El mes pasado marcó el 50 aniversario del asesinato del presidente de EE.UU. John F. Kennedy. En medio de la avalancha de artículos sobre el impacto traumático del evento en la sociedad estadounidense, se dedicó un modesto lugar a las relaciones entre Israel y EE.UU. durante la presidencia de Kennedy -sobre todo en relación con los temores de Washington sobre el proyecto nuclear de Israel-. Poco o nada se ha escrito acerca de la profunda ansiedad que reinaba en Israel en el inicio del mandato de Kennedy, debido a la iniciativa del presidente de resolver el problema de los refugiados palestinos.
Al término de la primera reunión entre el primer ministro David Ben-Gurion y el presidente Kennedy, que se celebró en Nueva York en el otoño de 1961, ya no había ninguna duda en el lado israelí de que la Casa Blanca estaba trabajando en una nueva iniciativa sobre la refugiados árabes a la que llamaron del “triple enfoque”. A Ben-Gurion no le gustaba (por decirlo suavemente) la idea presentada por el presidente, que abogó para que algunos de los refugiados se establecieran en los Estados árabes, otros en el extranjero y algunos regresaran a Israel. Sin embargo, a deferencia del presidente, el líder israelí no rechazó la idea de plano.
Desde el final de los combates de la Guerra de la Independencia en 1948, la cuestión de qué sería de los 650.000 a 700.000 refugiados que habían abandonado sus hogares y propiedades dentro de las fronteras de Israel, se había convertido en una piedra de molino alrededor del cuello del país. Algunos de los refugiados habían huido, a otros los empujarondos a salir y también estaban los expulsados. Según una estimación, la propiedad dejada por los refugiados incluye más de cuatro millones de dunams de tierra (un millón de acres), 73.000 propiedades construidas y 8.000 tiendas y oficinas.
- Refugiados palestinos que abandonan un pueblo cerca de Haifa, junio de 1948. Foto: Corbis
Algunos líderes del estado naciente habían sido testigos del “vaciamiento” de sus habitantes árabes del país -y de esta manera habilitaron el establecimiento de un estado que posee una mayoría judía- como el mayor logro del movimiento sionista, que permitió la creación del Estado judío como tal. En concordancia, ya a mediados de 1948, mientras estallaban los combates, Israel estableció una política según la cual no se permitiría en ningún caso el regreso de los refugiados a su territorio. Jerusalén trató de perpetuar el statu quo demográfico junto con el statu quo geográfico, que se creó por sobre cese de las hostilidades y con la firma de los acuerdos de armisticio.
En diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 194 (III), que establece, en el artículo 11, que “a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos se les debe permitir hacerlo en la fecha más rápida posible”. A raíz de esto, Israel estuvo bajo una fuerte presión para repatriar a algunos de los refugiados.
La cuestión de los refugiados se elevó cada año durante las deliberaciones de la Asamblea General y en las conferencias internacionales. Se destaca en este sentido la Conferencia de Lausana, en mayo 1949, que se convocó para avanzar en una solución al conflicto de Oriente Medio. Durante la conferencia, Israel fue objeto de una gran presión por parte de Washington, con Harry Truman en la presidencia que envío un mensaje con palabras fuertes en el que sostuvo que la negativa de Israel a aceptar el retorno de los refugiados pone la paz en peligro e ignora las resoluciones de la ONU.
En Lausana, Israel declaró su voluntad de tomar el control de la Franja de Gaza, bajo la impresión errónea de que sólo 150.000 refugiados vivían allí. Después, resultó que la población de la Franja de Gaza en ese momento era entre 150.000 y 200.000 refugiados además de 80.000 residentes permanentes. A medida que aumentaba la presión, Israel declaró que, bajo ciertas condiciones, estaría dispuesto a aceptar hasta 100.000 refugiados. Sin embargo, los estados árabes rechazaron esta oferta e Israel se retractó en julio de 1950.
La presión internacional sobre Israel se desvaneció a principios de 1950, como los esfuerzos de la comunidad internacional para encontrar una solución para el problema de los refugiados se volvieron más hacia las posibilidades económicas regionales y la integración de la mayoría de los refugiados en los países árabes. Aún así, la idea de que algunos de los refugiados puedan regresa a Israel seguía siendo un elemento central de cualquier solución propuesta.
EL AUGE DE LA AYUDA
En el verano de 1961, el cielo de Jerusalén se oscureció cuando se supo que el gobierno de Kennedy estaba decidido a encontrar una solución para los cerca de un millón de refugiados que fueron hacinados en campos de Siria y el norte del Líbano, en lña ribera occidental del Jordán y la Franja de Gaza. en el sur. (El número exacto de refugiados, y la cuestión de quién debe ser clasificado como un refugiado, siguió siendo un tema constante de controversia). Sería un error, sin embargo, pensar que el catalizador para la nueva iniciativa de Washington era la miserable y lastimosa condición de los refugiados, el conflicto de Oriente Medio o la Guerra Fría. Era, de hecho, el Congreso que puso la iniciativa en marcha a instancias del Departamento de Estado para encontrar una solución para el problema.
Lo qué provocó que el Congreso se viera envuelto a participar fue la cantidad creciente de la ayuda proporcionada por la Agencia de Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, en forma de alimentos, educación y salud – y el hecho de que el contribuyente estadounidense financiara el 70 por ciento del presupuesto de la UNRWA. Israel entendió ampliamente la complejidad de la política estadounidense, mucho más, de hecho, de lo que entiende la evolución de los campos de refugiados adyacentes a sus fronteras. Así entendió Jerusalén que el problema de los refugiados iba desapareciendo poco a poco, o, como señaló Ben-Gurion, “Los árabes de Israel están fuera de juego” y “la resolución de 29 de noviembre está muerta” en referencia a la partición de Palestina por parte de la Asamblea General Resolución del 29 de noviembre de 1947. Sin embargo, al final de la década de 1950, la pelota comenzó a rodar en la dirección opuesta.
No sólo los refugiados no desaparecieron, tampoco su ambición de regresar a su patria se desvaneció con el agregado del surgimiento entre ellos de un proceso acelerado de la identidad nacional. Su deseo de regresar a sus antiguos hogares se hizo más intenso, a la par de la institucionalización política de ese deseo. Israel fracasó en discernir la aparición del proceso, aunque a su embajador en Roma, Eliyahu Sasson, emitió una advertencia sobre el tema en un mensaje al ministro de Relaciones Exteriores Golda Meir a finales de 1961. El tiempo estaba trabajando en contra de Israel, escribió, y dentro de unos años los refugiados establecerán un organismo oficial para que los represente y hable en su nombre, al llevar adelante una política similar a la de los rebeldes en Argelia.
- Golda Meir, 1972. Comparó la situación de los refugiados árabes con Argelia. Foto Moshe Milner / GPO
Jerusalén fue perturbada por la nueva iniciativa de la administración Kennedy y se preocupó por la próxima 16ª sesión de la Asamblea General, en particular a la luz del hecho de que Israel había sufrido un revés el año anterior en las deliberaciones de la Asamblea General sobre la cuestión de los refugiados. “La existencia palestina” fue rescatada desde los recovecos del olvido, pero el Ministerio de Relaciones Exteriores inicialmente pensó – erróneamente – que se refería a los “derechos que les asisten a los refugiados a su propiedad”.
Los estados árabes y musulmanes presentaron una resolución que invocaba la designación de un custodio para proteger los derechos de propiedad de los refugiados. Ahmad Shukeiri, el primer presidente de la Organización para la Liberación de Palestina – apodado por Meir “el salvaje” – tuvo el permiso, por primera vez, para dirigirse a la Asamblea General en nombre de los refugiados. A medida que estos acontecimientos se desarrollaban, la preocupación creció en Jerusalén acerca de que esta vez Israel tendría que “pagar” con la moneda de los refugiados, a los que no tendría más remedio que aceptar. La pregunta principal era: ¿Cuántos refugiados podría Israel aceptar sin poner en riesgo su supervivencia y existencia como un estado judío?
Apareciendo en una reunión de la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset en junio de 1961, Golda Meir dijo que Israel había pedido aceptar a los refugiados de edad avanzada. Meir señaló que la minoría árabe del país ya constituía el 10 por ciento de la población de Israel, y volvió a preguntar a cuántos refugiados tendrían que permitirles regresar antes que la situación se asemejara a la de Argelia.
El personal superior del Ministerio de Relaciones Exteriores también consideró la cuestión del precio a pagar, en una serie de reuniones clasificadas como altamente secretas. El director general del ministerio, el Dr. Haim Yahil, pensó que la admisión de 30.000 a 40.000 refugiados en un período de tres o cuatro años no representaría un riesgo excesivo. Otros expresaron su desacuerdo. Algunos de los participantes afirmaron que una minoría árabe que constituye el 25 por ciento de la población era un censo con el cual Israel podría vivir, pero otros argumentaron que se trataba de un porcentaje peligrosamente alto.
En julio de 1961, el gobierno llevó a cabo dos debates acerca de cómo Israel podría presentar su posición en la Asamblea General. Dado que la política del statu quo no estaba en el orden del día, a excepción de la voluntad expresa de hacer algunas concesiones tácticas, los ministros discutirán el “precio” con el cual Israel podría vivir.
El ministro del Interior Yosef Burg, que gustaba de resumir las cosas con ocurrencias concisas, dijo: “El regreso de los árabes no sólo es una bomba atómica, sino una bomba anatómica”. En tanto, el ministro de Finanzas Levi Eshkol –en un alarde de mayor seriedad- preguntó qué constituía una decisiva mayoría judía: ¿el 51, 61 o 71 por ciento? Dijo que el último número sin duda constituía una mayoría decisiva. Ben-Gurion dijo que si habría 600.000 árabes en Israel, serían la mayoría dentro de dos generaciones. (En ese momento, la población de Israel se situó en 3,1 millones, incluidos 252.000 árabes). No se tomaron decisiones formales.
FOMENTAR LA EMIGRACIÓN
Como la idea de que Israel, bajo presión internacional, debería tener para permitir que algunos refugiados regresaran, en Jerusalén comenzaron a buscar soluciones demográficos para “equilibrar” esta perspectiva. A partir de la premisa de que la tasa de natalidad entre los refugiados y entre los árabes que permanecieron en Israel fue mayor que entre los judíos, la pregunta que los legisladores se hicieron era cómo iba a ser posible reducir el número de la población árabe del país.
En medio de la Guerra de la Independencia, cuando más de 400.000 árabes del entonces naciente Israel ya se habían convertido en refugiados, se estableció un “comité de transferencia” es decir, que se ocupara a la transferencia de la población – con un mandato del gobierno para recomendar políticas sobre el tema de los refugiados.
Yosef Weitz, un funcionario del Fondo Nacional Judío que había sido la fuerza impulsora detrás de la creación del Comité, fue nombrado su presidente. Una de sus recomendaciones fue que el abandono de los árabes de sus hogares debe ser considerado como un hecho consumado e irrevocable y que Israel debe apoyar su establecimiento en otro lugar. El comité también recomendó que los árabes que habían permanecido en el país deben ser animados a emigrar y que el Estado debe comprar la tierra de los árabes que estaban dispuestos a irse. Además, las aldeas árabes deben ser destruidas y a los árabes se debe impedir trabajar la tierra, incluida la prohibición de la cosecha de los cultivos campo cultivables así como la recolección de la aceituna- esto a raíz de los intentos de los refugiados de regresar hacia Israel, a las aldeas y campos que habían dejado atrás.
En secreto, en los niveles más altos en Jerusalén se dieron cuenta de que no habría más remedio que el retorno de algunos de los refugiados. Con esto en mente, el comité de Weitz decretó que el número de árabes en Israel no debería superar el 15 por ciento de la población total. Las recomendaciones, presentadas en forma escrita, no se adoptaron en una resolución formal del gobierno. Sin embargo, tuvieron el efecto de reforzar la opinión del gobierno de que Israel tenía que ser firme en su esfuerzo por mantener el statu quo demográfico.
Ben-Gurion y su asesor en asuntos árabes, Yehoshua Palmon, participaron en algunas de las reuniones del Comité, en las que se discutieron formas de alentar la a los países árabes para que abandonen el proyecto. En junio de 1950 el comandante del Comando Sur de Infantería de las Fuerzas de Defensa de Israel, Moshe Dayan dijo: “Los 170.000 árabes que permanecen en el país deben ser tratados como si su destino aún no ha sido sellado. Espero que, en los próximos años, otra posibilidad podría surgir para implementar una transferencia de esos árabes de la Tierra de Israel”.
En la primera década de existencia del país, los líderes del partido gobernante Mapai (el predecesor del Laborismo) y su socio de coalición Ahdut Avodá, junto con los oficiales de alto rango del Gobierno Militar (los ciudadanos árabes de Israel estuvieron bajo el gobierno militar hasta el año 1966 ), creían que al menos algunos árabes locales arribarían a las “conclusiones correctas” a partir del resultado de la Guerra de la Independencia, y considerarían emigrar por su propia voluntad. En 1950, Palmon escribió al ministro de Relaciones Exteriores Moshe Sharett que la mayoría de los árabes acaudalados aspiraba a salir si ellos también podrían disponer de sus activos. Entre ellos, los cristianos habrían por optar por cambiar a Líbano, señaló, mientras que los musulmanes optarían por Egipto. Palmon confirmó que había examinado las posibilidades de un intercambio de bienes entre los árabes de Israel y los judíos de Egipto y el Líbano. Su conclusión fue que sería posible llegar a un acuerdo en este sentido.
Por su parte, el ministro de Defensa, Pinhas Lavon se refirió a la migración entre los árabes del país, en una charla que dio en noviembre de 1953. Para la población judía, dijo, “este es un asunto de vital importancia, incluso si no vemos la emigración como una solución a la cuestión de fondo. Tenemos que recordar que la tasa de crecimiento natural entre los árabes es de aproximadamente 6.000 niños por año, y la emigración podría resolver ese problema”.
El plan más amplio y completo, que involucraba la transferencia de miles de árabes cristianos de Galilea a Argentina y Brasil, tenía el nombre en clave secreta de “Operación Yohanan”, llamado así por Yohanan de Gush Halav (Juan de Giscala), un líder de la revuelta judía contra los romanos en la primera guerra de los judíos contra los romananos. El plan fue ideado en el más absoluto secreto en las reuniones a puerta cerrada en la Oficina del Primer Ministro y el Ministerio de Relaciones Exteriores, con la ayuda de Weitz. Documentos de la Cancillería de la década de 1950 muestran que en realidad era Sharett, conocido por sus opiniones moderadas, quien alentó el plan, a pesar de que estaba preocupado por la respuesta de la Iglesia, cuando se hizo evidente que una gran parte de los que se iban eran cristianos.
En marzo de 1952, Weitz remitía al Ministerio de Relaciones Exteriores un informe detallado sobre el reasentamiento de árabes cristianos de la Alta Galilea en la Argentina y Brasil. El informe señaló que las autoridades argentinas apoyaban la migración de los agricultores al el país. Agregó que 35 familias de la aldea Jish (Gush Halav ) en la Galilea, habían mostrado interés en el plan. La propuesta general incluye la creación de una sociedad por acciones en manos de no-judíos con financiación inicial proveniente del Fondo Nacional Judío de la Argentina. Sharett añadió que, en caso de necesidad, el proyecto podría ser presentado como una iniciativa de la comunidad árabe de Israel, similar a la migración de los cristianos maronitas del Líbano, que entonces estaba en marcha. Si llegara a descubrirse la operación, el ministro de Relaciones Exteriores dejó en claro, cualquier conexión con el gobierno debía ser negada con vehemencia.
En noviembre de 1952, Sharett informó Weitz que el primer ministro había autorizado la operación Yohanan. Agregó que los detalles del plan se deben mantener en estricta confidencialidad. En cualquier caso, el proyecto fue cancelado a principios de 1953, al parecer porque las autoridades argentinas se opusieron. El departamento de Oriente Medio en el Ministerio de Relaciones Exteriores se refirió al tema del reasentamiento de los refugiados fuera de Israel desde el día en que el departamento fue creado. Su misión era encontrar lugares en los que los refugiados podrían resolverse, recaudar fondos y obtener apoyo internacional para la solución de los refugiados en el extranjero.
En la primavera de 1950, el director del departamento de instituciones internacionales de la Cancillería, Yehezkel Gordon, sugirió que Israel considere la solución de asentar los refugiados árabes en Somalia y Libia, en reemplazo de los 17.000 o 18.000 judíos que habían emigrado a Israel desde Cirenaica y Trípoli. La idea fue particularmente atractiva porque a los judíos que abandonaron Libia no se les había permitido trasplantar sus propiedades.
Después de que Libia se independizó, en enero de 1952, Moshe Sasson, del Ministerio de Relaciones Exteriores, presentó una propuesta secreta para asentar a los árabes de Israel – tanto los refugiados como los que habían permanecido en el país – en Libia, con las propiedades de los judíos libios que debían ser recuperadas en el marco del intercambio. En junio de 1955, Weitz viajó desde Paris a Túnez y Argelia con el fin de examinar la posibilidad de asentar a los árabes de Israel y los refugiados árabes allí, paralela a la inmigración a Israel de los judíos de esos países.
Palmon estuvo involucrado en un intento por parte de Israel de la compra de alrededor de 100.000 dunams (25.000 acres ) de tierra en la región de Ras al-Akhdar en Libia, con el fin de asentar a los refugiados allí. El plan salió mal cuando se filtró a los medios de comunicación y el gobernante libio estuvo bajo presión masiva para no permitir el asentamiento de los refugiados allí. En 1956-1957, otro plan fue ideado para adquirir fincas cerca de Trípoli y traer a un grupo de 50 a 70 familias de refugiados. Con nombre en código “Uri”, el plan iba a ser llevado a cabo por una empresa de desarrollo y de la construcción que se registraría en Suiza, con sus acciones en poder de un banco suizo. El elaborado plan fue cancelado después de que, también, se filtró a la prensa.
Palmon también fue enviado a París para entrevistarse con el presidente de Siria, Adib Shishakli (que gobernó en 1953-1954), sobre la posibilidad de reasentar a los refugiados en los países árabes. Sin embargo, ninguna disposición concreta surgió de estas conversaciones. En 1955, Sharett examinó la posibilidad de que Brasil admitiera 100.000 refugiados. Él también miró la posible adquisición de tierras en Chipre a un precio bajísimo, con la intención de cambiarlas por bienes en Israel de los árabes que desearan emigrar.
En septiembre de 1959, otro plan fue ideado, con nombre en código “Theo”, para asentar a 2.000 familias refugiadas en Libia y emplearles a través de una empresa de desarrollo comercial. Se estimaba que serían necesarios 11,5 millones dólares (en los términos de la época) para ejecutar este programa. Los términos del plan aseguraban que la presencia de los refugiados no sería una carga para la economía libia y no reduciría los ingresos de los trabajadores locales. Además, por cada profesional externo, se emplearían tres trabajadores locales.
En la primera mitad de la década de 1960, el Ministerio de Relaciones Exteriores siguió examinando planes para alentar la emigración de los refugiados árabes de Oriente Medio a Europa, especialmente a Francia y Alemania. Una opción que se consideró era encontrarles puestos de trabajo en Alemania, que tenía para entonces una gran necesidad de mano de obra. Durante 1962, los funcionarios israelíes examinaron la posibilidad de encontrar empleo para los trabajadores refugiados palestinos en Alemania, Austria y Suiza. Las comprobaciones iniciales hechas para este plan, conocido como “Operación Trabajador”, y la correspondencia en cuestión, se mantuvieron totalmente en secreto. Sin embargo, tanto la canciller Meir y su director general, Yahil, se opusieron a estas ideas. Meir estaba preocupada de que Alemania se vería inundado de refugiados árabes, y, en todo caso, todo el esquema resultó infructuoso.
En febrero de 1966, se examinó también la posibilidad de asentamiento de refugiados de Jordania en Francia.
Los esfuerzos de Israel para encontrar lugares en el extranjero en el que se asentaran los refugiados árabes continuaron incluso después de la Guerra de los Seis Días de 1967. Al final, sin embargo, estos esfuerzos fracasaron, al igual que las ideas y propuestas planteadas por otros, entre ellos el presidente sirio Husni al-Zaim, y el primer ministro iraquí, Nuri al-Said en 1949. Sharett, por su parte, se opuso a la propuesta del líder iraquí para el intercambio de los refugiados a cambio de 140.000 judios iraquíes. Sharett y otros estaban preocupados por las demandas que podrían presentar los judíos iraquíes exigiendo una compensación por sus propiedades, como otras comunidades judías en los países árabes estaban haciendo. La cuestión de los refugiados fue así entrelazada con la cuestión de la propiedad de los inmigrantes judíos a Israel desde los países árabes.
’CONVERSACIONES SILENCIOSAS’
A finales de 1961, a raíz de la iniciativa del Presidente Kennedy, el Dr. Joseph Johnson, de la Fundación Carnegie, fue nombrado como representante especial para abordar el problema y para trabajar con las partes involucradas para llegar a una solución. El plan que ideó – distribuir cuestionarios a los refugiados palestinos y permitir que aquellos que deseaban regresar a Israel, a reserva de las consideraciones de seguridad – agitó temores profundos en Jerusalén.
Meir, que estaba horrorizada por la idea, ejerció toda la influencia disponible en Washington con el fin de asegurar que el plan acabara en una muerte rápida.
El “pago” que se le requeriría a Israel a cambio de dejar de lado el plan se hizo evidente en las discusiones de alto secreto – conocidas como las ’conversaciones silenciosas ’- celebradas entre Jerusalén y Washington en 1962-63. Durante las mismas, Israel expresó su disposición a absorber hasta el 10 por ciento de los refugiados como parte de una solución global. En ese momento, la población de refugiados se establecía en aproximadamente 1.100.000 almas. Pero esta iniciativa también quedó en el camino, porque los Estados Unidos no fueron capaces de obtener el acuerdo de los estados árabes para una solución global.
Entre 1948 y 1967, Israel vio el problema de los refugiados a través del prisma de Washington. Los refugiados aparecían en la agenda de Jerusalén, cuando los Estados Unidos creían que se debían tomar medidas o elaborar un nuevo plan ideado para resolver el problema. En ausencia de presión externa, la política de status-quo prevaleció.
El hecho de que la “brújula política” de los tomadores de decisiones de Jerusalén señalaban repetidamente a Washington y Nueva York, como las fuentes que dictaban su política sobre los refugiados, explica en buena medida la falta de atención por parte de Israel a los acontecimientos sociales y políticos que acontecían en los campos de refugiados en la frontera hasta 1967. Considerando que los avances de seguridad y militares en los campamentos, tales como la fundación de Fatah y el establecimiento de unidades armadas, fueron seguidos de cerca en Israel, los procesos por los cuales los refugiados se consolidaron políticamente era de poco o ningún interés. Por lo tanto, mientras el problema de los refugiados evolucionaba gradualmente de una cuestión humanitaria a una cuestión nacional palestina, Israel se vio reaccionando a los eventos.
Bajo presión estadounidense, Israel desplegó cierta disposición de absorber un número considerable de refugiados en tres ocasiones, incluso si al hacerlo cruzaría la “línea del 15 por ciento” – es decir, el acuerdo de 1949 para absorber 150.000 refugiados que viven en la Franja de Gaza (junto con el territorio de la Franja ), una propuesta para admitir 100.000 refugiados ese mismo año, y el acuerdo de tomar un 10 por ciento de los refugiados en el marco de las conversaciones silenciosas”.
Israel estaba dispuesto a aceptar a los refugiados en un momento en que su situación demográfica y geoestratégica era mucho peor de lo que es hoy. En la medida en que uno puede aprender de la experiencia pasada, se puede decir que la voluntad de tomar un pequeño número simbólico de refugiados sobre la base de criterios determinados por los israelíes – como la edad, itinerarios y situación familiar (UNRWA ahora cuenta cinco millones de refugiados registrados, dispersos en 58 campamentos) – podía haber dado una respuesta simbólica e importante a la demanda de “retorno”, que sigue siendo la base de la ética de los refugiados palestinos. Israel reconocería por lo tanto su participación moral en la creación del problema.
El establecimiento de un Estado palestino junto a Israel como parte de una solución global tendrá la ventaja frente a la demanda de cambio, ya que es ilógico que una gran proporción de los refugiados exija volver a este país en lugar de establecerse en su nuevo estado. En retrospectiva, el esfuerzo por mantener el statu quo no benefició a Israel (como lo demuestra la guerra de Yom Kippur, la primera intifada y otros acontecimientos). Es poco probable que este panorama cambie en el futuro.
El doctor Arik Ariel, abogado, es profesor en inteligencia y política y en el derecho y la política en el Colegio Emek Yezreel . El artículo se basa en su tesis doctoral en la Universidad de Haifa.
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