Por: Conn Hallinan
“En lo que se refiere a Siria, el enemigo es Francia y no Turquía”
(T. E. Lawrence, febrero de 1915)
Fue un curioso comentario del excéntrico pero indiscutiblemente brillante agente británico y erudito, Thomas Edward Lawrence. La época era la Primera Guerra Mundial, e Inglaterra y Francia estaban involucradas en una competencia mortal con la Triple Alianza, de la cual Turquía otomana era un destacado miembro. Pero a pesar de ello era verdad, y no menos ahora que entonces. En Medio Oriente, para parafrasear a William Faulkner, la historia no es el pasado; es el presente.
En su carta de 1915, Lawrence estaba describiendo las maquinaciones francesas respecto a Siria, pero de la misma manera podría haber estado comentando los propósitos de Inglaterra en la región, que dirigentes Aliados en la Primera Guerra Mundial llegaron a llamar “El Gran Botín” – la vivisección imperial de Medio Oriente.
Mientras Iraq se desploma hacia otra guerra civil, es importante recordar cómo sobrevino todo esto, y por qué agregar aún más guerra a la actual crisis perpetuará exactamente lo que “el Gran Botín” se propuso: despedazar toda una región del mundo.
Divide y conquista
Hay una cuenta repleta de nombres, pero no incluye solo a George W. Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, y Condoleezza Rice – aunque estos últimos contribuyeron considerablemente a avivar la última explosión.
Son nombres de los que la mayoría de la gente nunca ha oído hablar. Como el sexto baronet de Sledmere Mark Sykes y el diplomático francés François Georges-Picot. En 1915, esos dos diplomáticos de mediano nivel crearon un plan secreto para dividir Medio Oriente. Casi un siglo después ese mapa imperial no solo define la región y la mayor parte de los protagonistas, sino sigue prolongando una tragedia tras la otra, como un grotesco, histórico Día de la Marmota.
En 1915, el principal objetivo de las potencias imperiales en Medio Oriente era sofocar cualquier expresión de nacionalismo árabe e impedir toda resistencia unificada a los propósitos de París y Londres. Francia quería Gran Siria, Gran Bretaña el control de los puentes terrestres a India. La competencia era tan intensa que incluso mientras cientos de miles de soldados franceses y británicos morían en el Frente Occidental, sus servicios secretos estaban hostilizándose mutuamente de Samarra a Medina, maniobrando a fin de ganar posiciones para cuando el Imperio Otomano terminara por colapsar.
El Acuerdo Sykes-Picot fue el compromiso que apuntaba a terminar la guerra mutuamente destructiva. Francia obtendría Gran Siria (que dividiría para crear el Líbano), más zonas de influencia en el norte de Iraq. Gran Bretaña obtendría el resto de Iraq y Jordania y establecería el Mandato en Palestina. Todo esto, sin embargo, debía ser mantenido secreto ante los locales, a los que británicos y franceses incitaban a rebelarse contra el régimen imperial otomano, a pesar de que complotaban para imponer el suyo.
Los árabes pensaban que estaban luchando por la independencia, pero Londres y París tenían otros planes. En lugar de las tierras entre los ríos Tigris y Éufrates y del acceso al Mediterráneo que habían prometido a los árabes, obtuvieron los desiertos abrasados por el sol de Arabia y el régimen de monarcas, quienes fueron fáciles de comprar o intimidar.
Sin embargo, el control de una empresa tan vasta a través de la fuerza directa iba más allá del poder hasta de Londres y París. Por lo tanto ambos imperios trasplantaron sus estrategias de explotación de la religión, la secta, la tribu, y las etnias –que habían funcionado tan bien en Indochina, India, Irlanda, y África– para dividir y conquistar, agregándoles una porción de caos.
Los franceses pusieron a la minoría cristiana a cargo del Líbano para oprimir a la mayoría de suníes y chiíes. Reclutaron a la minoría alauí en Siria para dirigir el ejército y gobernar a la mayoría suní, mientras los británicos instalaban a un rey suní en Iraq para gobernar a la mayoría chií del país. En Palestina, los británicos utilizaron el sionismo de un modo similar a cómo estaban usando el protestantismo en Irlanda del Norte para controlar a los nativos irlandeses católicos y mantuvieron la división de ambas comunidades. Las comunidades terminaron por combatirse mutuamente en lugar de luchar contra sus amos imperiales, lo que, por supuesto, era el objetivo.
Ahora esos demonios andan sueltos.
Nombres en el registro
Hay nuevos protagonistas en Medio Oriente desde que Sykes y Picot fraguaron su acuerdo. Washington e Israel llegaron más tarde, pero finalmente reemplazaron a ambas potencias imperiales como las principales fuerzas militares en la región.
El enemigo del “Gran Botín” fue el nacionalismo secular, y EE.UU., Francia, y Gran Bretaña han estado tratando de derrocar, aislar, o cooptar a regímenes seculares en Iraq, Siria, Egipto y Libia cuando aparecieron. La justificación para la hostilidad es que los regímenes seculares eran dirigidos por dictadores. Muchos lo han sido, pero se puede decir que no eran peores que los fanáticos wahabíes en Arabia Saudí o los monstruos de los que monarquías del Golfo han nutrido en Siria y el norte de Iraq.
¿Por qué es Siria una dictadura si Arabia Saudí no lo es? En febrero pasado, el reino promulgó una ley que iguala la ofensa “contra la reputación de la nación o su posición” –incluyendo el disenso, la denuncia de la corrupción, y campañas por la reforma– con el “terrorismo”.
La lista de nombres en el registro de los que dan alas al terrorismo en Medio Oriente es larga. Sí, ciertamente incluye al gobierno de Bush, que destrozó uno de los países más desarrollados en la región, desmanteló el Estado iraquí, y alimentó la división entre suníes y chiíes. También incluye al gobierno de Clinton, cuyas brutales sanciones empobrecieron a Iraq y evisceraron a su clase media. Y un poco antes, durante la primera Guerra del Golfo, George H. W. Bush atacó el sur de Iraq con uranio empobrecido tóxico, provocando una masiva epidemia de cáncer en sitios como Basora. Jimmy Carter y la CIA respaldaron la toma del poder por Sadam Hussein, porque el dictador baasista fue particularmente eficiente en la tortura y asesinato de sindicalistas y miembros de la izquierda iraquí.
Además de miembros del Consejo de Cooperación del Golfo –Kuwait, Arabia Saudí, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, Catar–, Bahréin, Marruecos, y Jordania, financiaron la insurgencia islámica en Siria. Algunos de esos países podrán criticar los excesos del Estado Islámico de Siria y el Levante (EILL), pero ellos fueron los que avivaron los fuegos que forjaron el EILL.
El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan también está en esa lista. La mayor parte de los combatientes y sus suministros pasan a través de las fronteras de Turquía hacia Siria. También está el gobierno de Obama, quien subcontrató la insurgencia a Catar y Arabia Saudí y ahora está horrorizado ante las criaturas producidas por esas monarquías feudales wahabíes.
El resentimiento imperial de Francia
Y no hay que olvidar a los franceses de T.E. Lawrence.
París nunca ha perdonado a los sirios por haberlos expulsado en 1946, ni por el papel de Damasco en la guerra civil libanesa de 1975-1990 que destronó a la minoría cristiana favorecida por los franceses, que había dominado el país desde su formación en 1943.
Los franceses han sido entusiastas partidarios de la insurgencia en la guerra civil siria y, junto con los británicos, cabildearon exitosamente a la Unión Europea para que abandonara su prohibición del suministro de material militar a los rebeldes. París también he devengado el favor de Arabia Saudí tratando de sabotear los esfuerzos por encontrar una solución al conflicto por el programa nuclear de Irán. Francia es miembro del grupo de potencias conocido como P5+1 –Francia, EE.UU., Rusia. Gran Bretaña, China, y Alemania– involucrado en negociaciones con Teherán.
El Consejo del Golfo elogió el sabotaje intentado por Francia, y París rápidamente obtuvo un contrato de 6.000 millones de dólares para modernizar el sistema de defensa aérea de Arabia Saudí. Está negociando la venta de cazabombarderos por 8.000 millones de dólares a los Emiratos y casi 10.000 millones a Catar.
Arabia Saudí donó recientemente 3.000 millones de dólares en ayuda al Ejército Libanés con la condición de que sean utilizados para comprar armas y municiones francesas. Es un regalo algo irónico, ya que los principales enemigos del Ejército Libanés han sido los wahabíes apoyados por los saudíes en la ciudad norteña de Trípoli en el Líbano.
Y eso no es todo. Aparentemente el presidente francés François Hollande se reunió con los ministros de exteriores de Jordania y los Emiratos Árabes Unidos en septiembre pasado para discutir un plan a fin de que Pakistán entrene un ejército suní de 50.000 hombres para derrocar al gobierno sirio y derrotar a los grupos yihadistas afiliados a al Qaida.
Es posible que miembros de ese ejército ya estén en camino a Europa, tal como los muyahidines de Afganistán lo hicieron hace una generación. Según servicios de inteligencia occidentales, más de 3.000 ciudadanos de la Unión Europea han ido a combatir en Siria – 10 veces la cantidad que fue a combatir contra los soviéticos en Afganistán. El asesino de cuatro personas el 24 de mayo en el Museo Judío en Bruselas era un veterano yihadista de la guerra civil siria.
Sembrando el caos
Por ahora, las monarquías del Golfo se consideran como los controles entre bastidores, pero virtualmente no tienen ningún control sobre lo que han ocasionado. Esos fanáticos wahabíes en Siria y el norte de Iraq pueden hacer lo que hizo Osama bin Laden y atacar la corrupción de las monarquías como próximo paso.
Los países del Golfo son ricos pero frágiles. El desempleo juvenil en Arabia Saudí es de entre 30 y 40 por ciento, y la mitad de los 28 millones de habitantes del país tiene menos de 25 años. En otros países del Golfo una ínfima capa de súper-ricos gobierna una inmensa y explotada fuerza laboral extranjera. Cuando las monarquías comienzan a desintegrarse, el actual caos se parecerá a la Pax Romana.
Pero el caos ha sido siempre un aliado del imperialismo. “La tarea ha consistido siempre en la imposición de la división y del caos en el mundo árabe”, escribió hace mucho tiempo el activista por la paz Tom Hayden. “En 1992, Bernard Lewis, un importante experto en Medio Oriente, escribió que si el poder central es suficientemente debilitado, ninguna verdadera sociedad civil puede consolidar la forma de gobierno, si no existe un verdadero sentido de la identidad común… el Estado se desintegrará en un caos de riñas, feudos, sectas que se combaten, tribus, regiones, y partidos”. Y ese es precisamente el tipo de desintegración que las potencias extranjeras han tratado de explotar.
La intervención militar de EE.UU. y sus aliados acelerará las divisiones en Medio Oriente. Si la Casa Blanca quiere seriamente limitar el caos, debería dejar de avivar la guerra civil siria, presionar a las monarquías del Golfo para que terminen la yihad sectaria contra los chiíes, presionar a los israelíes para que lleguen a un acuerdo con los palestinos, y terminar la campaña por aislar Irán.
Y decir a los franceses que dejen de inmiscuirse.
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