Fuente: Iniciativa Debate
Anoche, mientras cubríamos los sucesos de Turquía y los militares parecían imponerse, nos preguntábamos en la redacción: ¿por qué la UE no dice nada? Fue hablar Obama, iniciar la contraofensiva y comenzar el goteo de condenas, lamentos y loas a la democracia de nuestros líderes políticos.
Comprendo que opinar de los asuntos que acontecen en la casa del vecino resulte a veces incómodo, por lo general arriesgado y casi siempre inconveniente. Las lentitud de las relaciones internacionales se explica por su misma naturaleza. Pero a veces conviene quedarse callado cuando no se ha querido hablar en el momento oportuno.
Ya habían transcurrido al menos dos horas después del primer anuncio de golpe de Estado. Todo indicaba que los militares golpistas estaban saliéndose con la suya. Habían cortado las comunicaciones, tomado la televisión, controlado las infraestructuras, aislado -aparentemente- al Gobierno.
La imagen del presidente Erdogán llamando a la rebelión a travéz de un teléfono móvil y por un canal extranjero reflejaba la triste situación de un hombre acorralado que propinaba patadas de ahogado.
Suspicacia de los líderes internacionales
La acción política del presidente turco a lo largo de los últimos años no invitaba precisamente a la solidaridad internacional. Sus pretensiones islamistas, además de provocar suspicacias entre los países occidentales, le habían hecho perder apoyos en el ejército, una institución muy respetada en el país por su compromiso con la Constitución y el carácter laico del Estado.
A esas horas, cuando ya habían volado los cazas sobre Ankara y se escuchaban los primeros disparos de los militares golpistas sobre la población, nadie dijo ni mú. Todos lo pudimos ver por televisión. En la redacción nos preguntábamos cómo era posible, siendo evidente que se trataba de un golpe militar en toda regla, y que habría derramamiento de sangre, ni la Unión Europea ni ningún representante político occidental había abierto la boca.
Pero cuando los partidarios del presidente se echaron a la calle, plantaron cara a los tanques y el Gobierno confirmó que había comenzado una contraofensiva militar, las cosas comenzaron a cambiar… dentro y fuera de Turquía.
Bien entrada la noche, Barack Obama, para quien Turquía es un socio fundamental en su ‘lucha contra el yihadismo’, mostró su apoyo “al gobierno democráticamente elegido” en Turquía. Normal, ¿verdad? ¿Cómo iba a apoyar una democracia tan antigua como la americana una asonada militar de semejante calibre? Es más: ¿cuándo lo ha hecho en el pasado? Lástima que el chileno Salvador Allende o el guatemalteco Jacobo Árbenz estén muertos, porque nos podrían ilustrar mucho al respecto.
Golpista el último
Las palabras de Obama dieron el pistoletazo de salida a una carrera de condenas, lamentos y loas a la democracia de nuestros líderes políticos. Parecían espoleados por el grito de “golpista el último”… o algo parecido.
Rajoy declaró que “España apoya el orden constitucional democrático de Turquía, país amigo y aliado”. Pedro Sánchez mostró su apoyo “a las normas e instituciones democráticas”. Pablo Iglesias dejaba claro que Podemos no quiere a Erdogán, pero que “en democracia los Gobiernos se cambian en las urnas”, por lo que condenaba el golpe. Lo mismo pensaba Rivera, ansioso de ver restablecido “el orden democrático y el Estado de derecho en Turquía”.
Y la Unión Europea ponía el colofón recordando que en Europa “no hay lugar para los golpes de Estado”. Aún me pregunto si considera a Ucrania parte del Viejo Continente o no. Pero esa es otra cuestión.
En fin, ‘nada nuevo bajo el sol’, que dirían los clásicos.
Dejo el resto de consideraciones para el debate y los comentarios de los lectores. Pero no me resisto a concluir con un chiste muy popular en Iberoamérica, y que viene al pelo de la ocasión.
-¿Sabes por qué nunca ha habido un golpe de Estado en Estados Unidos? – No, ¿por qué? -Porque no tienen embajada americana.
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