Por: Luis Gonzalo Segura
Indignación, desesperación e infierno en las aguas cercanas a una de las puertas de Europa (Lampedusa, Italia). Una película de terror en los cines de verano, en lo que debería haber sido una película amigable sobre la solidaridad europea en el salvamento de vidas humanas. Porque eso es lo que transporta la embarcación de la Fundación Proactiva Open Arms: personas vivas con las que los países europeos han terminado jugando a ratos una partida de ajedrez y a ratos un mercadeo inaceptable.
Más de dos semanas lleva vagando por el Mediterráneo la embarcación de salvamento con más de 150 personas. Vidas, como cualquier otra, pero cuyo valor en Europa no cotiza en bolsa y solo llega para una ‘serpiente de verano’, término con el que se conocen las noticias usualmente irrelevantes que en el periodo estival tienen un recorrido que el resto del año no conseguiría ni por asomo.
El barco de Open Arms rescató más de ciento sesenta personas en tres operaciones de salvamento: el 1 de agosto (55 personas), el 2 de agosto (68) y el 11 de agosto (39), entre ellas, menores y mujeres embarazadas, y varios de ellos, según Óscar Camps, el fundador de Open Arms, con “signos inequívocos de la violencia sufrida en Libia“. El 3 de agosto, la Guardia Costera italiana evacuó a tres mujeres, dos de ellas embarazadas, pero tanto Italia como España, Malta y el resto de Europa se negaban a acoger a los inmigrantes. No solo eso, sino que atacaron severamente a la organización humanitaria y a su fundador.
Ataques políticos desde Europa
Los gobiernos de Italia (ultraderecha) y España (socialdemócrata) se alinearon contra la fundación Proactiva Open Arms y emitieron severas críticas por medio del primer ministro italiano, el extremista Matteo Salvini, y del ministro de Fomento español, el socialista José Luis Ábalos.
Salvini acusó a Open Arms de “provocación política” y amenazó con requisar su barco si accedía a un puerto italiano. Ábalos, también secretario de organización del PSOE, solo unos días después de que Oxfam, Amnistía Internacional, CEAR y la Red Española de Inmigración exigieran al Gobierno español el rescate o que Valencia y Cádiz se ofrecieran a acoger a los migrantes, atacó duramente a Óscar Camps: “Me molestan los abanderados de la humanidad que no tienen que tomar nunca una decisión, los que creen que solo ellos salvan vidas, desde el ámbito privado”.
Reuters / Sergio Perez / globallookpress / Fabio Sasso
La pregunta es clara en este caso, en el que se pone en duda la acción privada de rescate, como si ello fuera innecesario: ¿habrían muerto los rescatados sin la acción del Proactiva Open Arms? Nadie puede negar que sus opciones eran altas, pues en el registro de víctimas mortales hay al menos 35.597 personas en los últimos dieciséis años. Y ello teniendo en cuenta que la lista de fallecidos totales debe ser necesariamente muy superior.
Una cuestión de dinero
En una sociedad capitalista, el dinero lo es todo. Por ello, su reparto es una cuestión doblemente capital. No es casualidad, por tanto, que el Gobierno español afirmara durante la crisis que el rescate “es responsabilidad de la Unión Europea” o pidiera que el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, solicitara por carta “ayuda urgente y una distribución justa” al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Los más de 150 migrantes rescatados solo son peones en una partida de ajedrez para repartirse el coste de la migración. Coste al que, además, hay que sumar el cinismo y la obscenidad de Salvini cuando pidió a Richard Gere que acogiera a los migrantes “en sus mansiones”, tras una visita del actor para el envío de ayuda humanitaria, o cuando pidió al Open Arms que se dirigiera a Ibiza para que los migrantes “se diviertan”.
Antes de continuar, debemos recordar la situación vivida tras la muerte de Aylan, en septiembre de 2015, que desembocó el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía (20 de marzo de 2016) para que esta última acogiera a los refugiados a cambio de 6.000 millones de euros y Europa no tuviera que ver en sus costas el drama que su inacción ha generado en Oriente Medio, el Magreb y otras partes del mundo. En aquel momento, más de un millón de refugiados procedentes de Siria llegaron a Europa, lo que provocó que la región nulnerara con el mencionado acuerdo el Convenio Europeo de Derechos Humanos, la Convención de Ginebra o la Directiva de Retorno, pues se permitían las expulsiones colectivas (consideradas contrarias al derecho internacional), mientras el destino final, Turquía, era considerado un país que no garantizaba la seguridad de los migrantes.
Seguramente se trató de la operación de tráfico humano con una transacción económica más alta de la historia(de los 6.000 millones de euros se había desembolsado, en abril de este 2019, un total de 2.200). Pero no la única. Por ejemplo, el otoño pasado (octubre de 2018), Europa acordó el pago de 150 millones de euros, a razón de 50 millones anuales, a Marruecos. Este país había protestado, junto a España, porque a Libia se le pagaban más de 200 millones de euros al año (237) y a Marruecos menos de 20 millones (17).
Sin embargo, tres años después del gran negocio turco, varias oenegés (como Médicos Sin Fronteras, MSF) denuncian que más de 12.000 refugiados se encuentran “hacinados”, en “situaciones degradantes”, con “niveles inadmisibles de sufrimiento” y sin atención médica en los centros de tránsito hacia Turquía, situados en las islas griegas.
Por tanto, esta mención no se trata de un acto vacuo, sino trascendental, porque en el fondo el asunto —y la partida en juego— versa sobre lo mismo. Europa en su conjunto y cada país europeo de forma individual lo que pretende es que la migración le salpique y le cueste lo mínimo posible, aunque ello implique muerte y sufrimiento. ¿Cuál es la cifra más baja que tenemos que pagar para que los migrantes desaparezcan o sean reducidos a la insignificancia, aunque ello suponga su muerte?
De hecho, en julio pasado, el acuerdo quedó suspendido por las sanciones europeas a Turquía por un conflicto con Chipre, que se generó por las exploraciones turcas en búsqueda de gas en aguas territoriales de la isla. Que el acuerdo se rompa por esta cuestión y no por la purga y la deriva autoritaria de Turquía, supone una evidencia inapelable sobre la prioridad europea: los negocios.
Pero el objetivo se cumplió, pues tras el mencionado acuerdo, el número de migrantes al mes en costas griegas se redujo de 150.000 al mes a unos 3.000 en la actualidad.
En este contexto, no se puede negar que la migración es una de las herramientas más importantes con las que cuentan tanto Turquía como otros países de tránsito y origen (Libia o Marruecos), para hacer lo que le plazca. Y cuando eso no sucede, amenazan: “Es obvio que Europa nos ha dejado solos en este asunto [la migración]. No vale con dar palmaditas en la espalda. Si Turquía no tomara medidas tan decididas, ningún Gobierno de Europa aguantaría ni seis meses. Si queréis, probamos”, ha dicho el ministro del Interior turco, Süleyman Soylu, hace escasas semanas.
Final feliz, tragedia interminable
La ‘serpiente de verano’ en la que se ha convertido el asunto del rescate del Open Arms ha posibilitado una solución, pues en las últimas horas un juez italiano ha ordenado, en contra del primer ministro italiano, la entrada de la embarcación en Italia y hasta cinco países europeos se han ofrecido en las últimas horas para acoger a los refugiados (Portugal, Francia, Alemania, Rumania, Luxemburgo y España). La tragedia, como el verano, llega a su fin. A un final feliz. También el bochornoso espectáculo ofrecido por los líderes políticos europeos intentando acoger al menor número de migrantes posible. Pero el problema, la tragedia real, sigue sin resolverse, y la fosa común del Mediterráneo sigue colmándose de fallecidos. De muertos.
De personas que huyen a Europa por los embates de Europa. No hay que olvidar que gran responsabilidad de la pobreza, el hambre, la miseria, la tiranía o la guerra que les arroja al Mediterráneo desde sus países está relacionada con las políticas activas y pasivas europeas y occidentales, que han provocado que el 1 % de la población acumule tanto capital como el 99% restante, y hasta el 82% de la riqueza mundial, según Oxfam.
Desgraciadamente, parece que en la Europa subyugada al Capital, devastada por la globalización, bombardeada por medios de comunicación indecentes y gobernada por títeres, nada es imposible. Ni la más terrible pesadilla, ni el más espantoso ridículo, ni la más lacerante hipocresía, ni la fotografía más desoladora. Porque Europa sigue sin solucionar el verdadero problema: la pobreza de los países de origen y la desigualdad mundial, regional y nacional.
En el caso de España, por ejemplo, la cuestión no está en pagar a Marruecos para que detenga el flujo migratorio —a saber de qué manera y en qué condiciones—, sino actuar en los países de origen, normalmente en África y Oriente Medio. El continente africano alberga a un tercio de los 68 millones de desplazados que vagan por el mundo y la realidad es que el 80 % de los migrantes de esa región no llega a salir nunca del continente.
En cambio, Europa recibió en 2016 menos de 700.000 migrantes, mientras que España, durante 2018, registró un total de unos 55.000, cifras muy pequeñas si se tiene en cuenta que en la Unión Europea hay más de 500 millones de habitantes y España posee una población de casi 47 millones. Por lo tanto, los refugiados no deberían dar lugar a ninguna partida de ajedrez. Son tan perfectamente gestionables con la capacidad adquisitiva europea, como incompatibles con su avaricia.
Pero que nadie desespere, terminó ya y, además, como al final de todos los veranos, el fútbol ya está de vuelta y en septiembre los políticos también regresarán junto a las series más adictivas y novedosas, y ningún migrante volverá a molestarnos en un tiempo. Será tiempo de volver a Venezuela y esas maldades.
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