Pero creo que eso no debería importarte, ¿no es cierto?, porque que yo sea o no un estilizado escritor o un rudo ganapán no altera lo que quiero decirte ahora. Y sé que lo vas a saber entender. Por último: la gran mayoría, como yo, somos rudos trabajadores y no estilizados artistas. ¡Pero eso no implica que no podamos escribir, aunque sea toscamente!, ¿verdad, Papá Noel?
Parafraseando a ese gran poeta que fue Bertolt Brecht (lo admiro, y me gustaría poder escribir como él…) titularía mi misiva “Preguntas de un trabajador –subocupado, claro…, pero trabajador al fin– que ve televisión” (estos tiempos son más mediáticos, sin dudas).
Bueno, vamos al grano. Como ando de arriba para abajo vendiendo algunas chucherías para estas fiestas viendo si con eso gano algún centavito, estoy todo el día por la calle. Fue así que, la semana pasada, pasando por unas tiendas atestadas de arbolitos navideños plásticos –de China, donde no festejan la Navidad cristiana, ¡vaya paradoja!– y de regalos, un imitador tuyo –esos que se ponen barba blanca y se ríen a tu modo– me preguntó: “¿qué busca, jefe?”. Te aseguro que la pregunta, inocente seguramente, sin segundas intenciones metafísicas, me conmovió. ¿Qué busco?
Como sé –bueno…, al menos eso dicen por ahí– que tu trabajo consiste en cumplir los deseos de quienes te escribimos estas cartitas, tanto niños como adultos, la pregunta de tu imitador me planteó un interrogante (que espero puedas ayudarme a resolver). ¿Qué busco? Mmmm…., decir simplemente que “un trabajo fijo” sería parcial, incompleto. Ahora busco eso, pero sé que no se termina ahí la cuestión. ¿Qué busco entonces? ¿La felicidad? Está difícil decirlo, ¿no? Supongamos que sí, porque eso es lo que nos mueve a todos, de una u otra manera. La felicidad… Sé que numerosos sabelotodos (que conozco apenas de referencia y de los que nunca leí nada, te aclaro) se ocuparon del asunto: Aristóteles, por ejemplo, ese gran filósofo de la antigüedad, o Freud, el gran psiquiatra, o psicoanalista…, no sé bien cuál es la diferencia. Pero yo apenas puedo hablar de “La felicidad” de Palito Ortega.
Entonces, ahí viene mi preocupación: ¿qué buscamos cuando atiborramos los negocios para esta época? ¿Cómo se consigue la felicidad, amigo Papá Noel? ¿Se puede comprar? ¿Se te puede pedir en una cartita? Me imagino que sabrás decirlo con precisión… Porque si tanta gente en buena parte del mundo se pone en tus manos para esta época, evidentemente ha de ser porque sabrás dar la respuesta adecuada. Bueno…, eso esperaría al menos. ¡Espero que no salgas con estupideces altisonantes, de esas que se escuchan para esta época! Quiero decir: sandeces como “felicidades”, “que la pases bien” y no sé cuántas cosas más, abrazos y cariños que uno se dispensa con gente con quien ni se saluda en todo el año, regalitos baratos que no sirven para nada y arbolitos de plástico. Te cuento, entre nosotros, algo que escuché estos días (no sé quién es el que lleva estos regalos, pero espero que no estén en tu trineo, amigo Noel): en algunos países para esta época se dispara la venta de siliconas para implantes mamarios de las mujeres. ¡Puta, qué barbaridad! Bueno, no sé…., a los varones nos gustan las mujeres con senos prominentes, claro…. ¿Por ahí va lo de la felicidad entonces? No sé, cada vez estoy más confundido. ¿Es o no una fiesta religiosa lo que se celebra en diciembre? ¿Qué tiene que ver tu persona con aquel humilde carpintero subversivo que mataron los romanos? ¿Me lo podrías explicar, Papito Noel?
Felicidad, felicidad… ¡Qué difícil esto! ¿Hay algo de eso en tu bolsa? ¿Sí? ¿De verdad? ¿Y se te puede pedir? ¿Incluimos los pechos plásticos entonces?
Yo, para serte franco, no sabría qué pedirte. No sé… ¿cómo se consigue la felicidad? Pregunta difícil, ardua, “metafísica” me atrevería a decir. ¡Qué complicado! Mejor echarse el traguito típico de estas épocas, darse los augurios del caso y seguir la corriente, ¿no? ¿Para qué entrar en estas oscuras disquisiciones?
No quiero caer en la estúpida pomposidad –a todas luces falsa– de decir que quiero “la paz en el mundo”, que se termine el hambre, la concordia universal…. ¡Qué estupideces esas! Supongo que cuando alguien sale a pedir todo eso (el Papa, por ejemplo), es porque necesidades más bien políticas se lo imponen. ¿Alguien se podrá creer realmente todas esas formalidades? ¿Por qué, entonces, el negocio de las armas sigue siendo el más importante en el mundo? ¿Por qué se pide “la paz” en diciembre, y todo el año lo único que hay es guerra, represión, armas, submarinos nucleares? ¿Te enteraste de esa nueva máquina para disolver manifestaciones, que quema a los manifestantes sin matarlos ni dejarles marcas, pero les produce un dolor insoportable? Me imagino que no llevarás de esas cosas como regalo, ¿no? Nosotros, los mortales de a pie, los desocupados, por ejemplo, ¿sería lógico que pidiéramos algo así como “la paz en el mundo”, o nos tomarían por locos? Porque una cosa es luchar para conseguir, no digamos todo eso (la paz mundial, etc., etc.), pero sí, al menos, una mínima parte de esa monumental declaración: que haya un poquito menos de injusticia, por ejemplo. Digamos: ¡que todos tengamos trabajo!, ¿qué te parece? O…. que nuestros hijos nunca se acuesten con hambre. Pedir eso es más posible. Bueno, al menos para los comunes como yo. Pedir unos buenos pechos plásticos…, no sé. ¿O quizá eso sería lo que hay que pedir y dejarse de darle vueltas al asunto?
La verdad, pensar en “la lucha contra la pobreza en el mundo”, o en “la paz de todos los países”, no sé… todas esas cosas tan complicadas…., no las entiendo. Podría hablarte de mi falta de trabajo, de mi hambre, de la cuenta de la luz que no puedo pagar, de las peleas con mi mujer, (muchas veces porque no hay qué comer o porque no se pueden pagar las cuentas), y que no tiene pechos plásticos…. Eso sí lo entiendo, lo veo cercano. Sería como pedirte una pelota de fútbol, así como hace mi hijo, el Juancito, el más chiquito. De eso sí te podría hablar. Esos son cosas concretas, posibles, fáciles de entender. Y hay mucha gente que, de verdad, diariamente hace algo por eso, para cambiar eso, para buscarle soluciones a esos problemas más concretos. ¿Cuántos como yo no vamos a poder comprar el regalito para los chicos porque estamos desocupados? No sé… muchos, muchísimos.
De eso sí podemos hablar, contra eso sí podemos hacer algo. Por ejemplo, hay gente que se pone a pensar en eso y hace cosas: se organiza, está en un sindicato, en un comité de barrio, en una asociación campesina, pelea por el pozo de agua que les falta, por la pavimentación de un camino, no sé… Incluso, aunque ahora eso pareciera “pasado de moda”, toma las armas y se va a la montaña con todos sus ideales a cuesta sabiendo que, de triunfar en esa lucha, a duras penas conseguirá cambiar un poquito las cosas. Por eso, pedir con tanta pompa cosas como “la paz mundial”, creo que nadie se las puede tomar en serio. ¿Qué pensará el Papa cuando dice eso en la Misa de Gallo? Bueno, no sé…, pero me parece que no puede creérselo mucho, si no, no andaría defendiendo curas violadores. Eso ¡como mínimo! O no podría seguir con la locura esta de impedir usar condones. ¿Cómo puede hablar de la paz en el mundo un tipo (bueno, toda su institución) que prohíbe el uso del preservativo, o que condena a los homosexuales? Y cuando ellos tienen relaciones sexuales –porque ¡las tienen, Papá Noel!, eso es un hecho– ¿no usarán condones? Y si te pidiera que no haya más gente con SIDA, ¿eso se puede pedir? No sé, no entiendo de estas cosas tan complicadas, pero veo que pedir esas cuestiones (por ejemplo: que no haya más peleas entre la gente…), eso no se ve muy posible. ¿O se te puede pedir? ¿Lo podrías cumplir? ¡¡Que se terminen las luchas de poder entre los seres humanos!!… Suena un poco vacío, ¿verdad? Me quedo con la pelota para el Juancito.
Por eso, querido Papá Noel, creo que todas esas ampulosas declaraciones que se escuchan ahora, para esta época, son simple papel mojado, puro ruido para la televisión. Y lo mismo se podría decir de los mensajes navideños de los presidentes. ¿Cómo pueden hablar de la paz y la armonía los que tienen en sus manos la vida de millones de personas, y declaran guerras, o dan luz verde para las torturas, o aumentan el precio de la comida, o miran para otro lado cuando los desocupados pedimos trabajo? Y cuando digo esto no me refiero sólo a los presidentes de las potencias, al afrodescendiente Barack, por ejemplo, que tiene tanto poder en sus manos (bueno, si es que lo tiene. ¿O no es él el que tiene todo el poder?). No, no: me refiero también el presidente de un país pobre, esos donde la gente come de los recipientes de la basura. Bueno, al menos en los países llamados cristianos, donde tanto los pobres como los ricos te escriben pidiéndote cosas, para esta época sale hablando el presidente, dando esos mensajes de concordia. ¿Quién se los puede creer? ¿Cómo hablar de “concordia” si la propiedad de unos pocos se defiende con armas en la mano, y vale más un vehículo, por ejemplo, ¡o un teléfono celular! que la vida de un ser humano? La verdad, no puedo creerme esos mensajes, Papá Noel. Me parecen algo…. ¿absurdos? ¿Hipócritas quizá?
Si te pidiera que terminaras con la propiedad privada, fuente de todos estos descalabros, por ejemplo, ¿lo verías muy loco, muy desubicado? ¿Estaría acaso en tus manos algo así?
La verdad, no sabría qué pedirte, porque algo así como “arreglar los problemas del mundo” lo veo complicadito. Una cosa es llevar regalos, y otra es ser mago… Pero ¡cuidado! No quiero decir que plantearse terminar con la propiedad privada, por ejemplo, sea una cuestión de magia: en todo caso, esa es la cuestión básica que tenemos que plantearnos. ¡No es ninguna magia, es bien real! Pero pedir así en el aire, con esa ampulosidad, el fin del sufrimiento en el mundo, el fin del hambre, la felicidad para todos…, eso sabemos que es pura palabrería. Es, salvando las distancias, como cuando un presidente asume su cargo y juramenta diciendo que, si no cumple, “dios y la patria se lo demanden”. Cómico, ¿no? Que se sepa, ninguno de los dos demanda nunca. Así, cualquiera…
Y hablando de esas cosas, mi querido Papá Noel, de magias, milagros y poderes sobrenaturales, ¿podrías explicarme cómo está la relación entre tu persona y Jesús? Te lo pregunto porque los otros días vi una imagen que me pareció genial, o genialmente patética, para ser más claro: una cruz como la que se usaba en el Imperio Romano para ajusticiar a los bandidos –la misma con que se tronaron a Jesús, el que decían que era el rey de los judíos de aquella época– donde se veía crucificado tu traje, ése color rojo y blanco –los mismos colores de la Coca-Cola, casualmente…– con el que te hiciste famoso, y que usan todos tus imitadores en centros comerciales. ¿Por qué se reemplazó a aquél, al predicador que llamaba al amor entre todos, por tu persona? ¿Qué pasó ahí? Te invito a que veas esa imagen: me pareció muy elocuente. Ah, me olvidaba: debajo de la cruz, igual que pasa con los arbolitos de plástico, estaba inundado de regalos bien empacados.
La verdad, mi querido Papá Noel, todo esto de tu persona en los centros comerciales me huele raro. ¿Por qué y para qué ese cambio, de Jesús al gordito de la barba blanca y risa estruendosa? ¿Cómo hiciste para volverte tan famoso en tan poco tiempo? Bueno, no quiero pensar mal, pero me parece que aquí hay algo que no cuadra, que no cierra. A no ser que de verdad seas el rey de la felicidad, de la alegría, de la bienaventuranza…., no me explico cómo es que te la pases riendo todo el tiempo. ¿Por qué tanta risa? ¿O ese es el mensaje en juego: no preocuparse de las cosas dramáticas (el mundo es dramático, ¿no?), reír y festejar, comprar cositas para los regalos –si se puede: la teta de plástico– y no andar con cuestiones raras? La verdad, Papá Noel: ¿de eso se trata? Pero, ¿y si no tenemos para los regalos?
Porque, viéndolo en detalle, es un poco significativo –por no decir sospechoso– que todo el mundo se pueda sentir bien, contento, libre de problemas y alegre porque llegan estas épocas. Por lo que veo, los problemas no se terminan. Infinidad de problemas: la falta de trabajo, por mencionarte uno. Pero no sólo eso: también los problemas en el matrimonio, la fanfarronería de algunos, los desastres naturales, la soltería o la frigidez de muchas mujeres, las eternas luchas de poder, etc., etc. (Te cuento que eso de las luchas de poder ¡también en los mercados populares se da! Todos, en su nivel, pelean por su huesito). ¿No hay solución para eso, amigo Noel? ¿No hay nada en tu bolsa mágica para terminar con tantos y tantos problemas?… Bueno, problemas hay por miles, sobran. ¿Podemos pedir que se terminen? ¿En tu gran bolsa están las soluciones? Bueno, quizá es lindo –¡necesario incluso!– creer que mágicamente los problemas se terminan. Es una forma de poder sobrevivir. Sería como una válvula de escape a tantas adversidades que tenemos los simples mortales, entre el hambre y la tristeza, entre las lluvias torrenciales y los eternos problemas conyugales… Pero no estoy tan seguro que haya varita mágica. A veces hasta creo también, te lo digo muy sinceramente, que esto de desearnos “felicidades” con una enorme sonrisa –fingida muchas veces– es tratarnos un poco de estúpidos. ¿O esto es sólo para los niños? Pero ¿no nos obligan a entrar en el circo a todos, niños y adultos? Que yo sepa, los pechos de siliconas no son juego de niños. No sé, cada vez me parece más complicado todo esto… ¿Te gustan los pechos plásticos prominentes?
Te decía un poco más arriba, cuando empezaba la carta, que a esto lo podríamos llamar “preguntas de un trabajador que ve la televisión”. ¿Por qué te digo esto? Porque cada vez más estamos obligados a mirar este aparatito infernal (sí, sí: ¡estamos obligados!, sin dudas. ¡Y es mentira que, si queremos, podemos apagar el televisor y listo! No, mentira: el que no ve televisión está fuera del mundo). Estamos obligados a consumirla, y a ver el mundo a través de lo que la televisión nos “enseña”. En realidad, esto me hace acordar a aquél personaje de la famosa novela del polaco Jerzy Kosinski “Desde el jardín”: Chance, el tipo este que nunca había salido de una casa y conocía el mundo sólo a través de la tele. Me imagino que lo tendrás presente, ¿no? Con todo el tiempo libre fuera de esta época entiendo –once meses al año… ¡te envidio, Papacito Noel– que tendrás tiempo para leer un poco, ¿verdad? Bueno, algo así como a ese personaje, a Chance, nos pasa a nosotros, a todos nosotros, lo mortales que pasamos varias horas diarias viendo televisión, gritando goles o lloriqueando por la telenovela de moda (¡qué estupidez!), y olvidándonos de los verdaderos problemas, o no pudiendo verlos, aquellos por los que los presidentes –y no sólo ellos– para esta época nos llenan con esos vacíos discursos de amor y concordia, con chabacanos mensajes sobre “la paz en el mundo” y golpes en el pecho por “el hambre que padece buena parte de la humanidad”. A propósito: ¿qué regalo te pedía la Madre Teresa? ¿O ella no te pedía nada? ¿Cómo, si no estuviéramos igual que este personaje de la novela del amigo polaco, podríamos creernos tantas taradeces? Porque, al final, nos terminan interesando más el partido de fútbol o la telenovela que todas estas cosas, los verdaderos problemas que deberían preocuparnos. Es decir: nuestro mundo es lo que nos dan por la tele. Sí, sí: te lo aseguro Noel, ¡es así!
La verdad, estimado Papá Noel, creo que si algo te pudiera pedir sabiendo que lo vas a cumplir, sería eso: ¡que no nos sigan agarrando de estúpidos!
Ahora, quizá más en confianza, y sin hacerme eco de esas habladurías que circulan por allí en relación a una supuesta zoofilia tuya (dicen que hay “cosas raras” en tu relación con Rodolfo el Reno, el de la roja nariz…, pero no me importa: es tu vida privada), si es que puedo pedirte algo con visos de ser realmente cumplido, me permito preguntarte entonces lo siguiente, para que me lo contestes con sinceridad: ¿a qué se debe esa risa tan estúpida que te caracteriza?
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