Por: Thierry Meyssan
Los jefes de Estado y de gobierno buscan oportunidades para reunirse y abordar cuestiones bilaterales, incluso de carácter multilateral. Y acaban padeciendo de “reunionitis”, una enfermedad que consiste en realizar cumbres inútiles sólo para poder reunirse y negociar sobre otros temas, sin tener que justificar ese otro encuentro. La cumbre del G20 en Hangzu no escapó a esa nueva tendencia.
Los jefes de Estados de los países miembros del G20 acaban de reunirse en Hangzhu (China). El G20 es el encuentro entre las 19 economías más importantes del mundo –no participan España, los Países Bajos, ni Suiza– más la Unión Europea. Este foro fue creado en 1999, al margen del G7, con los ministros de Relaciones Exteriores para asociar las economías emergentes a las decisiones de las potencias occidentales. Y posteriormente se convirtió en una cumbre entre los jefes de Estado, ante la crisis financiera de 2008, con la esperanza de limitar la propagación de aquella crisis.
El hecho es que ninguna cumbre del G20 ha tomado decisión alguna sobre ningún tema. Lo cual es más bien tranquilizador porque lo contrario querría decir que son los ricos quienes deciden en lugar de los pobres.
Se supone que el G20 se dedicar al análisis de los problemas económicos. Actualmente se trata de la pérdida de impulso del crecimiento mundial, de una eventual detención de la globalización y de la posible disolución de la Unión Europea. En la apertura del G20, el presidente chino Xi Jinping subrayó la necesidad, en su opinión, de evitar el regreso al proteccionismo y de seguir, por el contrario, desarrollando el comercio mundial para dar un nuevo impulso al crecimiento.
Sin embargo, debido a la poca influencia de los responsables políticos sobre la economía, el G20 fue sobre todo una oportunidad para que los participantes se reunieran al margen de la cumbre para abordar temas políticos: Ucrania, Siria y el terrorismo.
Como siempre sucede, todo el mundo dijo querer preservar la libertad comercial, defender la paz y luchar contra el terrorismo. Pero todos saben que la supremacía de Estados Unidos no resistirá por mucho tiempo ante la apertura de las dos «rutas de la seda» y que los estadounidenses están haciendo todo lo posible para dividirlos en bandos separados utilizando la cuestión del Donbass, en Ucrania, y los conflictos en Siria e Irak.
La Casa Blanca anunció que había fracasado la negociación con el Kremlin por la paz en Siria, supuestamente porque Moscú «dio marcha atrás» sobre «numerosos puntos». ¿Cuáles son esos puntos? La Casa Blanca prefirió, por supuesto, no precisarlos… ¿Por qué? Porque no existen. Desde la conclusión del acuerdo de paz de Ginebra-1, en junio de 2012, son los occidentales –y sólo ellos– quienes han hecho fracasar las numerosas negociaciones. Por dos razones:
- La primera es que no quieren una paz generalizada, porque pretenden mantener el caos en el desierto sirio-iraquí para impedir los intercambios comerciales entre Asia y Europa.
- La segunda razón es que Washington no quiere reconocer que Rusia ha recuperado el lugar que ocupaba la URSS en la escena internacional, ni compartir el poder con ella.
En cuanto a la lucha contra el terrorismo, desde hace años es el pretexto ideal para permitir a Estados Unidos controlar las transferencias de fondos, lo cual permite a quienes financian el terrorismo y arman a los terroristas mantener las sanciones precisamente contra quienes realmente luchan contra el terrorismo: Irán, Rusia y Siria.
El G20 no puede ser, por consiguiente, más que una oportunidad para dar pequeños pasos políticos con el pretexto de celebrar una reunión de carácter económico. De esa manera, Rusia y Turquía aprovecharon ese encuentro para culminar el restablecimiento de sus intercambios comerciales y económicos, lo cual debería contribuir a que se produzca una evolución de la posición de Ankara sobre Siria.
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