Por: Jonathan Cook
El coro mediático pidiendo “más guerra” parece estar sirviendo a una operación de blanqueamiento ideológico que despeja el camino a los gobiernos mientras preparan más propaganda y medidas antidemocráticas.
Es sencillamente asombroso el modo en que muchos periodistas occidentales, incluidos los reporteros de la BBC, por lo general prudentes, están adulando con descaro a las jóvenes que preparan cócteles molotov en las calles de ciudades ucranianas como Kiev.
De pronto, fabricar explosivos improvisados resulta sexy, al menos si los medios de comunicación te consideran blanco, europeo y “civilizado”.
Esto podría sorprender a otros movimientos de resistencia más establecidos, especialmente en Oriente Medio. Siempre han sido tachados de terroristas por hacer lo mismo.
La dificultad de contención de los periodistas occidentales a la hora de identificarse con la “resistencia” civil ucraniana y apoyarla debe exasperar a los palestinos de la pequeña Gaza, por ejemplo, que llevan décadas encerrados en una jaula de metal a causa de un invasor militar israelí. Los palestinos de Gaza fabrican sus propios cócteles molotov. Pero como no pueden acercarse al ejército israelí, tienen que empaquetarlos en globos que sobrevuelan la barrera de acero que rodea Gaza para adentrarse en Israel, a veces incendiando campos.
Nadie de la BBC ha celebrado estos “globos incendiarios” como un pequeño acto de resistencia. Instintivamente, se culpa al grupo gobernante de Gaza, Hamás, cuya rama política recientemente ha sido declarada organización terrorista por parte del gobierno británico.
Doble rasero
Durante los últimos quince años, los palestinos de Gaza también han sufrido por parte de Israel un bloqueo comercial expresamente diseñado para hacerles pasar hambre. Los manifestantes, entre los que se encuentran mujeres, niños y personas en silla de ruedas, han acudido regularmente a lanzar una piedra en dirección a los lejanos francotiradores israelíes, ocultos tras las fortificaciones, como forma simbólica de exigir su libertad. Con frecuencia, estos manifestantes han recibido como respuesta los disparos del ejército israelí.
Los medios de comunicación occidentales a menudo se angustian por las vidas perdidas o las piernas amputadas de los que han sido blanco de los francotiradores. Pero ninguno de ellos vitorea esa “resistencia” palestina como lo hace con la ucraniana. De hecho, los manifestantes son tratados como incautos o provocadores de Hamás.
A diferencia de Ucrania, Gaza no tiene ejército, y sus combatientes, también a diferencia de los de Ucrania, no reciben armamento de Occidente.
El periódico The Guardian llegó a censurar a su viñetista Steve Bell cuando quiso representar a una de las víctimas de los francotiradores israelíes, Razan al-Najjar, una enfermera, que había intentado ayudar a los heridos. El periódico insinuó que la caricatura –de la entonces primera ministra británica, Theresa May, recibiendo en Londres a su homólogo israelí, Benjamin Netanyahu, con al-Najjar como víctima del sacrificio en la chimenea que aparece detrás de ellos– era antisemita.
Dando por sentado que en el pasado los medios de comunicación han sido reacios a animar a la gente corriente a enfrentarse a soldados bien armados –para evitar víctimas civiles–, ¿por qué de repente se ha abandonado esa política en Ucrania?
El doble rasero es evidente y está en todas partes. No es posible afirmar que los periodistas que hacen esto ignoran las convenciones periodísticas en otros lugares, pues en su mayoría son veteranos de las zonas de guerra de Oriente Medio, bien acostumbrados a cubrir Gaza, Bagdad, Nablus, Alepo y Trípoli.
Alimentar el fuego
Gran Bretaña y otros Estados europeos han optado por alimentar el fuego de la resistencia en Ucrania, enviándole armas que sólo pueden provocar una mayor pérdida de vidas, especialmente de civiles atrapados en el fuego cruzado. Se podría esperar que los medios de comunicación británicos examinaran las implicaciones éticas de dicha política, y la hipocresía. Pero no está sucediendo.
De hecho, gran parte de los medios de comunicación, no solo han actuado como grupos de presión para que se envíen más armas al ejército ucraniano, sino que han alentado el apoyo para que los civiles en el Reino Unido se involucren más en la lucha.
Este ha sido el caso incluso después de que el Nº 10 de Downing Street se distanciara de los comentarios de Liz Truss, la ministra de Asuntos Exteriores, de que se debería animar a los británicos a presentarse como voluntarios para las llamadas “brigadas internacionales” de Ucrania, supuestamente para defender a Europa.
Su postura entraba en conflicto con la práctica habitual del gobierno, que ha tratado a los que se dirigen a luchar a zonas de guerra en Oriente Medio como terroristas. A Shamima Begum, que fue a Siria con 15 años, le retiraron su ciudadanía británica y le negaron el derecho a regresar por hacer lo que Truss ha propuesto en Ucrania.
No obstante, eso no disuadió a la BBC de viajar a Essex para conocer a “Wozza”, un proveedor de excedentes de equipamiento del ejército británico que ha estado vendiendo a bajo precio a los ucranianos en Gran Bretaña para que puedan dirigirse al frente de batalla. Wozza apareció arrancando las insignias de la Union Jack de los uniformes para que los milicianos ucranianos pudieran utilizarlas.
Compárese esto con el trato que recibe una forma de resistencia totalmente pacífica por parte de occidentales en solidaridad con los palestinos, el movimiento internacional Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS). No se les ha tratado mejor que a los terroristas, con prohibiciones de apoyo al BDS en toda Europa y Estados Unidos.
Una “imparcialidad” comprometida
Es difícil recordar, con todo el alboroto mediático generado alrededor de Ucrania, que esta cobertura favorecedora va en contra de sus convenciones periodísticas. Es inconcebible, por supuesto, que Gran Bretaña envíe armas para ayudar, por ejemplo, a la liberación de Gaza.
Por esa razón, los medios de comunicación nunca tendrán la oportunidad de ejercitar sus cuerdas vocales para indignarse ante tal acontecimiento.
De hecho, los medios de comunicación occidentales suelen hacerse eco de la oposición de los gobiernos occidentales a cualquier tipo de ayuda a Gaza, incluso del simple envío de materiales de construcción como cemento para reconstruir el enclave tras alguna de las intermitentes oleadas de destrucción por parte de Israel. Esto se debe a que los reporteros tratan acríticamente las afirmaciones israelíes de que la ayuda humanitaria será reutilizada por Hamás y reforzará el “terrorismo”.
En 2010, por ejemplo, un programa de Panorama de la BBC no mencionó que un ataque naval israelí contra un convoy de ayuda humanitaria que se dirigía a la asediada Gaza se llevó a cabo ilegalmente en aguas internacionales. Nueve activistas que trataban de entregar a Gaza artículos de primera necesidad, como medicinas, a bordo del barco Mavi Marmara fueron asesinados por comandos israelíes, pero las entrevistas con estos hombres enmascarados carecían, en gran medida, de sentido crítico. La BBC mostró muy poca simpatía hacia ese acto de resistencia contra un cruel ocupante.
Un año antes la BBC rompió con la tradición y se negó a retransmitir un llamamiento de ayuda porque, en esta ocasión, se trataba de proporcionar alimentos y refugio a Gaza tras un ataque israelí que había destruido franjas del enclave. La BBC justificó la decisión alegando que comprometería su “imparcialidad”, algo que parece no importarle en absoluto en Ucrania.
En el momento de la publicación de este artículo, la BBC no había respondido a las preguntas sobre estas incoherencias.
La niebla de la guerra
El campo de batalla es bien conocido por quedar rápidamente envuelto en la niebla de la guerra. Esa es una de las razones por las que los editores advierten a los periodistas inexpertos para que esperen las pruebas y estén atentos a la propaganda. En la práctica, sin embargo, se puede apreciar dónde están las simpatías de los medios de comunicación –ocultas tras endebles afirmaciones de objetividad– observando cuándo y en beneficio de quién se abandonan estas normas de precaución, y qué narrativas del bando se aceptan rápida y acríticamente.
Está claro que las afirmaciones de Estados Unidos, Europa e Israel en Oriente Medio se amplifican con demasiada facilidad, incluso cuando su veracidad está puesta en duda.
Estas mentiras alimentadas por los medios de comunicación han sido múltiples. Que Israel instó a los palestinos que expulsó en 1948 a volver a casa. Que las tropas de Saddam Hussein arrebataron bebés de las incubadoras en Kuwait y que el líder iraquí colaboró con su archienemigo, Al Qaeda, en los atentados del 11-S. Que los soldados de Muammar Gadaffi en Libia tomaron Viagra para violar a civiles en Bengasi. Que Rusia pagó recompensas a los talibanes para que mataran a soldados estadounidenses en Afganistán.
Estos engaños e invenciones acapararon los titulares cuando fueron útiles como propaganda y sólo se retiraron discretamente mucho después.
En el caso de Ucrania parece estar surgiendo un patrón similar. Los medios de comunicación occidentales informaron de forma generalizada, incitante y totalmente ficticia, de que las tropas rusas habían masacrado a un contingente de trece soldados ucranianos en la isla de la Serpiente, en el Mar Negro. Se difundió una cinta de audio falsa en la que, supuestamente, los ucranianos maldecían a los invasores rusos. El gobierno ucraniano prometió a cada uno de ellos el título de Héroe de Ucrania.
Sin embargo, en esta ocasión eran ciertas las informaciones de los medios de comunicación rusos. Había ochenta y dos soldados ucranianos y se habían rendido. Todos estaban sanos y salvos. En otro ejemplo, se divulgó ampliamente un clip de un videojuego en el que aparecía un heroico y solitario piloto de combate ucraniano, apodado el Fantasma de Kiev, derribando aviones y helicópteros rusos.
La desinformación se ha compartido de forma aún más agresiva en las cuentas de las redes sociales occidentales, y la mayor parte de ella está diseñada para provocar la simpatía por Ucrania y la hostilidad hacia Rusia.
Operación de blanqueamiento ideológico
Pero lo que estamos viendo es algo más que el apetito de los medios de comunicación por las historias sin pruebas y las falsedades siempre y cuando estén dirigidas contra Rusia. Y se trata de algo más que la simpatía de los medios de comunicación por la “resistencia” ucraniana, negada a otros grupos que luchan contra sus opresores cuando esos opresores son Occidente y sus aliados.
Los medios de comunicación están repletos de comentaristas aún más tribales que los gobiernos occidentales y los generales militares. El coro de los medios de comunicación a favor de “más guerra” parece estar sirviendo a una operación de blanqueamiento ideológico que despeja el camino a los gobiernos mientras se preparan para una propaganda más extrema y medidas antidemocráticas.
Junto con muchos otros, Dan Hodges, comentarista del Mail on Sunday, ha estado pidiendo una zona de exclusión aérea sobre Ucrania que incluso Boris Johnson ha rechazado por razones muy obvias. Llevaría a Europa a una confrontación directa con las fuerzas aéreas rusas y supondría un riesgo de enfrentamiento con una potencia nuclear.
Sin embargo, Hodges ha calificado cualquier rechazo a esta idea como “un acto de apaciguamiento no diferente a nuestro apaciguamiento de Hitler en 1938”. La invasión rusa ha tenido lugar tras casi una década de instigación por parte de Estados Unidos, que ha utilizado a la OTAN como tapadera para forjar unas relaciones militares cada vez más estrechas con su vecino.
Con razón o sin ella, Moscú interpretó el comportamiento de la OTAN como una maniobra agresiva de Estados Unidos y sus aliados en su “esfera de influencia”. La idea de que no se podía, ni se puede, hacer ninguna concesión a Rusia –que la única “opción moral”, como la llama Hodges, es arriesgarse a una posible guerra nuclear– debe entenderse como la provocación beligerante que claramente es.
El principal corresponsal de NBC News, Richard Engel, tuiteó lo que consideraba un “cálculo de riesgos” y un “dilema moral”: ¿debería Occidente bombardear un convoy de tanques rusos en su camino hacia Kiev? Aparentemente preocupado por la inacción actual, preguntó: “¿Occidente observa en silencio mientras pasa?”.
Hipocresía absoluta
Condeleeza Rice, artífice de la criminal invasión de Irak, no ha sido cuestionada por los medios de comunicación por su absoluta hipocresía al defender que “invadir una nación soberana es un crimen de guerra”. Si ese es el caso –y el derecho internacional dice que lo es– entonces la propia Rice debería ser juzgada en La Haya.
O, ¿qué decir del horror de los medios de comunicación esta semana ante el bombardeo de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, donde se informó de que habían muerto “docenas” de personas? Compárese con el sensacional entusiasmo de los medios de comunicación por la campaña de bombardeo “Shock and Awe” que probablemente mató a miles de personas en las primeras horas de la invasión estadounidense de Irak en 2003.
¿Y qué hay del silencio cómplice de los medios de comunicación durante muchos años de bombardeos saudíes –con aviones y bombas británicos– contra civiles en Yemen, que han provocado una catástrofe humanitaria apenas imaginable? Los que resisten en Yemen al espectáculo de horror saudí no son héroes para nuestros medios de comunicación, sino que simplemente se les tacha de marionetas de Irán.
El veterano periodista de la BBC Jeremy Vine, por su parte, expresó la opinión de que los soldados rusos reclutados “merecen morir” cuando se ponen el uniforme del ejército ruso. “Así es la vida”, dijo a una persona sorprendida que llamó a su programa.
¿Cree Vine que las tropas británicas y estadounidenses –soldados profesionales, a diferencia de los reclutas rusos– también merecían morir cuando sus ejércitos invadieron ilegalmente Irak? Y si no, ¿por qué no?
El trasfondo racista de gran parte de la cobertura occidental –con comentaristas y entrevistados que insisten regularmente en que los refugiados ucranianos son “europeos”, “civilizados”, “de pelo rubio y ojos azules”– es difícil de pasar por alto.
Propaganda estatal
Y en medio de esta desenfrenada, y a menudo desquiciada propaganda bélica occidental, gran parte de ella procedente de la cadena estatal británica, Europa ha prohibido la emisión de la cadena estatal rusa RT, al tiempo que Silicon Valley elimina su presencia de Internet.
No hay duda de que RT generalmente promueve una línea editorial que simpatiza en gran medida con los objetivos de la política exterior de Moscú, de la misma manera que la BBC, invariablemente, promueve una línea editorial que simpatiza en gran medida con los objetivos de la política exterior británica.
El problema para el público occidental no es su exposición a la propaganda estatal rusa. Es su constante exposición a la implacable propaganda estatal occidental.
Si buscamos la paz –y de momento hay pocos indicios de ella–, necesitamos que los medios de comunicación occidentales rindan cuentas por su patrioterismo sin sentido, sus exageraciones, su credulidad, su doble moral y sus engaños. Pero ¿quién va a actuar como vigilante del supuesto vigilante del Cuarto Poder?
En estos momentos necesitamos voces de Rusia para entender lo que Putin piensa y quiere, no lo que los “principales corresponsales internacionales” de la BBC creen que quiere. Necesitamos fuentes de información preparadas para desafiar rápidamente las “noticias falsas” tanto occidentales como rusas.
Y, sobre todo, necesitamos acabar con nuestra visión racista del mundo, en la que nosotros siempre somos los Buenos y ellos los Malos, y en la que nuestro sufrimiento importa y el de los demás no.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí y ganador del premio especial de periodismo Martha Gellhorn.
Este artículo se publicó originalmente en Middle East Eye. Traducción: Paloma Farré.
Comentario