Recientemente el comisionado nacional de Seguridad de México, Renato Sales Heredia, atribuyó la creciente violencia que estremece a su país a la disputa de grupos criminales por controlar la oferta y el tráfico de drogas, como el fentanilo y los opioides, que tienen como destino a Estados Unidos, el principal consumidor de drogas a nivel mundial, como lo ha reconocido recientemente el Departamento de Estado y el propio mandatario Donald Trump.
El alto funcionario mexicano aseveró que la violencia en algunas zonas de México, particularmente en los estados con cruces fronterizos, así como las regiones donde se cultiva la amapola, como Guerrero y lo que se conoce como el Triángulo Dorado, conformado por Chihuahua, Sinaloa y Durango, «se explica en buena parte por la disputa de los grupos delincuenciales por controlar estas plazas, por controlar la oferta de estas drogas».
Explicó que con la restricción de las recetas para opiáceos en EE. UU. «se generó un mercado negro más grande y así las muertes relacionadas con las organizaciones delictivas que se han vuelto transnacionales afectan a las comunidades, tanto en México como en Estados Unidos».
Desde principios de la presente década se han detectado en territorio mexicano cerca de 30 rutas para el trasiego de drogas hacia EE. UU. para hacer llegar cocaína y otras sustancias procedentes de Sudamérica y otras regiones a 230 ciudades norteamericanas y la implicación de al menos 13 países.
Sales Heredia citó datos oficiales de aquel país, donde en el 2016 fallecieron 64 000 personas por sobredosis de drogas (70 % por opiáceos), casi el triple de los homicidios dolosos del 2017 en México.
Muchas muertes estaban relacionadas con una prescripción indebida de medicamentos opiáceos –hubo 216 millones de recetas el año pasado– y el uso de derivados sintéticos de estos. Más de un millón de ciudadanos consumió heroína en el 2016 y 11 millones abusaron de opiáceos prescritos por médicos.
En esa nación, el uso indebido de fármacos opioides, sumado al aumento del consumo de heroína y fentanilo, ha de-sencadenado una epidemia combinada e interrelacionada, así como el aumento de la morbilidad y la mortalidad.
A partir del gran número de consumidores, en Estados Unidos se registra alrededor de la cuarta parte del número estimado mundial de decesos relacionados con las drogas, entre ellos los provocados por sobredosis, que siguen aumentando. En ese país, las muertes por sobredosis, en su mayoría causadas por opioides, se triplicaron con creces durante el periodo 1999-2015.
El tráfico de heroína generado por la producción en América Latina llega a EE. UU. por rutas procedentes de México y Colombia, aunque se implican otras naciones sudamericanas, según el informe anual de Drogas 2017 de la ONU.
Aunque debe tenerse en cuenta que las corrientes de narcóticos se encuentran en constante cambio, debido a la transformación que trajeron aparejada la globalización y la difusión de las nueva tecnologías de las comunicaciones, corrientes que se caracterizan, hoy más que nunca, por la rápida variación de las rutas de tráfico, los modus operandi y los métodos de ocultación, lo que implica mayores desafíos para las autoridades encargadas del enfrentamiento, la aplicación y cumplimiento de la ley.
A nivel global los grupos delictivos organizados han ampliado su variedad de actividades ilícitas. Han surgido otros sectores delictivos, como el delito cibernético, el delito ambiental, el tráfico de personas o de armas. Cada vez menos grupos se dedican exclusivamente al narcotráfico y cada vez más también actúan en otros sectores ilícitos. Se calcula que en el 2014 la venta de drogas reportó aproximadamente entre un quinto y un tercio de los ingresos de los grupos delictivos organizados en transnacionales en todo el mundo.
La Europol determinó que en el 2017 actuaban en los países de la Unión Europea unos 5 000 grupos delictivos
organizados internacionales y calculó que más de un tercio de ellos se dedicaban al narcotráfico.
Cada año, el crimen organizado hace que Estados Unidos registre tres millones de ingresos de personas sin documentos, lo que se traduce en ganancias cercanas a los 6 600 millones de dólares, que principalmente recogen los carteles mexicanos.
El cálculo lo ha hecho la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y Delito (Unodc, por sus siglas en inglés), que no ha podido establecer el monto total de ese negocio ilegal en el resto del mundo, pues cada año la cifra de migrantes aumenta y, con ello, nuevos delincuentes se apropian de ese mercado negro. Sin embargo, sí ha podido establecer que los migrantes objetos de tráfico ilícito pagan entre 2 000 y 10 000 dólares a criminales alrededor del mundo para llegar hasta su destino.
La misma oficina activó las alarmas y pidió que se intensifiquen «los esfuerzos para erradicar el tráfico de drogas y la delincuencia organizada en África occidental, base central para el tráfico de cocaína desde América Latina hacia Europa». Señaló que los carteles mexicanos fueron los primeros que incursionaron en la ruta. «Los Zetas», el «Cartel de Sinaloa» y «Jalisco Nueva Generación» la tejieron con la ayuda de la mafia italiana Ndrangueta desde hace varios años.
El cartel liderado por Joaquín Guzmán Loera, alias Chapo, quien fue extraditado a Estados Unidos, utiliza la ruta de Guinea Bissau para introducir la droga en Europa. En esa región operan tres facciones del «cartel de Sinaloa», una de ellas liderada por Dámaso López, alias Minilic.
En marzo del 2016, en Asaba (Nigeria) fue desarticulado un laboratorio con capacidad para producir cuatro toneladas de metanfetaminas. Cuatro mexicanos habían montado esa fábrica, y se presume que ese estupefaciente sintético tenía como destino Asia, donde el kilo de esa droga llega a pagarse a 300 000 dólares.
Los carteles colombianos también tienen nexos con el continente africano. Las autoridades del país calculan que unas 130 toneladas de cocaína –la tercera parte de lo que se «exporta» desde Colombia– terminan en puertos africanos antes de ser diseminados por Europa. Esa droga sale generalmente por el puerto de Santos (Brasil).
Organizaciones brasileñas como la Familia del Norte (FDN) y el Primer Comando de la Capital (PCC) trabajan con el poderoso «clan del Golfo» y con la banda criminal «los Caqueteños» que opera en el sur de Colombia.
Estos últimos controlan con la FDN el tráfico por la frontera terrestre y fluvial entre Brasil, Perú y Colombia.
Agentes federales de Estados Unidos aseguran que la droga que ingresa a Brasil termina en Europa.
El estímulo del mercado de las drogas y del consumo siguen desatando las alertas. Las mafias y los adictos se burlan de los muros y de las guerras antidrogas que han servido más a causas políticas e intereses hegemónicos de Washington, que a hallar soluciones concretas a los desafíos internos de EE. UU. y a la seguridad internacional.
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