Por: Alex De Jong
Nacido un día como hoy hace un siglo, Ernest Mandel fue uno de los principales pensadores políticos de su época. Desde su activismo adolescente en la resistencia antinazi hasta sus últimos días, Mandel fue un inflexible defensor de los ideales socialistas y los intereses de la clase obrera.
El intelectual y activista socialista belga Ernest Mandel nació hoy hace cien años, el 5 de abril de 1923. Mandel fue un agitador incansable y un erudito que escribió algunas de las obras más significativas de la teoría marxista durante la segunda mitad del siglo XX.
Mandel es quizás más recordado hoy por su libro Capitalismo tardío, que popularizó un término ahora familiar. El crítico Fredric Jameson se basó en gran medida en los escritos económicos de Mandel en su teorización del posmodernismo, y «capitalismo tardío» se ha convertido en un cliché periodístico para el análisis cultural.
El propio Mandel, que en su día escribió una historia social de las novelas policíacas, podría haber sonreído ante esta curiosa apropiación de su obra. Pero su objetivo primordial era cuestionar las estructuras de poder del capitalismo, más que analizar sus efectos culturales secundarios.
Permaneció fiel a ese objetivo desde su adolescencia como combatiente de la resistencia en tiempos de guerra que sobrevivió al sistema penitenciario nazi hasta sus últimos días en el páramo neoliberal de la década de 1990. La vida política y la obra de Mandel pueden ser una importante fuente de inspiración para el nuevo movimiento socialista de hoy.
Resistencia al nazismo
Mandel nació en una familia de judíos polacos asimilados de origen alemán en la ciudad belga de Amberes. Su padre, Henri Mandel, tenía simpatías izquierdistas, concretamente con las ideas de León Trotsky. Durante la década de 1930, tras la llegada de los nazis al poder en Alemania, la casa de los Mandel se convirtió en un lugar de encuentro para refugiados de izquierdas. Escuchando a estos refugiados hablar de socialismo, de los últimos acontecimientos en la Unión Soviética y del ascenso del fascismo, el joven Ernest se inició en la política radical.
En mayo de 1940, la guerra llegó a Bélgica y la Alemania nazi invadió el país. Gran parte de la izquierda fue incapaz de responder a la nueva situación. Muchos dirigentes del socialdemócrata Partido Laborista Belga y de los sindicatos huyeron del país, mientras que Hendrik de Man, antiguo dirigente del Partido Laborista, llamaba a colaborar con los ocupantes.
El pacto de no agresión soviético-alemán seguía vigente en aquel momento, y los comunistas belgas proclamaron una postura de una «pura y más completa neutralidad». Semanas después del comienzo de la invasión nazi, un asesino que trabajaba por orden soviética asesinó a Trotsky en su exilio mexicano.
En medio de esta confusión, un grupo de izquierdistas independientes se propuso publicar el primer periódico clandestino en lengua flamenca, que se editó en casa de los Mandel. Ernest y su padre escribieron muchos de los artículos del periódico. En agosto de 1942, Ernest pasa a la clandestinidad. A finales de ese año fue detenido, pero logró escapar mientras lo transportaban.
Según el biógrafo de Mandel, Jan Willem Stutje, Henri Mandel pagó un rescate por la liberación de su hijo. La «audaz huida» de Ernest bien podría haber sido «escenificada por agentes ansiosos por evitar ser interrogados». Según Stutje, la huida de Mandel lo dejó con un sentimiento de culpa.
Sin inmutarse, Mandel continuó sus actividades de resistencia. Para entonces, se había convertido en miembro del Partido Comunista Revolucionario (PCR) trotskista. A principios de 1944, el PCR elaboró un panfleto bilingüe sobre los contactos entre empresas alemanas y estadounidenses que se dirigía directamente a los soldados alemanes: «Están siendo sacrificados como carne de cañón mientras sus amos negocian para salvar sus posesiones». El 28 de marzo de 1944, mientras distribuía el panfleto, Mandel fue detenido de nuevo.
Arrestado por sus actividades de resistencia y no por ser judío, Mandel fue enviado a diferentes prisiones y campos de trabajo, llegando en un momento dado a ser obligado a trabajar en una fábrica de productos químicos de IG-Farben. Como miembro de la resistencia, judío y trotskista despreciado por sus compañeros de prisión estalinistas, sus posibilidades de sobrevivir eran escasas.
Mandel recordó más tarde que la pura suerte fue una de las razones por las que consiguió salir adelante. Pero también atribuyó su éxito al hecho de establecer lazos con algunos de los guardianes de la prisión alemana que habían sido partidarios del partido socialdemócrata antes de que los nazis tomaran el poder: «Era lo más inteligente que se podía hacer, incluso desde el punto de vista de la autopreservación». Las duras condiciones le pasaron factura y Mandel fue hospitalizado a principios de 1945. El 25 de marzo de 1945, las fuerzas estadounidenses liberaron el campo en el que estaba recluido.
El trotskismo después de Trotsky
Aunque los familiares directos de Mandel sobrevivieron a la guerra, su abuela, su tía y su tío fueron asesinados en Auschwitz, junto con sus familias. Henri Mandel soñaba con una carrera académica para su hijo, pero Ernest tenía otras prioridades. Quería continuar la lucha contra el capitalismo, el sistema que había producido los horrores del nazismo y la guerra. A lo largo de su vida, la experiencia del fascismo siguió siendo un punto de referencia político y moral para Mandel.
León Trotsky y sus partidarios habían fundado la IV Internacional (CI) en 1938. Trotsky esperaba que la prueba de la guerra que se avecinaba desacreditaría a los partidos comunistas estalinistas y confiaba en que la IV Internacional se convirtiera en una alternativa. Sin embargo, el importante papel de la Unión Soviética en la derrota de la Alemania nazi y la participación de los comunistas en los movimientos de resistencia europeos aportaron a esos partidos un prestigio y una popularidad sin precedentes, dejando a sus rivales del ala radical del movimiento obrero con escasas oportunidades de crecimiento.
Mientras tanto, la guerra y la represión habían diezmado a los pequeños grupos asociados a la CI. Mandel sintió que era su deber ayudar a construir el movimiento trotskista y se convirtió en un activista destacado en sus filas. En parte, le impulsaba el recuerdo de los camaradas que los nazis habían asesinado, como su íntimo amigo Abram Leon, autor de un importante estudio sobre la historia judía y el antisemitismo.
Como muchos radicales, Mandel pensaba que la guerra sería el preludio de una oleada de revoluciones en Europa, como había ocurrido con la Primera Guerra Mundial. El programa que Trotsky redactó para la CI en 1938 afirmaba que el capitalismo había encallado:
Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Ya los nuevos inventos y mejoras no consiguen elevar el nivel de riqueza material. Las crisis coyunturales bajo las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista infligen privaciones y sufrimientos cada vez más pesados a las masas.
Poco a poco, Mandel llegó a reconocer que el sistema no sólo seguiría funcionando, sino que incluso era capaz de desarrollarse aún más, entrando en un largo periodo de crecimiento económico después de 1945. En estas condiciones, se afilió al Partido Socialista Belga, manteniendo en secreto su identidad trotskista, y ayudó a fundar el semanario La Gauche (La Izquierda), un periódico que llegó a ser influyente en la izquierda socialista belga.
En este periodo, Mandel se consolidó como teórico y dirigente socialista. En 1962 publicó su primera gran obra, Teoría económica marxista. El libro ofrecía una presentación sistemática de su tema, intentando demostrar que se podía «reconstituir todo el sistema económico de Karl Marx» recurriendo a «los datos científicos de la ciencia contemporánea».
En la introducción del libro, Mandel describía su enfoque como «genético-evolutivo», con lo que quería decir que se dedicaba a estudiar el origen y la evolución de su tema. «La teoría económica marxista», escribió, debe considerarse como «el resumen de un método, de los resultados obtenidos mediante el uso de este método, y de los resultados que están continuamente sujetos a reexamen». La combinación de historia y teoría, tratando continuamente de integrar nuevos hallazgos, sería característica de la obra de Mandel.
Reformas estructurales y estrategia socialista
Mientras trabajaba en Teoría económica marxista, un libro de casi ochocientas páginas en su traducción inglesa, Mandel desarrolló una estrategia de «reformas estructurales anticapitalistas» como parte del círculo en torno a La Gauche. Con esto se refería a reformas que no introducirían el socialismo en sí mismas pero que, sin embargo, representarían pasos hacia él y «darían a la clase obrera la capacidad de debilitar decisivamente al gran capital.»
Para Mandel, las posibles reformas estructurales anticapitalistas en Bélgica incluían la organización de una oficina de planificación que garantizara el pleno empleo, el control público de las grandes empresas y la nacionalización del sector energético. Subrayó que las reformas económicas no podían separarse de la cuestión del poder político.
Mandel intentaba formular una estrategia socialista que pudiera ser adecuada para un país capitalista desarrollado como Bélgica. Una fuente de inspiración para este esfuerzo fue la huelga general belga del invierno de 1960 contra una serie de reformas propuestas por el gobierno de derechas. La huelga, que duró varias semanas, movilizó a cientos de miles de trabajadores. Las huelgas y ocupaciones de fábricas francesas de junio de 1936, tras la llegada al poder del Frente Popular de izquierdas, fueron otro ejemplo citado por Mandel.
Durante el periodo de crecimiento económico de la posguerra, las condiciones de vida habían mejorado para muchos, pero luchas como la huelga general belga demostraban que el desarrollo capitalista no había pacificado del todo a la clase obrera. Para Mandel, las armas más poderosas de los trabajadores en la lucha contra el capitalismo eran la organización, la educación política y la conciencia de su papel económico esencial.
Reconocía que las luchas de los trabajadores no giraban simplemente en torno a las condiciones económicas, sino que también estaban impulsadas por la resistencia a prácticas laborales alienantes y opresivas. Incluso los trabajadores relativamente acomodados experimentaban alienación y dominación en el lugar de trabajo. En un balance de la huelga de 1960, Mandel escribió que la lucha de la clase obrera contra el capitalismo «difiere de las luchas sociales del pasado en que no es sólo una lucha por intereses esenciales e inmediatos». Esa lucha puede convertirse en una «lucha consciente para reestructurar la sociedad».
Mandel argumentó que la huelga belga fue una oportunidad perdida porque no había habido un liderazgo político que propusiera esa reestructuración. Para que se produjera un cambio revolucionario, era necesario ampliar la lucha por las reformas económicas a la cuestión del poder político.
Para Mandel, la lucha sólo podía ser victoriosa si «el adversario se enfrentaba no sólo en las fábricas sino también en las calles». La historia había demostrado, insistía, la necesidad de establecer un partido revolucionario que «explicara incansablemente» a los trabajadores que era necesario tomar el poder económico además del político para alcanzar sus objetivos.
Dinámica del capitalismo tardío
Durante la década de 1960, Mandel desarrolló su comprensión de cómo funcionaba el capitalismo un siglo después de que Marx hubiera publicado El Capital. Inicialmente utilizó el término «neocapitalismo» antes de decantarse por «capitalismo tardío». El libro de 1972 con ese título fue la obra magna de Mandel.
En El capitalismo tardío, intentó «ofrecer una explicación marxista de las causas de la larga onda de crecimiento rápido de la posguerra». Según Mandel, este periodo de crecimiento también tenía «límites inherentes» que aseguraban que daría paso a «otra larga onda de creciente crisis social y económica para el capitalismo mundial, caracterizada por una tasa de crecimiento global mucho menor». Predijo correctamente el final del auge de la posguerra a mediados de la década de 1970.
Mandel consideraba que una de las características del capitalismo tardío era la aceleración del ritmo de innovación tecnológica. Esto acortó la vida útil del capital fijo y dio lugar a una mayor necesidad de planificación por parte de las grandes empresas. También se produjo una intervención gubernamental en la economía a una escala sin precedentes para evitar colapsos como el de Wall Street en 1929. Como observó Mandel en 1964 «El Estado garantiza ahora, directa e indirectamente, el beneficio privado de formas que van desde las subvenciones encubiertas hasta la ‘nacionalización de las pérdidas’».
Sin embargo, cada intento del capitalismo por superar sus contradicciones le planteaba nuevos problemas. Respaldados por los gobiernos, los bancos concedían créditos baratos a las empresas, lo que permitía un rápido crecimiento, pero también provocaba inflación. Dicha inflación perjudicaba a las grandes inversiones a largo plazo que eran fundamentales para la competencia entre las grandes empresas, intensivas en capital.
A su vez, los intentos de combatir la inflación crearon sus propios problemas, estrangulando el crecimiento económico. La intervención del Estado en la economía podía ser útil para evitar crisis catastróficas y garantizar los beneficios. Pero también dejó claro a todo el mundo que «la economía» no era un hecho natural.
Horizontes revolucionarios
Mandel apostó por la posibilidad de un cambio revolucionario derivado de tales contradicciones. Explosiones como la huelga general belga y la crisis griega de Apostasia de 1965 le plantearon un dilema marxista clásico. Si era cierto, como había insistido Marx, que «la ideología dominante de toda sociedad es la ideología de la clase dominante», entonces ¿cómo podía liberarse la clase obrera?
Mandel reconoció que el dominio de la ideología de la clase dominante tenía raíces más profundas que la «manipulación ideológica» a través de los medios de comunicación de masas, el sistema escolar, etc. Esta dominación sacaba fuerzas del funcionamiento cotidiano del capitalismo en el que los trabajadores se veían obligados a competir entre sí y tenían que depender de la venta de su fuerza de trabajo.
Sin embargo, las inevitables contradicciones y crisis del capitalismo derivadas de la competencia entre los monopolios dominantes también provocaron fisuras en el consenso dominante. La cuestión central para los socialistas era cómo ir más allá de los estallidos de descontento que eran el resultado inevitable de las turbulencias económicas. Pasar de las luchas defensivas contra los ataques a las condiciones de vida y los salarios a las demandas de poder de los trabajadores requería un «salto consciente».
En un influyente texto sobre la necesidad de la organización socialista, Mandel desarrolló sus ideas sobre lo que haría posible ese salto. Distinguió entre tres grupos: la masa de la clase obrera, una vanguardia de esa clase formada por trabajadores activistas y los miembros de las organizaciones revolucionarias. La tercera categoría se solapaba parcialmente con la segunda.
En el esquema de Mandel, la «vanguardia» no era una élite autoproclamada, sino los activistas más comprometidos y enérgicos de la clase obrera. Construir un movimiento revolucionario significaba ganar a esos trabajadores activistas para las ideas socialistas. Esto les proporcionaría organización y evitaría su retirada del activismo político durante el inevitable reflujo de las luchas sociales inmediatas.
El cambio radical sólo sería posible durante las oleadas de agitación, cuando las contradicciones del capitalismo generaran ira y protestas masivas. Durante esos periodos, un partido revolucionario debería intentar atraer a grupos cada vez mayores de personas a la acción política y proponer reivindicaciones anticapitalistas.
Mandel veía la revolución como un proceso de interacción entre la acción organizada y los movimientos espontáneos en el que los trabajadores se organizarían inevitablemente en diferentes grupos. Con ello rompía una división estereotipada entre organización y espontaneidad que se asociaba respectivamente con las figuras de Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo en la izquierda marxista. Medio en broma, Mandel se llamaba a sí mismo «un leninista con desviaciones luxemburguesas».
Un puente entre generaciones
Los años sesenta y principios de los setenta fueron tiempos turbulentos durante los cuales Mandel fue extraordinariamente productivo, como si fuera arrastrado por la creciente marea de la lucha de clases. Junto con El capitalismo tardío, los otros libros que publicó en esos años incluían un estudio de las contradicciones entre el capitalismo estadounidense y el europeo, un texto erudito sobre La formación del pensamiento económico de karl Marx, una crítica de la tendencia eurocomunista entre los partidos comunistas de Europa Occidental y un examen de los ciclos de auge y depresión en la historia del capitalismo, Las ondas largas del desarrollo capitalista. A lo largo de su vida, Mandel publicó más de dos docenas de libros y cientos de artículos.
Al mismo tiempo, Mandel fue un incansable agitador y polemista. En 1964, fue invitado a Cuba para participar en debates sobre la planificación socialista. El Che Guevara había leído con gran interés la Teoría Económica Marxista y mantuvo extensas discusiones con Mandel.
Por su parte, Mandel quedó muy impresionado con el líder revolucionario argentino. Cuando el ejército boliviano capturó y ejecutó sumariamente a Guevara en 1967 cuando intentaba lanzar una campaña de guerra de guerrillas, Mandel publicó un apasionado homenaje a «un gran amigo, un camarada ejemplar, un militante heroico.»
Los gobiernos de los Estados capitalistas consideraron que Mandel era una presencia inoportuna en su territorio. En 1969, las autoridades estadounidenses le negaron la entrada en un caso que la mayoría conservadora del Tribunal Supremo citó más tarde como precedente para justificar la «prohibición musulmana» de Donald Trump. Unos años más tarde, el gobierno de Alemania Occidental intervino para bloquear el nombramiento de Mandel en la Freie Universität de Berlín e hizo que fuera expulsado del país.
Francia fue otro país que prohibió la entrada de Mandel en su territorio. En mayo de 1968, fue invitado a hablar en reuniones de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR), un grupo izquierdista que se había acercado a la Cuarta Internacional. La JCR estuvo muy implicada en las movilizaciones y protestas de mayo del 68.
En lo que debió de ser una oportunidad satisfactoria de participar en alguna actividad práctica, Mandel ayudó a construir barricadas en el Barrio Latino de París durante la «noche de las barricadas». El coche en el que había llegado a París fue destruido durante los enfrentamientos callejeros. Un reportero escuchó a Mandel exclamar «¡Qué hermoso! Es la revolución».
Para la nueva generación de revolucionarios, Mandel era un vínculo con la historia y la experiencia revolucionarias. Daniel Bensaid, dirigente de la JCR, recordaba cómo Mandel les ayudó a descubrir «un marxismo abierto, cosmopolita y militante». Para estos jóvenes izquierdistas, según Bensaïd, Mandel fue «un tutor teórico» y un puente entre generaciones: alguien que hacía pensar a la gente, en lugar de pensar por ellos.
Mandel tenía grandes dotes pedagógicas, practicadas en innumerables reuniones con trabajadores, sindicalistas, estudiantes radicales y activistas revolucionarios. Su folleto de 1967, «Introducción a la teoría económica marxista», se convirtió en un clásico muy leído.
Socialismo o barbarie
Hay algo trágico en el hecho de que Mandel, que tanto había luchado por el cambio socialista, falleciera en 1995, cuando la hegemonía neoliberal estaba en su apogeo. Mandel tuvo dificultades para adaptarse al declive de las luchas sociales a partir de finales de los años 70.
Mirando hacia atrás en el nuevo siglo a una popular introducción al marxismo que Mandel había publicado en 1974, Bensaïd argumentó que su optimista análisis político sobre las perspectivas del socialismo se basaba en la «confianza sociológica de Mandel en la creciente extensión, homogeneidad y madurez del proletariado en su conjunto». Según Bensaïd, esta confianza «transformó en una tendencia histórica irreversible la situación específica creada por el capitalismo industrial de posguerra y su modo específico de regulación.» Sin embargo, la ofensiva neoliberal de los años 80 hizo retroceder este proceso, minando las fuerzas del trabajo organizado:
Lejos de ser irreversible, la tendencia a la homogeneización fue socavada por las políticas de fragmentación de las unidades de trabajo, de intensificación de la competencia en el mercado mundial del trabajo, de individualización de los salarios y del tiempo de trabajo, de privatización del ocio y de los modos de vida, de demolición metódica de la solidaridad y de la protección sociales. En otras palabras, lejos de ser una consecuencia mecánica del desarrollo capitalista, la aglutinación de las fuerzas de resistencia y subversión del orden establecido por el capital es una tarea incesante recomenzada en luchas cotidianas, y cuyos resultados nunca son definitivos.
Más adelante en su vida, el exuberante optimismo de Mandel se combinó con advertencias contra los efectos a largo plazo del capitalismo. La elección histórica era barbarie o socialismo, insistía, y el resultado socialista no estaba garantizado.
Durante este periodo, Mandel volvió al estudio de la barbarie capitalista expresada en la Segunda Guerra Mundial y los crímenes del nazismo. Aunque siguió siendo un admirador de Trotsky de toda la vida, reevaluó algunos de sus juicios anteriores, volviéndose más crítico con las prácticas de Trotsky durante sus «anhos oscuros» a principios de la década de 1920, cuando, según Mandel, «la estrategia de la dirección bolchevique obstaculizaba más que promovía la autoactividad de los trabajadores».
Mandel se enorgullecía de situarse dentro de lo que consideraba la tradición esencial de la Ilustración: la lucha por la emancipación y la autodeterminación humanas. Aunque no le gustaba el término, había, como ha observado Manuel Kellner, una dimensión utópica en el pensamiento de Mandel. Era utopismo en el mejor sentido de la palabra: fe en que la sociedad puede rehacerse, mediante la acción humana, en algo mucho mejor.
Para Mandel, la crisis del socialismo y del comunismo era ante todo una crisis de esta creencia. «La principal tarea de socialistas y comunistas», escribió poco antes de su muerte, «es restaurar la credibilidad del socialismo en la conciencia de millones». Describió los objetivos del socialismo en «términos casi bíblicos»:
Eliminar el hambre, vestir a los desnudos, dar una vida digna a todos, salvar la vida de los que mueren por falta de atención médica adecuada, generalizar el libre acceso a la cultura, incluida la eliminación del analfabetismo, universalizar las libertades democráticas, los derechos humanos y eliminar la violencia represiva en todas sus formas.
Para Mandel, la esperanza de un futuro así se basaba en la chispa de rebelión que siempre había hecho que la gente se rebelara contra las condiciones opresivas y alienantes. La tarea de los socialistas era avivar esa chispa apoyando todas esas rebeliones y presentando una alternativa de futuro.
Esa tarea no ha cambiado. En un período histórico diferente, el legado de Mandel de escritura y activismo puede ayudarnos en la búsqueda de un nuevo camino.
TRADUCCIÓN: MARTÍN MOSQUERA
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