sin promover una lógica discursiva confrontativa con los Estados Unidos, tomar una suerte de estilo pragmático sin perder tampoco el objetivo de ganar en autonomía, y responder a demandas sociales y de derechos.

Hay otras diferencias entre la primera y segunda ola, cuya segunda parte se expresa en los documentos de Puebla. Por ello, “proyectar una ola rosa que retoma la anterior sin mayores autocríticas y adaptaciones parecería conducir a resultados inferiores en comparación con la primera ola, y quizá a un ciclo más más corto. (…) Algunas novedades podrían tomar protagonismo en este segundo ciclo. Los nacionalismos exclusivistas podrían evitarse en parte mediante un renacimiento de un nuevo enfoque de la integración regional y sus actores la activación de las identidades regionales. Se pueden en los discursos y promesas electorales de refundar instituciones de integración dormidas y se pueden buscar estrategias conjuntas para enfrentar temas decisivos como la desigualdad, la inflación estructural, la crisis climática”.

Esta segunda ola progresista se encuentra amenazada por una resistencia de parte de las elites latinoamericanas aferradas al ideario ortodoxo de ajuste, al poder financiero o del partido judicial. A un alineamiento estricto a la agenda de Estados Unidos, y se vuelcan cada vez más a coaliciones de derecha, de carácter neofascistas, antipolíticas o directamente destituyentes.

Donde las oposiciones suelen hacer tambalear a los nuevos gobiernos progresistas, como el caso de Perú, o impedir el avance en Ecuador por la judicialización de Correa.

En cierta forma, el poder político democrático del Estado de los gobiernos populares queda recortado. Es débil frente al poder real. No tiene mucho espacio para hacer reformas y está permanentemente amenazado también por procesos de endeudamiento. Esto forma parte de la creciente desafección hacia la democracia que se observa en los públicos, y la tendencia a votar sobre extremos liberales, y el poder real a promover maniobras destituyentes en el marco de una comunicación política que estimula la infodemia, la cultura del odio y las fake news.

Los límites en el proceso de integración

La región carece de instituciones propias consolidadas para intentar en esta situación impulsar el proceso de integración, como sucediera en la primera década y media cuando por caso estaba la Unasur y el Mercosur ampliado.

Ahora, si bien se ha relanzado la Celac, ésta todavía no ha alcanzado protagonismo o una definición de una línea de acción conjunta para América Latina. El BID ahora responde claramente a la potencia del Norte, junto a la OEA que coordina sus acciones de los organismos de inteligencia y seguridad de los Estados Unidos, como una institución de intermediación de su agenda con el resto de las Américas.

Como en el conflicto con Ucrania, la OEA también está en función de Estados Unidos y de la OTAN, ya que promovió la suspensión de Rusia como observador del organismo hasta que retire tropas de Ucrania. En este caso, la Argentina se abstuvo en conjunto con Brasil y México, y desde el gobierno de Alberto Fernández advirtieron que ante la ocupación en Malvinas, “nadie sanciona a Gran Bretaña. De esta manera, el escenario final de una región en disputa permanece abierto e irresuelto”.

Como dice Emir Sader: “Desde que surgieron gobiernos antineoliberales en América Latina, el continente se ha convertido en el epicentro de las grandes luchas políticas del siglo XXI y, al mismo tiempo, en un balancín, en el que los gobiernos se instalan y son derrotados, regresan y experimentan una gran inestabilidad, algunos se reafirman”.

El balancín se mueve por un lado entre la nueva ola progresiva que intenta salir de las crisis cíclicas y del neoliberalismo en búsqueda de un desarrollo sustentable y más igualitario y, por otro, hacia una nueva derecha que avanza en favor de políticas de ajuste, precarización y alentar proyectos de liberalización extrema y dolarización que amenazan la misma soberanía nacional.

Asimismo, esta situación de báscula entre políticas progresivas o regresivas no está aislada del conflicto geopolítico mundial que se desarrolla en Europa del Este, que asimismo supone entre otras cosas, la búsqueda de evitar inversiones Chinas en infraestructura o que se aprovechen las potencialidades del proyecto de la Franja y la Nueva Ruta de la Seda en el conjunto de la región.

Orientación estratégica de Argentina y la región

En ese escenario, Argentina debería tratar de buscar posiciones comunes con otros países claves de la región –México y Brasil– en las votaciones sobre este conflicto en la ONU, la OEA y otros foros.

En esta dirección, la decisión del gobierno argentino de restablecer las relaciones con Venezuela que habían sido interrumpidas durante la presidencia de Mauricio Macri, designando nuevamente a un embajador fue ampliamente apoyada a nivel regional por dirigentes que reconocen la importancia de la Celac para consolidar América Latina y el Caribe como zona de paz.

Pero, a la vez, hay decisiones del gobierno nacional en el último tiempo que parecen mostrar una tendencia a ir hacia un alineamiento creciente con las posiciones de Estados Unidos, como la decisión de Argentina en la Asamblea General de Naciones Unidas de votar afirmativamente la propuesta que dispuso la suspensión de Rusia como miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU a partir de la masacre de Bucha, cuando Brasil y México y otros países se habían abstenido. O, en el plano local, bloquear la construcción de Atucha III, por ser una inversión China y en yuanes.

Como señala Atilio Borón respecto de la votación diferenciadora: “Lo curioso del caso es que ni la Asamblea General ni el Consejo de Derechos Humanos de la ONU tuvieron en sus manos ningún informe objetivo e imparcial sobre los sucesos presuntamente ocurridos. Es decir, se suspendió temporalmente la participación de Rusia en el CDH a causa de ‘informes’ que no fueron producidos por ningún organismo responsable del sistema de Naciones Unidas”.

Alineamientos

Esta tendencia a alinearse de confirmarse podría alejar a la Argentina de su aspiración de construir un bloque regional con cierta autonomía y abrirse a un mundo más amplio, el formar parte de las Brics y trabajar en la Ruta de la Seda -como lo había expresado anteriormente el presidente Alberto Fernández-. Es posible que esta dirección se vaya acentuando por la creciente influencia del embajador de Estados Unidos, Marc Stanley en decisiones internas jurídicas del país, manifestándose satisfecho sobre la movida de la Corte para controlar inconstitucionalmente la dirección del Consejo de la Magistratura.

En similar tenor se inscriben las declaraciones de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham). Pero se corre el riesgo de volver a un alineamiento tradicional del país con Estados Unidos y la UE, que asimismo busca reforzar la derecha local pero sin mayores beneficios a cambio. Sobre todo, porque ese alineamiento se diferenciaría de la posición más pragmática adoptada por México y Brasil y atenida a sus intereses nacionales, así como de otros países de la Celac, en en favor de un no alineamiento activo, por lo que se abstuvieron en la votación de sancionar a Rusia.

Además, porque Rusia es un país que, entre otras cosas, reconoce la soberanía argentina sobre las Malvinas, ha sido solidario en su lucha contra la pandemia, y tiene un tratado estratégico de inversiones, mientras que los países que integran la OTAN son precisamente contrarios a esa soberanía, lo mismo que Ucrania.

Defensa de los intereses nacionales

Por todo ello en esta nueva situación para la Argentina y América Latina, se trata de contar con una visión estratégica común que despolarice, y considerar que el bien común global no es patrimonio de un reducido grupo de naciones; ni aceptar una dicotomía entre buenos y malos, democráticos y no democráticos, sino que el interés general remite a una construcción colectiva que implica negociación diplomática para que la paz en Ucrania y en otras regiones, se encuentre lo más pronto posible y se eviten más daños en vidas, migraciones, destrucción de activos.

Una orientación estratégica que defienda los intereses nacionales es apostar a la multipolaridad y no a la reconstrucción de hegemonías ni conflictos civilizatorios: eso sería jugar en favor de nuestros intereses y de una región abierta al mundo.

La posibilidad, asimismo, para Argentina de aprovechar estos años de gobierno del Frente de Todos sobre todo ante inminencia de un posible triunfo de Lula en Brasil, de Petro en Colombia y una mayor consolidación de la segunda ola progresista. Lo cierto es que el mundo está en ebullición, y la Argentina, con cerca de la mitad de la población en situación de pobreza e indigencia, está sentada sobre una montaña de cereales de tal magnitud que podría alimentar a 400 millones de personas. A su vez, esta montaña se asienta sobre un profundo mar de petróleo y gas que corre por las entrañas del país a la espera de ser explotado. Las urgencias del momento exigen articular alianzas estratégicas que nos permitan terminar con la dolarización y empoderar a nuestra moneda con nuestros commodities, ganando así autonomía para desarrollar políticas tendientes al crecimiento nacional con inclusión social.

Asimismo, es preciso abandonar la idea que la defensa de la seguridad nacional de los Estados Unidos como única válida –y que estaría amenazada por el avance de China, o ahora por Rusia–, para considerar la necesidad de tener un concepto de seguridad global, en donde todos las naciones deberían tener seguridad y espacio para poder cooperar contra las grandes asechanzas que agreden a la humanidad, como son los impactos provocados por el cambio climático, la desigualdad, la pandemia , la pobreza y las migraciones, y donde incluso ahora se incorpora la amenaza nuclear.

Inflación y geopolítica

La guerra genera cambios importantes, tanto en lo relativo a la economía nacional, impactos inflacionarios y de todo tipo, como también obliga a posicionarse en el escenario internacional. Particularmente para Argentina, el problema de la inflación que no se termina de resolver es uno de ellos. El fenómeno no tiene que ver con la emisión monetaria o con los salarios, ni con las tarifas, ni con el tipo de cambio, como señala la derecha. Está –como señala Carlos Heller- fuertemente moldeado por la construcción mediática de expectativas negativas, por la puja distributiva y se agudiza por los efectos de la guerra. El FMI también agudiza el problema, sobre los subsidios, seguir la devaluación del tipo de cambio.

Sin crecimiento no se pueden resolver los grandes problemas pero sólo con el crecimiento no alcanza. Por eso hace falta un Estado que regule y establezca mecanismos para que esos beneficios se distribuyan, no terminen aumentando la desigualdad y la injusticia social, y las transferencias ayuden a incrementar el consumo de la población, y así generar un incentivo más hacia un crecimiento inclusivo.

El otro riesgo que existe es que si no se tiene un rumbo estratégico propio, un alineamiento de Argentina con la posición de Estados Unidos y la OTAN podría poner en duda la reconstrucción de un bloque regional con autonomía e identidad propia que desplace de ese lugar a la OEA.

Más cuando Estados Unidos está buscando junto con la guerra de Rusia y Ucrania terminar de socavar posiciones de China en América Latina. Por cierto, esta segunda ola progresista que vincula países como México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Honduras, Colombia y probablemente a Brasil debería considerarse como una nueva oportunidad para configurar un bloque regional sustentable e independiente.

Cada vez más se revela la necesidad de contar con una voz común para el conjunto de América Latina ya que, de lo contrario, no tendremos ningún peso ni presencia en un mundo de grandes bloques que se configura. En cierta forma, China sabe qué quiere de América Latina, pero ésta no sabe qué quiere de China, y así con otros bloques de poder. La región no se piensa desde sí misma, y es pensada desde otros lugares.

Soberanía regional

Es por ello que la visión estratégica del no alineamiento activo que preconiza el Grupo de Puebla, podría realizar una novedosa articulación entre la Celac+Mercosur y sumar sobre todo los liderazgos de México, Brasil y Argentina que fortalecerían este bloque con una agenda común, tanto en la ONU como en otras instancias multilaterales en que participan los tres, como el G-20.

Esta organización y el Mercosur podrían ser una plataforma para ampliar la vinculación comercial intrarregional y con el mundo, que pueda promover soberanía regional, impedir que los recursos naturales se conviertan en enclaves extractivistas, favorecer la desdolarización de las transacciones comerciales, y fortalecer nuestros reclamos sobre la soberanía de Malvinas y la desmilitarización del Atlántico Sur.

Es claro que la nuclearización de la OTAN sobre las islas es para controlar la Antártida, el mar adyacente y sus recursos. El riesgo no es tener en cuenta que los problemas de la adversidad de la OTAN sobre Rusia y China son también sobre nuestras islas, o no tener una dirección estratégica de mediano plazo y moverse en decisiones tacticistas y de corto plazo. De no advertir que en la mutación de la globalización que se está produciendo nuestro bloque está en el sur global y no en el que busca retomar el hegemonismo y el neoliberalismo.

Por último, lo cierto es que los momentos de conflicto por el poder mundial y su orientación han sido tiempos de aumento de franquicia, de oportunidades para los países de la periferia como los nuestros, como ocurriera en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Tiempos de explorar oportunidades, alianzas emancipatorias y donde el temor y la moderación no suelen ser mejores consejeros que la audacia y la épica. Asimismo, donde la región forma parte de nuestro proyecto nacional y modelo de desarrollo sustentable e inclusivo, no son independientes de ésta, y menos en esta nueva mutación de la globalización.

Director del Área Estado y Políticas Públicas de la Flacso Argentina.