Por: Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Respuesta al artículo de Nega sobre la clase obrera y su forma de ser percibida por el postmodernismo -a nivel teórico- y la clase media -a nivel práctico-. Un artículo que, a su vez, pretendía ser una respuesta a un artículo de Pablo Iglesias sobre eso que ahora se llama “los de abajo”.
Elitismo, clases sociales y estructura económica de la sociedad
El elitismo social es un pensamiento inserto en lo más profundo de la estructura social de cualquier sociedad divida en clases sociales. La propia estructura social así lo impone: si unas clases dominan sobre otras, los sujetos que forman parte de las clases dominantes tienen fundadas razones para sentirse, de facto, superiores a quienes forman parte de las clases dominadas. No es algo que nazca, pues, de la nada: es una simple correspondencia en el plano del pensamiento, de las ideas, de la conciencia social, de aquella realidad que, como decía Marx, se da, de hecho, en la praxis, en la base económica que sustenta esa sociedad: “en la producción social de su vida, los hombres entran en relaciones definidas que son indispensables e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un estadio definido de desarrollo de sus fuerzas materiales productivas. La suma total de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, su fundamento real, sobre la que se erige una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas definidas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso social, político y de la vida intelectual en general. La conciencia de los hombres no es la que determina su ser, por el contrario, su ser social es el que determina su conciencia”.
En una sociedad como la actual sociedad consumista/capitalista, donde existe una hegemonía ideológica de una clase dominante –la burguesía- que es impuesta, a través de los medios de comunicación y el propio sistema de enseñanza, como modo de vida natural y global de la sociedad misma, no es de extrañar que las diferentes clases sociales que conforman tal sociedad se miren unas a otras desde unas claves claramente elitistas: se admira y se aspira a ser como las clases que se piensan superiores, y se detesta y se niega ser como las clases que se perciben como inferiores.
Así, la alta burguesía mira con recelo y superioridad al resto de la sociedad, incluida a la baja burguesía. La baja burguesía aspira a ser como la alta burguesía y desprecia a todos aquellos que están por debajo suyo en el escalafón social que impone como referente socio/económico el sistema capitalista. Las clases medias miran con admiración y respeto, con deseos, conscientes e inconscientes, de ser lo que ellas son, a las clases burguesas, y, a una misma vez, miran con desprecio y elitismo a la clase obrera, y la clase obrera, por supuesto, aspira a ser lo que son cualquiera de las clases que tiene por encima y mira con desprecio a aquellos integrantes del orden social que conciben como inferiores a ellas en el orden establecido (lumpen, minorías étnicas, yonkis, inmigrantes sinpapeles, etc.). No hay nada de extraño en ello, pues, como decimos, no es más que el reflejo, en la conciencia social, del normal funcionamiento de la sociedad de clases, y, en última instancia, la constatación de la existencia de una ideología de clase, la de la clase dominante, que presenta un carácter hegemónico –englobando así al conjunto de la sociedad y siendo reproducida, de un modo u otro, por todas las clases sociales-.
De esta manera, cuando hacemos un análisis para denunciar el carácter elitista de una de estas clases respecto de su forma de ver, en lo real y en lo imaginario, a otras clases que tienen por debajo suya en la escala social capitalista, si tal análisis no va acompañado, a su vez, por una denuncia del propio carácter que acompaña a esa clase en relación a la forma que tiene de ver ella misma a las demás clases sociales –tanto en sus aspectos de sometimiento a las superiores como en sus aspectos de elitismo respecto de lo que tal clase considere inferior-, corremos un serio riesgo de idealizar de manera romántica e irracional a la clase que estamos tratando de defender, con nuestro análisis, de los ataques elitistas que tratamos de analizar.
Tal hecho es, a mi juicio, lo que el camarada Nega hace en su intento por reivindicar, mediante una crítica a otro artículo de Pablo Iglesias, el papel de la clase obrera en la sociedad, en contraposición con el elitismo propio de la clase media, que ha pretendido marginar y excluir a tal clase trabajadora de la vida social, incluido el propio funcionamiento de los movimientos de protesta y reivindicación social. Nega hace un brillante análisis de denuncia del papel que el postmodernismo, como reflejo de un pensamiento vinculado a los hijos de la clase media, otorga a la clase obrera, así como del propio elitismo que es inherente a esta clase media, pero se olvida de que la clase obrera no es precisamente un ejemplo de pureza a este respecto: ella misma tiende a ser elitista tanto en sus aspiraciones y sueños –pretendiendo ser como aquellos sujetos de las clases altas para los que se supone reservado el éxito social-, como en sus prácticas sociales –en no pocas ocasiones excluyentes con aquellos colectivos de la sociedad que se encuentran dentro de eso que se llama la “marginalidad”: minorías étnicas , inmigrantes sin papeles, drogadictos, etc.-. Su análisis, dicho de otro modo, se olvida de algo fundamental para un marxista: que el análisis marxista no se basa solo en el análisis de clases, sino que debe ser necesariamente dialéctico. Esto es, visto desde diferentes perspectivas, contradictorias entre ellas, que nacen desde el papel de cada una de estas clases en la vida social.
¿La clase obrera no se humilla a sí misma?
Cuando Nega nos habla en su artículo de “el cani de barrio sin estudios y la choni que trabaja en la peluquería para ponerse unas tetas nuevas y que, por si alguien no se había dado cuenta, son mayoría. Ese sujeto urbano que sale con la rojigualda a la calle cuando España gana un mundial, sigue con detenimiento las nominaciones de Gran hermano y no se pierde un capítulo de Gandía Shore, entre otras cosas porque se siente identificado. Ese sujeto que sirve como carne de cañón y entretenimiento en programas como Hermano mayor, El diario de Patricia o el deleznable Princesas de barrio. O en el muy progre APM con los charnegos de barrio como centro de las mofas porque cometen errores gramaticales cuando se expresan y porque unos burros de carga sin estudios resultan de lo más gracioso para la burguesa y cosmopolita TV3. Sin olvidarnos de ’El Neng de Castefa’ en el no menos progre Buenafuente: bakala, de la periferia, charnego y reponedor de supermercado por cierto. Los estudiantes de tu clase (ni los que escuchan a Los Chikos del Maíz o Riot Propaganda) serán nunca protagonistas en uno de estos infames espacios de entretenimiento; la clase obrera sí. Y eso es lo que denuncia Jones en su libro. La clase obrera extirpada de su orgullo y convertida en entretenimiento y motivo de mofa y escarnio por el resto de la sociedad.”, parece olvidar que es la propia clase obrera la que, masivamente, consume este tipo de contenidos televisivos, la que se presta a participar en muchos de ellos y la que, como bien dice, se siente representada en ellos, es decir, la que permite que esa mofa tenga alcance social más allá de la intención que pueda haber tras el mensaje emitido por un medio de comunicación que, obviamente, está en manos de la burguesía dominante, y está también orientado, en esencia, a ser consumido por la clase media. De la misma manera, también parece olvidar que nadie obliga al sujeto de la clase obrera a trabajar en una peluquería “para ponerse tetas”, a llevar una camiseta de la selección española cuando España gana un mundial o a, en definitiva, a aspirar a ser aquello que un día le dijeron que debía ser: rico, guapo, famoso, elitista, y que nunca llegará a ser. El sujeto consumista/capitalista de clase obrera no es un ser inocente al que se le impone, contra su voluntad, un orden social injusto, sino, en muchas ocasiones, un aliado de ese orden social, que lo que busca no es acabar con tal orden para ir hacia un modelo de sociedad más justo e igualitario, sino posicionarse lo mejor posible dentro de él, a efectos de ser socialmente reconocido, perpetuando así el orden social injusto y desigual que es inherente al capitalismo. Y esto no es una denuncia circunstancial, esto debe ser una denuncia fundamental en cualquier análisis de la clase obrera, en relación a su integración con el resto de clases sociales y consigo misma.
No es casualidad, por ejemplo, que algunos de los programas televisivos que señala Nega en su artículo, junto a los programas del corazón, sean, al margen de los espectáculos deportivos, los programas de mayor impacto en las parrillas de las principales cadenas televisivas, especialmente en horas de la tarde-noche, cuando gente de todas las edades consume horas y horas de televisión. Como no es casualidad tampoco que en apenas unas horas de diferencia, a veces incluso en el mismo programa (véase “Gente” de TVE), el espectador haya de enfrentarse televisivamente a las dos caras más opuestas del panorama social: la marginación y el éxito social, según vienen definidos por los propios valores capitalistas dominantes. El mensaje que se hace llegar con ello al telespectador es claro: señalar los extremos para que nosotros, ciudadanos de unas clases y otras, aprendamos a detectar dónde está el centro, es decir, en nosotros mismos: clase media –aunque no lo seamos-.
Si los programas del corazón nos traen primero la vida, obra y milagros de los personajes de la farándula, la alta burguesía, la nobleza o el deporte, todo rodeado de un aura de lujo y glamour, otros muchos programas, especialmente esos llamados de “crónica social” o, de manera indirecta, esos destinados a que los trabajadores y trabajadoras cuenten ante una cámara una serie de cosas que debería, en todo caso, estar contando en la consulta de un psicólogo o un psiquiatra, nos traen la vida, obra y miserias de todo esos marginados y marginadas que inundan nuestros pueblos y ciudades, ya sean minorías étnicas consideradas marginales como los gitanos, ya sean yonkis, camellos, chabolistas, o simplemente padres y madres de familia sin acceso a los manjares del capital, o agobiados por la imposibilidad de acceder a ellos, o simplemente frustrados por las malas experiencias en la vida, todo ello en un ambiente de exclusión y pobreza que resulta la antítesis de lo anterior. Por ende, usted tiene que soñar con ser algún día como esos famosos y famosas, tan ricos, guapos, y glamorosos, que salen en la pantalla de televisión, o, si no ha podido serlo, soñar con que algún día podrán serlo sus hijos o nietos, pero, sobre todo, tiene que tener pesadillas con ser algún día como esos marginados y marginadas que malviven en los bajos fondos de su misma ciudad, o, si tuvo la suerte de no serlo, proteger en todo momento a sus hijos o nietos para que nunca lleguen a serlo. Usted, en resumen, tiene que dejarse llevar y pensar: yo no estoy arriba, yo no estoy abajo. No soy rico, no soy un marginado. Yo soy un ciudadano común y corriente de clase media, que está en el centro de la escala social, y que, como tal, sueña con ascender lo máximo posible dentro de ella, y alejarse lo máximo posible de los que tiene por detrás, de esos sucios y desarrapados marginados, a los que, por lo demás, se suele cruzar por las calles cada día -¿cuántos de esos exitosos y glamurosos, nobles y famosos suele ver cada día?-. Y ese mensaje es válido tanto para los sujetos de clase obrera, como para los de clase media.
De hecho, pocos son los sujetos de clase obrera que, salvo que tengan una clara conciencia de clase o directamente sean conscientes de su marginalidad, optarán por definirse como tales: se definirán como clase media. Hagan la prueba. ¿Y queremos luego pedirle a la clase media que no sea elitista con la clase obrera?, ¿no lo es la clase obrera incluso consigo misma?, ¿no es ella la que, con ello, se humilla a sí misma?
Mitología consumista/capitalista y elitismo de clase
El dinero da la felicidad, el éxito social garantiza una vida digna, el único camino posible hacia el éxito social es aquel que viene determinado por el seguimiento a las normas de sentido, basadas en la posesión de bienes materiales, que se imponen desde la publicidad y los medios de masas, debes ser el más guapo y tener el mejor cuerpo para ser capaz de llevarte a las mejores chicas, debes tratar por todos los medios de ocultar tus “defectos” físicos –sean los que sean- si quieres aspirar a ello, son algunos de los mensajes significativos y simbólicos que se ocultan tras los grandes mitos que impregnan de cabo a rabo, a modo de narrativas, toda nuestra civilización, y que se ven acompañados por multitud de representaciones concretas -aunque secundarias-, que, a modo de aquellos Dioses griegos de cuyas vivencias se podían sacar las claves para interpretar la vida, se nos hacen llegar cada día desde esos mismos medios de comunicación de masas, como modelos simbólicos a imitar. Y estos mensajes se dirigen por igual a todos los miembros de la sociedad, y, en especial en aquellos que no forman parte de clase dominante, suelen tener unas mismas implicaciones ideológicas: aspirar a querer formar parte de clase dominante y renegar de toda aquella clase o colectivo social que se perciba como inferior.
Los niños no quieren ser Messi o Cristiano Ronaldo porque sean futbolistas, quieren serlo porque son ricos, famosos y mueven tras de sí mucha admiración social. Si el fútbol fuese un deporte minoritario, como lo es el futbol sala, por ejemplo, ni Messi ni Ronaldo serían modelo de referencia alguno para nuestros niños y niñas. Lo son porque el fútbol es un deporte de masas que mueve cantidades ingentes de dinero, y otorga prestigio, riqueza y aparente poder social a quien se convierte en una estrella de ese deporte. Pero son los valores consumistas/capitalistas, las narrativas mitológicas que los construyen socialmente, los que otorgan valor a esos hechos asociados a la figura de los futbolistas como estrellas mediáticas, de la misma forma que lo hace con la figura de los actores o los cantantes, si igualmente consiguen tener éxito y representar esa imagen de riqueza, fama y poder social con la que sueña todo niño en la sociedad consumista/capitalista, porque así le han enseñado a hacerlo desde la simbología y la estructura mitológica que le es propia. Nadie envidiará la belleza ni el nivel cultural de Messi, puede que incluso les parezca feo y con un nivel cultural no demasiado elevado, pero su fama, su dinero y, en definitiva, su capacidad de ser alguien en esta sociedad, su éxito, no lo dejará indiferente. Messi, en tanto que estrella del fútbol, no es un hombre, es un icono: un símbolo desde dónde la mitología consumista/capitalista transmite a la sociedad su mensaje cargado de significación social. Y como Messi, todos esos personajes, reales o ficticios, de la vida real o de la vida audiovisual, que cada día llenan la parrilla televisiva, a todas horas. Tanto las clases medias como la clase obrera son esclavos de estos estereotipos, y ello, a su vez, les hace desarrollar una visión elitista de las clases que ven como inferiores.
Ello explica también, por ejemplo, el fulminante éxito que tienen programas como Gran Hermano u otros Realitys del estilo -citados por Nega en su artículo-. No es el morbo de ver lo que una serie de personas, hasta entonces desconocidas y anónimas –que podrían ser nuestros vecinos, amigos o familiares, es decir, nosotros mismos-, hacen dentro de una casa, para ello ya tenemos nuestras propias vidas, es la fascinación por sentirse reflejados en la imagen que esas personas desarrollan dentro del programa, es la sintonía emocional que inconscientemente se genera en muchas personas con lo que en ese momento tales personajes están materializando y encarnando, es decir, con ese sueño de la fama y el reconocimiento que nos mueve desde que somos pequeños y que, aunque solo sea de manera fugaz y pasajera en la mayoría de casos, ahora han conseguido alcanzar y desarrollar, de la noche a la mañana, esos personajes –que dentro del programa ya dejan de ser personas, como Messi, y pasan a ser iconos-. Por eso, además, tales programas no solamente tienen un éxito de audiencia importante, sino que, cada año, miles y miles de personas se presentan al casting para poder participar en los mismos, con la esperanza de que esa identificación inconsciente que han tenido como espectadores con lo logrado por los personajes que participan en ellos, pueda convertirse en una identificación real. ¿Con qué otro objetivo, si no, puede uno participar voluntariamente en un programa de ese tipo? Todo el mundo debería tener derecho a sus quince minutos de gloria, que decía Andy Warhol. ¿Con qué otra intención, si no, participa uno en esos bodrios como el diario de Patricia o Hermano Mayor, o Princesas de barrio, o cualquier otra guarrada intelectual por el estilo?
La publicidad y los medios de comunicación de masas están consiguiendo imponer un modelo de vida que ata a los sujetos a la estructura económica propia del sistema y que los vuelve sumisos y alienados con el mismo, de tal modo que acaban por confundir los intereses del sistema con sus propios intereses personales, y, así, acaban por creer que defendiendo el sistema están también defendiendo sus propios intereses, incluso en el caso de no formar parte de las clases privilegiadas de la sociedad. No es, pues, el fin de la historia, como nos dicen los capitalistas, pero la mayoría social sí actúa ya como si realmente lo fuera. Y eso es, de facto, lo que de verdad cuenta en este momento histórico, en el cual los ciudadanos han aceptado mayoritariamente el capitalismo-consumismo como hermenéutica de sentido, otorgando a su mitología presunción de veracidad. Con ello, cada vez son menos los sujetos que suponen una amenaza para el sistema y cada vez más los que están dispuestos a actuar en su defensa. Da igual sujeto actual de clase obrera que de clase media: los dos son, mayoritariamente, sumisos por un lado y elitistas por el otro, es decir, siervos del sistema.
¿Vamos a extrañarnos, entonces, de que en la relación entre estas dos clases sociales -la clase media y la clase obrera-, la que se siente superior a la otra trate por todos los medios de expresar su voluntad de poder en forma de bromas, chanzas y marginación a la que percibe como inferior? Es la propia clase obrera la que lo tolera y lo hace posible, en tanto que no solo no se enfada por ello, sino que sueña con poder llegar a ser, en algún momento, parte de quien aplica esa marginación.
Elitismo, sumisión y marcos de acción colectiva
En lugar de aprender a luchar contra las injusticias del sistema y para acabar con los privilegios de las clases dominantes, siendo, como somos, hijos e hijas de las clases trabajadoras explotadas –y aquí sí que me da igual ya hablar, en genérico, de precariado, de proletariado, de clase obrera, de clase media trabajadora, de profesiones liberales, etc.-, en busca de un sistema más justo donde haya una igualdad real de oportunidades para todos y todas, un sistema donde todos y todas podamos desarrollar una vida digna en equidad de condiciones con el resto de nuestros conciudadanos, a través de tales pensamientos aprendemos a soñar con ser algún día parte de la clase explotadora. No solo no nos rebelamos contra las injusticias del sistema, sino que nuestro sueño es formar parte de la clase que mayor interés tiene por perpetuarlas, aún a costa de que esas injusticias se vuelvan, antes o después, en nuestra contra, que finalmente es algo que tiene mucho más visos de ocurrir, es mucho más factible, que el conseguir llegar a ser parte de esa clase privilegiada con la que un día soñamos. Sin embargo, lejos de querer evitar que algo así nos pueda suceder, a nosotros o a nuestros hijos en un futuro, somos nosotros mismos, con esos sueños consumistas-capitalistas adquiridos, con nuestros deseos de llegar a ser lo que son hoy las clases privilegiadas, con nuestra creencia de que para tener éxito en la vida es necesario llegar a ser lo que hoy en día son tales clases privilegiadas, los que legitimamos y atamos nuestras cadenas, los que ponemos una espada de Damocles sobre el futuro, nuestro y de nuestros hijos. Podemos idealizar y ser condescendientes todo lo que queramos con la clase trabajadora, ahora bien, tengamos claro que no por serlo, dejan éstas de ser tan culpables, en general, como las clases medias, o la propia clase dominante, de lo que ocurre actualmente en nuestra sociedad, incluida esa obvia marginación de la clase obrera.
El problema, camarada Nega, no es que la clase media sea elitista y use a la clase trabajadora como objeto de su sadismo (Fromm algo puede explicar sobre el porqué de estos comportamiento de la clase media respecto de la clase obrera) o que, a su vez, la clase obrera sacie sus ansias masoquistas dejándose humillar por aquella, el problema es que en el fondo- volvemos a Fromm-, tanto una como la otra son de alguna manera sádicas –elitistas- y de alguna manera sumisas –masoquistas-. Esto es, ambas han construido sus propios marcos de acción colectiva sobre la base de un sometimiento a la ideología hegemónica de la clase dominante, y los conflictos que puedan aparecer, de manera puntual o generalizada, a nivel socio/económico o a nivel ideológico, movidos por los intereses particulares de cada una o por el momento histórico concreto, son secundarios en relación a esta cuestión central: ambas aspiran a ser lo que a día de hoy es la clase dominante y no a subvertir el sistema; siquiera a ser ella la clase dominante, simplemente la mayoría de sus individuos aspiran a ascender individualmente por esa escala social para poder ir sometiendo con ello a los que quedan por debajo, dejando así de ser ellos los marginados y/o sometidos. Pero ellos, mí, yo, conmigo, no su clase social de partida. ¿Podemos negarlo? Tanto la clase obrera como la clase media no son clases para sí, y sus sujetos no tienen verdadera conciencia de clase: simplemente han hecho suya la conciencia de clase de la clase dominante como marcos para la acción colectiva.
R. Benford define el concepto de “marco de acción colectiva” como “el conjunto de creencias y significados emergentes y orientados a la acción que inspiran y legitiman las actividades y campañas de un determinado movimiento”. Por tanto, los marcos de acción colectiva permiten significar las experiencias individuales y colectivas, al tiempo que orientan y guían la acción colectiva. En este sentido, son tanto un concepto cognitivo y afectivo como social. Cognitivo porque, necesariamente, “el análisis de marcos de referencia se refiere a cómo se realiza el procesamiento cognitivo de los acontecimientos, objetos y situaciones, de forma que se llega a una determinada interpretación”. Afectivo, porque no se trata de cogniciones o simplemente juicios intelectuales, sino cargados de un profundo significado emocional, “lo que los psicólogos cognitivos llaman una cognición caliente, una cognición cargada de emoción”. El “enmarcado” de la realidad social, de los acontecimientos y situaciones sociales, por la que nos vemos “afectados” no se realiza de forma aséptica, sino que está atravesada por emociones y pasiones que llenan de matices nuestros razonamientos y evaluaciones, y que en muchos casos, se convierten en importantes motivos directores de la acción.
Podemos, por tanto, utilizar la teoría analítica de marcos como un modo de acercamiento a la mentalidad de los sujetos de las clases no dominantes que actualmente hacen suyos los mensajes ideológicos hegemónicos que son propios de la ideología de la clase dominante, en tanto que tal hecho nos permite llegar a comprender cómo es posible que tales sujetos no solo no se rebelen contra el sistema establecido, sino que, consciente e inconscientemente, reproduzcan con sus prácticas sociales la hegemonía de la clase dominante. Dicho de otra manera, el modo con el que los sujetos de las clases no dominantes se someten a los valores sagrados que son propios de la hermenéutica de sentido consumista/capitalista, también es, a nuestro juicio, parte fundamental en el proceso de construcción, consolidación y desarrollo de la misma, por las implicaciones que tal hecho ha podido tener en el pasado, como, sobre todo, tiene en el presente y podrá seguir teniendo en el futuro, en relación a tal hermenéutica y sus implicaciones consecuentes en la vida social.
Nuestra tesis es que las clases dominantes han incorporado la ideología hegemónica consumista/capitalista no solo como hermenéutica de sentido, sino, por ello mismo, como marco interpretativo, individual y de acción colectiva, desde el cual analizan tanto su propia realidad subjetiva como el funcionamiento mismo de la realidad social. Así, con sus prácticas sociales, impulsadas al amparo de esas previas creencias ideológicas consumistas/capitalistas constituidas en marcos interpretativos de la vida y la acción social e individual, no solamente reproducen la hegemonía de la clase dominante, sino que ellos mismos se marginan y se condenan a formar parte -de modo indefinido y casi sin posibilidad real de cambio- de las clases dominadas, en tanto que legitimadores de la existencia de tales clases dominantes, y, por tanto, de la existencia de un sistema social injusto donde ellos forman parte del grupo que sufre las injusticias, con todas las consecuencias que tal hecho puede tener a lo largo de sus vidas, tanto desde una perspectiva política y económica, como, sobre todo, desde una perspectiva existencial.
Cabe señalar también que, de acuerdo con Henri Tajfel, partimos del supuesto de que tanto la identidad individual como la identidad colectiva son identidades sociales y que ambas se refieren a autodefiniciones derivadas, entre otras fuentes de identidad, de la identificación de individuos o grupos con las características de determinados grupos o categorías sociales. La diferencia es que mientras la identidad individual se refiere a la autodefinición que caracteriza un individuo, la identidad colectiva se refiere a la autodefinición que refleja las características de un determinado grupo social. El problema, como venimos diciendo, es cuando tales identidades toman su base desde una misma realidad ideológica, y esta es, por principio, contraria a los intereses de la persona que adquiere su identidad por esa vía, subsumiéndose en una identidad colectiva que expresa no una posibilidad de realización de su potencial como persona, sino, justamente, la anulación de la misma. Tal es, en nuestra opinión, la situación en la que se ven inmersos en la actualidad los sujetos de las clases no dominantes en relación a la formación de su identidad, individual y colectiva, en base a criterios que se fundamentan en los intereses de clase de la alta burguesía hegemónica, y esto es igual de válido, en la actualidad, tanto para la clase media como para la clase proletaria.
Con ello, ambas clases problematizan el mundo según una determinada visión ideológica de la realidad social, acorde a los intereses de la clase dominante. Con ello también, por un lado, el sistema puede legitimar su visión maniquea del mundo, divido entre aquellos que siguen y respetan las normas que son propias a tal hermenéutica de sentido, y aquellos que lo atacan o, simplemente, no son capaces de satisfacerlas, donde estos últimos son automáticamente señalados como excluidos del normal funcionamiento de la sociedad consumista/capitalista, y, por tanto, como objetivos de ataque por parte de los discursos hegemónicos que se emiten por medio de los canales de comunicación en manos de esas mismas clases dominantes, y, por otro, puede, ya de las mismas prácticas sociales de los sujetos de las clases no dominantes, influir en aquellos ciudadanos y ciudadanos a los que va dirigido tal mensaje, en tanto que pueda servir para condicionar la actitud mental con la que tales ciudadanos interpretan el mundo, y, en consecuencia, para que la imagen que del mismo tienen vaya sumando nuevos adeptos entre las nuevas generaciones que inician su proceso de socialización: nuevos sujetos consumistas/capitalistas dispuestos a convertir esta imagen mental en una guía para la acción y la práctica social, en una reproducción fiel de los intereses de la clase dominante y de su hegemonía ideológica.
Contra la idealización de la “clase obrera”
Todo ello, finalmente, por más que quisiéramos, nos impide poder tener una visión romántica e idealizada del sujeto actual, en tanto que mera víctima de una ideología que se le impone contra su voluntad y contra la cual poco o nada puede hacer para rebelarse. Si bien es cierto que la ideología consumista/capitalista le es impuesta, como hermenéutica de sentido, contra su voluntad inicial y de manera violenta, también lo es, tanto o más, que son los propios sujetos los que, a la postre, asumen de buen grado esta ideología de manera voluntaria, en tanto y cuanto no solo no hacen nada por rebelarse contra ella –incluso en situaciones de marginalidad, exclusión social o cualquier otro tipo de problemática existencial asociada-, sino que esperan sacar algo de ello. Es el interés, y no la imposición, lo que hace, en última instancia, que el sujeto se someta de manera voluntaria a lo que emana de la hegemonía consumista/capitalista como hermenéutica de sentido.
Esto es, una vez los códigos de sentido que son propios de esta ideología consumista/capitalista han sido interiorizados por el sujeto, a través de su proceso de socialización, es el propio sujeto el que pretende, movido por su propio interés personal, reproducirlos eficientemente. Busca con ello posicionarse socialmente lo más alto posible y adquirir, tanto desde sí mismo como desde los demás, la más alta valoración posible, acorde a los mecanismos de valoración social que son propios de esta ideología dominante que ha asumido como propia.
El sujeto se vuelve así cómplice de su propio destino y, aunque en un primer momento la ideología consumista/capitalista –como forma de vida- le ha podido ser impuesta, finalmente es su propia voluntad consciente la que permite que la hegemonía consumista/capitalista se reproduzca y se expanda a través de sus propias prácticas sociales, en sintonía directa con la ideología dominante.
El afán de riqueza, el interés sexual, las ganas de adquirir prestigio social acorde a los valores dominantes o su rechazo a cualquier alternativa de sentido que no sea la que le viene impuesta por defecto, con las lógicas consecuencias que ello tiene en la reproducción y consolidación del orden social establecido, no responde únicamente a un dominio autoritario de la clase dominante sobre la conciencia de los individuos de las clases dominadas, sino al propio interés que tales individuos tienes de crecer socialmente en base a la reproducción de esos planteamientos propios de la ideología dominante, como representación de los intereses de clase de la clase dominante.
La inmensa mayoría de los sujetos de clase obrera en la actualidad funcionan dentro de estas coordenadas de sumisión y sometimiento, por lo que debemos tener mucho cuidado de no caer en su idealización. Que sigan siendo un sujeto imprescindible para cualquier intento de cambio social real, de una verdadera revolución, no solo no nos ha de hacer que lo idealicemos, sino que, precisamente, nos obliga a ser en todo momento críticos con sus formas de vida y su papel actual dentro de la sociedad, pues solo podremos generar la necesaria conciencia de clase en ella partiendo de estas críticas -esto es, denunciando su papel cómplice con el sistema-, una vez entiendan tales críticas y traten de actuar en consecuencia para revertir su actual condición de aliados necesarios del sistema y empezar a actuar como una verdadera clase revolucionaria.
O, dicho de otro modo, la inmensa mayoría de la clase obrera actual no sueña con una sociedad socialista, no sueña con una revolución política que mejore sus condiciones de vida. Sueña con que le toque la lotería o con cualquier otra manera de ascender, de una forma o de otra, en la escala social capitalista -y a poder ser de forma inmediata y sin esfuerzo-. Es triste, pero es así. Y no ver eso como algo fundamental en cualquier análisis de clase sobre la realidad de la clase obrera, es como querer empezar una casa por el tejado.
La foto de la discordia
Así, cuando el señor Raimundo Viejo Viñas sube una imagen como la que acompaña al artículo del Nega –que hacemos también nuestra para este artículo-, el problema real no es, como apunta Nega, que no sea “para denunciarla por su clasismo decadente y su elitismo, sino porque le resulta muy graciosa y acertada”. Como decimos, muchos de esos mismos sujetos de la clase obrera que Nega trata con bastante condescendencia en su artículo –casi rozando la idealización, aunque solo sea por el efecto de no realizar ningún tipo de crítica contra ellos- se habrán podido sentir identificados y estar de acuerdo con el contenido ideológico de la foto, que, a fin de cuentas, lo que pretende es denunciar que emigran los que tienen una mayor formación académica y se quedan los que tienen una menor y además prefieren emborracharse que estudiar. Aunque de la foto no se pueda deducir realmente que los que salen bebiendo y con aspecto “cani” en ella no tengan estudios superiores (¿cuántos con esa imagen no están en nuestras facultades?), el análisis global de la misma así pretende hacerlo ver.
El problema real de esa foto es que da por hecho que existe, de base, una diferencia entre unos y otros. Algo así como que la sociedad pierde calidad cuando se van los universitarios y se quedan los “canis”, porque los unos aportan más a la sociedad que los otros y, por tanto, son más productivos para que el futuro nos pueda otorgar cosas mejores a todos. Una diferencia que, en esencia, no es real. Unos y otros, mayoritariamente, comparten unos mismos valores y son parte de un mismo sistema ideológico dominante. Su capacidad crítica respecto del sistema y sus ganas de luchar por cambiarlo, suelen estar en niveles similares. Es decir, la inmensa mayoría de los universitarios titulados de hoy, como la inmensa mayoría de los sujetos de clase obrera no universitarios, no quieren cambiar el sistema y no tienen la menor capacidad crítica con el sistema. Luego ya podremos entrar en matices de si unos están más o menos presentes en las luchas sociales, o si unos son más o menos esclavos de la moda, la ropa de marca o el afán de lujo. Si tienen más o menos conciencia social o si son más o menos individualistas. Pero la realidad es esa: ambos conducen a la sociedad hacia un mismo futuro, que no es precisamente, visto desde nuestra perspectiva de izquierdas, un futuro esperanzador. Ambos apuestan mayoritariamente por mantener intacto el sistema actual. Ese es, pues, el error que encierra esa foto: que puede hacer creer que unos son moralmente superiores a los otros por tener estudios universitarios y ser de clase media.
El mismo error, aunque de manera inversa, que comete el Nega al creer que el hecho de no tenerlos y ser de clase obrera tiene alguna importancia real en la lucha ideológica contra el capitalismo o en un futuro donde las masas se puedan sumar a la lucha revolucionaria contra el sistema. En ambos casos el error es el mismo, pues, en ambos casos, ni el futuro pintará mejor por la acción de unos u otros, ni el capitalismo se verá más amenazado porque haya más, en un determinado país, de los unos o de los otros. Solo la crítica que nos dice que ambos son, en esencia, igual de serviles al sistema mientras asuman mayoritariamente la ideología consumista/capitalista dominante, puede explicar el por qué esa foto es una mierda clasista, y esta sociedad una mierda en manos de la hegemonía ideológica burguesa.
Idealizar a la clase obrera, o atacar el elitismo de la clase media, no aporta nada a la crítica global al sistema consumista/capitalista, salvo que se haga desde una perspectiva dialéctica y, a fin de cuentas, se denuncie que ambos tienden a comportarse igualmente como elitistas y sumisos según las circunstancias y en relación a qué otros actores sociales se miren. La clase obrera es la tesis, la clase media es la antítesis, y la hegemonía ideológica de la clase burguesa dominante, la síntesis.
Comentario