Fuente: Iniciativa Debate
¿Hay algo peor que la ministra de Interior plantee que las empresas de su país tengan que entregar una lista de sus trabajadores que hayan nacido en un país que no es el Reino Unido? ¿Hay algo peor que la medida se haya pensado con la intención de avergonzar a esas empresas en público como si hubieran preferido contratar a esos extranjeros en vez de a británicos? ¿Hay algo peor que esa propuesta parta de una ministra que hizo campaña a favor de la permanencia del país en la UE y que ahora cree que debe hacer méritos ante la corriente xenófoba que se ha extendido en su partido?
Sí, hay algo mucho peor que eso. Y es que esas medidas, recibidas con un completo rechazo en la mayoría de los medios de comunicación, en el mundo de la empresa y en Twitter, tengan el apoyo de la opinión pública, al menos según una encuesta.
Un 59% de los encuestados está muy o bastante a favor de la propuesta. Ese apoyo no corresponde a los votantes de un solo partido. Es evidente en el caso de los euroescépticos de UKIP (86%) y los conservadores (73%). Pero también tiene ventaja entre los laboristas (51%-32%) y los liberales demócratas (48%-37%). No es algo que deba sorprendernos.
Aceptemos que no es extraño que una persona prefiera que le vaya mejor a un compatriota que a un extranjero. Eso no le convierte en un xenófobo. Pero este debate no se produce en el vacío. No es una propuesta inesperada que haya sorprendido a la opinión pública. Forma parte de un debate que se prolonga desde hace muchos años en Reino Unido, una de cuyas consecuencias se pudo apreciar en el reciente referéndum del Brexit.
Para justificar el porcentaje de apoyo al Brexit entre votantes laboristas en el centro y norte de Inglaterra, muchos recurrieron a argumentos relacionados con cosas muy reales. La pérdida de puestos de trabajo en zonas industriales, la facilidad con la que cuentan las empresas para despedir a los trabajadores, la precarización de los sueldos bajos en el sector servicios, los contratos de cero horas, la caída de la inversión pública en infraestructuras… Todos esos elementos tienen que ver con decisiones tomadas por los sucesivos Gobiernos británicos que, como sabemos, tienen su sede central en Londres. Ninguno estaba radicado en Bruselas.
En lo que sí coincidían los votantes de Brexit era en destacar que la inmigración era uno de los principales factores en condicionar su voto. Tampoco en este caso se trataba de una postura sorprendente o que hubiera salido de ninguna parte. Formaba parte de un discurso sostenido por políticos y medios de comunicación, y no sólo la prensa tabloide, que durante muchísimo tiempo han sostenido que uno de sus principales problemas económicos era el alto número de trabajadores que venían de fuera, en especial de otros países de la Unión Europea.
Por si es necesario destacar algo de lo que se ha hablado en innumerables ocasiones, hablamos de trabajadores que pagan sus impuestos, que trabajan con frecuencia en empleos que la población local desdeña y que son usuarios de los servicios públicos (sanidad o educación, principalmente) en mucha menor medida que los británicos de origen.
La reacción contraria a la medida obligó a la ministra Amber Rudd a echarse atrás de lo anunciado entre grandes aplausos en el congreso anual de los tories. Era sólo una de las medidas que iban a estudiar, dijo después. No es algo que esté ya decidido. Quizá se vio alarmada por la oposición radical planteada por los empresarios, O por la idea, muy extendida en Twitter, de que el país no puede caer ya más bajo.
“Tenemos ciudadanos de la UE en la construcción, unos 250.000 en el sector de la hostelería, en la agricultura, en nuestras universidades, el 30% de los profesores e investigadores de nuestras principales universidades son extranjeros. El NHS (sanidad pública) sufriría un colapso (sin ellos). 130.000 personas de la UE trabajan en el NHS y el sector de los cuidados, y esta es la forma en que los tratamos. Esto es un absoluto error. Es increíble”. Palabras de Lord Bilimoria, empresario británico de origen indio y miembro de la Cámara de los Lores.
Ya sé que la palabra populismo ha perdido todo valor en el debate público por su uso indiscriminado contra cualquiera que ose cuestionar el sistema político. Pero en Reino Unido no hay nuevos partidos nacionales que hayan desafiado el statu quo. da la impresión de que allí pueden usarlas con más convicción para atacar a los políticos. Y por eso, muchos analistas han coincidido en destacar el crudo populismo del discurso de la primera ministra, Theresa May, en el congreso tory.
Hábilmente, May intentó arrebatar a los laboristas, más preocupados últimamente por sus querellas internas, la bandera de la denuncia de la desigualdad, de los privilegios de los que están arriba, para distinguirse del mando vagamente aristocrático de los Cameron y Osborne.
Vamos a dejar a un lado la sospecha de que May no va a cambiar el sistema económico que Thatcher y Blair impusieron desde los años 80. Fijémonos en estas palabras; “Si usted es una de esas personas que han perdido su empleo, que se queda a trabajar más allá de su contrato a tiempo parcial, que sufrió una reducción del sueldo mientras subían las facturas del hogar, o, y sé que mucha gente no le gusta admitir esto, es alguien que se ha quedado sin trabajo o con un sueldo más bajo a causa de la inmigración no cualificada, la vida simplemente no es justa”.
May no explicó en detalle la ridícula propuesta de Rudd sobre la lista del personal extranjero, pero no desaprovechó la oportunidad para acusar a los inmigrantes a los que se les deja con los peores empleos de ser los responsables de que otros británicos se queden sin trabajo o con sueldos miserables. Es la clásica forma en que los de arriba –porque no creo que una primera ministra pueda negar que forma parte de la élite– intentan conseguir que los de abajo se enfrenten a los que tienen aún más abajo para que terminen acusándoles de ser ellos los responsables de sus penurias.
May se presentó ante el congreso de los tories con el objetivo de presentar a su partido como el auténtico defensor de la clase trabajadora. Lo que parece es que pretende inocular en esas personas la xenofobia y una guerra clasista contra los que tienen la piel más oscura o nacieron al otro lado del Canal de La Mancha. ¿Para qué necesitas un partido ultraderechista si los conservadores levantan gustosos todas sus banderas?
Británicos, ¿en qué coño os habéis convertido?
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