Por: Facundo Di Vincenzo
1. El primer primero de mayo
En la voluminosa obra (7 tomos) titulada: Historia de del Pensamiento Socialista (1953-1961), el teórico político, historiador y promotor del socialismo gremial cooperativista, George Douglas Howard Cole (Cambridge, 1889-1959), afirma:
“La idea de hacer el primero de mayo una ocasión para un avance en el movimiento obrero no era nueva; pero parece que entonces vino de Estados Unidos y que fue incluida en las resoluciones propuestas a los dos Congresos [de la Internacional Socialista] de París como resultado directo de la acción que la A.F.L. [American Federation of Labor] había decidido realizar. De hecho, antes de que los congresos se reuniesen, los obreros franceses, en febrero de 1889, habían llevado a cabo la primera de sus manifestaciones simultáneas en favor de la jornada de ocho horas como demanda inmediata.” (Cole, 1964, p. 22).
Otros estudiosos de la historia del movimiento obrero europeo (Cole, 1964) (Solomonof, 1971) (Thompson, 1977) (Castoriadis, 1979) (Hobsbawm, 1987) afirman que fue en París durante el año 1889 en donde se decidió que el primero de mayo fuera de allí en más la “fiesta del trabajo”, y que se daría preferencia a la jornada de ocho horas como demanda inmediata. Rápidamente, comenzaron las discusiones en torno a la posibilidad de establecer el día del trabajo en el resto del planeta. Se realizó un congreso en La Haya (Holanda), en donde se discutió sobre el tema, en aquellos tiempos, los alemanes temían que el Canciller Otto Von Bismarck (Schönhausen, 1815-1898) como respuesta a esta celebración profundice sus medidas represivas, aumentando los arrestos y persecuciones a los sindicalistas y militantes de izquierda. El representante del Partido Socialdemócrata Alemán, Wilhelm Liebknecht (Giessen, 1826-1900), insistió en que cada movimiento y organización nacional debía ser dejada en libertad para adaptar su acción a las condiciones nacionales, y que no debía adquirirse un compromiso de lanzarse a la huelga en todos los países. Una vez que los franceses concedieron estos requerimientos de los alemanes, se terminó aceptando la resolución.
Es fundamental mencionar, para acercarnos al contexto en el cual toma trascendencia esta celebración, al menos dos aspectos.
El primero, vinculado a la situación de los trabajadores entre mediados del siglo XIX e inicios del XX. La doble acción del capital y el imperialismo (Hobsbawm, 1992), generó movimientos de población como nunca antes en la historia de la humanidad. En Europa, hombres y mujeres que antes tenían la capacidad de autoabastecerse con el trabajo en sus granjas (propias o ubicadas en las tierras de otros) tras el avance del capital en los campos, en donde como hace decir Jonathan Swift a Gulliver: “las ovejas se comían a los hombres” (Swift, [1726] 1952), tuvieron que buscar su sustento en las metrópolis industriales (Londres, Yorkshire, Lancaster, París, Ruhr) convirtiéndose en asalariados (necesitaban del salario/dinero para vivir). Los miles de trabajadores que llegaban a las ciudades provenían de dos grandes reservas de mano de obra, el artesanado (destruido por la competencia de los productos industriales de las metrópolis) y el paisaje rural, donde se aglutinaba todavía la mayoría de los seres humanos. Respecto a las otras zonas no europeas, dice el historiador británico Eric Hobsbawm: “Por lo que respecta a las explotaciones modernizadas de Occidente, exigían menos mano de obra migratoria estacional, muchas veces procedente de lugares lejanos, sobre la que los dueños de las explotaciones no tenían responsabilidad alguna cuando terminaba la estación de trabajo: los schsenganger de Polonia en Alemania, las “golondrinas” italianas en Argentina, en Estados Unidos, los vagabundos, pasajeros furtivos en trenes o incluso, ya en ese momento, los mexicanos.” (Hobsbawm, 2006, p. 124). En definitiva, los trabajadores se vieron obligados a dejar las tierras de sus padres y de sus abuelos para poder lograr lo necesario para sobrevivir. En América Latina, estas transformaciones se tradujeron en la llegada de millones de inmigrantes, principalmente de Italia y España, dos regiones en donde los trabajadores agrícolas (inquilinos o propietarios) sufrían una de las peores crisis económicas por, justamente, no poder competir con los precios de los productos agrarios de las Américas.
El segundo aspecto, se relaciona con las repercusiones de estos movimientos de población, tanto para los gobiernos como para los dueños del capital (dueños de fábricas, empresarios, sectores financieros). Poco tardaron en llegar en Europa los reclamos por mejores condiciones de trabajo de los hombres y mujeres en las ciudades industriales: quema de máquinas, huelgas, boicots, etc. La reacción, primero fue repulsiva, primando en países como Francia y Alemania la represión violenta. Frente a ello, los trabajadores se comienzan a organizar recuperando lo perdido durante la Revolución Francesa con la Ley Le Chapelier (1791), aquella ley que había prohibido todas las corporaciones medievales como las asociaciones y organizaciones obreras. Como señala el filósofo y Pensador Nacional, Alberto Buela (Buenos Aires, 1946), “La Revolución Francesa dejo indefensa a la clase trabajadora, la llevo a vivir uno de los periodos más oscuros de la explotación del hombre por el hombre. Larguísimas jornadas de trabajo, las condiciones inhumanas del mismo, la explotación de mujeres y niños, las arbitrariedades del propietario del taller o empresa, la coerción del Estado a través de las leyes, el entorno físico de la ciudad industrial apenas apto para la supervivencia, el estado de insalubridad, los bajos salarios, la inseguridad económica, en definitiva, la pérdida del sentido de comunidad de que había gozado, hicieron florecer en la conciencia obrera dos objetivos primarios: mejorar las condiciones de trabajo y lograr la asociación gremial.” (Buela, 1982, p. 16). En esta línea de acción se crearon gremios, sindicatos y demás organizaciones de trabajadores, luego, hacia 1860 y por iniciativa de los economistas, filósofos, sociólogos y militantes, Karl Marx (Tréveris, Alemania, 1818-1883) y Friedrich Engels (Barmen, Alemania, 1820-1895), se crea la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional, que fue una organización que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. El principal objetivo fue el de organizar políticamente al proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella además de Marx y Engels, el anarquista, Mijaíl Bakunin (Torzhok, Rusia, 1814-1876). Por otra parte, no hay que dejar olvidar que también el Papa León XIII (Roma, 1810-1903), se manifestó contra la explotación del trabajador proponiendo su defensa en la Encíclica sobre La Cuestión Obrera Rerum Novarum (1891) en donde alentaba a los trabajadores a organizarse en sindicatos, escribe León XVIII: “Los sindicatos, son de entre las asociaciones de obreros a las que le corresponde el primer lugar.» (León XVIII, 1996, p. 68). Luego, recomendaba que el Estado no intervenga en estas organizaciones: “No se entrometa (el Estado) en las operaciones de la vida íntima de los gremios.” (León XVIII, 1996, p. 73).
La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional Obrera, adoptó como sede la ciudad de Londres y estuvo integrada por partidos, sindicalistas, socialistas, anarquistas y asociaciones obreras de variado signo. El encargado de redactar sus estatutos fue inicialmente Carlos Marx. En 1868, a raíz de la incorporación de Bakunin, la AIT sufrió una polarización que condujo a enfrentamientos entre dos tendencias irreconciliables: por un lado, la anarquista (con Bakunin a la cabeza), por otro, la marxista, cuyo liderazgo intelectual ostentó Marx. El episodio decisivo en la división del movimiento internacionalista lo constituyó el fracaso de la Comuna de París (1871), experiencia de carácter revolucionario que surgió tras la derrota de Sedán, (1870) sufrida por las tropas francesas de Napoleón III frente a Prusia (la llamada Guerra Franco-Prusiana 1870-1871). El fiasco de la Comuna de París agravó los enfrentamientos en el seno de la Internacional. En el Congreso de La Haya (1872), los anarquistas fueron expulsados de la organización, que pasó a ser controlada por los marxistas hasta su disolución en 1876. Después de la división que se produjo en el Congreso de la Haya (1872), lo que en Europa quedo de la Primera Internacional había pasado a manos de aquellos que sostenían las formas federalistas, generalmente más cerca de las concepción anarquistas y cooperativistas (sindicalistas), estos mismos que rechazaron la dirección autoritaria de Karl Marx. Entre 1872 y 1889 hubo congresos de la Internacional Federalista, también llamada como “Internacional Anarquista, que en parte oscurecían la posibilidad para los socialistas de reanudar los congresos de la Internacional. Tras un acuerdo de representantes del Pensamiento Socialista Alemán, belga y francés para dejar de lado a los anarquistas, se dio nacimiento a la Segunda Internacional Socialista que congregaba a los representantes de las instituciones, organizaciones y sindicatos liderados por socialistas pero que también daba lugar para que participen otros militantes del campo de las izquierdas. La Segunda Internacional duró hasta el estallido de la Gran Guerra (1914), suceso que volvió a dividir las aguas entre los representantes de las organizaciones socialistas de las naciones en pugna, principalmente, entre los franceses y alemanes.
Volviendo al primero de mayo, en 1889 y por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en París, se estableció como una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los Mártires de Chicago, unos sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en Estados Unidos por participar en las protestas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas.
2. Conmemorar el primero de mayo debajo de la Cruz del Sur
La fecha, que no podría ser considerada como una jornada de festejo, aunque generalmente los trabajadores y trabajadoras del mundo aprovechan para encontrarse con sus compañeros y compañeras de trabajo disfrutando de un momento de distensión y hasta diversión, se ha utilizado habitualmente en los países periféricos (“del tercer mundo”[1]) para mostrar las injusticias, abusos, arbitrariedades y atropellos que sufren los trabajadores por parte de sus patrones. Mientras que en los países del llamado “primer mundo”, comenzó con el objetivo prioritario de hacer valer la jornada máxima de: “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso” (Dommanget, 1956, p. 158), una vez logrados estos reclamos, el primero de mayo ha tomado un carácter más conmemorativo, salvo algunas excepciones (discusión de leyes laborales, reclamos por represión de las fuerzas de seguridad, aumento en la edad de trabajo para jubilarse, etc…).
Más allá de la histórica proclama de la Internacional Socialista: “¡proletarios y proletarias de todos los países, únanse!, sería muy ingenuo pensar que las condiciones de trabajo, las horas y la remuneración de un trabajador inglés, finlandés o alemán, es similar a la de un trabajador uruguayo, tailandés o argentino. De hecho, como se ha discutido en el Congreso de la Segunda Internacional Socialista de Ámsterdam (1904), todavía esperamos los trabajadores del sur global que aquellos trabajadores del Atlántico Norte hagan una huelga exigiendo que se nos reconozcan las mismas condiciones de trabajo y remuneraciones que se les reconocen a ellos.
Desde la caída de la Unión Soviética (1989-1991) se instalaron nuevos pensamientos que promovieron otras formas de “internacionalización”, como, por ejemplo, la idea de “una globalización” y de un “one world”, oscureciendo y ocultando las asimetrías presentes antes, durante y después de la llamada “Guerra Fría” (URSS-EEUU). Distintos estudiosos (Hirch, 1997) (Beck, 1998) (Ianni, 1999) (Mazzeo, 2008) sostienen que este proceso se define con el nombre de “Globalización”, en parte por considerar que mediante las modernas tecnologías de la información y de la comunicación el desarrollo del capital trascendió fronteras, regímenes políticos y proyectos nacionales, regionalismos y políticas geográficas, culturas y civilizaciones. Para la realización de “una concepción global” fue (y es) necesario el establecimiento de ciertas ideas, nociones y categorías en apariencia “neutras”. Fue imprescindible crear “un modo de pensar” unificado. En este proceso, el Pensamiento único opero y opera como un mecanismo articulador y, al mismo, desglosador y eliminador de todo obstáculo “no global”: cultural, ideológico, social, histórico, tradicional, regional, y al mismo tiempo; encimando y alineando aspectos culturales de regiones distintas, lejanas y heterogéneas hasta el punto de explosionar en una suerte de hiperculturalidad (Byung-Chul Han, 2021). En resumen, es un modo de pensar que actúa como herramienta de la globalización, y en ese sentido, tiende a ocultar la cara oscura del proceso, relacionado con el desarrollo desigual entre las metrópolis del Atlántico Norte y las demás zonas periféricas. No obstante, toda ideología tiene su contra ideología y toda hegemonía tiene su contra hegemonía (Gramsci, [1929-1935] 2008). Inmediatamente, distintos pensadores iberoamericanos como Ignacio Ramonet (Pontevedra, 1943) Wagner de Reyna (Lima, 1915-2006) o Alberto Buela, afirmaron que la globalización es un concepto ideológico. Dice Buela: “El concepto de globalización es un concepto ideológico lanzado por George Bush (padre) en 1991 cuando fundamento la teoría del one world y el nuevo orden mundial. La globalización cuenta con dos medios fundamentales: a) la producción de sentido de los hechos [Pensamiento único] y acontecimientos con el control total de los mass media internacionales y b) la producción de dinero electrónico en un volumen casi setenta veces mayor que el dinero comercial.” (Buela, 2018, pp. 9-10). Dice Wagner de Reyna: “[…] Esta globalización, cuyo sentido calificaremos de ideológico, no es tampoco anónima y en beneficios de todos sus componentes, sino que la inclusión se efectúa en relación con un elemento dominante, que a su vez es un composito en que se adunan determinados aspectos, rasgos o tendencias de la realidad, que de este modo resultan solidarios, entretejidos y unificados” (Wagner de Reyna, 2000, p. 50). En palabras de Ramonet, el Pensamiento único es: «Una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo» (Ramonet, 1995).
Como puede observarse, por izquierda y por derecha, la idea de una internalización, universalización, homogenización, ha sido irreal y artificial, sin embargo, ha mutado a lo largo de la historia tomando diferentes formas que actuaron diluyendo otros modos de expoliación y explotación sufridas por los trabajadores del tercer mundo. Como señala Jorge Abelardo Ramos (Ciudad de Buenos Aires, 1921-1994), desde que “América Latina fue sometida al capitalismo europeo, que después de “balcanizarla” la arrastró y adaptó en su carrera como un complemento colosal de sus metrópolis industriales” (Ramos, 1949, p. 8), los trabajadores de esta zona del planeta sufrieron la doble explotación, de las potencias del norte y de las oligarquías enquistadas en los gobiernos latinoamericanos.
No obstante, a pesar de estas tendencias extranjeras y extranjerizantes desde 1890 y hasta nuestros días, la conmemoración del primero de mayo forma parte de una jornada de lucha y reivindicación para los trabajadores argentinos, constituyéndose como parte de su historia. Se ha transmitido de generación en generación. Hoy tenemos en nuestro país una tradición de lucha que se liga directamente con nuestros abuelos, en otras palabras, que se ha cultivado en peñas, unidades básicas, gremios, sindicatos, comunas, talleres, juntadas, huelgas, rebeliones y demás formas de resistencia al avance intempestivo del poder económico
3. El Primero de Mayo y la Historia de los trabajadores en nuestro país
Hay un conjunto de trabajos imprescindibles para abordar el tema de la Historia de los trabajadores argentinos. En todos ellos se mencionan algunas particularidades que tuvieron las conmemoraciones del Primero de Mayo en nuestro país.
En su: Historia de los trabajadores argentinos (1857-2018) dicen Norberto Galasso y Alberto Ferraresi: “La historia de las luchas de los trabajadores argentinos puede darse por iniciada durante la segunda mitad de siglo XIX. Por supuesto, trabajadores hubo desde mucho antes, desde la primera presencia popular: lo era el cartero Domingo French, uno de los más importantes protagonistas de la revolución del 25 de mayo de 1810, así como el tipógrafo Agustín Donado y el empleado estatal Antonio Luis Beruti. Pero las huelgas por ramas o sectores comienzan recién a mediados del siglo, en 1857 [fundación de la primera organización de trabajadores: La Sociedad Tipográfica Bonaerense], para dar una fecha, mientras que las centrales obreras –como conjunción de organizaciones de trabajadores de distintas áreas o rubros –corresponden al inicio del siglo XX.” (Ferraresi-Galasso, 2018, p. 9). Como puede observarse, Galasso y Ferraresi señalan que la historia de las luchas de los trabajadores comienza antes de la llegada del llamado “aluvión inmigratorio” (1880-1914), un tema que ha sido escasamente abordado por la historiografía Académica y de izquierda en Argentina, pero también en otros países de América Latina, ya que en la mayoría de los trabajos (Santillán, 1933) (Troncoso, 1946) (Rama, 1966) (Falcón, 1983) (Godio, 2000), (Matsushita, 2014), no vinculan las luchas de los sectores populares y del trabajo desarrolladas durante el siglo XIX (y antes también) con la Historia de los trabajadores. En parte, podemos proponer tres razones para explicar este vacío.
La primera, directamente relacionada con el pensamiento de los partidos políticos socialistas en América Latina, cuya concepción del trabajo y de los trabajadores giraba en torno a la idea del obrero fabril o trabajador urbano, como lo expresa, por ejemplo, uno de los referentes del pensamiento socialista en América del Sur, Juan Baustista Justo (1895-1928). La segunda, asociada a la concepción marxista en torno, a lo que llamaron Marx y Engels, “conciencia de clase”. Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista (1848), hablan de la evolución del proletariado: de clase “en sí” en clase “para sí”. Las nociones de “en sí” y “para sí” se vinculaban a las diversas fases de maduración del proletariado, del crecimiento de su autoconciencia como una fuerza política independiente. Escriben Marx y Engels: “Al principio son obreros aislados; luego los de una fábrica, luego los de toda una rama de trabajo quienes se enfrentan en una localidad con el burgués que personalmente los explota”. […] “En esta fase los obreros no luchan aún contra los capitalistas como clase. El proletariado no se había elevado hasta comprender sus tareas generales de clase, todavía representa una clase “en sí”. […] “En esta primera etapa los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia”. (Marx – Engels, 1957, pp. 18-19). Siguiendo a estos teóricos, probablemente los estudiosos de la Historia de los trabajadores en Argentina y América Latina consideraron que durante el siglo XIX los trabajadores no tenían conciencia de contra quienes luchaban ni para que luchaban. Finalmente, una tercera posibilidad puede ser la señalada por Galasso y Ferraresi, quienes señalan que es recién en 1857 cuando aparece la primera agrupación de trabajadores en Argentina, proponiendo que la Historia de los trabajadores comienza con la Historia del movimiento de trabajadores organizados, con los sindicatos. El sindicalista, militante e historiador, Alberto Belloni (Santa Fe, 1931-2005) en su libro: Del Anarquismo al Peronismo. Historia del Movimiento Obrero Argentino (1960), suma un tema más a la cuestión, señalando que los trabajadores en argentina recién luego de la movilización del 17 de octubre se reconcilian con las tradiciones de lucha popular y Nacional históricas y preexistentes al “aluvión inmigratorio” en el pueblo argentino. Escribe Belloni: “En la década del 40 -17 de octubre de 1945- el proletariado argentino reencuentra la tradición popular y nacional. Sus antecedentes están en los criollos que acompañaron a los ejércitos emancipadores, en los montoneros que en las puntas de sus tacuaras defendieron el federalismo nacional y en los soldados “chinos” que conquistan para el país miles de leguas en la guerra del desierto”. (Belloni, 1960, p. 5).
Ahora bien, como señala el historiador Horacio Tarcus (Buenos Aires, 1955), sería un profundo error no considerar la historia de los trabajadores y del movimiento obrero organizado anterior al 17 de octubre de 1945, de hecho, sin su historia de resistencia y lucha anterior hubiera sido imposible que se produzca aquel acontecimiento, dice Tarcus: “no basta con suponer que eran hombres y mujeres “antinacionales” buscando las causas de esta esencia histórica en sus orígenes inmigratorios. (Tarcus, 2007). En resumen, antes del aluvión inmigratorio hubo trabajadores que lucharon por sus derechos y por mejores condiciones de trabajo, como antes y después del 17 de octubre, hubo hombres y mujeres que combatieron por mejorar las condiciones de vida, de existencia de ellos mismos y de sus compañeros. Sí, quizás, podemos problematizar el tema de sí esas luchas se ligaban con la historia y tradición de lucha de los movimientos populares y nacionales anteriores a la llegada de los inmigrantes o no. Algo que no quita la importancia de estas reivindicaciones ni de las movilizaciones realizadas, claro está.
Para cerrar, dejamos dos documentos, uno del diario anarquista La Protesta Humana, en donde se convoca para conmemorar el 1 de mayo (1902), el otro corresponde a una de las alusiones radiales de Enrique Santos Discépolo (1901-1951), en donde tal vez mejor se expresa la Historia de la lucha de los trabajadores en la Argentina y sus consecuencias en materia política.
“Trabajadores: todos los que sufrís el peso de la explotación capitalista; todos los que sois victimas del actual orden social; todos los conscientes; todos los que os rebeláis; todos los que lucháis contra la actual monserga social, afirmad hoy vuestro derecho a la existencia, reivindicad vuestra participación a los goces de la vida, manifestad vuestra protesta contra todo lo injusto, lo malo que existe. Hoy 1° de mayo es el día de vuestras reivindicaciones, de vuestra libertad, de vuestra emancipación; hoy debéis desertar de los presidios industriales y venir a engrosar la manifestación de la Federación Obrera [F.O.R.A.]” (Suriano, 2001, p. 323).
“Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.
«Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena, porque pedía un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta.
«Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el Klan. Yo me acuerdo del Klan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, fuego a cientos y hubieras visto masacrar judíos por una «gloriosa» institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: «Ya por ese entonces los obreros gozaban…» ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!
«La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada, la que te habla claro te parece vulgar. Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora ¡No! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso —por no decir la infamia— de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!
«Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la Patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece. ¡A mi ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez.»” (Discépolo, [1951], 2009).
Nota:
[1] El término: “primer”, “segundo” y “tercer mundo” aparece luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos discuten la división del mundo tras vencer en la guerra a Alemania. En las Ciencias Sociales el uso de estas palabras fue propuesto en 1952 por el economista francés Alfred Sauvy (1898-1990), en una publicación titulada “Tres mundos, un planeta” en el diario L’observateur. En este texto Sauvy diferenciaba entre los dos bloques políticos e ideológicos enfrentados: el bloque capitalista liderado por Estados Unidos (el “primer mundo”) y el bloque comunista liderado por la Unión Soviética (el “segundo mundo”). A aquellas naciones que procuraban mantenerse al margen del conflicto capitalismo–comunismo las llamó el “tercer mundo”.
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Facundo Di Vincenzo es Doctor en Historia, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Profesor de Historia (USal, -UNLa, UBA) Docente de materias de Historia y del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” y del Instituto de Investigaciones Históricas (UNLa), Columnista de los Programas Radiales: Malvinas Causa Central y Esquina América de Megafón FM 92.1.
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