Por: Marwan Bishara Al Jazeera
El primer ministro israelí ha trabajado duramente para cultivar su romance político con los presidentes de Rusia y de Estados Unidos.
Netanyahu ha tenido cinco encuentros formales con Trump en dos años y 13 con Putin en los últimos cuatro años [Reuters]
De él podría decirse que es un sinvergüenza, que es un belicista, pero, ¿quién otro que no sea el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu podría presumir de haber tenido dos cumbres exitosas con los presidentes de EEUU –Donald Trump– y de Rusia –Vladimir Putin– en las dos semanas en que se celebraban las elecciones de Israel?
Sus móviles inmediatos son claros, pero hay algo detrás de su obviamente sagaz utilización de la diplomacia para obtener beneficios electorales. En esa jugada política de alto vuelo hay implicaciones estratégicas más trascendentales.
Entonces, ¿cómo es que un líder de un país pequeño, cuestionado políticamente y minado por la corrupción consigue que las superpotencias se acerquen a su apuesta y respeten su propio calendario?
La respuesta está en el afecto ‘a tres’ que ha estado floreciendo durante algún tiempo y tiene la potencialidad de dar forma a Oriente Medio durante los próximos años.
El ‘maestro de ajedrez’
Todo empezó con un encuentro en la Torre Trump el 16 de septiembre de 2016. Netanyahu, que estuvo en Nueva York para la sesión inaugural anual de Naciones Unidas, propuso a Donald Trump –candidato republicano en las elecciones de EEUU– una reunión preliminar.
La reunión rápidamente se convirtió en una “clase magistral” de geopolítica mundial, según el exasesor de Trump Steve Bannon. El avezado primer ministro dio una clase al multimillonario novato en política sobre la importancia de las relaciones entre Estados Unidos e Israel en la enconada realidad de Oriente Medio.
Los dos congeniaron inmediatamente y a lo grande.
Netanyahu no solo respondió satisfactoriamente a las preguntas de Trump; además organizó y sistematizó las nociones instintivas de política internacional de Trump acerca de la seguridad, la inmigración, el terrorismo, el Islam; incluso de las ventajas de un muro fronterizo.
Él le resumió todo en una fórmula sencilla: Irán, no Rusia, es “nuestro” principal enemigo. De hecho, el presidente ruso está en una posición excepcional “para ayudarnos contra los ayatolás y el islamismo radical”.
Según Vicky Ward, la autora del éxito editorial Kushner, Inc., Netanyahu es realmente el “gran maestro de ajedrez” que presionó a Trump para que cortejara a Putin y mejorara las relaciones con Rusia.
Esta fue la mejor música en los oídos de Trump, quien ya estaba intercambiando cumplidos con el presidente ruso para horror de sus detractores en EEUU y en Europa. Ahora él estaba provisto de una doctrina estratégica que implicaba forjar nuevas asociaciones con hombres poderosos con ideas afines.
La atracción
Fue una fácil alianza en un nivel personal. En realidad, Benjamin, Donald y Vladimir parecen gustarse unos a otros; hay muchas constancias de las mutuas alabanzas que suelen hacerse. Puede que tengan diferentes pasados y estilos, pero los tres están hechos con la misma madera.
Los tres –ya mayores y blancos– son nacionalistas, macho-populistas y comparten una veta mezquina. Son vistos por todo el mundo como personajes falsos y que provocan división; es notoria su habilidad para actuar impunemente. Además, a los tres les desagrada la libertad de prensa y la justicia independiente.
Lo que unió al trío en el inicio –y lo que acabaría volviéndose contra ellos–, fue el hombre más odiado por los tres, ni más ni menos que Barack Obama y todo lo que él representaba: su multiculturalismo, sus ideales liberales y su generosa política exterior.
Inmediatamente después de acceder a la Casa Blanca, Trump empezó a tirar abajo todo lo construido por Obama, tanto en Estados Unidos como en el extranjero, pisoteando el derecho y los acuerdos internacionales por todas partes mientras era felicitado por sus dos compinches y cada vez por un mayor número de peculiares seguidores en todo el mundo.
Trump abandonó el acuerdo climático de París y el tratado nuclear con Irán; también, brindó apoyo incondicional a algunos de los más represivos regímenes de Oriente Medio y de otros sitios.
El trío ha suscitado e inspirado una nueva asociación de agresivos hipernacionalistas que reverencian el uso ilimitado del poder; estos van desde la Arabia Saudí de Mohammed bin Salman y el Egipto de Abdel Fattah el-Sisi hasta el Brasil de Jair Bolsonaro y la Hungría de Viktor Orban. Trump y Putin pueden liderar la partida, pero Netanyahu es ciertamente su más “entusiasta facilitador”.
Los tres mandamases no han cejado en su intento de acabar con el liberalismo y el pensamiento progresista para hacer lugar a la plutocracia populista. Pero su éxito en el liderazgo de una nueva tendencia populista de alcance mundial no puede ocultar su fracaso a la hora de convertir su romance en unas relaciones más estrechas entre Estados Unidos y Rusia.
La tozuda geopolítica
Ni Trump ni Netanyahu podrían convencer a la dirigencia de la política exterior estadounidense de que acepte a Putin, ni siquiera como una forma de rechazar a Irán.
Irán puede ser visto como un mal protagonista regional, pero tanto los dirigentes demócratas como los republicanos consideran que Rusia es un peligroso enemigo global.
Esta es la tragedia del poder político: en un mundo caótico, las grandes potencias continuarán compitiendo –aun a riesgo de provocar una guerra– más allá de sus líderes o sistemas de gobierno.
Así, Rusia ha regresado al escenario global como un importante actor geopolítico independiente, a menudo como antagonista de Estados Unidos. Esto se ha hecho patente en la intervención militar de Putin en Ucrania y Siria y en su reciente decisión del posible envío de unidades militares rusas a Venezuela en abierto desafío a Washington en el hemisferio occidental.
Mientras Putin y Trump piensan de la misma manera, sus respectivos países parecen discrepar en todo: la guerra cibernética, la proliferación nuclear, la seguridad en Europa y en Oriente Medio y, por supuesto, la interferencia rusa en las elecciones de Estados Unidos.
Pero están de acuerdo en relación con Israel, o al menos Putin y Trump están de acuerdo con Netanyahu, un afecto del que el primer ministro de Israel no puede ser acusado de darlo por descontado.
El apalancamiento
Trump y Putin tuvieron una cumbre que acabó siendo un relativo fracaso y cuatro breves encuentros. Netanyahu ha tenido cinco exitosas reuniones con Trump en un lapso de tres años y otras 13 igualmente exitosos con Putin en los últimos cuatro años.
Netanyahu, un as de la interconexión, sabe cuáles son los anillos que se deben besar. Ha cultivado estrechas relaciones con Putin a pesar de todos los contratiempos porque Rusia es la única potencia que tiene un diálogo abierto con los principales protagonistas políticos de Oriente Medio, incluyendo Hamás y Hezbollah y rivales regionales como Irán y Arabia Saudí o Turquí y Egipto.
Netanyahu ha aprovechado el entusiasmo de Rusia por el reconocimiento que Washington hace de su estatus de superpotencia y de sus zonas de influencia utilizando su relación especial con Trump para obtener concesiones de Putin, empezando por la cuestión siria.
El presidente ruso parece haber superado rápidamente el papel de Israel en el derribo de un avión militar ruso –en el que murieron 15 ciudadanos rusos– en septiembre de 2018, y ya ha acordado la creación de un grupo de trabajo con Israel para estudiar el retiro de fuerzas extranjeras de Siria.
También ha dado su conformidad a las continuas violaciones israelíes del espacio aéreo sirio y su interminable bombardeo de posiciones iraníes en Siria.
El Kremlin fue aun más lejos y recientemente pidió a Netanyahu que mediara en un gran acuerdo de retirada entre Estados Unidos, Siria e Irán, que el primer ministro israelí no pudo menos que rechazar porque la propuesta requería un levantamiento anticipado de las sanciones contra Irán.
Camino de dos direcciones
Por momentos, ha sido un poco una partida de póquer diplomática. Netanyahu invirtió tanto en la relación con Rusia que fue advertido por el destacado senador estadounidense Lindsey Graham de que “fuera muy cuidadoso en el establecimiento de acuerdos con Rusia acerca de Siria que podían afectar a los intereses de Estados Unidos”.
Sin embargo, la advertencia sonó hueca cuando, unos meses más tarde, Graham estuvo con Netanyahu en los Altos del Golán sirios –ocupados por Israel– e invitó a la administración Trump a que reconociera la anexión israelí.
Trump, despreciando el derecho internacional y la historia de la política estadounidense en la materia, accedió con mucho gusto. En respuesta a ello Putin no hizo nada y, aparentemente, tampoco dijo nada sobre la cuestión en ocasión de la última reunión con Netanyahu.
Rusia podría haber necesitado algún cortejo, pero Netanyahu jamás había soñado un socio mejor en la Casa Blanca. Trump aceptó totalmente la posición de Israel respecto de Irán, la ocupación de Jerusalén y la de los Altos del Golán.
Tras eso llegó la Cisjordania. La semana pasada, Netanyahu prometió que si gana las elecciones comenzará la anexión de los territorios palestinos ocupados. Y una vez más, espera que Trump le brinde se apoyo y que Putin le conceda su silencio.
En resumen, de momento Netanyahu podría haber fracasado en su intento de conseguir que Estados Unidos y Rusia trabajen juntos para darle una nueva forma a Oriente Medio, pero triunfó claramente cuando logró que Trump y Putin ayuden a Israel en su reestructuración del oeste del Mediterráneo.
Marwan Bishara es el principal analista político de Al Jazeera
Comentario