Por: Javier Buenrostro
El sábado pasado, Patrick Crusius manejó casi diez horas desde su pueblo natal, Allen, hasta El Paso, en Texas, con el propósito de asesinar a tantos mexicanos como fuera posible. Concibió el ataque como una respuesta a lo que él consideraba como una “invasión latina” en Texas que debía parar, y así lo dejó asentado en un documento que publicó antes en 8chan, una plataforma en internet que mezcla lo mismo foros racistas que teorías de conspiración y manifiestos de supremacismo blanco. Antes del escrito de Crusius, en ese mismo portal se publicaron los del asesino de la mezquita del barrio de Christchurch, en Nueva Zelanda, y el de la sinagoga de Poway, en California.
El hecho que el asesino haya revelado con anticipación que quería matar a cuanta gente mexicana e hispana fuera posible deja en claro que es un crimen de odio. Pero puede y debería ser más. Según algunas legislaciones nacionales e internacionales, podría ser tipificado como un caso de terrorismo y al haber múltiples víctimas fatales de otra nacionalidad, que además eran el objetivo principal, el caso pudiera englobarse en el de terrorismo internacional. ¿Patrick Crusius debe ser juzgado como un terrorista internacional y no simplemente como otro caso de una enfermedad mental o como un “lobo solitario”?
¿Cuál es la importancia de esta diferencia? Hemos visto hasta al cansancio que cada acontecimiento de violencia perpetrado por una minoría en Estados Unidos es rápidamente clasificado como acto de terrorismo, mientras que a los ciudadanos estadounidenses blancos que protagonizan estas violencias se les califica expeditamente como ‘enfermos mentales’, buscando dar un carpetazo fulminante a la noticia o minimizando los hechos. Así lo hizo, en este caso, Donald Trump, quien al calificar a Crusius de enfermo mental, omite todo el contexto que existe alrededor de él.
Ese contexto es el discurso que proviene de una ideología de supremacía blanca, con enemigos determinados por su nacionalidad de origen o incluso apariencia. Esto conecta de forma directa con el discurso de odio que ha venido profiriendo por años Trump y que es el eje de su campaña de reelección. El discurso de “Make America Great Again” de Trump y las discusiones que se dan en el portal 8chan sobre las “invasiones latinas” y el deseo de “purificar América”, abrevan de las mismas creencias. El discurso de odio que ha fomentado el presidente estadounidense por años es el caldo de cultivo perfecto donde se dan los crímenes como el de Crusius. Es simplemente el siguiente paso. Y por eso es que se debe entender que no son simplemente enfermos mentales, sino terroristas con una ideología y propósitos definidos.
Es por eso que la acción del gobierno mexicano en calificar el acto por terrorismo es muy importante, ya que podría sentar jurisprudencia o al menos que haya precedente de un giro en el modo en el que se perciben estos tiroteos. El gobierno de López Obrador, a través del canciller Marcelo Ebrard y la Fiscalía General de la República (FGR), ha decidido integrar una carpeta de investigación, la primera de su tipo en la historia de México, intentando documentar un caso de terrorismo en suelo estadounidense, pidiendo tener una participación conjunta en la investigación y hasta se ha mencionado la posibilidad de una extradición.
¿Cuáles son las posibilidades que esto ocurra? A mi parecer, son mínimas. La primera dificultad es que aunque se conocen las motivaciones del asesino, compartidas y con interacciones en internet, no se ha comprobado la participación de una acción en conjunto, con más miembros, o que pudieran pertenecer a una red. Ese el mayor obstáculo legal para que el hecho pudiera ser calificado de terrorismo. Pero no es el único. Pese a que hay una motivación clara de matar mexicanos e hispanos, de los 22 muertos, solo 8 son mexicanos, lo que implica que las dos terceras partes de las víctimas mortales siguen siendo ciudadanos estadounidenses asesinados en su propio país, lo quehace muy improbable que se permita una extradición.
Otra causa, que no es menor, es la relacionada con la política y los tiempos electorales. En medio de su campaña por la reelección y teniendo como retórica principal el discurso antiinmigrante, Donald Trump no dejará que alguien que se identifica plenamente con sus bases, como Patrick Crusius, sea juzgado fuera de Estados Unidos. Sería una muy mala propaganda electoral, especialmente para un personaje tan abusivo como Trump.
Entonces, si es poco probable que prospere el caso como terrorismo, ¿por qué lo intenta el gobierno mexicano? ¿Son meras declaraciones para la tribuna? No. Definitivamente tienen un propósito. El primero es ir desplazando la noción del ‘enfermo mental‘, que quiso defender Trump desde el principio. Lo segundo es que se haga una investigación a fondo para que tampoco sea clasificado como un ‘lobo solitario’ a la primera. Tal vez Crusius actuó solo, pero en un país que se ha transitado ya del discurso de odio a los crímenes de odio, y con redes antiinmigrantes pululando en internet, que conviven con redes físicas como la Asociación del Rifle o las convenciones republicanas del sur y del medio oeste de Estados Unidos, es cuestión de tiempo para que veamos surgir organizaciones violentas que perpetren crímenes de este tipo, si es que no existen ya. Más con Trump en el poder y buscando la reelección.
Las acciones del gobierno mexicano no fructificarán por el momento en acciones legales. Pero es una forma de protestar contra el discurso de odio que está proliferando en Estados Unidos, que se debe en gran parte al lenguaje virulento de su presidente. También ayuda a hacer notar que el discurso de odio ya trocó en crímenes de odio, pero que todavía se sigue transformando y puede alcanzar puntos peores, como un terrorismo de organizaciones de supremacismo blanco a lo largo y ancho del todo el territorio estadounidense, que se dediquen a la caza de los hispanos. Estamos a las puertas de eso y estas presiones jurídicas son una forma de llamar una atención mundial sobre el punto además de ir construyendo los antecedentes en caso que estas pesadillas se conviertan en realidad.
Por último, todo esto ha ayudado que el centro del debate se mueva del discurso antiinmigrante, en el que se siente cómodo Trump, y se dirija a una discusión amplia sobre la posesión de armas, un viejo tabú doméstico entre republicanos y conservadores, así como al tema de terrorismo que tiene una resonancia internacional. Es una manera diplomática de influir en el debate estadounidense. Veremos qué tan efectiva es.
Comentario