Fuente: Voltairenet.org
Como puede verse, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca modifica grandemente las reglas del juego en el escenario internacional. Pero las acciones de Trump suelen ser objeto de interpretaciones erróneas –la mayoría de los analistas pasan por alto los usos y costumbres propios de los estadounidenses y proyectan sobre Donald Trump los debates políticos locales de sus propios países. La confusión se hace aún mayor debido al hecho que casi todos han adoptado la ideología que estaba de moda en Washington. Muchos ven aquella ideología como la doxa estadounidense, cuando en realidad era sólo un momento de la historia de Estados Unidos y todos olvidan generalmente sus numerosas escuelas de pensamiento.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca modifica totalmente la distribución de las cartas en los ámbitos ideológico, geopolítico, económico e incluso militar. En efecto, por primera vez en casi 2 siglos un jacksoniano vuelve a estar en el poder en Estados Unidos [1]. Menos en los westerns, todos habíamos olvidado el pensamiento jacksoniano y ya no somos capaces de anticiparlo. Es cierto que Trump ya había estado en el poder durante 4 años, pero, en aquel momento, sus mismo aliados republicanos le impidieron en muchos casos seguir su propia política, mientras que la prensa al servicio del Partido Demócrata nos aseguraba que Trump era un enfermo mental o un fascista.
Extrañamente, los gurús de las redes sociales que defienden el punto de vista de Donald Trump sólo nos hablan de su lucha ideológica contra el wokismo, sin mencionar nunca su concepción de las relaciones internacionales y muchos menos sus ambiciones políticas. Eso resulta particularmente raro, sobre todo si tenemos en cuenta que, desde la elección del pasado 5 de noviembre, el equipo de trabajo de Donald Trump se ha acercado a numerosos influencers, en los países de la Unión Europea y en Reino Unido, y ha comenzado a remunerarlos cuantiosamente.
Hay varias maneras de interpretar esa contradicción: Donald Trump quiere “adormecer” a los europeos sobre sus verdaderas intenciones… o considera que los europeos sólo pueden entender una sola cosa a la vez. Nosotros, por nuestra parte, seguiremos haciendo nuestro trabajo, describiendo las diferentes facetas de este personaje, sin olvidar ninguna.
La lucha contra la ideología woke
El wokismo se describe generalmente como una reacción ante el recuerdo del esclavismo y de la segregación racial. Se considera que los descendientes de los colonizadores europeos, ahora conscientes de los horrores que se cometieron en el pasado, tratan hoy de hacer algo para compensar aquel comportamiento de sus antecesores.
Esa no es mi opinión. A mi modo de ver, el wokismo no tiene nada que ver con aquellos crímenes. Si se adopta una visión antropológica de la cuestión, hay que reconocer que fenómenos idénticos existieron en todas las grandes religiones. En el cristianismo, es Orígenes de Alejandría (también conocido como Orígenes Adamantius), el padre de la Iglesia del siglo III, quien mejor representa ese fenómeno ya que se dice que llegó a castrarse para tener la garantía de no poder cometer pecado, o, más recientemente, está el ejemplo de Juan Calvino, quien se hizo célebre al aplicar en la teocrática República de Ginebra los mismos métodos que la Inquisición española.
No se debe olvidar que lo que hoy es Estados Unidos partió de una colonia creada en Plymouth (en la llamada Nueva Inglaterra, más exactamente en Massachusetts) por un grupo de puritanos, o sea calvinistas. El Lord Protector, Oliver Cromwell, los había enviado al “nuevo continente” como misioneros, pero no tanto para convertir a los “pieles rojas” como para convertir a los europeos católicos enviados por el rey de España. En las colonias que los puritanos creaban en Norteamérica las mujeres tenían que cubrirse la cabeza, la plegaria era obligatoria, los homosexuales eran castigados con latigazos, etc. Aquellos fanáticos son las mismas personas que los estadounidenses de hoy llaman los “Padres Peregrinos” (no confundir con los “Padres Fundadores”, que fueron juristas). Todavía hoy, los estadounidenses les rinden homenaje cada año con la celebración del Thanksgiving. Aquellos personajes importaron la idea de que la política debía ser “pura” y fueron los iniciadores de las destrucciones de estatuas de “herejes”.
En 2014, el término woke (palabra de la lengua inglesa que significa “despierto”) comenzó a utilizarse para designar a las personas conscientes de las consecuencias sociales que todavía tienen en Estados Unidos el esclavismo y la discriminación racial. Al calor de la “convergencia de luchas”, ese término se extendió a los reclamos vinculados a la orientación sexual e incluso al género. Al tratarse de un movimiento que buscaba la “pureza”, en el sentido religioso del término, sus seguidores comenzaron a exigir a la sociedad en general la imposición de prácticas “correctas” o “buenas” para combatir las discriminaciones, raciales u otras desigualdades, presentadas como “sistémicas”. De hecho, ese movimiento milita por la «discriminación positiva» como medio de favorecer a todas las minorías.
Por supuesto, es evidente que el esclavismo fue una cruel realidad en Estados Unidos y que aquella realidad aún condiciona ciertos comportamientos actuales. Pero es más que dudoso que la simple destrucción de todo lo que pueda recordar aquella época llegue a resolver los problemas de nuestra época. Y es todavía menos probable que favorecer a los candidatos negros sea lo que les permita realmente liberarse de la condición de sus ancestros. Son muchos los que perciben instintivamente que esos “remedios” son peores que los males que supuestamente combaten.
Eso es, en todo caso, lo que han podido comprobar los habitantes woke de Los Angeles al ver sus casas arrasadas por los incendios. Inmediatamente notaron la ineficacia de los bomberos reclutados según los criterios de la «discriminación positiva», y no en función de sus capacidades reales.
El wokismo es, en definitiva, una versión moderna del puritanismo de los «Padres Peregrinos», pero Estados Unidos es un país heterogéneo y multicultural.
Hay que reconocer que, antes de que el Partido Republicano, asaltado por el “trumpismo”, se convirtiera en jacksoniano, el Partido Demócrata, bajo la influencia de Barack Obama y Joe Biden, se había convertido al wokismo. Todo eso ha dado lugar a numerosas confusiones ya que el conjunto de la clase política de Washington abandonó, por motivos ideológicos, su comportamiento tradicional, al que ahora comienza a regresar.
Durante la última campaña electoral estadounidense, con vista a la elección presidencial, dos jóvenes influencers se destacaron por su denuncia del wokismo. La periodista negra Candace Owens –hoy en plena offensiva contra el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y su esposa [2]– calificó el movimiento Black Lives Matters de «banda de chiquillos llorones que se hacen pasar por oprimidos para llamar la atención». Por su parte, el influencer gay Milo Yiannopoulos –está casado con otro hombre– presentó exitosamente sus parodias del feminismo lésbico y del movimiento LGTBQIA+. Estos dos influencers llevaron numerosos negros y gays a no votar por el Partido Demócrata, como lo hacían sus padres o abuelos, sino por Donald Trump.
En su discurso de investidura, Donald Trump ya anunciaba el fin de las políticas de «discriminación positiva» y precisó que a partir de ahora el Estado federal reconoce sólo dos sexos. Parece un cambio espectacular, pero se produce en un momento en que la gran mayoría de los electores estadounidenses ya están convencidos [3].
El excepcionalismo estadounidense
Donald Trump es partidario del «excepcionalismo estadounidense» [4]. Según esa doctrina, Estados Unidos es «la luz sobre la colina», puesta allí por Dios para iluminar el mundo.
Esa doctrina, también directamente surgida del ejemplo de los «Padres Peregrinos», asegura que el viaje de los puritanos a Norteamérica es comparable al de los hebreos de la Antigüedad. Llegaron a Norteamérica como «pueblo elegido» ya que huían del “faraón” (la monarquía británica que Oliver Cromwell había derrocado), habían atravesado el Mar Rojo (en realidad el Océano Atlántico) y habían descubierto una “tierra prometida (Norteamérica). Todos y cada uno de los 47 presidentes que han gobernado Estados Unidos han abrazado y defendido esa mitología, que Washington usa como argumento tanto para justificar su rechazo de los principios del derecho internacional como su apoyo al Estado de Israel.
Desde el punto de vista estadounidense –y esto no tiene nada que ver con Donald Trump– Washington nunca aceptará rendir cuentas ante absolutamente nadie, y eso incluye a la Organización de las Naciones Unidas y sus órganos o agencias. Es verdad que Washington protegió y utilizó a numerosos criminales en tiempos de la guerra fría. También es cierto que ha asesinado cientos de miles de coreanos, vietnamitas, afganos, iraquíes, libios, palestinos, sirios, etc., pero en Washington se considera que ningún presidente estadounidense debe llegar a verse ante un tribunal internacional, sin importar lo que haya hecho.
En una tribuna publicada en 2013 por el New York Times el presidente ruso Vladimir Putin subrayaba que es «extremadamente peligroso estimular a la gente a considerarse excepcional, sea cual sea la motivación» [5]. La doctrina del «excepcionalismo estadounidense» implica, en efecto, una aceptación tácita de la supuesta existencia de una diferencia, de una jerarquía entre los hombres, como cuando se aplica a una realidad política el concepto teológico de «pueblo elegido».
A lo largo de toda su historia, los gobiernos de Estados Unidos no han aceptado nunca rendir cuentas a extranjeros. Es por error que los comentaristas de hoy atribuyen a las ideologías actuales ciertas decisiones de los gobiernos de Estados Unidos, cuando en realidad esas decisiones habrían sido las mismas de todas maneres.
Por ejemplo, se dice erróneamente que Donald Trump sacó a Estados Unidos de los Acuerdos de París sobre la lucha contra el calentamiento climático porque piensa que esos acuerdos son una idiotez. Y es cierto que Trump no cree que las opiniones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) tengan verdadero valor científico. Pero, con Donald Trump o sin él, Washington no podía seguir siendo parte de una serie de acuerdos que ponen los actos de Estados Unidos bajo el escrutinio de otros. Fue por ideología que los presidentes Obama y Biden abandonaron la tradicional posición estadounidense. Trump, ahora, adopta una posición conforme a la tradición estadounidense, que además corresponde a su propia ideología.
La “libertad” del Far West
En el momento de la creación de Estados Unidos, en 1776, o sea 13 años antes de la Revolución Francesa, los «Padres Fundadores» no estaban de acuerdo entre sí sobre la concepción de la libertad y de los derechos humanos. Inspirados en las ideas de Voltaire, los franceses veían la libertad y los derechos humanos tanto desde el punto de vista individual como bajo el prisma del interés colectivo. Pero para los «Padres Fundadores» estadounidenses la libertad era simplemente poder hacer lo que uno quiere en su patio. Es por eso que los estadounidenses son alérgicos al principio de las cotizaciones sociales obligatorias.
Esa manera de pensar está llena de inconvenientes. La concepción estadounidense de los «Derechos Humanos» está en total contradicción con la concepción francesa de los «Derechos del Hombre y del Ciudadano». Desde el punto de vista anglosajón (y eso tiene que ver con la tradición británica), se trata únicamente de protegerse de la «razón de Estado». Por el contrario, desde el punto de vista de los revolucionarios franceses, la libertad no es tanto tener la garantía de protección contra algún eventual abuso del Estado como tener derecho a participar en la elaboración de las leyes [6].
Hoy en día el debate sobre la libertad de expresión está falseado por la superposición de interpretaciones diferentes. La administración Biden, siguiendo el punto de vista woke, consideró que tenía la responsabilidad de informar al público sobre los peligros del covid y salvarlo de la enfermedad… prohibió cualquier forma de debate científico y censuró toda opinión disidente. Pero, según la tradición de los «Padres Fundadores», el Estado no tenía derecho a inmiscuirse en los intercambios de opiniones en las redes sociales. Según la concepción del Estado de los revolucionarios franceses seguidores de Voltaire, el Estado no tenía derecho a prohibir absolutamente nada sino a tratar de que los tribunales intervinieran para prohibir los mensajes que pudiesen llevar los internautas a formarse opiniones erróneas, que a su vez podrían llevarlos a poner en peligro su salud –en ese caso, tendrían que haber apuntado a los mensajes sobre la obligación universal de ciertos medicamentos.
[1] El autor se refiere aquí a los seguidores del pensamiento de Andrew Jackson, el 7º presidente de Estados Unidos (1829-1845). Nota de Red Voltaire.
[2] «Después arremeter contra Reino Unido, Alemania y Dinamarca, el equipo de Donald Trump apunta a Francia», Red Voltaire, 16 de enero de 2025.
[3] Donald Trump no ha tratado de negar que hay miembros de la especie humana que no reúnen las características cromosómicas que definen a las personas del sexo masculino, ni tampoco las que definen al sexo femenino. Sólo criticó el hecho que el Estado federal había impuesto a la sociedad una supuesta necesidad de organizarse como si esas excepciones fuesen la regla.
[4] El lector interesado encontrará extremadamente útil la lectura de las actas del coloquio organizado por el Carr Center for Human Rights Policy bajo el título American Exceptionalism and Human Rights, por Michael Ignatieff, Princeton University Press, 2005.
[5] “A Plea for Caution From Russia”, por Vladimir Putin, The New York Times (Estados-Unidos), Voltaire Network, 12 de septiembre de 2013.
[6] El británico Thomas Paine, iniciador la guerra de independencia estadounidense, fue diputado a la Convención Nacional francesa de 1792 y se negó a votar por la ejecución del rey Luis XVI porque estimaba que atribuir a un solo hombre la responsabilidad por todas las injusticias podía poner fin al proceso de transformación de la sociedad. Thomas Paine escribió un libro sobre las dos concepciones antinómicas de los Derechos Humanos. Su libro fue el más leído durante todo el periodo de la Revolución Francesa.
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