Fuente: HispanTv
Muchos republicanos temen que con la derrota de Trump se avive aún más al trumpismo en las filas de su partido y secuestre sus políticas en oposición a Biden.
El Partido Republicano ha perdido su cuota de poder tras la derrota electoral de su candidato y presidente de EE.UU., Donald Trump, y se encuentra en una posición delicada. Se teme que la corriente del ala trumpista en las filas de la formación siga consolidándose con su influencia a un ritmo imparable que derive en que sus consideraciones sean decisivas en las políticas del bando conservador de cara al futuro.
Algo más de un centenar de funcionarios judiciales y congresistas de filas republicanas, concretamente, 19 fiscales generales estatales y 127 miembros republicanos del Congreso de EE.UU., secundaron con sus firmas rubricadas en una demanda presentada ante la Corte Suprema la impugnación y anulación de todo voto por correo “propenso al fraude” emitido en las pasadas elecciones presidenciales del 3 de noviembre que se contabilizaron en los cuatro estados clave de Georgia, Míchigan, Pensilvania y Wisconsin, y cuyo resultado dieron la victoria al demócrata Joe Biden.
Las autoridades de Texas interpusieron el 9 de diciembre una demanda contra los cuatro estados bisagra ante la Corte Suprema, acusándolos de efectuar cambios inconstitucionales en las leyes electorales a propósito de los comicios presidenciales, permitiendo el voto por correo bajo el pretexto de la pandemia del nuevo coronavirus, causante de la COVID-19, cuyos estragos devastadores siguen afectando todavía al quehacer diario de la población estadounidense, tanto en su economía nacional como en su salud pública.
Al día siguiente, la campaña electoral del presidente saliente de EE.UU. elevó ante la misma corte una moción para respaldar la demanda interpuesta por las autoridades de Texas y otros 17 estados en contra de los resultados en los cuatro estados disputados, que fueron a parar a favor de la candidatura del que fuera exvicepresidente durante el mandato de Barack Obama.
Y todo este esfuerzo, que no sirvió para nada, ya que la más alta instancia judicial de EE.UU. rechazó el 11 de diciembre todas estas demandas por no sustentarse en pruebas sustanciales que probaran tales “fraudes electorales” denunciados por la campaña del magnate republicano, en las que alegaban ser objeto de una supuesta conspiración urdida desde las filas demócratas para arrebatarle a Trump las elecciones a la Presidencia en su segundo mandato.
Los nueve jurisconsultos de la Corte Suprema, incluidos tres designados por el propio Trump, concluyeron que el estado de Texas no tenía derecho a interferir en la organización de las elecciones en otros estados.
El fallo de la Corte Suprema, de hecho, se trataba de una crónica anunciada por cómo se pronunciaron en su momento los magistrados de cada tribunal federal de los estados clave, en los que el equipo legal de la campaña de Trump había interpuesto sus respectivas demandas con el objetivo de voltear los resultados electorales en pro del líder republicano.
Partiendo de todo lo expuesto anteriormente, ahora surge la pregunta de ¿cómo pueden unos políticos, pertenecientes a la élite potentada republicana, educados en las mejores escuelas de EE.UU. y experimentados en la política estadounidense, haberse prestado a esta jugada tan inverosímil iniciada por el propio Trump y su círculo más adepto a su doctrina?
Algunos sugieren que Trump, con lo que encarna, tal vez, sea una de esas figuras en la historia que emergen para encauzar el imparable declive de EE.UU.
Hay quienes creen que estos miembros del Partido Republicano le han seguido el juego a Trump, a sabiendas de que sus demandas judiciales no prosperarían, porque le temen por la gran influencia que podría desarrollar a largo plazo en el seno de la formación conservador.
Trump se considera a sí mismo víctima de un sistema corrupto que rige EE.UU. y piensa que debe sacrificarse en la lucha contra este sistema. Durante los cuatro años de su mandato presidencial, ha destruido sistemáticamente la confianza de los estadounidenses en el Gobierno y las instituciones y organizaciones democráticas del país norteamericano.
El magnate inmobiliario ha puesto su cosmovisión de corte populista frente a estas instituciones, y con sus políticas ortodoxas ha estado socavando toda confianza en estos órganos para, luego, presentarse como un salvador.
De hecho, sus más de 73 millones de votantes que le han dado su apoyo en las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre le consideran bajo esta perspectiva. Para ellos, Trump no solo es el presidente, sino también el salvador de sus sistemas de libertades, valores y vidas.
Una pesadilla para el Partido Republicano
Los partidarios de Trump, que se cuentan por millones, se han convertido en este momento en una gran pesadilla para el Partido Republicano y sus representantes electos. Si estos políticos y congresistas aceptan la derrota electoral de Trump y se rinden ante la palpitante realidad, deberían estar preparados para hacer frente a una ira generalizada por parte de los seguidores del magnate neoyorquino y canalizar una pérdida de cuota de poder dentro de la formación conservadora en un futuro próximo.
Es por ello que, la gran mayoría ha optado por la opción de evitar ser objeto de la ira de los simpatizantes de Trump en el organigrama del Partido Republicano. En otras palabras, la corriente llamada “trumpismo” viene defendiendo a capa y espada su eslogan de ‘America First’ (América Primero), pronunciado el 20 de enero de 2017 durante su discurso inaugural como presidente número 45.º de Estados Unidos.
“Una nueva visión gobernará […] será solo América primero, América primero”, dijo Trump a la multitud que le aguardaba frente a las escalinatas del Capitolio en Washington D.C., capital estadounidense.
La continuidad del trumpismo en el Partido Republicano
Los movimientos de protesta de ámbito populista y conservadores del Partido Republicano no son unos fenómenos de nueva invención.
El historiador político estadounidense Geoffrey M. Kabaservice opina que, a lo largo de los años, desde la fundación del Partido Republicano, diversas corrientes, como la del trumpismo, han surgido dentro de la formación moldeando sus convicciones y políticas de corte conservador promovidas posteriormente por sus líderes.
En 2009, mucho antes de que Trump apareciera e hiciera acto de presencia en la vida política, en su formación surgió el movimiento Tea Party, conformado por un grupo de la centro-derecha que defendía a ultranza una política fiscalmente conservadora y la vuelta a los orígenes filosófico-constitucionales de los padres fundacionales de Estados Unidos, un hecho que condujo al Partido Republicano a la senda de un conservadurismo que a posteriori dio origen a lo que se conoce hoy en día como trumpismo.
De acuerdo con M. Kabaservice, el Tea Party nunca ha desaparecido de las bases del Partido Republicano, sino que más bien se ha transformado bajo la bandera del trumpismo. En definitiva, este tipo de movimientos se han formado en varios intervalos de tiempo y se han convertido en una “revolución permanente” dentro de la formación conservadora.
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