Por tercera vez en un siglo, el mundo árabe ha perdido la batalla por la modernidad y el despegue económico, con lo que perpetúa así de forma duradera su opresión:
* En el siglo XIX, bajo Mohamad Ali, en la época de florecimiento de la industria manufacturera.
* En tiempos de la independencia de los países árabes, en el momento la Guerra Fría entre soviéticos y estadounidenses y los conflictos interárabes que siguieron a la instrumentalización del Islam como arma de combate contra el nacionalismo árabe.
* Durante los últimos 25 años del siglo XX aprovechándose del boom del petróleo que transformó precozmente varias jóvenes petromonarquías en dispendiosos “Estados rentistas”.
Al igual que el mundo árabe, la cofradía de los Hermanos Musulmanes ha fracasado tres veces en su carrera hacia el poder: la primera vez bajo la monarquía, la segunda bajo Gamal Abdel Nasser en 1953 y la tercera 60 años más tarde, en 2013, bajo Abdel Fattah Sissi, su sucesor militar, el fracaso más doloroso ya que se debió a Arabia Saudí, su incubador absoluto durante casi medio siglo.
En 86 años de existencia, a pesar de reveses y sinsabores, a menudo debidos a ella misma pero también a sus aliados, la más importante y antigua formación transárabe, fundada en 1928, parece hundida al no haber concebido jamás un proyecto de sociedad que no fuera el de la prohibición como modo de gobierno, correlativamente a la negación del cuerpo y sobre todo del espíritu.
En lugar de velar por la superación de las diferencias etnorreligiosas, los avatares de la época Mohamad Morsi en Egipto han allanado el camino a la proclamación de un nuevo califato a orillas del Éufrates y de Mesopotamia, lo que hace que se cierna el riesgo de aniquilamiento del único movimiento de resistencia nacional sunní del mundo árabe, el más cercano por sensibilidad a los Hermanos Mususlmanes, Hamas, superviviente milagroso del infierno israelí gracias a la bravura de los defensores de Gaza y al apoyo exclusivo de los renegados del Islam (Irán, Siria y Hezbollah), el desaire más importante infligido a la esfera sunní.
Principal vector de acompañamiento de la estrategia estadounidense tendiente a la sumisión del mundo árabe al orden atlantista, la hermandad habrá sido, por añadidura, la matriz de todas las declinaciones degenerativas del yihadismo a escala planetaria, desde al-Qaeda al Estado Islámico. Con un funcionamiento que responde a un modo operativo único basado en la articulación de lo internacional sobre lo local, la fuente exclusiva tanto de su impulso (sobre todo su articulación con el campo proccidental de Líbano, particularmente los falangistas, las milicias cristianas), como de su propaganda desmedidamente fantasiosa, origen de su prolongado descrédito, su subterránea connivencia en el plano operacional con los grupos takfiristas durante la batalla de Siria (2011-2014) ha convertido en caduco el discurso innovador de su programa político ya que, al desvelarlo, su duplicidad lo ha desviado e inducido a error ante su última excrecencia patológica.
Debido a sus errancias y sus desviaciones sobre un fondo de su inagotable demagogia, los Hermanos Musulmanes habrán infligido al mundo árabe una desventaja tan enorme como los adversarios a quienes querían sustituir.
La historia recordará que los Hermanos Musulmanes habrán sido apuñalados por un Estado que en el plano religioso se pretendía tan riguroso como ellos y no por unos nacionalistas republicanos contra los que lucharon desesperadamente. La historia recordará también que los Hermanos Musulmanes habrán sido los más perfectos idiotas útiles de la estrategia atlantista en el espacio árabe en detrimento de su propia causa y de la del Islam que supuestamente promueven.
Mohamad Morsi, primer presidente neoislamista elegido democráticamente del país árabe más grande, Egipto, antes acreditado [agente de] seguridad nacional estadounidense por cuenta de la NASA, es decir, un hombre que predica el Islam como una referencia absoluta, su universo infranqueable, y que, sin embargo, consiente en jurar lealtad y fidelidad a Estados Unidos; Bourhane Ghalioune, asalariado francés de la administración francesa, primer presidente de la oposición off shore siria, lo mismo que su portavoz Basma Kodmani, Akila, secretaria privada de Tarik Aziz, ex ministro iraquí de asuntos extranjeros durante 30 años, que se desposa con el “naufragador” de Iraq, Paul Bremer, sin el menor pedido de gracia para su antiguo mentor, preso desde hace años y aquejado de cáncer; una dama de la gran burguesía libia “incrustada”* con Paul Wolfowitz, el “naufragador” de Oriente Medio por cuenta de Israel… La casta intelectual árabe de la diáspora occidental padece gravemente un síndrome de desorientación, la marca típica de la aculturación, con un fondo de descompresión psicológica y de quebranto intelectual y moral. Un naufragio humano.
La búsqueda del saber tecnológico y el acceso a la modernización económica no pueden ser compatibles con un autoritarismo burocrático, ya sea monárquico o republicano. Lo mismo que la personalización del poder no puede por sí misma servir de panacea para todos los males de la sociedad árabe ni la declamación sustituir a la imperiosa necesidad de un dominio de la complejidad de la modernidad.
Esto implica un necesario pero saludable cuestionamiento de la “cultura de gobierno” en los países árabes, lo cual presupone para el poder una refundición de sus prácticas, “una revolución cultural” en el sentido en el que lo entiende Jacques Berque, es decir, “la acción de una sociedad cuando busca para sí un sentido y una expresión”. Para el intelectual, una reinversión del campo del debate para contribuir en la producción de valores y en el desarrollo del espíritu crítico. Para el ciudadano, la conquista de nuevos espacios de libertad. Para el mundo árabe, la consideración de sus diversos componentes, sobre todo sus minorías culturales y religiosas y, en especial (la última de las condiciones pero no la menor), la superación de sus divisiones.
En resumen, una ruptura con la fatalidad de la decadencia ya que es cierto que una reconciliación entre árabes es la condición previa indispensable para cualquier nueva movilización psicológica del mundo árabe cara a su resurgimiento en el ámbito internacional. La condición previa absoluta para su reposicionamiento internacional.
Salvo que se inclinen por una decadencia irremediable, los países árabes no pueden dejar de hacer una reflexión profunda sobre su enfoque estratégico de los retos del mundo contemporáneo, ya que el mayor peligro que acecha al mundo árabe en el siglo XXI no será la modernidad sino el engaño de modernidad, la mezcolanza de modernidad y arcaísmo, y bajo la apariencia de síntesis, el poner la modernidad al servicio del arcaísmo, poner la tecnología del siglo XXI al servicio de una ideología apegada al pasado para mayor beneficio de los equipos dirigentes con el añadido del probable riesgo de una regresión árabe aún mayor.
Por su parte, el Grupo de Previsión Estratégica (SFG, por sus siglas en inglés) cuantificó en 12.000 millardos de dólares las pérdidas producidas por las distintas guerras que han ensangrentado el conjunto de Oriente Medio desde 1991. Esta cifra engloba tanto las pérdidas humanas como los daños infligidos a la ecología, la contaminación de acuíferos, el clima y la agricultura, pero también la demografía, el paro, la emigración, el alza de los alquileres, el precio del petróleo, incluso la educación. Esta cifra no tiene en cuenta los desembolsos de las petromonarquías con vistas a la desestabilización del mundo árabe favorable a la mal llamada “primavera árabe” ni el costo de la reconstrucción tanto de Siria como de Libia, Egipto e Iraq, que rondaría los 500.000 millones de dólares.
En este estudio realizado por ese grupo de reflexión con sede en India y con el apoyo de Suiza, Noruega, Qatar y Turquía han participado más de 50 expertos de los territorios palestinos, Israel, Iraq, Líbano, Jordania, Egipto, Qatar, Kuwait y de la Liga Árabe. El informe (de 170 páginas y publicado en 2010) señala, por ejemplo, los cientos de miles de horas de trabajo perdidas por los palestinos en los puestos de control israelíes. También revela que el 91 por ciento de los israelíes viven en un perpetuo estado de miedo e inseguridad.
Salvo que se arrastre al mundo árabe a una irremediable decadencia, se impone una clara ruptura con la lógica del vasallaje, en un momento en que la escena internacional se encamina hacia un choque entre el futuro líder (China) y la potencia declinante (Estados Unidos), lo cual implica una redistribución total de las cartas geopolíticas a escala planetaria.
Salvo que se pretenda provocar el éxodo definitivo de los cristianos árabes, la dirigencia cristiana libanesa (en particular maronita) sería inteligente que viviera no como la avanzada de Occidente en tierra árabe, sino antes bien como una que ejerce su poder simbólico por delegación del resto de comunidades cristianas del mundo árabe, y que cuantificara el hecho de que sus opciones repercuten de una manera u otra en sus correligionarios.
Salvo que se considere la cristiandad como algo perteneciente al patrimonio exclusivo de Occidente, la vocación primera de los cristianos árabes es participar plenamente en el combate de la nación árabe para restaurar la dignidad y la soberanía nacional del espacio árabe y no como punta de lanza en el combate para someterlo al orden estadounidense –una función tradicionalmente reservada a Israel–, del que, una vez más, serían los desacreditados cipayos. La democratización de la vida árabe será la obra de los propios árabes o no será. En ningún caso deberá hacerse a la sombra de las bayonetas estadounidenses. En todo caso, jamás con los cristianos árabes haciendo el papel de capataces.
La historia del mundo árabe está llena de ejemplos de “fusibles” magnificados como “mártires”, víctimas sacrificiales de una política de potencia de la que nunca habrán sido compañeros sino siempre fieles ejecutores. En estos periodos de conmoción geoestratégica no se pueden superar los umbrales en el mundo árabe sin desencadenar respuestas punitivas.
El rey Abdallah I de Jordania, asesinado en 1948; el primer ministro iraquí Noury Saïd, linchado por una multitud diez años después, en 1958, en Bagdad, así como su cómplice jordano Wasfi Tall, muerto en 1971; el presidente egipcio Anuar al-Sadat, en 1981; el presidente libanés Bachir Gemayel, muerto por bomba en la víspera de su asunción del poder, en 1982, lo mismo que el ex primer ministro libanés Rafic Hariri, en 2005, el ex primer ministro de Pakistán Benazir Bhutto, en 2007: todos ellos constituyen en este sentido los más ilustres testimonios póstumos de esta regla no escrita de la conflictividad tan particular de Oriente Medio. Esta podría ser la enseñanza más importante de una secuencia cuya la principal víctima habrá sido la esperanza.
La equivocación más grande de Occidente es haber querido siempre coexistir con los “árabes domesticados”, en la mejor tradición colonial.
Desde Nasser, como antes Mohamad Mossadegh en Iran, en 1953, Occidente ha reaccionado ante la emergencia de dirigentes nacionalistas árabes o musulmanes diabolizándolos, lo que llevó a una radicalización de la lucha. Se ha comparado tanto a Nasser como Arafat con Hitler y, simétricamente, el nacionalismo cedió el lugar al islamismo, Nasser a Osama Bin Laden, Mossadegh al ayatolah Jomeiny, guía supremo de la revolución islámica en Irán, Arafat a Hamas y a la Yihad islámica y los fedayines, esos combatientes palestinos politizados a los voluntarios de la muerte, esos desesperados de una vida sublimada por medio del sacrificio en la creencia en una fe ideologizada.
Por haber encabezado con todo rigor una “democracia petrolera”**, haciendo mofa de los más altos valores democráticos a beneficio de las leyes implacables del mercado y en alianza con los países más representativos y retrógrados del mundo árabe, los países occidentales han sido llevados a buscar unos interlocutores que ya no tiene la talla de Gamal Abel Nasser o de Yasser Arafat, sino más allá, en las franjas más extremas del radicalismos islámico, y a medida que se pierden las ocasiones, Cheikh Ahmad Yassine y Abdel Aziz Rantissi, los dos jefes históricos del movimiento islámico palestino Hamás asesinados en la primavera de 2004 por medio de asesinatos extrajudiciales del gobierno de Ariel Sharon, parecerán retrospectivamente unos socios muy razonables y respetables.
Hay heridas que en lugar de curarse y cicatrizar se ulceran con el paso del tiempo. La historia es responsable de comportamientos desenvueltos preñados, sin embargo, de servidumbres futuras.
Una civilización que se revela incapaz de resolver los problemas que suscita su propio funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que engaña con sus principios es una civilización moribunda (Aimé Cesaire).
Cien años después del inicio de la Primera Guerra Mundial y de las subsiguientes conmociones estratégicas en Oriente Medio, desde el acuerdo Sykes-Picot sobre el reparto de la región en zonas de influencia francesas y británicas, a la promesa de Balfour de crear un “hogar nacional judío” en Palestina y a las masacres de los armenios perpetradas por Turquía –el primer genocidio del siglo XX–, es tiempo de que los árabes tomen conciencia de los retos a los que se enfrentan y de que se den los medios de recoger el guante.
Os deseo a todos un buen 2015 y gracias por vuestra confianza.
Notas:
* Embedded, en inglés en el original de la nota. (N. del T.)
** Carbon democracy, en inglés en el original de la nota. (N. del T.)
René Naba es periodista, fue responsable del mundo árabe musulmán en el servicio diplomático de AFP, después fue consejero del director general de RMC Oriente Medio, responsable de información y miembro del grupo consultivo del Instituto Escandinavo de Derechos Humanos y de la Asociación de amistad euro-árabe. Es autor de L’Arabie saoudite, un royaume des ténèbres (Golias), Du Bougnoule au sauvageon, voyage dans l’imaginaire français (Harmattan), Hariri, de père en fils, hommes d’affaires, premiers ministres (Harmattan), Les révolutions arabes et la malédiction de Camp David (Bachari), Média et Démocratie, la captation de l’imaginaire un enjeu du XXIme siècle (Golias).
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