I. De las columnas políticas, la firmada por Julio Hernández López desde hace 20 años en La Jornada es, indudablemente, una de las mejores; pues con datos e información cumple cabalmente lo que escribe el periodista José Ribas en su ensayo El columnismo no es un parapeto para el uso del poder, sino del contrapoder: “Adquiere así mayor precisión y eficacia; todo tipo de periodismo en una democracia siempre debe ejercer de contrapoder, pues ha de defender los intereses de los ciudadanos y de la legalidad. Ha de controlar los poderes públicos para que no se excedan y también el comportamiento de los poderes privados”. Esto lo cumple Hernández López con la puntualidad sistemática del periodista comprometido con el ejercicio de las libertades de prensa, para informar, analizar y criticar con legitimidad desde la democracia directa; es decir, desde la perspectiva del kratos: el pueblo, para, con esta legitimidad política, ser “espejo de las tensiones políticas, sociales y culturales del momento”, en el entendido de que es una lectura de la realidad… ayudando a pensar, interpretar y situar los diferentes hechos que constituyen y presiden la realidad”. Es el columnista como reportero, quien expone a los lectores lo que investiga de esa realidad “que es más pródiga que la más febril fantasía”. Y es con esta última con la que otras columnas sirven a sus intereses, siendo voceros de los poderes públicos y/o privados.
II. Autor de la columna política, social y cultural Astillero, Julio Hernández vislumbró en su libro Las horas contadas del PRI, lo que está siendo una realidad: de socavón-crisis a socavón-crisis. Y ahora nos presenta sus crónicas agrupadas en seis partes, con el esclarecedor título Encabronados, en donde intercala las encabronadas reflexiones de ciudadanos; lectores que opinan, critican y exponen su encabronamiento, como actitud máxima de enojo, indignación y antesala para la rebelión. Gritos de alarma que Hernández López ha recogido en sus andanzas de reportero y lector, para darnos un recorrido sobre las huellas de los funcionarios-ladrones, politiquillos-saqueadores y toda la fauna que provoca “el enojo social ante la ineficacia, el cinismo y la corrupción de los grupos que han gobernado en México”. Es un rastreo del peñismo y su actor principal: Peña; los peñistas, los perredistas, los priistas, los panistas y de los demás partidos (Morena incluido), a quienes encabronados quisiéramos darles, en lugar de votos, hachazos para quitárnoslos de encima como chupa-ingresos millonarios para, “todos a una” repartirse los cargos en la chupa-corrupción.
III. Encabronados, o sea, hasta la coronilla de enojados (pero no hasta el copete que sonaría a Peña) por la descarada ratería de los desgobernadores, de Peña, de Ruiz Esparza –quien, altanero, dijo que sólo su amigo Peña lo puede cesar– y todos los causantes del “hartazgo mexicano”. El texto describe la creciente ingobernabilidad e “indignación insuficientemente organizada”. Y con el gasolinazo como parteaguas del inmediato pasado al inmediato futuro, sintetiza las desgracias de la pobreza, el desempleo, la homicida inseguridad que supera ya a la de Calderón; feminicidios y narcotráfico: el infanticidio de la guardería ABC, Ayotzinapa, la farsa de Paulette y Alfredo Castillo, Tlatlaya, Nochixtlán, etcétera. En 230 páginas, el autor confirma el enriquecimiento de la élite que honra la divisa del “prócer” de Atlacomulco: “un político pobre es un pobre político”. Es un prontuario de fechas, datos, hechos, nombres y su encadenamiento con la crisis de más de 120 millones de mexicanos. Al menos 100 de ellos encabronados por la ineptitud y corrupción del menguado copete del peñismo.
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