Por: Raz Segal
La orden ha dejado a más de un millón de personas, la mitad de las cuales son niños, intentando huir frenéticamente en medio de continuos ataques aéreos, en un enclave amurallado donde ningún destino es seguro.
Como escribió hoy desde Gaza la periodista palestina Ruwaida Kamal Amer, «los refugiados del norte ya están llegando a Jan Yunis, donde los misiles nunca se detienen y nos estamos quedando sin comida, agua y electricidad». La ONU ha advertido de que la huida de personas desde el norte de Gaza hacia el sur creará «consecuencias humanitarias devastadoras» y «transformará lo que ya es una tragedia en una situación calamitosa».
Durante la última semana, la violencia de Israel contra Gaza ha matado a más de 1.800 palestinos, herido a miles y desplazado a más de 400.000 dentro de la franja. Y, sin embargo, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, prometió hoy que lo que hemos visto es «sólo el principio».
La campaña de Israel para desplazar a los habitantes de Gaza —y potencialmente expulsarlos por completo a Egipto— es otro capítulo de la Nakba, en la que se estima que 750.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares durante la guerra de 1948 que condujo a la creación del Estado de Israel. Pero el asalto a Gaza también puede entenderse en otros términos: como un caso de libro de texto de genocidio que se desarrolla ante nuestros ojos.
Digo esto como un estudioso del genocidio, que ha pasado muchos años escribiendo sobre la violencia masiva israelí contra los palestinos. He escrito sobre el colonialismo de asentamiento y la supremacía judía en Israel, la distorsión del Holocausto para impulsar la industria armamentística israelí, la utilización de las acusaciones de antisemitismo como arma para justificar la violencia israelí contra los palestinos y el régimen racista del apartheid israelí. Ahora, tras el ataque de Hamas el sábado y el asesinato masivo de más de 1.000 civiles israelíes, está ocurriendo lo peor de lo peor.
Según el derecho internacional, el delito de genocidio se define como «la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal», como se senhala en la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de diciembre de 1948. En su ataque asesino contra Gaza, Israel ha proclamado en voz alta esta intención. El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, lo declaró en términos inequívocos el 9 de octubre: «Estamos imponiendo un asedio completo a Gaza. Sin electricidad, sin comida, sin agua, sin combustible. Todo está cerrado. Estamos luchando contra los animales humanos y actuaremos en consecuencia».
Los líderes de Occidente reforzaron esta retórica racista al describir el asesinato masivo de civiles israelíes por parte de Hamás —un crimen de guerra según el derecho internacional que provocó con razón horror y conmoción en Israel y en todo el mundo— como “un acto de pura maldad”, en palabras del presidente estadounidense Joe Biden, o como una medida que reflejaba un «antiguo mal«, en terminología de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Este lenguaje deshumanizante está claramente calculado para justificar la destrucción a gran escala de vidas palestinas; la afirmación del «mal», en su absolutismo, elude las distinciones entre los militantes de Hamas y los civiles de Gaza, y ocluye el contexto más amplio de la colonización y la ocupación.
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio enumera cinco actos que entran dentro de su definición. Israel está perpetrando actualmente tres de estos casos en Gaza:
«1. Matar a miembros del grupo.
2. Causar daños físicos o mentales graves a los miembros del grupo.
3. Infligir deliberadamente al grupo condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial».
La Fuerza Aérea israelí, según sus propias cuentas, ha lanzado hasta ahora más de 6.000 bombas sobre Gaza, que es una de las zonas más densamente pobladas del mundo, casi tantas bombas como las que Estados Unidos lanzó sobre todo Afganistán durante los años récord de su guerra allí. Human Rights Watch ha confirmado que las armas utilizadas incluían bombas de fósforo, que incendiaban cuerpos y edificios, creando llamas que no se extinguen al entrar en contacto con el agua. Esto demuestra claramente lo que Gallant quiere decir con «actuar en consecuencia»: no atacar a militantes individuales de Hamas, como afirma Israel, sino desatar la violencia mortal contra los palestinos en Gaza «como tal», en el lenguaje de la Convención de la ONU sobre el Genocidio. Israel también ha intensificado su asedio de 16 años a Gaza —el más largo de la historia moderna, en clara violación del derecho internacional humanitario— hasta convertirlo en un «asedio completo», en palabras de Gallant.
Esta frase que indica explícitamente un plan para llevar el asedio a su destino final de destrucción sistemática de los palestinos y de la sociedad palestina en Gaza, matándolos, matándolos de hambre, cortándoles el suministro de agua y bombardeando sus hospitales.
No son solo los líderes de Israel los que están usando ese lenguaje. Un entrevistado en el Canal 14 pro-Netanyahu pidió a Israel que «convierta Gaza en Dresde». El Canal 12, el canal de noticias más visto de Israel, publicó un informe sobre israelíes de tendencia izquierdista que llamaban a «bailar en lo que solía ser Gaza».
Mientras tanto, los verbos genocidas —llamados a “borrar” y “aplastar” Gaza— se han vuelto omnipresentes en las redes sociales israelíes. En Tel Aviv, se vio una pancarta que decía “Cero gazatíes” colgada de un puente.
De hecho, el ataque genocida de Israel contra Gaza es bastante explícito, abierto y sin vergüenza. Los perpetradores de genocidio no suelen expresar sus intenciones con tanta claridad, aunque hay excepciones. A principios del siglo XX, por ejemplo, los ocupantes coloniales alemanes perpetraron un genocidio en respuesta a un levantamiento de las poblaciones indígenas herero y nama en el suroeste de África.
En 1904, el general Lothar von Trotha, comandante militar alemán, emitió una «orden de exterminio», justificada por la lógica de una «guerra racial». En 1908, las autoridades alemanas habían asesinado a 10.000 namas y habían logrado su objetivo declarado de «destruir a los herero«, matando a 65.000, el 80% de la población. Las órdenes de Gallant del 9 de octubre no fueron menos explícitas.
El objetivo de Israel es destruir a los palestinos de Gaza. Y aquellos de nosotros que observamos en todo el mundo somos negligentes en nuestra responsabilidad de evitar que lo hagan.
Corrección: Una versión anterior de este artículo decía que Israel lanzó más bombas sobre Gaza esta semana que las que Estados Unidos lanzó sobre Afganistán en cualquier año de su guerra allí. De hecho, Estados Unidos lanzó más de 7.000 bombas sobre Afganistán tanto en 2018 como en 2019; en el momento de la publicación, Israel había lanzado unas 6.000 bombas sobre Gaza en menos de una semana.
Raz Segal es profesor asociado de estudios sobre el Holocausto y el genocidio en la Universidad de Stockton y profesor experto en el estudio del genocidio moderno.
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