Por: Omar Acha
Renovar el lugar del marxismo en la teoría crítica radical de la sociedad capitalista exige un desplazamiento respecto del concepto de «materialismo histórico» con el que, muy ampliamente, se identificó al marxismo durante el siglo XX.
El artículo que sigue es la introducción de Marxismo e historia. Deconstrucción y reconstrucción del materialismo histórico (Buenos Aires, Prometeo, 2023).
Este libro está dedicado a elaborar un punto de partida para la renovación del lugar del marxismo en la teoría crítica radical de la sociedad capitalista. El carácter inevitablemente preliminar de dicho recomienzo no es por eso menos exigente. Su hilo conductor sostiene que ese lugar —cuya premisa es la renuncia a ocupar el entero espacio de la teoría crítica— exige un desplazamiento respecto del llamado «materialismo histórico» con el que, muy ampliamente, se identificó al marxismo durante el siglo XX.
¿Qué fue el materialismo histórico? En apariencia, una de las encarnaciones insoslayables de la teoría social desarrollada desde y después de KArl Marx. Mi tesis es que ese «materialismo» (que fue, en rigor, un idealismo, según explicaré más tarde) malogra la historia conceptual del marxismo, cuya conjura este libro desea disolver. ¿De qué manera? En principio, revelando los rasgos nativos de su formulación primera, a saber, la del socialista alemán Franz Mehring. Reconstruiré, rápidamente, la invención de Mehring. Pero antes de hacerlo quisiera prevenir al público lector de que no me embarco en una operación marxológica, de las tantas orientadas a explicar Marx o al marxismo. Todo lo que elaboraré sobre el marxismo y respecto del propio Marx tiene sentido si se sitúa en un proyecto de reconstrucción de una metateoría denominada «materialismo histórico» en la que la crítica marxista debe ocupar un lugar específico, central, pero, en modo alguno, el exclusivo. Por ende, si regreso a estos pliegos antiguos es en virtud de una vocación teórica orientada al presente y tensionada hacia una transformación radical del emplazamiento contemporáneo de la crítica marxista. Dicho esto, regreso a las postrimerías del siglo XIX en el socialismo alemán.
En 1893 Mehring publica en Stuttgart un libro intitulado Die Lessing-Legende, en cuyo apéndice incluye el texto «Sobre el materialismo histórico» (Mehring, 1893). En dicho escrito de poco más de sesenta páginas, compone una secuencia de referencias y citas, comenzando por el Friedrich Engels del libro recientemente publicado, en ese momento, sobre Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1892), pero más significativamente consagra al prólogo de Marx a su Contribución a la crítica de la economía política, de 1859, como la plasmación del materialismo histórico comprendido en términos de una explicación de la historia humana. Luego añade la afirmación del Manifiesto comunista respecto de que la historia está compuesta por una secuencia de luchas de clases. En ese momento se desconocían los fragmentos que luego serían publicados como La ideología alemana, de Marx y Engels. Pero Mehring reconoce al materialismo histórico —todavía no se hablaba corrientemente del «marxismo»— como la proeza intelectual de Engels y Marx.
Un cuarto de siglo más tarde, Franz Mehring da a conocer una biografía de Marx en la que el materialismo histórico encuentra otra fundamentación textual, mencionada al pasar en el escrito de 1893: Miseria de la filosofía (Mehring, 1965: 105-110). En contraste con el «valor constituido», que en Proudhon emerge de la tensión «dialéctica» y transhistórica entre «valor de uso» y «valor de cambio», leído por Mehring, Marx habría demostrado el carácter históricamente cambiante y antagonista de la lucha de clases inherente a la producción de valor económico.
Y cuando llega el momento de presentar los descubrimientos marxianos del tomo primero de El capital, la lectura es esencialmente «ricardiana»: la clave reside en el trabajo no remunerado al obrero asalariado, la «forma histórica especial» de una larga secuencia de explotaciones de clase (Mehring, 1965: 283). La «ley del valor» y sus formas, es decir, el concepto diferenciador de la innovación teórica de Marx respecto de la economía política sometida a crítica, carece de importancia en la reconstrucción, por la buena razón de que enfatizar su singularidad como la facultad mediadora de una totalización social –por más problemática y engendradora de crisis sistémicas que sea– es difícilmente compatible con el presunto «materialismo histórico» atribuido al autor de El capital.
Cualquiera sea la importancia de la formulación de Mehring, la historia intelectual demuestra que la eficacia de una idea reside más en sus apropiaciones posteriores que en una presunta fuerza inmanente de la teoría. A lo largo del siglo XX, o, al menos, hasta 1960, en que comenzó a ser cuestionado, incluso, en el seno de los distintos marxismos, el «materialismo histórico» devino en una filosofía o explicación universal del sentido inexorable de un desarrollo histórico milenario conducente al comunismo. Esa filosofía de la historia está, desde hace varias décadas, justamente desacreditada. Entonces, ¿por qué esperar que el público lector se demore en la lectura de todo un libro enfocado en deconstruir una concepción obsoleta? ¿No bastaría simplemente con ignorarla y avanzar, o bien en un descarte del marxismo como tal, o bien en la elaboración de una teoría crítica radicalmente diferente?
En un ensayo filosófico importante publicado en 1995, José Sazbón distinguió tres posibilidades de enfrentar la reciente «crisis del marxismo». De acuerdo con este autor, a propósito del incierto porvenir del marxismo, sería posible hallar proyectos de deconstrucción sin reconstrucción, de reconstrucción sin deconstrucción y de deconstrucción con reconstrucción (Sazbón, 1995).
Un caso de la primera variante deconstructiva es el posmarxismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en su obra Hegemonía y estrategia socialista. De acuerdo a las razones de su perspectiva gramsciana revisada como teoría del discurso, el marxismo debe ser disuelto (Laclau y Mouffe, 1985). El fracaso de su determinismo en reconocer el carácter contingente de la construcción hegemónica, debido a la imposibilidad de derivarla de un fundamento de clase, conduce al abandono del marxismo. La deconstrucción de la imposibilidad del marxismo para tematizar la formación hegemónica, y, por lo tanto, de la acción política, se sustrae a toda reconstrucción.
Un enfoque contemporáneo diferente sostiene que una reformulación rigurosa del planteo de Marx (usualmente, esta variante apela más a Marx que al heterogéneo marxismo) es adecuado para ofrecer una alternativa al posmarxismo. El trabajo más consistente de esta orientación mencionado por Sazbón es el Gerald Cohen en La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa (Cohen, 1978). Allí, argumenta que los pasajes del prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, publicada por Marx en 1859, proporcionan los elementos imprescindibles para una teoría consistente del cambio histórico de larga duración. Al identificar la dinamicidad de las fuerzas productivas, es decir, una mayor tendencia al desarrollo en comparación con relaciones sociales de producción más conservadoras, el esfuerzo teórico de Marx habría sido exitoso. Cohen solo añade al planteo de Marx, desde su metodología filosófico-analítica, un esclarecimiento sobre la explicación funcional operante en su teoría. En un capítulo posterior explicaré por qué el gran estudio de Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominación social, puede ser incorporado a esta franja teórica marxista (Postone, 2006).
Finalmente, Sazbón detecta las propuestas de reconstruir el planteo crítico de Marx después de someter a examen premisas insostenibles en la historia del marxismo. Dos nombres bien distintos pero afines dentro del tercer lote teórico son, siempre para la cartografía sazboniana de la teoría crítica, Lois Althusser y Jürgen Habermas. Para Althusser, un retorno a Marx requiere desligarlo de las premisas humanistas de Feuerbach y del idealismo hegeliano. En Habermas, el problema central de Marx consiste en la unilateralidad del paradigma del trabajo, en desmedro del mundo de la vida y la comunicación. El teoricismo althusseriano y el evolucionismo comunicacional habermasiano apuntan a reconstruir un materialismo histórico después de una profunda revisión. En su debido momento, analizaré las perspectivas de Habermas y Althusser para mostrar por qué sus paradigmas no son plenamente convincentes.
Con su perfil singular, este libro podría ser incorporado al esfuerzo por reconstruir el marxismo con el mismo procedimiento de su deconstrucción como materialismo histórico. Solo que, mediante una metamorfosis conceptual, la destitución teórica del marxismo-como-materialismo-histórico cede lugar a un materialismo histórico de nuevo cuño en el cual un marxismo revisado en términos de una teoría crítica de la sociedad capitalista alcanza su relevancia más precisa. Este aparente juego de palabras se explica como sigue: el viejo materialismo histórico, en tanto explicación determinista y transhistórica, no condice con el proyecto crítico reiniciado por Karl Marx. El desarrollo de ese proyecto inconcluso requiere un nuevo materialismo histórico como metateoría de las historias posibles, en un contexto ampliado de la teoría crítica. Todo este libro consiste en el desarrollo de esta frase.
Debo regresar, entonces, al materialismo histórico que pretendía explicar por qué, desde el esclavismo al feudalismo, había un tránsito necesario y fundador por una sociedad burguesa en la que emergía la clase enterradora de un devenir comunista inexorable. ¿Se trata meramente de una lectura desencaminada de Marx? ¿Y por qué debería interesarnos dicha lectura más que como un tema entre otros de la historia de las ideas o de una inquietud anticuaria?
La realidad histórica nunca se equivoca. El marxismo, como teoría general de la historia, es una formación residual de los siglos XIX y XX (sugiero al público lector no apresurarse a hallar aquí un enunciado historicista, pues, en lugar de un error, argumentaré la eficacia de una equivocidad racional). El marxismo como teoría crítica de la sociedad capitalista recién reinicia su trayectoria. La «crisis del marxismo» es, por lo tanto, comprensible y sería deseable que calara hasta lo más profundo de sus premisas, pues la crisis no se explica con la contingencia de una derrota política, por lo demás insoslayable, de la estrategia socialista que le fue afín.
El marxismo como sistema total adquirió la consistencia de una doctrina en las postrimerías de una época en que la ciencia positiva, es decir, aquella identificada con la presunta predictibilidad de las ciencias naturales, legitimaba toda aspiración de futuro. ¿Por qué el marxismo no iba a plegarse a ese sentido común que en Occidente se presentaba como el horizonte insuperable de la ciencia? Los marxistas reclamaron que su teoría era científica y, como tal, proclamaba poseer la clave de una ciencia de la historia, de la cual la política era un corolario. El materialismo histórico debía explicarlo todo. La doctrina marxista demandaba, en consecuencia, validez para lo histórico y lo transhistórico, para la investigación situada y para la epistemología. Al materialismo dialéctico como filosofía le correspondía el materialismo histórico como plasmación empírica verificable en los diversos escenarios histórico-mundiales.
Hoy leemos esas formulaciones del mismo modo que leemos el Cantar del Mío Cid, de finales del siglo XII, es decir, como configuraciones míticas de un tiempo polémico. En otras palabras, como emergencias de actos de simbolización con que los actores de un determinado contexto quisieron hacer cosas. Para las generaciones socialistas del siglo XX, consistía en generar una explicación científica de por qué la Historia hollada por las sociedades de clases, y en consecuencia injustas, prepararon el desenlace necesario de una sociedad sin clases.
El derrumbe de ese materialismo histórico puede ser leído superficialmente. Así como se creyó que hubo un Diluvio universal hace, más o menos, tres mil años, o que Dios creó a Adán y a Eva, se creyó en la necesidad del comunismo. Lo sostuvieron las y los comunistas, pero también los y las anticomunistas.
En este libro no se desarrollará una explicación de las interpretaciones de los textos de Karl Marx conducentes a esa consagración. Una historia del materialismo histórico es una investigación pendiente. Las referencias incorporadas son, seguramente, insuficientes para los estándares de una reconstrucción erudita. Aún más grave es la idea simplificada de la historia del materialismo histórico marxista que en su mismo comienzo está preñado de controversias. Por solo dar un ejemplo, apenas posterior a los textos de Mehring, las variantes de la «concepción materialista de la historia» y del, cada vez más, extendido «materialismo histórico» alcanzan formulaciones muy distintas e, incluso, polémicas entre sí. Es lo que se observa en los textos del ruso Guiorgui V. Plejanov (1896), deudor del materialismo filosófico de Holbach y Helvecio, en vivo contraste con los de un Antonio Labriola (1897), afín al historicismo. Lo importante es la recepción de esas fórmulas en la generación siguiente. El propio Lenin testimonia que «la concepción “monista” de la historia de Plejanov, otro nombre para designar su materialismo en lo histórico, educó a toda una generación de marxistas rusos» (Baron, 1976:198).
Lo cierto es que tras la debacle de la Segunda Internacional en 1914, más que en la vacilante socialdemocracia alemana, los precedentes esbozados por la generación de Mehring, hallaron un soporte institucional con la formación del nuevo Estado en busca de legitimación durante la década de 1920 en la Unión Soviética, sostén prolongado hasta 1990 en el ciclo abierto por la Revolución Rusa. Las consecuencias de esa evolución doctrinaria son el primer objeto de deconstrucción acometido en este libro.
Según la perspectiva elaborada aquí, Marx no fue un filósofo de la historia. Como en la «nueva lectura de Marx», desplegada desde los años setenta del siglo XX y desarrollada en los primeros lustros del siglo XXI en textos de autores como Moishe Postone, Chris Arthur, Nancy Fracer y Roswitha Scholz, si Marx y el marxismo poseen algún interés conceptual es en términos de una teoría crítica de la sociedad capitalista. De acuerdo a esta línea de pensamiento, la proeza de Marx, luego desarrollada por algunas investigaciones marxistas, residió en haber detectado y explicado la lógica de una forma social inédita: la «lógica del capital». Las diferentes vertientes de esa renovación de la teoría marxista acentúan algunos aspectos del razonamiento marxiano en El capital o prefieren remitirse a ciertos planteos de los cuadernos de estudio conocidos como Grundrisse. Los énfasis analíticos de la «nueva lectura de Marx» descansan, a veces, en el valor, en el capital o en el fetichismo de la mercancía. La lógica social parece imponerse sobre lo histórico.
Por cierto, esa «nueva lectura» no es la única fuente de interpretaciones marxistas contemporáneas. Los argumentos de las perspectivas que reprochan a esta lectura un teoricismo desconectado con la estrategia y acción políticas están lejos de ser desdeñables. En las aproximaciones preocupadas por enlazar el análisis lógico con la praxis transformadora pueden introducirse acentos sobre el proceso de trabajo, el plusvalor o la explotación, así como derivaciones hacia la política, la ideología o el Estado. Pero cualesquiera sean los matices, todo este conjunto de investigaciones abandonan la «teoría de la historia universal» o «materialismo histórico» en beneficio de una teoría crítica inmanente de la forma social capitalista conocida como «época moderna y contemporánea» (aquí «inmanente» significa interna, o lo que es lo mismo, que es generada por disonancias de lo que es objeto de crítica; por lo tanto, no es una idea arbitraria o un ideal abstracto legitimado en ningún procedimiento analítico). Con la disolución de la Unión Soviética, en 1991, y el pasaje de la China tradicional a la ahora vacilante locomotrora del sistema capitalista, la lógica del capital ha devenido, finalmente, en la «totalidad social» analizada por Marx en sus configuraciones iniciales.
Dicho esto, mi interés consiste en mostrar la importancia de restituir una reflexión sobre las duraciones históricas y la conveniencia de situar un marxismo renovado dentro de coordenadas teóricas más amplias que redundan en la proyección de un nuevo materialismo histórico. El despliegue de una crítica inmanente o interna de la lógica capitalista, justamente porque perfila una totalización social global, intersecta dimensiones no siempre reductibles a la temporalidad del capital. El tiempo social es, para retomar la fórmula de René Zavaleta Mercado, abigarrado. Está henchido de temporalidades que el capital nunca logra subsumir enteramente. Por el contrario, las pone a trabajar —con diverso grado de éxito— en su proceso insaciable de acumulación dineraria.
Por ese motivo es importante proceder a una deconstrucción del materialismo histórico que no se reduzca a cancelarlo como mero error. A eso se dirige la primera parte de esta obra. El estudio inicial y el primer capítulo del libro revisitan la tradicional representación de Marx como filósofo especulativo o cientificista de la historia, dos formas, en apariencia enfrentadas, pero en verdad solidarias, de subordinar la crítica del capital a una concepción de la historia en la larga duración. Apoyándome en una lectura de los Grundrisse, los cuadernos de lectura redactados entre 1857 y 1858, explico que para Marx la historia universal es un concepto ideológico inseparable de la aparición del orden mundial capitalista.
Con buena inferencia hegeliana, al prolongarse como un sistema de relaciones sociales que subsume porciones crecientes de lo real en su dinámica, la sociedad capitalista se despliega al «poner» eso real como momentos de su propia universalidad. Por eso la historia universal, como camino inevitable hacia la realidad capitalista, funda la necesidad de la filosofía de la historia. Mas, como tal decurso inexorable, a su vez, es un subproducto del devenir del capital en el mercado mundial, el análisis marxiano es crítico, y no apologético, de la Historia. En todo caso, sí se encuentra en sus textos un examen ambivalente en el que las consecuencias de dominación inherentes a la forma social capitalista están acompañadas de posibilidades de una superación. Desde allí sostengo que Marx es un crítico de la historia universal y no su heraldo filosófico.
El capítulo segundo analiza el prólogo a Contribución a la crítica de la economía política, de 1859, el texto central que durante más de un siglo ha sido considerado el documento esencial del materialismo histórico. Una lectura detallada de ese breve texto y su contextualización en el desarrollo del pensamiento marxiano, a lo largo de la década de 1850, muestran, en mi opinión, que ha prevalecido un equívoco en la lectura del prólogo. Los párrafos en los que Marx sintetiza sus descubrimientos sobre el desencadenamiento de épocas revolucionarias entre diferentes modos de producción, secuencia que concluiría con el fin de la prehistoria humana regida por la división en clases sociales, no son otra cosa que un resumen de convencimientos teóricos elaborados durante los años 1844-1848, en colaboración con Friedrich Engels. Luego se abriría un periodo de revisión y de reinicio de las investigaciones orientadas por una crítica de la economía política, es decir, de la forma teórica más reveladora de las categorías constitutivas de la sociedad contemporánea. Tras ese reinicio, el centro de las interrogaciones marxianas tuvo como objeto la sociedad capitalista y no la historia en la larga duración.
El equívoco que hizo de un breve texto autobiográfico el soporte documental de una lectura de Marx como teórico del materialismo histórico, sin embargo, no se disuelve por la mera exégesis historiográfica. Es que, si bien en El capital Marx rehúsa una explicación histórico-lógica del surgimiento de las relaciones sociales capitalistas (o lo que es lo mismo, niega que la teoría refleje el curso de los procesos históricos), el propósito de profundizar la crítica del carácter, a la vez, revelador y apologético de la economía política exige una historización imposible de realizar sin apelar a conceptos de alcance transhistórico. Al proclamar un método materialista, es decir, ajeno a un sistema especulativo desenvuelto en las entrañas de sus derivaciones conceptuales, Marx se ve forzado a utilizar categorías, en ciertos casos, irreductibles a las formas sociales de la sociedad capitalista, justamente para mostrar su especificidad. De allí que lejos de ser solo categorías del sujeto o derivadas del enfoque teórico, en sentido dialéctico, son conceptos arraigados en formas sociales.
El problema consiste en que tales categorías, algunas de las cuales alcanzan una abstracción intransferible en la sociedad capitalista, no pueden ser adecuadamente justificadas desde el marco de la crítica interna desarrollada por Marx. Por lo tanto, su interpretación del planteo crítico, como un materialismo histórico de envergadura transhistórica, es mucho más que un error o descuido por parte del propio Marx y del posterior marxismo. Es un equívoco racional. El modelo semántico de tal equívoco no se dirime en términos de verdad como correspondencia (es decir, como adecuación del discurso a una referencia externa a tal discurso). Se trata de una formación homóloga al síntoma en psicoanálisis, que revela, a través de sus dificultades inherentes, una verdad imposible de ser disuelta merced a un esclarecimiento lingüístico o lógico. Por eso perdura en una obra como La teoría de la historia de Karl Marx, soñada por Gerald Cohen como expresión de un «non-bullshit Marxism» pertrechado con la artillería antimetafísica de la filosofía analítica.
Los dos estudios siguientes se dirigen a profundizar la deconstrucción pero con un horizonte orientado a la posibilidad de otro materialismo histórico. Ese proyecto suscita una sensata pregunta: ¿por qué encarar una reconstrucción, si la crisis del marxismo ha conducido a tantos intelectuales hacia el posmarxismo? Entiendo que la potencia del pensamiento se autolimita en exceso y empobrece al restringirse al ejercicio, francamente autocomplaciente, de revelar las inconsistencias de la teoría. Un examen lógico expone con escaso esfuerzo las debilidades que acosan sin piedad a toda construcción conceptual en el mundo imperfecto de la experiencia humana. Concluir el pensamiento en esa deconstrucción es apenas el inicio del verdadero camino del saber. El desafío mayor reside en el abismo de la producción conceptual, en la creación teórica en modo alguno condenada a existir. Por eso estoy lejos de plantear una oposición entre deconstrucción y reconstrucción.
El tercer estudio de este libro prosigue la exploración de los límites de la reconstrucción con deconstrucción del marxismo. Los casos discutidos son las teorías propuestas por Louis Althusser, Jürgen Habermas y el autonomismo italiano cuya figura más conocida es Antonio Negri. El recorrido de las reconstrucciones de explicaciones críticas de la historia en los tres autores mencionados permitirá plantear con mayor detalle la proyección de un nuevo materialismo histórico, ya no identificado sin residuos con la crítica marxista. Como se verá, sin embargo, el alcance metateórico del nuevo materialismo halla en la advertencia dialéctica sobre la deuda categorial del pensamiento, con la eficacia discursiva de la mediación capitalista, un argumento decisivo para preservar el protagonismo teórico del marxismo.
Con el propósito de evaluar la crítica inmanente de la sociedad capitalista, el cuarto capítulo se concentra en un estudio de la temporalidad en Moishe Postone. Su influyente reinterpretación de Marx ofrece un caso ejemplar de lo que Sazbón denominó reconstrucción sin deconstrucción.
Se dirá que el juicio recién planteado es erróneo. En efecto, Postone somete el «marxismo tradicional» a un riguroso escrutinio. Según su análisis, la versión «tradicional» fracasa como teoría crítica de la sociedad actual debido a su premisa de una praxis transhistórica del «trabajo». En buena medida, el marxismo tradicional se habría desviado del enfoque superador de la economía política desplegado por Marx. Por esa razón, Postone considera adecuado restituir el enfoque marxiano basándose especialmente en los Grundrisse. El resultado al que arriba en su obra subraya la superioridad analítica del planteo maduro de Marx respecto de gran parte de la tradición teórica marxista. Pero, también, defiende ese diagnóstico respecto de las elaboraciones posmarxistas que, sin ser necesariamente antimarxistas, abandonan la crítica dialéctica de la forma social capitalista. El texto revelador al respecto es la lectura postoniana del ensayo de Jacques Derrida, Espectros de Marx (Postone, 2007). El argumento principal consiste en destacar la imposibilidad de una explicación desde Derrida, y lo mismo podría señalarse a propósito de Laclau y Mouffe ante el desafío de la globalización o el «nuevo orden mundial». En consecuencia, sus alternativas conceptuales en términos de la teoría crítica son endebles. Sencillamente porque carecen de los recursos para conceptualizar la lógica decisiva de la contemporaneidad: la imposición universal de la mediación capitalista.
Reconocido por convincente, tanto el examen del marxismo tradicional como del posmarxismo, de esto no se sigue que la reinterpretación postoniana de Marx provea los recursos adecuados para la reconstitución de una teoría crítica adecuada a nuestra época. Esta tarea, central en Marx desde 1844 hasta su muerte, es imprescindible pero insuficiente para nuestra actualidad. El análisis del proyecto de Postone se concentra en el concepto de tiempo histórico. Argumento allí la urgencia de ampliar las temporalidades vigentes en las prácticas sociales y subjetivas en la sociedad capitalista para reconocer la eficacia de fenómenos cuyas cronologías son irreductibles, aunque inseparables, de la historicidad capitalista.
La segunda parte del libro es tan importante como la primera para los fines propuestos. Me interesa subrayar especialmente su carácter de índice respecto de una posible incomprensión del propósito del presente volumen: este no es un libro más de marxología. De hecho, la investigación marxista como fenómeno autónomo es menos relevante que la producción de una teoría crítica e investigación comprometidas con el análisis revolucionario —en el exacto sentido normativo en que pone en cuestión su naturalidad— de la sociedad productora de mercancías.
El esclarecimiento de la historia del marxismo constituye un insumo para la reflexión teórica, y esta, para neutralizar cualquier tentación de mera especulación, requiere una transcripción en sede de investigación. Dicho en otros términos, si la reconstrucción del materialismo histórico tiene relevancia, esta se dirime tanto en su consistencia conceptual como en su facultad de plantear preguntas interesantes para la investigación. Su eficacia, entonces, se determina también a posteriori, a saber, respecto de lo que sea capaz de iluminar críticamente a propósito de la historicidad en que habitamos.
El primer estudio de la segunda parte, quinto capítulo, comienza con una intervención en la que es una de las discusiones más importantes en el debate sobre la actualidad. En materia historiográfica, la globalización ha desafiado los programas de investigación surgidos tras el cuestionamiento de la historia social con la cual el marxismo, pero no solo él, habían sido identificados. La historia cultural, la historia intelectual, la historia de género y la microhistoria fueron articuladas, no siempre convincentemente, en un abanico en el que la historiografía marxista (junto al funcionalismo, al cuantitativismo y a la econometría) era reconducida a un pasado obsoleto. El siglo XXI reveló, no sin sorpresa, un nuevo escenario historiográfico.
En los primeros años del nuevo siglo, quienes durante décadas habían practicado la historia social, con algún grado de entonación marxista, comenzaron a evaluar las limitaciones de los nuevos paradigmas postsociales. Así lo hicieron, por ejemplo, Geoff Eley y William Sewell, quienes esbozaron retornos a la historia social, aunque razonablemente propusieron incorporar los aportes mejores de los «giros» lingüístico y cultural, además de la interseccionalidad en que participan el género, la clase y la raza (Eley, 2008; Sewell, 2005). Una década más tarde, en el Manifiesto por la historia, Jo Guldi y David Armitage (2016) plantearon que los enfoques microhistóricos y culturalistas de gran predicamento en el precedente cuarto de siglo eran inadecuados para los desafíos intelectuales y políticos del presente (esencialmente, la desigualdad, el cambio climático y el big data). El capítulo explora la relevancia del examen marxista de la totalización mercantil capitalista para una historiografía crítica de la globalización. Desde un enfoque marxista reconstruido, el alcance global, mundial o transnacional de la historiografía se deriva, categorialmente, de la inédita experiencia de nuestra época, cuya configuración es distinta a las características de los imperios antiguos.
La contemporaneidad global expresa, lejos de toda apología, las ambivalencias de formas históricas de dominación social. Al mismo tiempo, la mediación general por el valor mercantil se temporaliza y particulariza en cada situación, inhibiendo la tentación idealista del cierre lógico de una totalidad entonces absoluta. La forma social asumida en cada situación por la lógica del capital exige ser investigada. La mediación se torna en palabra mágica si se olvida que opera en forzamientos permanentes, involucra actores y prácticas, está plagada de desajustes y nunca está eximida de ingresar a una zona de crisis.
En consonancia con la lectura de Marx como un crítico radical del concepto de Historia, el capítulo muestra, a propósito de la «historia global» elaborada por los autores John Robert McNeill y William Hardy McNeill, el carácter retrospectivo de la historia global elaborada en su libro Las redes humanas, donde el alcance de las retículas es claramente actual pero proyectado hacia el pasado milenario. El capítulo revela por qué la imposición de una conceptualidad a priori es tranquilizadora y dudosa, sin que necesariamente una idea de lo concreto, como inter-relación de las múltiples relaciones, carezca de interés.
El sexto capítulo avanza en el refinamiento conceptual y metodológico del nuevo materialismo histórico. Es preciso admitir que la formulación polémica de Karl Popper sobre la naturaleza infalsable del marxismo contenía una dosis de verdad cuando se lo interpretaba como el viejo materialismo histórico. Con ese temperamento, el capítulo se detiene en la formulación del historiador inglés Edward P. Thompson, quizás, junto con Fernand Braudel, el investigador más influyente en la práctica historiográfica del siglo pasado, de un marxismo ajeno al arcaico materialismo histórico que él supo asociar, con parcial precisión, con el estalinismo. Thompson repropone otro materialismo histórico organizado alrededor del concepto de «lucha de clases». Desde ese enfoque, los actores concretos de clase no son fantasmas irrelevantes de un libreto que transcurre sin ellos saberlo. Ese sería el déficit básico del determinismo económico estalinista y de su versión filosófica-estructuralista encarnada, según Thompson, por Althusser.
El enfoque de Thompson será analizado por otra razón, además de la revisión del determinismo marxista a la luz de la lucha de clases. En efecto, ni las clases, ni la lucha de clases son conceptos primarios del análisis marxista de la forma social capitalista, y tampoco pueden ser extendidas conceptualmente a todo tiempo y lugar. Son las transformaciones de aquella forma las que rigen los cambios ocurridos en la estructuración de las clases en un cierto contexto histórico. La morfología de las clases se modifica siguiendo el ritmo de la producción social capitalista. Esto no impide reconocer las consecuencias del accionar de las clases, sus procesos de cohesión o dispersión, así como la relevancia de las formas de la experiencia vivida. La incorporación de esas y otras dimensiones de las prácticas sociales justifican la riqueza analítica de la historiografía thompsoniana, pero es incorrecto atribuirlas a un enfoque marxista que sería, así, una teoría positiva de la totalidad. No obstante, la pregunta abierta por la innovación teórico-historiográfica thompsoniana —que, con buen tino, acude a temas gramsciano-culturales y antropológicos cuando advierte la insuficiente de los conceptos marxistas— consiste en identificar las eficacias de la acción en la efectividad de las estructuras o lógicas sociales.
Quizás, tan importante como la incorporación de la conflictividad en la concepción histórica de la formación de clase, no deducible de condiciones de producción, tal como sostuvo Eric Hobsbawm en su explicación alternativa de una formación de la clase obrera en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XIX (Hobsbawm, 1981), es la atribución de contingencia a aspectos que en el viejo materialismo histórico se redujeron a meros reflejos de la infraestructura productiva. Por ejemplo, en el derecho. Los usos populares de las formalidades jurídicas revelan, desde la aproximación thompsoniana, que las explicaciones funcionales son insuficientes para captar las especificidades de la vida histórica. En tal sentido, una singularidad del nuevo materialismo histórico consiste en que su flexibilidad metateórica debe ser decidida en la coyuntura de la reflexión categorial y en las exigencias de una investigación falsable, controlable con el uso razonado de documentación.
En esa misma línea argumental, el séptimo estudio visita un tramo de la obra del ya mencionado sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado. El concepto de «sociedad abigarrada» y la pregunta por la hegemonía obrera en el movimiento social, cuyo epicentro fue la revolución de 1952, tornan a los escritos de Zavaleta Mercado especialmente interesantes para el objeto de este libro. El abigarramiento de temporalidades y las formas de tránsito entre multitudes y clases sociales muestra, en estado práctico, los desafíos de un análisis histórico-materialista no solo lógico.
El octavo capítulo está abocado a explorar las peculiaridades de un enfoque marxista en la historia intelectual. El caso elegido es la historiografía argentina. Argumento que una reinterpretación del marxismo, como la desarrollada durante la primera parte, provee bases conceptuales adecuadas para un programa de investigaciones de historia intelectual. La tesis central sostiene que la forma social capitalista es irreductible a una dicotomía entre una materialidad silente pero eficaz y una idealidad de palabras y sentidos subsidiaria de realidades más determinantes. Esa distinción, en rigor metafísica, entre un plano presuntamente materialista de lo económico-social-corporal y otro plano menos fundamental y determinante de lo cultural-lingüístico-conceptual, es lo que el nuevo materialismo histórico, y, en él, el marxismo revisado, cuestionan.
La abstracción social identificada por Marx como la clave del modo capitalista de producción es material por cuando media las prácticas sociales, sean individuales, colectivas o subindividuales (es decir, inconscientes en el sentido psicoanalítico). Por lo tanto, los pensamientos y prácticas textuales son también fenómenos mediados por la forma social contemporánea. Eso no obsta que operen en tales fenómenos temporalidades prácticas de duraciones diferentes a las específicas, e históricamente, capitalistas. La historia de las acciones lingüísticas y figurativas, centrales en la historia intelectual, suscita el interés analítico por temporalidades más extensas y exige reservas metodológicas. El marxismo es incapaz de resolver en su solo vocabulario el conjunto de desafíos interpretativos inherentes a la historia intelectual. Esa limitación, en modo alguno, lesiona su lugar en un materialismo histórico de alcance metateórico.
Finalmente, en las conclusiones defino esquemáticamente algunas vías futuras de esta reconstrucción del lugar del marxismo en un nuevo materialismo histórico. Me interesa subrayar, luego de recapitular los resultados principales del libro, la conveniencia de pensar las tareas por venir en el marco de investigaciones colectivas. La exigencia de proyectos compartidos es una manifestación práctica de la índole materialista de todo pensamiento. «Materialista» no solo en la contención tanto del universalismo transhistórico como del particularismo posmoderno de una diferencia ajena al sistema capitalista, sino en la asunción de un proyecto de universalidad transformadora, es decir, revolucionaria, que desarrollaré en dos libros futuros: El enano lacaniano y Laclau con Marx.
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