LUIZA TOSCANA
Desde hace dos años, el Sultanato de Omán, país de tres millones de habitantes situado en el sudeste de la Península Arábiga, conoce también un proceso de movilización tan poderoso como inédito. Este es un análisis en perspectiva de estos acontecimientos, que se inscriben plenamente en el proceso general de las “revoluciones árabes”.
Tres días después de la huida de Ben Alí de Túnez, los jóvenes de Omán salían a la calle y defendían las reivindicaciones que iban a convertirse en las de todos sus pares árabes: justicia social y democracia, aunque sin reclamar la partida del Sultán Qabus, el más antiguo dirigente de la región, puesto que reina como dueño absoluto desde hace más de cuarenta años.
El 17 de enero de 2011, durante la “marcha verde” en Mascate, los manifestantes marcaban la tónica que se mantendría durante dos años: “¿Dónde está el petróleo, dónde está el gas?”, gritaban, y denunciaban a los ministros corruptos. Las manifestaciones se producían simultáneamente en distintos lugares, con reivindicaciones referentes al empleo, los salarios y las libertades.
La función pública se movilizó a partir del mes de marzo; a su vez, empleados de los medios, de los transportes aéreos, de la telefonía, de correos, de los bancos, de la salud, de las finanzas, de la electricidad o de los transportes escolares exigían subidas salariales, mejores condiciones de trabajo o la dimisión de los responsables corruptos. Luego vino el turno de los obreros de las sociedades públicas petroleras y gasísticas. A éstos se sumaron los estudiantes, que se manifestaban de forma dispersa: facultad de Ciencias Técnicas, de Ciencias Aplicadas, Universidad de Sohar.
El gobierno satisfizo algunas de las reivindicaciones de los funcionarios, pero los parados y el movimiento democrático permanecieron en la calle. Los parados levantaron tiendas y ocuparon plazas en varias ciudades, manteniéndose en ellas hasta abril. Comenzó entonces la represión del movimiento, que en Dhofar se mantuvo hasta el verano. Le siguió un ciclo de manifestaciones semanales, los viernes, por el empleo y la liberación de las personas detenidas. En Salalah, capital de Dhofar, se denunciaba la corrupción y se pedía la independencia de la justicia, el estado de derecho, la separación de poderes y la soberanía popular. El mes de ramadán y la represión supusieron el fracaso de las manifestaciones semanales, pero no el de la movilización, que volvía a reproducirse en Aman Air, entre los maestros, los parados y los estudiantes. Debido a la represión, a finales de 2011 las manifestaciones por las libertades democráticas ocupaban un primer plano en la actualidad del país.
Las luchas, del sector público al privado
El año 2012 comenzó co luchas en varios frentes: estudiantes de secundaria irritados por la publicación de tasas anormalmente bajas de aprobados en los exámenes, alumnas de enfermería, médicos de la función pública o personal de Oman Air…. Pero 2012 fue sobre todo el año de la movilización en el sector privado. Se inició con manifestaciones de los trabajadores extranjeros (un habitante de cada seis): trabajadores indios de la construcción, indios bangladeshíes o pakistaníes que construían de la nueva terminal del aeropuerto de Mascata. En varias ocasiones, miles de trabajadores hicieron huelga o protagonizaron largas marchas para exigir salarios impagados.
Luego, en mayo, vino el turno de los obreros del petróleo, que hicieron huelga durante varios días. Empleados por las contratas de Petroleum Development Oman, exigieron subidas de salario, primas de peligrosidad, de carestía de la vida, reducción del tiempo de trabajo, reordenación de los horarios estivales, igualdad con el sector privado en materia de jubilaciones. El conflicto tuvo repercusiones en otros sectores, que despedían y amenazaban con deslocalizar sus actividades. No sindicados, los trabajadores del petróleo han constituido comités para representarles ante las sociedades, algunas de las cuales son extranjeras.
Militantes de la sociedad civil se han solidarizado con los trabajadores del petróleo y han organizado concentraciones y visitas a los huelguistas. La represión ha sido inmediata, dando lugar a detenciones y procesos judiciales que han jalonado el final de 2012 y el comienzo de 2013.
Los jóvenes omaníes se han movilizado ante la embajada de Bahrein, donde han realizado una larga sentada de solidaridad y organizado varias iniciativas de apoyo a la revolución siria. La ecología constituye el último frente abierto por el movimiento de protesta: durante varios días, las poblaciones de Ghadhfan, situada entre el puerto y la zona industrial de Sohar, han mantenido una sentada para protestar contra una polución del aire que ha provocado casos de cáncer y fallecimientos.
El régimen suelta lastre y reprime
Frente a este movimiento, el gobierno ha cedido en ciertos puntos, concediendo subidas salariales, becas para estudiantes, subsidios de desempleo, creando puestos en la función pública. contemplando la creación de una nueva universidad para absorber a la gente que viene de secundaria, tomando medidas para facilitar el reclutamiento de los parados en el ejército. No logra sin embargo frenar el paro. Ha procedido a varias remodelaciones ministeriales frente a las denuncias de corrupción e innovado algunas leyes para responder a las aspiraciones democráticas: un decreto real amplía las prerrogativas del consejo consultivo, elegido por sufragio universal directo, a la proposición, la enmienda y la aprobación de la legislación. En 2011, entraron en él una mujer y tres miembros de la oposición. El 22 de diciembre de 2012 tuvieron lugar las primeras elecciones municipales. Las funciones de las municipalidades hacen de ellas órganos de estudio y de propuesta, pero no de decisión.
Para enfrentarse a las denuncias sobre endeudamiento de las familias, el gobierno ha prometido crear viviendas, bancos islámicos y ayudas familiares. A comienzos de 2013 se ha anunciado la creación de una sociedad nacional de ferrocarriles, que se supone va a crear nuevos empleos. Si bien la puesta en pie de las municipalidades se hace en la línea de una colaboración con el sector privado, el conjunto de medidas adoptadas para reducir el paro es contradictorio con la carrera de privatizaciones en marcha desde hace algunos años en el sultanato, y deja flotando dudas sobre su continuidad.
La represión se ha ido combinando con estas medidas. El poder consideraba que desde la primavera de 2011 había respondido a las reivindicaciones y que, por tanto, cualquier movilización era injustificada. La represión ha provocado dos muertos en las manifestaciones, centenares de encarcelados, ha dado lugar a la promulgación de decretos liberticidas, con su cortejo de cierres de páginas web, de detenciones o despidos de periodistas, hackeo de páginas de Facebook, proceso al diario Azzamn, o juicios a militantes de la sociedad civil acusados de delitos “de lesa majestad”.
En las empresas la represión se ha dejado en manos de la patronal. La adopción de medidas que se suponía que mejoraban la condición obrera y las libertades sindicales, tras la conferencia de la OIT de Ginebra de 2012, apenas oculta la represión a quienes “infringen la legislación del trabajo”. Decenas de miles de personas, indios, pakistaníes o sin papeles, han sido detenidas y expulsadas.
“El pueblo quiere la reforma del régimen”
La inmensidad del país y la ausencia de organización previa explican la espontaneidad, la simultaneidad y la fragmentación de las iniciativas, compensadas por la tendencia a la autoorganización, la coordinación y las discusiones en los foros sociales. Los movimientos se animan unos a otros, pero no dan lugar a solidaridades generalizadas. Los trabajadores extranjeros en lucha permanecen aislados. Los contactos con los movimientos revolucionarios de los demás países árabes son raros.
Los manifestantes exigen reformas, pero no la salida o la caída del régimen. “El pueblo quiere la reforma del régimen” sigue siendo el eslogan esencial. En Mascate, donde se concentran las instituciones, así como en Salalah, la segunda ciudad del país, las consignas se concentran sobre ese punto pero en Sohar, puerto industrial, el movimiento ha tomado desde el principio la forma de una revuelta social. Son poco frecuentes las consignas referentes a la política económica de Oman, salvo algunas parciales: destinar el pescado al mercado local, nacionalizar la empresa anglo-holandesa Shell. Las reivindicaciones cuestionan globalmente la naturaleza del estado, que ha podido aprovecharse del ascenso de los precios del petróleo bruto para responder a las reivindicaciones de los manifestantes sin tocar lo esencial: la parte consagrada a los gastos militares. Pues con el 11,4% del PIB dedicado a ellos, Omán sigue estando a la cabeza del palmarés mundial, muy por delante de Israel.
Los movimientos ocupan la calle: asambleas generales públicas, manifestaciones, ocupaciones de plazas diurnas y nocturnas, campamentos, todo ello grabado y compartido en internet. El carácter mixto (participación de mujeres y hombres) es evidente, en particular en las luchas de la función pública (salud, transportes aéreos, etc.), pero no en las tiendas de campaña. La entrada en la lucha de las familias de los presos contribuye a feminizarla más aún.
El movimiento de protesta permanece aislado del resto del mundo, que manifiesta en el mejor de los casos sorpresa (“¡incluso en Omán!”) con una expresión entre divertida y desdeñosa. No se desarrolla ninguna solidaridad con las manifestaciones, parados, estudiantes, huelguistas o trabajadores. Solo las organizaciones regionales e internacionales de derechos humanos o de defensa de la información protestan cuando se producen muertes, arrestos y procesos a quienes protestan y contribuyen a hacer circular un mínimo de información.
El régimen goza de la protección de sus semejantes. El Consejo de Cooperación del Golfo, del que es miembro, anuncia ayudas financieras. Hillary Clinton y John McCain han acudido a un país que sigue siendo una base militar, y que como centinela avanzado del estrecho de Ormuz, por donde pasa lo esencial de la producción petrolera, tiene que evitar todo cambio o incertidumbre sobre el futuro.
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