Por: Ghaleb Kandil
- Para el sudcoreano Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, si los sirios eligen su presidente por sí mismos, los occidentales no podrán imponer la composición del próximo gobierno.
Estados Unidos, los países de la OTAN y sus vasallos turcos y árabes prosiguen su guerra de desgaste contra Siria. Ahora están poniendo en duda de antemano la credibilidad de la próxima elección presidencial, prevista para el 3 de junio, mientras que el Estado sirio prosigue sus preparativos para garantizar el éxito de esa consulta popular en la que van a participar 3 candidatos –por primera vez en la historia de la Siria contemporánea.
Entre los pretextos que Estados Unidos y sus aliados están invocando para poner en duda la legitimidad de la elección presidencial está la continuación de la guerra. Pero en realidad son ellos quienes están haciendo todo lo posible por prolongar el conflicto y, por consiguiente, el sufrimiento de la población siria. Así que se mantiene el gigantesco flujo de petrodólares de las monarquías del Golfo para financiar los grupos terroristas, incluyendo al-Qaeda, y se mantienen abiertas de par en par las puertas de los arsenales de Turquía y Jordania mientras que Washington, París y Londres garantizan a los extremistas asistencia técnica y entrenamiento.
Al alimentar la guerra, Estados Unidos pretende torpedear toda solución política de la crisis, impidiendo al Estado sirio renovar y modernizar sus instituciones sobre la base del pluralismo y la democracia.
La oposición de Occidente a la organización de la elección presidencial en Siria se basa en una serie de mentiras. Pero ese es el mismo Occidente que no ha dejado de estimular la realización de elecciones en medio de otras crisis –como en el caso de Ucrania– y que distribuye certificados de buena conducta cuando esos procesos electorales favorecen sus propios intereses.
Por ejemplo, el presidente estadounidense Barack Obama fue uno de los primeros dirigentes en felicitar al gobierno de Irak por la organización de las elecciones legislativas de la semana pasada, a pesar de la guerra contra al-Qaeda que está devastando varias provincias iraquíes. Y no podemos olvidar que en el pasado Irak organizó elecciones bajo la ocupación estadounidense, sin que los grandes defensores de las libertades encontraran en ello el menor inconveniente.
La cólera de Occidente se deriva del hecho que las elecciones en Siria están siendo organizadas por un Estado independiente y soberano, que ha resistido a una de las guerras más feroces de las últimas décadas en lo que ha sido un intento de recolonización del país. Si Occidente hubiese querido realmente poner fin a la guerra contra Siria, sólo habría tenido que secar las fuentes de financiamiento de los grupos terroristas y habría suspendido los envíos de armas que esos elementos reciben de Arabia Saudita, Qatar y Turquía.
El otro pretexto occidental, según el cual la elección presidencial siria pondría en peligro la solución política del conflicto, es una mentira. Las elecciones que se realizaron en Irak, bajo la ocupación estadounidense, se desarrollaron paralelamente al proceso político. Lo mismo sucedió con las elecciones presidenciales en Afganistán, realizadas mientras continuaban las negociaciones entre Kabul y los talibanes.
La verdad es que cuando Occidente habla de solución política en Siria en realidad está hablando de su propio plan, que consiste en provocar un vacío al nivel de la presidencia con la esperanza de poner el país bajo tutela a través de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Finalmente, Occidente afirma que el resultado de la elección ya se sabe de antemano y que el presidente Bachar al-Assad tiene garantizada la victoria. Se trata, en realidad, de pronósticos basados en las informaciones de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, obtenidas a través de sondeos de opinión realizados incluso en los campamentos fuera de Siria, investigaciones que han demostrado de forma fehaciente la gran popularidad del líder sirio.
Esos informes de los servicios de inteligencia [occidentales] aseguran que el presidente Assad obtendría como mínimo el 75% de los votos en cualquier elección libre y honesta.
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