Por: Alejandro marcó del Pont
La guerra se alimenta a sí misma (Tito Livio)
La sentencia de Tito Livio sigue teniendo vigencia dos mil años después. Aunque la evidencia sugiere que es posible poner fin a los conflictos armados prolongados mediante medidas concretas para fomentar la paz, existe otra narrativa que incorpora elementos económicos. Estos recuerdan a las políticas keynesianas de gasto público, que promueven la generación de riqueza y empleo a través del gasto bélico. Según esta perspectiva, invertir en armamento genera puestos de trabajo, crecimiento económico y seguridad, presentando a las armas como un requisito necesario tanto para la sostenibilidad económica como para la propia democracia.
Esta última narrativa cobra vida en Europa ante la creciente posibilidad de que el expresidente Donald Trump regrese a la Casa Blanca. Este escenario generaría un gran negocio para la industria bélica estadounidense, poniendo en juego la posibilidad de utilizar los ingresos fiscales europeos para fortalecer las entradas del complejo militar-industrial de la potencia del Norte o para destinar una parte de estos ingresos a la industria bélica europea.
Según Reuters, el expresidente repensaría su política exterior, en especial, la OTAN, el rol estadounidense en Ucrania y su alianza europea. Es decir, ¿cuál es el propósito de la OTAN y su misión? Se ha comprometido a pedir a Europa que reembolse a Estados Unidos los «casi 200.000 millones de dólares» en municiones enviadas a Ucrania. En cuanto a la guerra en sí, ha dicho que resolvería el conflicto incluso antes de asumir. En lo que refiere a Europa, queda claro que la guerra en Ucrania quedara en manos de los europeos, desde su financiamiento hasta su armamento. Aunque este tendría que ser comprado a EE.UU., lo que nos lleva al relato europeo.
Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), que lleva investigando la seguridad internacional y el armamento desde 1966, los recursos destinados al ejército por los gobiernos de todo el mundo ascienden a algo más de 2,24 billones de dólares, el nivel más alto jamás registrado por el SIPRI: el 2,2% del PIB mundial. A nivel mundial, los gobiernos gastan una media del 6,2% de sus presupuestos en sus ejércitos, es decir, 282 dólares por persona y año.
“Tenemos que gastar más, tenemos que gastar mejor, tenemos que gastar europeo”. Esas son las palabras con las que la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula Von der Leyen, resumía en una entrevista con The Financial Times la nueva estrategia europea para fortalecer la industria armamentística del continente. Lo que parece una simple frase pone patas arriba los cimientos neoliberales sobre los que se construyó la Unión Europea (UE), expresadas en el artículo “La economía europea se viste de camuflaje”
De estas frases se deprenden varios vectores. La idea es que invertir en la guerra es bueno y beneficia a la sociedad. Que se desarrolle una industria bélica con claros ganadores, como veremos, y que esta industria esté financiada por el Banco Europeo de Inversiones (BEI) o por bonos mutualizados con deuda, forma parte del debate. Todos estos mecanismos son motivo de disputa a pesar de las muertes generadas por las guerras. Ese “gastar europeo” que argumentaba Von der Leyen se convierte en un “prestar europeo” que hace las delicias de la gran industria armamentística del viejo continente, con fondos que deberían dirigirse a la transición ecológica, al fortalecimiento de otras industrias o a la búsqueda de la independencia energética.
Es cierto que este discurso, como lo muestran los dichos de la ministra de Defensa española Margarita Robles, tiene años. “La industria española de Defensa crea muchos puestos de trabajo”, dijo en una entrevista en 2022. “Invertir en defensa es invertir en innovación, en tecnología y en trabajo”, dijo en otra en 2023, e incluso llegó a decir en 2018 que “el gasto militar es gasto social porque genera puestos de trabajo”. Lo que se encuentra en discusión desde hace años es que la inversión en defensa sea eficiente, cuando el mundo necesita inversión en temas más importantes como la transición energética, la innovación, etc., que podrían generar mucho más empleo que el sector armamentístico. Y esto, a pesar que países como Rusia se han visto beneficiados por poner en marcha un sistema estatal de planificación del desarrollo basado en la industria bélica.
La otra opción es el brazo financiero de la UE, el Banco Europeo de Inversiones (BEI). La entidad recibió presiones por parte de un gran número de Estados miembro para que conforme los estatutos actuales, abra sus puertas a financiar proyectos transfronterizos de defensa para ciertos tipos de armamentos. La trampa consiste en dos conceptos que alimentan de igual forma la misma industria: el control fronterizo y las tecnologías de doble uso (aquellas que pueden tener un uso civil). “Eso incluye los drones y la protección de fronteras”.
Otra iniciativa para financiar la guerra son los eurobonos de guerra, es decir, la emisión de deuda por parte de las instituciones europeas de forma conjunta y respaldada por todos los Estados miembro. El tema fue uno de los debates sobre las decisiones a tomar en caso de que Trump llegue a la presidencia, dentro de los cuales podrían encontrarse los bonos con fondos congelados rusos y poner como garantía la tasa de interés. Aquí se encuentra en disputa la materia de gasto y cuentas públicas que conciernen a la modificación de las reglas fiscales europeas y el Protocolo de déficit excesivo.
Con los tambores de guerra resonando en los oídos europeos y las reglas fiscales en debate para el 2025, las inversiones en defensa podrían quedar excluidas del cómputo en las cuentas públicas a la hora de contabilizar el déficit. “Esto es pura creatividad contable”, “Harán que la deuda y el gasto acumulado por la compra de armas no compute en el déficit”, de forma que las partidas presupuestarias nunca sufrirán la austeridad.
Ahora bien, el alejamiento de Europa de EE.UU. ya se está produciendo, y no va a ser muy diferente gane Trump o Biden, porque la asociación de los países de Occidente que nace tras la II Guerra Mundial se está debilitando, y los negocios de la industria bélica, aunque garantizados para EE.UU., tienen algunos temas en disputa. Las guerras siempre han sido un negocio para unos pocos. No sólo cuando las bombas y las armas producidas por estas empresas son lanzadas y disparadas, el mensaje bélico alarmistas se transforma en subidas bursátiles del valor de dichas firmas y sus accionistas.
La alemana Rheinmentall es un ejemplo claro de esto. La empresa es el fabricante de los tanques Leopard, que no han dejado de fluir desde los países europeos hacia Ucrania, además de ser uno de los mayores productores de munición de artillería del mundo. Desde finales de febrero de 2022 a la actualidad, el precio de la empresa se ha multiplicado por más de cuatro, ya que su valor de bolsa pasó de € 5.000 millones antes que Putin invadiera Ucrania a 25.000 millones de euros al día de hoy.
Detrás de esas empresas están los accionistas, donde los mayores inversores resultan los sospechosos habituales. Según el informe Financiar la Guerra. Financiar la Paz. Cómo la Banca con Valores promueve la paz en un mundo cada vez más conflictivo, el principal inversor del mundo en empresas armamentísticas es el fondo de inversión Vanguard, con 92.000 millones de dólares. Le sigue State Street con 68.000 millones y completa el podium BlackRock con 67.000 millones invertidos. El resto de la lista: Capital Group, Bank of America, JP Morgan Chase, Citigroup, Wellington Management, Wells Fargo y Morgan Stanley.
Los 10 principales inversores europeos aportaron en conjunto 79.000 millones de dólares, esto es, cerca del 8% del total, y todos ellos se encuentran entre las 40 primeras instituciones financieras que invierten en la industria armamentística a nivel mundial.
Las grandes compañías de seguros, los fondos de inversión, los fondos soberanos, los fondos de pensiones y los bancos apoyaron a la industria de la defensa con más de 959.000 millones de dólares a través de diferentes formas de financiación: concesión de préstamos, tenencia de bonos, participación en acciones y suscripción de valores. Las acciones constituyeron más de la mitad de la inversión total en el sector (660.000 millones de dólares), mientras que los bonos representaron menos del 1% del total.
No hay guerras inocentes, hay guerras con la participación activa de los grandes jugadores a nivel mundial. A veces los países generan condiciones para que las empresas prosperen ayudando a que algunos conflictos progresen y esto ayuda a los beneficios privados. Otras veces los privados tienen que colaborar, como en Gaza, para que los grandes inversores obtengan beneficios en sus inversiones en empresas bélicas. Las muertes, la destrucción de la infraestructura, las migraciones, no son un tema personales, son sólo consecuencias no deseadas o resultados coleterales de simples negocios.
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