Por: Seumas Milne
La repulsión global a la carnicería de Israel contra Gaza parece que finalmente ha estimulado el habla de algunos de la clase política occidental. La renuncia de Sayeeda Warsi, la primer ministro musulmán de Gran Bretaña, en protesta por la postura “moralmente indefendible” de su gobierno, ha envalentonado a Nick Clegg, el viceprimer ministro, para exigir la suspensión de las licencias para la exportación de armas a Israel.
La semana pasada fue Ed Miliband, quien condenó la invasión de Israel y “el silencio sobre la muerte de civiles palestinos inocentes” del primer ministro. Incluso el gobierno de Estados Unidos denunció el “vergonzoso” bombardeo de su protegido estratégico contra una escuela, mientras Barack Obama describió el sufrimiento palestino como “desgarrador” – como si no tuviera nada que ver con eso.
Ahora que los israelíes y los palestinos han llegado a El Cairo para convertir el alto el fuego en algo más duradero, tal vez EEUU se sienta más seguro para fijar una posición. Pero un mes de brutalidad indiscriminada en la que 1.875 palestinos y 67 israelíes han muerto, todavía es presentado por Washington, grotescamente, como una guerra de autodefensa israelí – y no como un enfrentamiento de décadas entre ocupantes y ocupados, en la que los gobiernos occidentales destacan resueltamente en el lado del ocupante.
Y mientras la inmensa mayoría de los palestinos muertos son civiles – 430 de ellos niños – y 64 de los muertos israelíes son soldados, es Hamas quien carga el cartel de terrorista, en lugar de las fuerzas armadas israelíes, artilladas además con la tecnología de orientación más sofisticada del mundo.
Es necesario considerar por un momento cuál hubiera sido la reacción si la cifra de muertos fuera al revés para darse cuenta de las escalas de la indignación de la moral occidental, siempre selectiva para la acción. Y su insistencia en ignorar toda la historia del conflicto para que pueda ser interpretada como el resultado de un fatigoso y antiguo odio étnico.
El centenario esta semana del estallido de la primera Guerra Mundial debería ayudar. David Cameron afirma que allí se luchó por la libertad. En realidad, fue una masacre industrial salvaje perpetrada por una banda de potencias imperiales para repartirse los territorios, mercados y recursos.
Lejos de defender la democracia o los derechos de las pequeñas naciones, Gran Bretaña y Francia pusieron fin a la guerra repartiéndose entre ellos los imperios alemán y otomano derrotados, desde Iraq hasta Palestina. Un siglo después todavía estamos padeciendo las consecuencias.
En mi propia familia, mis dos abuelas perdieron hermanos en la guerra de 1914-18. Uno de ellos era George Mackay Clark, quien luchó con los Royal Scots en Gallipoli y en la campaña para conquistar Palestina. Fue asesinado en noviembre de 1917, a las afueras de Gaza.
Diez días antes, un ministro de Exteriores británico había firmado la declaración Balfour, que en nombre de un pueblo ajeno le prometió a otro pueblo la tierra de un tercero. Palestina sería un “hogar para el pueblo judío”, siempre que no perjudicara los derechos de las “comunidades no judías existentes”, como fueron descritos los palestinos.
Así comenzó su colonización a gran escala por los colonos, principalmente europeos – algo que podría haber sucedido sólo bajo el dominio colonial – que tres décadas más tarde daría lugar a la creación de Israel y al despojo o la expulsión de la mayoría del pueblo palestino.
Después de cuatro guerras árabe-israelíes, Palestina recibió solo el 44 por ciento de su tierra bajo el plan de partición de la ONU de 1947, sin embargo este territorio ha sido completamente ocupado por Israel – y los palestinos siguen luchando en guerra de guerrillas por la autodeterminación y por el derecho al retorno de los refugiados.
El otro día me encontré con una copia de la revista Newsweek de marzo de 1978, con una foto de un tanque israelí en la portada y el titular “Israel contraataca”. En realidad Israel era el atacante, que organizó incluso una invasión incluso a mayor escala del Líbano en 1982 y ocupó el sur por otros 18 años. Desde los acuerdos de Oslo de la década de 1990 no se ha podido instituir el Estado palestino en Cisjordania y Gaza que se había acordado, porque Israel ha colonizado, bombardeado y vuelto a invadir los territorios palestinos que ocupa ilegalmente (junto con Siria y el Líbano) y otra vez: en 2002, 2006, 2008 y 2012.
La justificación es siempre la misma: la seguridad del ocupante es inversamente proporcional a la resistencia de la población ocupada y bloqueada. Y en cada etapa Israel ha contado con el apoyo militar, financiero y diplomático de Occidente, de los EE.UU., sobre todo.
A pesar de los tímidos lamentos de Occidente ante el desborde de la más reciente agresión, el apoyo a Israel ha sido constante a lo largo de la devastación que vive Gaza desde el pasado mes. No sólo se le reconoce el supuesto derecho a la “autodefensa” en un territorio que ilegalmente está bajo control de Israel, sino que ese mismo derecho se le niega a los palestinos. EE.UU., cuya ayuda militar a Israel sobrepasa los $ 3 mil millones al año, ha seguido re-abasteciendo con armas y con tropas a Israel, y ayuda a que los aviones pulvericen y masacren un territorio empobrecido donde la gente en cautiverio no puede escapar.
Europa sigue el mismo juego. Gran Bretaña ha autorizado la venta de un sorprendente monto de 8 mil millones de dólares en equipos militares desde 2010, ademas de 42 millones por la venta directa de armas – incluyendo parques de aviones y tanques utilizados en la destrucción de Gaza.
Sin embargo, un mes después, Israel ha fracasado al no alcanzar sus objetivos. Ha “cortado el césped”, como a un militar de Israel le gusta describir sus campañas de destrucción y derramamiento de sangre. Pero Hamas se ha fortalecido; el frente unido con otros grupos palestinos -que Israel tiene tanto interés en destruir- ha sido apuntalado por la campaña.
La opinión pública mundial se ha unido decisivamente a favor de la justicia para los palestinos. Lo que se necesita ahora es una mayor presión para que se ponga fin al apoyo a la ocupación, se hagan efectivos el embargo de armas y las sanciones a Israel, y para que, finalmente, quede al descubierto que el horror de Gaza es un crimen cuyo origen hay que buscarlo en Washington y Londres, tanto como en Jerusalén.
(Tomado de The Guardian. Traducido por Cubadebate)
Nota de la Redacción: El estatus de Jerusalén sigue siendo uno de los puntos de disputa claves del conflicto árabe-israelí. Israel ha reclamado Jerusalén como capital religiosa y civil del pueblo judío. La ONU pretendió darle un estatus internacional, administrada por Naciones Unidas (resolución 303). Sin embargo, la ciudad quedó dividida en dos partes tras la guerra árabe-israelí de 1948. La parte occidental de Jerusalén fue proclamada capital de Israel en 1950. El llamado Jerusalén Este, que incluía la Ciudad Vieja, quedó bajo control jordano. Durante la Guerra de los Seis Días, Israel alcanzó el Muro de los Lamentos de la Ciudad Vieja, junto a todo el este de la ciudad, que estaba bajo control jordano desde 1949, y unificó administrativamente el municipio.
En 1980, Israel promulgó la Ley de Jerusalén que declaraba a la ciudad, incluida la parte oriental y una amplia zona periférica, como «capital eterna e indivisible» del Estado de Israel. La ONU replicó con la resolución 478, que invalidaba dicha declaración de capitalidad, y aconsejó a sus miembros a que situasen sus embajadas en Tel Aviv. Por su parte, la Autoridad Nacional Palestina reclama Jerusalén Este (Al-Quds) como la capital del futuro Estado palestino a partir de 1967, tras la conquista israelí de los barrios orientales. En 2002, fue ratificado por ley firmada por Arafat. La ONU sigue manteniendo que el estatus de Jerusalén es el de una ciudad internacional cuya soberanía debe ser resuelta en futuras negociaciones entre israelíes y palestinos, por lo que considera una «ocupación ilegal» el control israelí sobre Jerusalén Este.
Los palestinos que habitan Jerusalén poseen un documento israelí que les permite moverse por Israel pero no tienen derecho al voto, salvo que opten por la nacionalidad israelí.
En los últimos tiempos el Estado israelí está comprando terrenos y creando nuevos asentamientos judíos en Jerusalén Este, con la intención de consolidar su presencia en todo el municipio.
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