El capitalismo genera enormes cantidades de pobreza, desigualdad económica y estrés financiero. Desempodera a la inmensa mayoría de la población en edad de trabajar, que no tiene otra opción viable más que pasar la mitad de sus horas de vigilia en lugares de trabajo donde reciben órdenes de jefes no elegidos. Fuera del lugar de trabajo, las decisiones con mayor impacto en la sociedad en su conjunto son tomadas por directores ejecutivos que solo rinden cuentas a los accionistas. Y las salvajes divergencias de riqueza convierten en una broma de mal gusto la idea de que todos los ciudadanos ejercen el mismo nivel de influencia en el proceso político.

Seguro que podemos hacerlo mejor. ¿Por qué no podemos poseer colectivamente los recursos productivos de la sociedad, satisfacer las necesidades materiales de todas y todos y crear un tipo de democracia más significativa? En otras palabras, como dijo una vez el filósofo marxista G.A. Cohen: «¿Por qué no el socialismo?».

Una respuesta popular es que iría en contra de la naturaleza humana. Es tan popular, de hecho, que mucha gente acepta irreflexivamente esta idea como de «sentido común». Sin embargo, si se examina más de cerca, la objeción de la naturaleza humana es exactamente al revés.

No somos ángeles

Algunos críticos del socialismo piensan que redistribuir la propiedad privada de los capitalistas ricos sería un robo: llamemos a esto la «objeción moral». Otros plantean problemas técnicos sobre la viabilidad de una planificación económica para toda la sociedad. ¿Cómo reunirían los planificadores suficiente información como para saber qué producir para satisfacer las preferencias de los consumidores? Llamémosle «objeción técnica».

Los socialistas rebaten la objeción moral con un argumento obvio sobre la inmoralidad comparativa de permitir que los capitalistas ricos sigan explotando a la inmensa mayoría de la población mundial. La objeción técnica se considera más seriamente, lo que lleva a algunos socialistas, por ejemplo, a dejar espacio para los mercados en su visión del socialismo. Tal vez podríamos nacionalizar las «cúpulas dominantes» de la economía, manteniendo al mismo tiempo un sector de mercado de cooperativas de trabajadores que compitan entre sí.

Pero, independientemente de lo que se piense de estos debates, la objeción que más preocupa a algunas personas que, por lo demás, simpatizan con la política de izquierdas, no es ni moral ni técnica, sino psicológica.

El socialismo estaría bien si fuéramos «ángeles», piensan estos críticos, pero no lo somos. Nuestra naturaleza no es altruista y cooperativa. Es egoísta y cruel. Intentar convertirnos en lo que tendríamos que ser para que una economía cooperativa funcione es como intentar tener un tigre en casa y alimentarlo con una dieta vegana. No hay posibilidad de que la cosa termine bien.

La objeción de la naturaleza humana tiene más fuerza retórica que la objeción moral o la objeción técnica. En lugar de gritar que los ricos tienen derecho a su riqueza acaparada o plantear problemas logísticos que los socialistas creen que podemos resolver, los críticos que presionan el caso psicológico contra el socialismo pueden posar como aspirantes a socialistas que han superado su ingenuidad. «Oigan», pueden decir, «ojalá pudiéramos tener algo como el socialismo. Es realmente trágico que no podamos. Pero así es la vida».

No ayuda que muchos socialistas parezcan inseguros sobre cómo responder a esta objeción. Algunos dedican mucho tiempo a insistir en que los seres humanos son realmente bondadosos y cooperativos por naturaleza. Seguramente hay algo de verdad en ello. El problema es que es inverosímil que sea toda la verdad.

La psicología humana es demasiado compleja como para que una simple generalización pueda captar el cuadro completo. El filósofo de la Ilustración David Hume se opuso a la idea de que todo el mundo va al cielo o al infierno cuando muere, alegando que la mayoría de nosotros «flotamos entre el vicio y la virtud»:

Supongamos que vamos por todas partes con la intención de dar una buena cena a los justos y una buena paliza a los malvados: a menudo no sabríamos cómo elegir, al comprobar que los méritos y deméritos de la mayoría de los hombres y mujeres apenas se corresponden con la rectitud o la maldad.

Algunos socialistas han pensado que el equilibrio entre egoísmo y altruismo en nuestra naturaleza es históricamente contingente, que lo que sale a la luz es en gran medida el resultado de las circunstancias sociales en las que nos encontramos. Si mejoran las circunstancias sociales, mejorará la naturaleza humana.

Probablemente haya también algo de cierto en esta idea. La gente que se pelea por un pequeño número de botes salvavidas podría estar dispuesta a tratarse mejor en circunstancias más felices. Es plausible que satisfacer las necesidades materiales de todos y dar a cada uno la misma voz conduzca a mejores resultados que un mundo de competencia de todos-contra-todos.

Pero, ¿hasta dónde llega esta idea? El Che Guevara, por ejemplo, predijo con confianza que surgiría un «nuevo hombre socialista» a medida que la sociedad se transformara. Eso no fue lo que ocurrió en Cuba ni en otros experimentos de socialismo de Estado del siglo XX. Tal vez una versión mejor del socialismo produciría mejores resultados. Pero, ¿y si no es así?

Como socialistas, intentamos convencer a la gente de que dé el salto a un nuevo sistema social tan diferente del capitalismo como el capitalismo del feudalismo. Puede ser una propuesta aterradora. Es más difícil defender nuestros argumentos si pedimos a la gente que apueste por cambios hipotéticos en la psicología humana que no podemos demostrar que vayan a producirse. Afortunadamente, no tenemos que hacerlo.

Los ángeles no necesitarían el socialismo

El grado exacto en que la naturaleza humana es intrínsecamente egoísta o desinteresada, y hasta qué punto depende de nuestras circunstancias, es una cuestión empírica complicada que afecta a campos que van desde la sociología a la psicología evolutiva. No puede responderse desde el sillón.

Pero sea cual sea nuestro grado de egoísmo, no es razón para tirar la toalla y aceptar el capitalismo como lo mejor que puede hacer la humanidad. Por el contrario, es precisamente la razón para oponerse al capitalismo y luchar por instituciones colectivas y democráticas que puedan limitar el daño que las personas crueles están en condiciones de hacerse unas a otras.

El núcleo del socialismo es la democracia económica. Tanto si hablamos de la toma de decisiones en un lugar de trabajo individual como de decisiones de mayor envergadura con un amplio impacto en el curso de la sociedad, los socialistas piensan que todos los afectados deben tener voz y voto.

Una de las razones por las que esto es tan importante es precisamente que dar a cualquiera demasiado poder sobre sus semejantes crea el peligro de que comience a abusar de dicho poder. Ningún sistema es perfecto, por supuesto, pero la mejor receta para minimizar al máximo la posibilidad de abuso es repartir el poder —político y económico— tanto como sea posible.

Esa es una de las razones por las que los socialistas democráticos rechazan la idea de que se pueda confiar en un Estado autoritario de partido único para que actúe en nombre del pueblo. Y es una excelente razón para rechazar el capitalismo, un sistema en el que no existe la pretensión de que el poder económico esté en manos del pueblo y no de quienquiera que tenga suficiente dinero para comprar los medios de producción.

Si todos los seres humanos fuésemos ángeles desinteresados, no tendríamos que preocuparnos de cómo Jeff Bezos trata a los trabajadores de sus almacenes o cómo Harvey Weinstein trata a las aspirantes a actriz. No tendríamos que preocuparnos por la suerte que correrán las familias que caen en la pobreza, porque confiaríamos en que la gente que tiene más siempre actuará individualmente para ofrecer una mano amiga. No tendríamos que preocuparnos de que los ricos abusaran de su influencia política, porque confiaríamos en que tuvieran en cuenta los intereses de todos.

En otras palabras, si fuéramos ángeles, no sería necesario sustituir las instituciones capitalistas por otras socialistas. Pero somos seres humanos profundamente imperfectos, capaces de grandeza moral, sin duda, pero también de todo tipo de crueldades. Y es precisamente por eso que necesitamos el socialismo.