Por: Patricia Manrique
Cuatro activistas y refugiados cuentan su experiencia desde Tesalónica.
Vicente Carro y Joana Vidal, españoles, y Elissar Abo y Bassem Alturki, refugiados sirios, se encontraron en Idomeni y hoy comparten los problemas de una dura vida cotidiana en Tesalónica, mano a mano, acompañándose.
¿Cómo se vive en los campos?
Joana Vidal: Hay campos al aire libre, con tiendas en zonas verdes, donde se da comida y ropa, pero es muy deficitario todo. La comida es monótona y escasa, no se da apenas verduras y fruta, y depende de las pequeñas ONG. Luego están los campamentos nuevos, en naves industriales como Oreokastro, Kalochori o Softex, que están fatal. Las personas que están allí viven dentro de la nave, tienda con tienda, 24 horas en un espacio donde resuena el ruido, y es agotador. Hay muchos mosquitos, la comida es muy mala, está todo sucio, y fuera hay un poco de cemento, donde juegan los niños.
Vicente Carro: Las condiciones han mejorado en temas que parecen menores, pero influyen mucho en las condiciones de vida: han puesto neveras, aparatos para los mosquitos, ventiladores, corriente eléctrica en las tiendas, etc. Pero así no se puede vivir.
Desde que desalojaron Idomeni, lo que buscaban y han conseguido es tener a los refugiados muy escondidos, como en guetos
¿Quiénes trabajáis allí?
J.V.: Hay gente de muchos países colaborando, pequeñas ONG y voluntarios independientes. Yo vengo de Help es Help y conocí a Vicente en Idomeni. Cuando llegué a Tesalónica estaba trabajando con Conductors Solidaris de Barcelona, en transportes, y como se fueron, ahora conduzco yo. También había unas chicas de Himaya, que aloja familias en pisos. Vicente conduce la furgoneta que ha dejado Balloona Matata… Hemos mediado para la escolarización de los niños, porque no les aceptaban, pero, con la ayuda de una voluntaria griega, al fin se están arreglando los papeles y van a empezar a ir al colegio.
V.C.: Se ha ido creando una red de trabajo en la que participan también los refugiados, y hay pisos alquilados por voluntarios independientes por todas partes, en los que hay que repartir ropa y comida. En esta red también hay gente griega, por ejemplo, del movimiento okupa en contacto con la pequeña ONG Mikrópolis, porque los edificios okupados, donde había refugiados, los han desalojado. Han realojado a gente en casas de familias griegas y ahora están alquilando pisos.
V.C.: El Gobierno griego supervisa a través de los militares y la policía. Psicólogos o asistentes sociales no hay ni uno. La asistencia sanitaria está mal cubierta porque la sanidad griega es mala, a los hospitales les falta de todo. En Softex murió una mujer porque la ambulancia no llegó a tiempo. Hay una organización española, Rowing Together, que ha estado asistiendo a la gente en Softex, pero es una sola ambulancia con cuatro médicos especializados en ginecología, y otras pequeñas organizaciones médicas trabajan en los campamentos. Finalmente, la Cruz Roja suiza ha empezado a atender a algunos, pero es muy escaso todo y está en manos de la sociedad civil.
¿Qué se hace a lo largo del día? Los niños ahora irán al cole, ¿y los adultos?
V.C.: Nada, vegetar. Algunos campamentos están cerca de núcleos de población y pueden pasear, recargar el teléfono… Pero muchos campamentos están metidos en polígonos industriales donde ni siquiera hay un trozo de campo por el que caminar. Hay otros que, aunque estén alejados, por lo menos tienen aire alrededor. Hay de todo. Ventajas no tiene ninguno.
¿Os parece que los campos son transitorios o creéis que se va a quedar así la cosa?
V.C.: Esto se va a quedar así sin duda. Hace 15 días, el Gobierno griego publicó las listas de las entrevistas [para gestionar la solicitud de asilo] que, en muchos casos, son las primeras. Sólo han hecho la primera a los que estaban en Idomeni y consiguieron hacer la famosa llamada de Skype. Supuestamente, tras las entrevistas tendrían que ir a Atenas para salir del país, siempre que haya algún otro que admita que pidan asilo. Las últimas entrevistas se han programado para marzo o abril, por lo que van a tener que vivir en estas condiciones hasta entonces. La entrevista parece burocrática, para esperar a ver qué pasa: no hay un plan de mover a la gente.
Elissar Abo: Me hicieron hace dos días la entrevista, en Alexandrópolis, a 300 kilómetros de aquí, casi en la frontera con Turquía. Me sentí fatal, duró siete horas y lloré mucho: vi que no les interesaba dónde quiero ir, a Alemania, donde está mi marido. Me preguntaron sobre mi pasado, sobre política… Y me han dicho que la próxima entrevista también será para hablar de mi vida en Siria… Te quitan la esperanza de que esto acabe pronto.
¿Se ha notado el tratado UE-Turquía?
V.C.: No, que yo sepa. Desde aquellas que se hicieron desde Moria, aquí no se ha vuelto a saber de deportaciones. Hay mucha gente que se ha vuelto a Siria, a Turquía… y otra que ha pasado a Europa de manera ilegal, a través de las mafias, con amigos, etc. Hay quien dice que se está mejor en Turquía, que los campamentos están mejor y que al menos se puede trabajar, aunque sea en negro. Aquí trabajar nada, la economía griega es un desastre.
¿Cómo describirías el trabajo de vuestra red?
V.C.: Lo describiría con un ejemplo. Ayer fuimos a mover a través de Mikrópolis a una familia de Softex a un piso alquilado por una familia griega. El padre ve una caja de Acnur y una manta de Cruz Roja y me pregunta: “¿Esta gente ayuda?”. Y les contesto que dan migajillas. Es la sociedad civil, más en concreto las organizaciones pequeñas, quienes están moviendo esto. Y lo que se hace no es caridad con migajas, como están haciendo las grandes organizaciones, es compartir su vida y la solución del problema. Esta gente está en una situación psicológica terrible y hay que estar con ellos, acompañando, compartiendo.
No se trata de, por ejemplo, entretener a los niños; hace falta involucrar a las familias, porque en todos los campamentos hay maestras y maestros, ingenieros, mecánicos… Balloona Matata montó un taller de carpintería en el que la gente se hace muebles con palets, y compraron diez máquinas de coser para un taller de costura en el que hombres y mujeres se arreglan la ropa que llega. Ésa es la idea para mí.
¿Qué podemos hacer desde aquí?
J.V.: Hacer visible lo que está pasando, porque desde que desalojaron Idomeni, lo que querían y están consiguiendo es tenerlos muy escondidos, como en guetos.
V.C.: Hacen falta voluntarias que vengan con tiempo y recursos económicos para cubrir muchas necesidades. Los contenedores que se envíen tienen que ser de cosas concretas, como neveras de camping. Hace falta comida y vehículos, asistencia psicológica, sanitaria, dentistas… Para ello, se puede contactar con Himaya, Galdakaoko Boluntarioen, Acción Planetaria, Conductors Solidaris de Catalunya, Balloona Matata…
E.A.: Es importante que salgáis a las calles, claro. Pero en lugar de ayudar, sería mejor que se parase la guerra en Siria, y podamos volver. Si entre todos los países consiguen parar la guerra en Siria, volveremos allí seguro.
Bassem Alturki: Quiero que la gente de Europa sepa que los refugiados en Grecia estamos muy mal. Y si no quieren refugiados, que paren el problema en Siria. Y que sepan que los árabes no somos peligrosos.
Atrapados en Grecia
Elissar es siria y tiene 30 años. Cuenta temblando que la casa de su familia fue destruida por un bombardeo y a su padre le disparó el Daesh y quedó afectado en el corazón. Ella, que vivía en Dubái, fue a por ellos y se los llevó a Turquía, donde siguen. Ya no podía volver a Dubái porque su visado había caducado, y decidió hacer con su hermana y su hija de 18 meses el peligroso viaje a Grecia en un bote precario.
Llegó en febrero y vivió en Idomeni, donde conoció a Vicente cuando hacía de traductora en el hospital para otros refugiados. Trabajó en la Yellow Tend, una tienda de campaña de voluntarios, montada por Bomberos en Acción de Zamora y apoyada por muchos independientes, que hacía atención médica, y luego en el Baby Hammam, otra tienda para bañar a los niños y niñas.
Cuando cerraron Idomeni, la llevaron al campamento militarizado de Softex –”malísimo”, dice… y ya ha visto unos cuantos–, pero hoy vive en un piso con Vicente. Hace poco le han hecho la entrevista que era su esperanza, pero tras ella sus expectativas han caído, está inquieta y preocupada.
“Creo que la gente europea no tiene problema con que vayamos, pero los gobiernos sí. Y tengo miedo de que esto se haga largo, porque en la entrevista me dijeron que, si se me agotaba el permiso temporal griego, me lo renovarían”. Mientras espera, forma parte de la red de voluntarias independientes que se hacen cargo de lo que Europa olvida, de la vida de miles de personas, de todas las que pueden.
Bassen Alturki es electricista. Vivía en un pueblo cerca de Alepo con su mujer, profesora de inglés, y sus cuatro hijos.
Alepo estaba asediada, el Daesh cortó la carretera y no podía entrar nada. Marchó a Turquía, pero no tenía trabajo, y decidieron correr el riesgo para llegar a Grecia, pero encontraron la frontera cerrada. “Me da igual dónde ir, pero quiero paz. Quiero trabajar, que mis hijos puedan ir al colegio, una vida nueva”, explica.
Tras vivir en varios campos en condiciones infrahumanas, donde ayudaba en lo que podía, hoy vive en un piso en Tesalónica mientras espera la entrevista. Sus padres siguen en Damasco: “Para salir de Siria tienes que gastar mucho dinero en las mafias y no pude sacar a mi padre y mi madre”.
Comentario