Por: Carlos Santa María
La mayoría de los medios han señalado las palabras del presidente Tayyip Erdogan sobre el triunfo del referéndum celebrado el domingo pasado en Turquía y cuyo objetivo real era dar más poderes a su propia persona, manifestando que esta es una victoria histórica que supera 200 años de tradicionalismo y, a su vez, es el mayor indicativo del futuro bienestar para su pueblo.
Sin embargo, la realidad es que el triunfo ha sido por un porcentaje menor al 2%, lo que indica que la sociedad queda dividida casi en partes iguales en una confrontación ideológica que puede transformarse en física y con violencia indiscriminada. Ello permitiría continuar con la represión enorme iniciada a raíz del golpe de Estado en julio pasado atribuido a organismos occidentales, expresada en una detención inmensa de opositores tanto civiles como militares, afectando a políticos de gran prestigio o liderazgo.
En la práctica, lo aprobado permite que el Ejecutivo esté representado totalmente en el presidente, pues tiene la facultad de nombrar a su gabinete en forma discrecional, de tal modo que sea absolutamente parcial a sus intereses. Aún más, el sistema parlamentario queda con debilidad, pues el mandatario posee la facultad para expedir decretos que le corresponden a este. En el caso de lo judicial, obtiene la disposición para nombrar una parte de los funcionarios de dicho órgano, lo que aumenta la dimensión de autoridad que poseerá quien ostente ese cargo. Complementariamente, junto con liderar a su propio partido legalmente, le permitirá suspender unilateralmente el Parlamento, gobernar mediante decreto, reconfigurar el Tribunal Constitucional y al Consejo de Jueces y Fiscales, que es el mayor órgano judicial turco.
Conociendo la personalidad de Erdogan, agobiado por su inestabilidad, arrogancia y juego a varias bandas en el campo internacional, el pronóstico es que puede incrementar los niveles de control a los sectores populares y ejercer mayor presión en el ámbito político interno o externo. La reinstauración de la pena de muerte sería una herramienta coercitiva vital para sus propósitos.
Electoralmente es un logro relativo, ya que los problemas que aquejan su Gobierno son inmensos y no son resueltos en la votación: lucha armada contra el pueblo kurdo en Irak y Siria; apoyo al terrorismo que ejerce Daesh (Estado Islámico) junto con Al Qaeda; intervención militar en Siria y violación flagrante de su soberanía; crisis de representación interna y potencial conflicto civil, entre otros. Las diferencias con la Unión Europea, a la cual no podría adherirse, no son de la más alta importancia aunque pueda parecer así, pues ello no afecta su mandato efectivo.
Este logro podría ser fundamental si Erdogan mueve las fichas del ajedrez en una forma equilibrada y bajo principios de equidad y respeto soberano. Lo anterior conllevaría a que inicie el diálogo con el pueblo kurdo, cese su financiación a las bandas criminales takfiríes, regrese sus Fuerzas Armadas a sus fronteras y las blinde de todo peligro, sustente un proceso de reconciliación en la nación dejando de ser la represión su mecanismo para acallar las protestas y concierte con sus vecinos la estrategia de una buena relación autonómica.
Lo discutible es quien se arroga el triunfo y el beneficio con esta decisión. Para ciertos analistas, Daesh sale fortalecido, pues quien los financia continuaría haciéndolo y no se sabe ciertamente si es EE.UU. o Rusia el que adquiere primacía clara. Para otros, claramente perjudicado es el pueblo kurdo, que se enfrentará a un enemigo investido de poderes extraordinarios, así como la nación siria, que sería intervenida con mayor dimensión. Es evidente que la estabilidad regional queda supeditada a la coyuntura internacional y del mandatario en su propia actuación, sin desconocer que la democracia ha sido mermada en dicho referéndum.
Lo inmediato es que pueda darse una nueva oleada de inmigrantes hacia Europa, la contradicción entre facciones o partidos políticos turcos contrarios, enfrentamientos en la sociedad civil, mayor actividad represora, respaldo a grupos como el Ejército Sirio Libre, que aspira al derrocamiento de Bashar al-Assad, agresión a fuerzas kurdas con tensiones para la Coalición que pueden, finalmente, desencadenar consecuencias impredecibles en la zona. De su sano juicio o su insano proceder, al ser investido de un poder omnímodo por la Constitución, dependerá una parte sustantiva de la estabilidad regional: si la lógica de la guerra continúa siendo el signo de unidad nacional, el desenlace será funesto.
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