Hace unos días, en una conferencia de prensa desde el Centro Espacial Johnson (Houston), la NASA presentó a los cuatro astronautas que viajarán a la Luna el próximo año. Y lo hizo a través de varias novedades: entre los tripulantes, viajará el primer negro, la primera mujer y el primer canadiense en una misión compartida. La iniciativa busca combatir una tendencia criticable: las 24 personas que habían orbitado o pisado la Luna fueron hombres blancos.

Artemis II sucede a Artemis I (viaje no tripulado de prueba en 2022) y precede a Artemis III: misión que se desarrollará en 2025, y en la que los afortunados viajeros espaciales no solo conocerán el satélite de primera mano, sino también tendrán la oportunidad de pisarlo. Hacia 2030, si todo sale bien, llegará el premio mayor: la conquista de Marte. No obstante, para eso falta mucho porque, aunque congelada, la recompensa que espera en la Luna vale más que el oro.

Un tesoro en disputa

El interrogante que se abre es ¿por qué ahora? ¿Por qué Estados Unidos, a través del impulso de su agencia espacial, quiere volver a la Luna después de medio siglo? La respuesta es geopolítica: porque China está dando sus propios pasos y, con más sigilo que la Casa Blanca, buscará hacer lo propio para conquistar el quinto satélite más grande de todo el sistema solar. Esa Luna que sirvió de excusa, de faro y de guía para tantas civilizaciones a lo largo de la –breve– historia humana, posee grandes reservas de agua, un recurso tan valioso como escaso. Lo que aún significa más: de hallarse y extraerse con facilidad, podrá servir como combustible para proyectar el próximo viaje a Marte.

Hace dos años, China envió la sonda Chang’e 5 a la superficie lunar, con el propósito de extraer muestras. Según pudo confirmarse en un artículo reciente, los científicos de la Academia Nacional de Ciencias China (CAS) hallaron una reserva de agua que, en apariencia, contiene 270 mil millones de toneladas de H2O en forma de hielo. Según difundieron mediante una publicación en la revista Nature Geoscience, para ser utilizada, antes deberían extraer los cristales del suelo lunar, calentarlos a 100°C y capturar el vapor resultante. Aunque sería muy costoso, no sería imposible.

La mayoría de los cristales se encuentra en la zona de los polos, regiones a las que nunca llega el Sol. Configuran geografías atractivas que concentran las miradas de las potencias; sitios en los que precisamente alunizarán durante las próximas misiones tripuladas. En esta línea, Europa anunció el envío de una misión robótica bautizada “Prospect”, que será lanzada en 2026. Según prevé la Agencia Espacial Europea, recorrerá el suelo lunar y recopilará muestras con el objetivo de explorar la presencia de agua y confirmar, de una vez, la posibilidad de su aprovechamiento.

Por lo pronto, a fines de 2024, los estadounidenses Christina Koch, Victor Glover y Reid Wiseman y el canadiense Jeremy Hansen conforman el seleccionado de astronautas-estrella que viajarán a la Luna, darán una vuelta y, unos diez días más tarde, volverán a la Tierra. Será una misión de prueba en la medida en que servirá para chequear que todo el complejo de artefactos y sistemas funcionen según lo esperado. A priori, las condiciones son inmejorables: la cápsula espacial Orión se presenta tan confortable como invulnerable y el cohete (denominado SLS), se ubica como el más potente de la historia.

Puesta en escena y mensajes contradictorios

Las razones del retorno de los planes espaciales son geopolíticas y, a esta altura, resulta difícil dudarlo. Prueba de ello fue la puesta en escena durante la conferencia de presentación de los astronautas la semana pasada. En el evento, con marcada emoción, Glover apuntó: “Rezo para que esta misión sea una fuente de inspiración y paz para todas las naciones; que Dios los bendiga”. Hansen, por su parte, también resaltó la cooperación y la buena voluntad de su vecino de Norteamérica: “Estados Unidos podría haber ido solo de vuelta a la Luna, pero ha decidido ir con otros países; por lo que, como canadiense, les estoy muy agradecido”. Dos discursos que siguen la misma tónica del ensayado más de medio siglo atrás por el presidente Richard Nixon: “En este momento único en toda la historia de la humanidad, todos los pueblos de la Tierra forman uno solo”. Palabras expresadas por el mandatario en comunicación con Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, aunque referidas a toda la humanidad.

Sin embargo, el mensaje de paz es tan solo la cáscara. A mediados de 2022, Bill Nelson, el director de la NASA, aseguró que China y Rusia tenían la meta de “apoderarse de la Luna”. “Debemos estar muy preocupados de que China aterrice en la Luna para decir: ahora es nuestra y ustedes no se pueden venir”, declaró Nelson. De hecho, el exsenador aseguró que para 2035 ambos países buscarían terminar la construcción de una base lunar.

El interés por la conquista del universo no es nueva, sino todo lo contrario; en contraposición, ha formado parte de las ficciones mejor narradas. Quizás, la diferencia con respecto al pasado es que las posibilidades técnicas que propone la ciencia del siglo XXI no tienen parangón. Además, la colonización de nuevos mundos no puede ser más certera: los terrícolas están acabando, poco a poco, con la Tierra. Algunos piensan que, en medio de pandemias, cambio climático y nuevas problemáticas globales por venir, es momento de analizar los próximos pasos con la vista en nuevos mundos. De algo es posible estar seguros: tarde o temprano, la humanidad culminará por corromper cualquier posibilidad de convivencia pacífica. Después de todo, eso es lo que ha hecho desde la Modernidad hasta la fecha.

¿Y si ya tiene dueño?

En 2019, la periodista Emilse Pizarro contó la historia de Dennis Hope, quien a partir de la década de los 80 creó una empresa muy particular. Lunar Embassy es una compañía que vende terrenos en la Luna. Y para ello, narra la periodista argentina, este personaje se escudó en una peculiar interpretación de las normas internacionales.

En enero de 1967, la Asamblea General de las Naciones Unidas firmó el “Tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes”. En su artículo 2 dice que “El espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera”. La norma, sin embargo, no aclara nada con respecto a los individuos. Así que, ante los diferentes gobiernos y organismos internacionales, Hope comenzó a difundir su reclamo.

Durante años, se presentó ante todos como “el propietario de la Luna” y no le fue nada mal: más de seis millones de personas ya compraron su parcela. John Travolta, los Tom, Hanks y Cruise, George Lucas y Clint Eastwood aseguraron su lugar allí. Sí, usted leyó bien: en la Luna.