Por: Thierry Meyssan
Estamos siendo testigos de un viraje histórico en Francia, donde el antiguo espectro político vuela en pedazos y está apareciendo una nueva fractura. Abrumados por la intensa propaganda mediática que inunda su país, los franceses han perdido las referencias esenciales y se empeñan en ver líneas rojas que ya ni siquiera existen, a pesar de que los hechos son muy claros y de que ciertas evoluciones son perfectamente previsibles.
- Celebración privada en el restaurante parisino La Rotonde. Considerado ya como nuevo presidente de Francia, e incluso felicitado como tal, el aún candidato Emmanuel Macron recibe jefes de las empresas que se cotizan en la Bolsa de París y personalidades del mundo del espectáculo justo después de anunciarse el resultado de la primera vuelta de la elección presidencial. Aquí aparece conversando con su amigo, el banquero Jacques Attali.
Después de una campaña electoral tremendamente agitada, los franceses eligieron a Emmanuel Macron y Marine Le Pen para disputar la segunda vuelta de la elección presidencial.
En este momento, y es un hecho que está lejos de ser casual, ya casi todos los candidatos ahora eliminados, exceptuando a Jean-Luc Melenchon, han llamado a sus electores a votar por Macron, quien debería por tanto alcanzar fácilmente la victoria.
Los dos grandes partidos históricos que habían gobernado Francia desde los inicios de la Quinta República –el ahora llamado Les Républicains (ex gaullistas) y el Partido Socialista (el antiguo partido de Jean Jaures)– han sido derrotados y una formación de nueva creación –llamada En Marche!– aparece en el escalón más alto de esta primera vuelta para disputar la segunda contra la candidata del Frente Nacional (FN).
¿Hay realmente un candidato del fascismo?
No es la primera vez que se produce en Francia este tipo de situación: de un lado, un partidario de la alianza con el país que parece ser la primera potencia del momento –Estados Unidos– y del otro, un movimiento en busca de la independencia nacional; de un lado, todo el conjunto de la clase dirigente, sin grandes excepciones, y del otro, un partido mucho menos homogéneo, que se compone masivamente de proletarios provenientes, en dos terceras partes, de la derecha mientras que la otra tercera parte proviene de la izquierda.
Todo indica que el futuro presidente de Francia será por tanto Emmanuel Macron, un ex cuadro del banco Rothschild & Cie, que ahora cuenta con el respaldo de todos los patrones de las empresas que se cotizan en la Bolsa de París.
Sin embargo, a pesar de todo lo que afirman los prejuicios profundamente anclados en las mentes, la principal característica de los partidos fascistas es… el apoyo unánime que reciben de los poderes financieros.
Esa unanimidad del gran capital viene siempre acompañada de una “unidad de la Nación” que borra todas las diferencias. Para ser iguales, tenemos que hacernos idénticos. A eso dio inicio el presidente saliente Francois Hollande, en 2012-2013, con su ley del «Matrimonio para todos». Esa ley fue presentada como algo que establecería la igualdad entre todos los ciudadanos, independientemente de la orientación sexual de cada cual, cuando en realidad planteaba de facto que las parejas homosexuales y las parejas con hijos tienen las mismas necesidades. Pero había otras soluciones más inteligentes. La oposición a esa ley dio lugar a grandes manifestaciones, que desgraciadamente no planteaban ningún tipo de proposiciones y en las que a veces aparecieron consignas homófobas.
De idéntica manera, en respuesta a la matanza perpetrada en los locales del semanario humorístico Charlie-Hebdo se impuso la consigna «Je suis Charlie!» [¡Yo soy Charlie!], y quienes osaban declarar «Yo no soy Charlie» fueron incluso enviados a los tribunales.
Es muy triste comprobar la ausencia de reacción de los franceses ante la unanimidad del gran capital y la manera perentoria en que se les conmina a recurrir a los mismos dispositivos jurídicos, a profesar las mismas convicciones y a repetir los mismos eslóganes. Así que hoy se obstinan en considerar que el actual Frente Nacional es «fascista», sin otro argumento que el ya lejano pasado de esa formación política.
¿Es posible la resistencia ante el candidato del fascismo?
La mayoría de los franceses creen que Emmanuel Macron será un presidente al estilo de Sarkozy o de Hollande, que seguirá la política de sus dos predecesores. Estiman, por consiguiente, que Francia está llamada a seguir decayendo cada vez más y se resignan a aceptar esa maldición creyendo evitar así la amenaza de la extrema derecha.
Muchos recuerdan que, en el momento de su creación, el Frente Nacional reunía en su seno a los perdedores de la Segunda Guerra Mundial y de la política socialista de colonización de Argelia. Se concentran en la presencia en esa organización de unos cuantos personajes que colaboraron con el ocupante nazi, lo cual les impide ver que el Frente Nacional de hoy no tiene absolutamente nada que ver con esos individuos.
Los franceses se obstinan en ver al entonces subteniente Jean Marie Le Pen –el padre de Marine, la hoy candidata a la presidencia– como responsable de los terribles abusos que Francia cometió en Argelia mientras que exoneran de su enorme responsabilidad histórica a los dirigentes socialistas que trazaron la política colonialista de Francia en aquel país del norte de África, principalmente al terrible ministro francés del Interior de aquella época, Francois Mitterrand, quien años más tarde habría de convertirse en presidente de Francia bajo la etiqueta del Partido Socialista.
Nadie recuerda hoy que en 1940 fue un ministro fascista, el general Charles De Gaulle, quien rechazó el vergonzoso armisticio entre Francia y la Alemania nazi. Considerado entonces como el sucesor oficial del mariscal Philippe Petain –que incluso era el padrino de su hija–, De Gaulle se lanzó solo en la creación del movimiento de resistencia. Luchando contra su propia educación y sus prejuicios, poco a poco reunió a su alrededor –en contra de su antiguo mentor– a franceses de todos los horizontes y tendencias para defender la República Francesa. En esa lucha adoptó como aliado a Jean Moulin, una personalidad de izquierda que años antes había desviado fondos del ministerio de Marina y contrabandeado armas para ayudar a los republicanos españoles en su lucha contra los fascistas.
Nadie parece recordar hoy que un colega de De Gaulle, Robert Schuman, firmó el vergonzoso armisticio entre Francia y la Alemania nazi. Años después, ese mismo Robert Schuman fundó la Comunidad Económica Europea (CEE), la actual Unión Europea, una organización supranacional basada en el modelo nazi del «Nuevo Orden Europeo», en aquel entonces dirigida contra la Unión Soviética y actualmente contra Rusia.
El modelo Obama-Clinton
El ex presidente estadounidense Barack Obama ya expresó públicamente su apoyo al candidato Emmanuel Macron, quien a su vez se ha rodeado de un equipo de política exterior que incluye a los principales diplomáticos neoconservadores y no oculta su respaldo a la política exterior del Partido Demócrata estadounidense.
En Estados Unidos, el demócrata Barack Obama presentó su política exterior utilizando una retórica diametralmente opuesta a la de su predecesor, el republicano George Bush. Pero en la práctica, Obama sólo siguió –en todos los aspectos– los pasos de las administraciones de Bush hijo. Al igual que el republicano Bush Jr., el demócrata Obama aplicó el mismo plan de destrucción contra las sociedades del Medio Oriente ampliado, plan que ya ha causado más de 3 millones de muertes. Emmanuel Macron apoya esa política, sólo habrá que esperar un poco para saber si la justifica hablando de «democratización» o de «revolución espontánea».
En Estados Unidos, Hillary Clinton perdió la carrera por la presidencia, pero en Francia Emmanuel Macron tiene las mayores probabilidades de ganar la segunda vuelta y convertirse así en presidente de la República.
Nada demuestra que Marine Le Pen sea capaz de asumir el papel que Charles De Gaulle desempeñó en el pasado, pero sí son seguras 3 cosas:
Al igual que en 1940, cuando los británicos no tuvieron otra opción que acoger a De Gaulle en Londres, los rusos de hoy apoyarán a la señora Le Pen.
Al igual que en 1939, cuando fueron pocos los comunistas que –en contra de las orientaciones de su partido– se unieron a la resistencia, hoy son pocos los partidarios de Jean-Luc Melenchon que darán ese paso. Pero hay que recordar que, a partir de la agresión nazi contra la URSS, todo el Partido Comunista respaldó a De Gaulle y sus militantes fueron mayoría en las filas de la resistencia francesa. No cabe duda de que, en los próximos años, Melenchon y la señora Le Pen acabarán en el mismo bando.
Emmanuel Macron nunca podrá entender a los hombres y mujeres que oponen resistencia a las fuerzas que tratan de imponer su dictado a su patria. Así que no podrá entender tampoco a los pueblos del «Medio Oriente ampliado», que siguen luchan por su verdadera independencia alrededor del Hezbollah libanés, de la República Árabe Siria y de la República Islámica de Irán.
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