Por: Eva Golinger
En medio del caos, las investigaciones criminales y los crecientes escándalos, Donald Trump dio su primer discurso del Estado de la Nación en la noche del martes 30 de enero. Como era de esperar, habló en su tono narcisista y arrogante, aplaudiéndose a sí mismo por el bueno estado de la economía estadounidense (aunque fue el gobierno de Barack Obama el que le entregó a Trump una economía robusta y creciente) y según él, sus avances para recuperar el liderazgo y la seguridad de Estados Unidos en el mundo. Más bien, el aplauso hubiese sido por haber sobrevivido a su primer año en la presidencia, en la Casa Blanca más caótica e improvisada de la historia del país.
Hay una fuerte guerra interna en Estados Unidos. Una guerra que podría hasta destruir al sistema estadounidense y sus instituciones democráticas. Trump está imponiendo una purga profunda en la comunidad de inteligencia y en otras agencias estratégicas del gobierno, como el Departamento de Estado y el Departamento de Justicia. Su intención es sacudirlas de lo que él considera que son sus adversarios y llenar los cargos importantes con individuos leales a él, y no al país y la Constitución. Mientras tanto, un fiscal especial, Robert Mueller, está investigando a Trump y su entorno por posibles actos criminales durante la campaña presidencial en 2016, y el Buró Federal de Investigaciones (FBI) también tiene vigiladas a varias personas cercanas al presidente. El flamante mandatario ha tomado pasos concretos para desacreditar y debilitar esas investigaciones, desmintiendo su rol en cualquier acto ilegal cada vez que está frente a una cámara o un micrófono, y hasta ha forzado la renuncia de altos cargos de su gobierno, incluyendo a dos directores del FBI. Últimamente está bajo amenaza el segundo al mando en el Departamento de Justicia, Rod Rosenstein, quien también está encargado de supervisar al fiscal especial y su investigación sobre Trump. Rosenstein ya está en la mira de Trump y será el próximo en salir del gobierno, lo cual podría provocar una crisis constitucional.
Aunque Trump jura y grita que no tiene nada que ver con las investigaciones sobre su entorno, sus reacciones erráticas y rabiosas sobre los rumores y acusaciones en su contra han levantando sospechas sobre su pasado, y particularmente sus lazos financieros con ellavado de dinero y potenciales figuras mafiosas. Finalmente, la frase “seguir el dinero” parece ser la ruta en las investigaciones contra Donald Trump, quien tiene un pasado empresarial lleno de fraude, transacciones cuestionables e inversiones dudosas. Pero el gran interrogatorio es si todas esas investigaciones llegaran a algo, o si simplemente pasarán como otra novela de la historia estadounidense. Hasta ahora Trump parece capaz de superar cualquier escándalo que le ha tocado, como si estuviera hecho de teflón.
En cierto sentido es como si el país estuviera viviendo dos realidades distintas. Por un lado Trump y sus seguidores(los republicanos y multimillonarios) están encantados con su gestión presidencial, principalmente porque sus bolsillos están creciendo. También están contentos con las medidas migratorias que está tomando Trump para reducir la población migrante y deportar a los inmigrantes sin documentación, que en la mayoría de los casos son personas de bajos regresos. Para ellos, Trump es uno de los mejores presidentes que el país ha tenido, a pesar de su verbo vulgar, su comportamiento infantil y su total inexperiencia en la política. Ellos no creen, o mejor dicho, a ellos no les importan todas las acusaciones en su contra y los escándalos y las revelaciones siniestras. Para ellos Trump es una mina de oro, una puerta dorada, y mientras siguen enriqueciéndose, pues no les importa para nada lo que haga o diga el presidente.
Por el otro lado, la decadencia moral, las mentiras patológicas, las decisiones erráticas y destructivas, la constante erosión de principios democráticos, el aislamiento de la política estadounidense a nivel mundial, los escándalos de corrupción, la obstrucción de la justicia, sus grotescas expresiones racistas, xenófobas y machistas, y hasta las revelaciones sobre los encuentros sexuales de Trump con prostitutas y actrices pornográficas han dejado a gran parte del país con ansiedad, rabia, vergüenza, incertidumbre y un nivel extremo de descontento y estrés generalizado. Esa parte del país que sigue creyendo en las instituciones democráticas y en el estado de derecho, y también en los derechos humanos de la gente, no ve a Trump como un benefactor, sino como un demonio.
En el campo de Trump, está FOX News casi orgásmico con cada medida, tuit y discurso del presidente. Para ellos, la revelación sobre el pago que hizo (130.000 dólares) a una actriz pornográfica (de nombre Stormy Daniels) para mantener su silencio durante la campaña presidencial en 2016 sobre su encuentro sexual en el 2006 –cuando la esposa de Trump apenas había dado luz a su hijo, Barron–, es simplemente una muestra de su vitalidad como hombre. A pesar de toda su supuesta moralidad religiosa y conservadora, los republicanos mantienen una ceguera incrédula cuando se trata de Donald Trump. Mientras el presidente promueve sus políticas, ellos son sordos y ciegos frente a sus desviaciones.
En el campo de la racionalidad (diré yo), están todos los otros medios y movimientos sociales, y los defensores de derechos humanos y activistas ambientalistas, clamando por la justicia, por la transparencia y por la decencia básica. Estados Unidos está más dividido que nunca, con un ogro sin escrúpulos o empatía en el cargo más poderoso del país. Un hombre que admite con orgullo que tuitea insultas tontas y peligrosas provocaciones (que hasta podrían acabar con el planeta) desde la comodidad de su cama lujosa de sede o de su baño pintado de oro.
El estado de la nación de Donald Trump es un estado al borde de la implosión. No hay progreso en el país, hay graves retrocesos. La xenofobia, el racismo y la brecha entre los ricos y los pobres están creciendo a la velocidad de la luz. Las tensiones están hirviendo, el asombro de su victoria electoral ya pasó y se ha convertido en pena y furia. Donald Trump prometió cambiar el sistema estadounidense y romper con las tradiciones políticas en Washington. Lo que ha hecho es develar la cara más vulgar y monstruosa del imperialismo estadounidense, y acelerar su decadencia.
Comentario