La nueva guerra fría que promueve Estados Unidos contra Rusia y China trastoca el escenario internacional. La OTAN recobra protagonismo, Europa y Japón se rearman y la militarización permea todas las relaciones internacionales. Las consecuencias de esta escalada ya se verifican en los dos conflictos que convulsionan al planeta. La guerra de Ucrania y las tensiones en el Mar de China anticipan los dramáticos efectos de las confrontaciones en curso. 

Este libro convoca a retomar el concepto de imperialismo para clarificar el nuevo escenario internacional. Propone superar la omisión de esa noción entre los comentaristas de la política mundial, que suelen eludir ese término por sus evidentes connotaciones críticas. La sola mención del imperialismo, recuerda que los poderes dominantes hacen valer su primacía por medio de la fuerza. 

Para disimular la preeminencia de Estados Unidos en esa función coercitiva, los voceros de la primera potencia utilizan nociones sustitutas. Describen al gigante norteamericano como un «protector de Occidente» que «custodia el orden mundial». Realzan especialmente la capacidad disuasiva del Pentágono para evitar el caos, que suscitaría la ausencia de un «garante del equilibrio internacional». A lo sumo, mencionan al imperialismo para denostar las incursiones del campo opuesto. Las agresiones de la OTAN son invariablemente aprobadas o acalladas. 

Este libro polemiza frontalmente con esas justificaciones y desenvuelve numerosas críticas contra sus voceros. Pero también registra que la renuencia a identificar a los Estados Unidos con el imperialismo, ya no es tan unánime entre los intelectuales del establishment. En la era Bush los ideólogos neoconservadores comenzaron a exaltar esa conexión. Ensalzaron la invasión a Afganistán e Irak y ponderaron sin inhibiciones terminológicas la acción imperial del Pentágono. 

Ese enaltecimiento fue también compartido por algunas vertientes liberales, que elogiaron la renovada acción civilizatoria de los marines, en regiones periféricas despreciadas o pobladas por etnias igualmente descalificadas. Ambas corrientes encomiaron la misión imperial que atribuyen a un mandato divino o a peticiones de la ¨comunidad internacional¨. 

Esa idealización del imperialismo perdió incidencia luego del fiasco afrontado por los invasores en Bagdad y Kabul. Su fracaso diluyó durante algunos años la fantasía de recrear un ¨nuevo siglo americano¨. Pero al cabo de una década, las alabanzas y los camuflajes de la conducta imperial estadounidense han reaparecido a pleno. Los exaltadores remarcan la conveniencia de transparentar ese comportamiento dominante para maximizar su efectividad y los encubridores advierten contra el rechazo que genera esa glorificación. Las menciones al imperialismo en las publicaciones de la elite hegemónica se expanden y contraen, en sintonía con la prédica de una u otra variante. 

Las referencias al imperialismo entre los pensadores críticos no están sujetas a esos condicionamientos, pero tienen menor gravitación que otros conceptos. Los cuestionamientos al neoliberalismo o al capitalismo son mucho más frecuentes, que las impugnaciones al imperialismo. Esa desconsideración suele obstruir la evaluación del escenario internacional. 

Este libro pretende revertir esa desatención utilizando el concepto de sistema imperial. Esa noción contribuye a indagar la triple dimensión económica, política y geopolítica del principal dispositivo de dominación global. El primer plano involucra la confiscación de recursos que padece la periferia, el segundo ilustra cómo los poderosos confrontan con la insurgencia popular y el tercero clarifica las rivalidades entre las potencias. 

El sistema imperial es la principal estructura de expropiación, coerción y competencia, que apuntalan los grandes capitalistas para preservar sus privilegios. En el capítulo que inicia la primera parte se expone una síntesis de este abordaje y en el resto del libro se estudia la conducta de los protagonistas, los socios, los acompañantes y los adversarios de ese dispositivo. 

El sistema imperial rige desde la segunda mitad del siglo XX y difiere significativamente de su precedente clásico de la centuria pasada. Las guerras generalizadas entre potencias capitalistas que signaron a ese período, no se repitieron en el escenario posterior. En este contexto tampoco resurgieron los antiguos imperios. El modelo contemporáneo se asienta en cimientos sociales y gestiones capitalistas muy alejados de esos antecedentes. 

Pero el sistema actual mantiene el pilar coercitivo que han compartido todas las modalidades imperiales, para dirimir primacías, acaparar lucros y consolidar poderíos con el uso de la fuerza. Esa persistente centralidad de la violencia es ilustrada en numerosas partes del libro. Esos ejemplos confirman que el sistema imperial no se limita a la mera administración de la supremacía económica. Tampoco restringe su acción a la reproducción de los mitos, creencias e ideologías que convalidan el estatus quo. Asegura la preservación del capitalismo con gigantescos resguardos militares.