Sin embargo, sólo a través de la conceptualización de la democracia moderna de Claude Lefort he comprendido su complejidad y sus paradojas, así como los grandes beneficios y peligros que conlleva.
Esta novedosa teoría tiene su origen en diversas fuentes. Primero, en la aproximación de Lefort al marxismo desde una visión fenomenológica, la cual cuestiona los puntos de vista que se pretenden universales. Más tarde, en su experiencia como militante en el partido trotskista francés, y en sus tempranas críticas a las terroríficas prácticas de la revolución estalinista y a las justificaciones ofrecidas, en nombre de la revolución, por la izquierda socialista. Después, en su participación como fundador y colaborador de la revista Socialisme ou Barbarie; y, por último, en su riguroso estudio de Maquiavelo.
El punto de partida en la definición de la democracia de Lefort consiste en entenderla como un régimen político. Ello significa que las personas que viven en él adquieren una determinada visión del mundo, del ser y del vivir; ahí desarrollan su subjetividad y su vida, y es donde, dice Lefort, tenemos una experiencia de nuestra humanidad.
Esta visión contrasta con las definiciones de la ciencia política empírica que entienden a la democracia como un sistema de gobierno, un conjunto de instituciones o un método de elección, ubicando lo político en una esfera diferente de lo económico, social, cultural y científico, asociándolo sólo a los asuntos del Estado y su administración.
Pensar a la democracia como un régimen político, esto es como la precondición para construir una vida valiosa, genera que todas las personas -y no sólo los políticos o los analistas- se interesen en sus dinámicas y, sobre todo, en su preservación.
En segundo lugar, Lefort caracteriza a la democracia moderna como el único régimen que da la bienvenida a la pluralidad y la diversidad social, al mismo tiempo que posiciona en igualdad de condiciones a todas las personas. Ello implica que en este régimen, la división social y el conflicto son inevitables y no se pueden eliminar, sino solo regular a través de una concepción abierta de los derechos y de la deliberación pública. Por lo anterior, cualquier intento por instaurar una imagen unitaria u homogénea de la sociedad, viejas o nuevas jerarquías, privilegios basados en el apellido, la clase, la raza, la religión o el poder económico resulta inaceptable dentro de este régimen político.
Lefort es conocido por haber concebido el lugar del poder en la democracia como un espacio simbólicamente vacío. Ello implica, por un lado, que ningún grupo, partido o persona puede apropiarse del poder ni posicionarse en él por tiempo indefinido; por el otro, que el poder tiene límites, y que la legitimidad no está garantizada a priori, sino que quien ejerce temporalmente el poder debe mostrar con acciones la legitimidad de su autoridad. Así, cuando alguien pretende posicionarse por tiempo indefinido en el poder, o constituirse como la cara y la representación de los intereses de la sociedad o del pueblo, se debe estar alerta.
La representación del poder como vacío hace de la democracia moderna el régimen más indeterminado. Su apertura y la incertidumbre sobre quién ocupará el lugar del poder permite que, a través de sus propios mecanismos -como el principio de mayoría- éste sea ocupado por posiciones que pretendan negar a la democracia misma.
Por ello, para Lefort la democracia moderna y el totalitarismo son regímenes opuestos pero no por ello lejanos. El totalitarismo constituye la alternativa a la incertidumbre de la democracia, a la lentitud de sus procesos de deliberación y discusión, a la interminable posibilidad de cuestionar las leyes existentes, a la constante falta de acuerdos, y a la imposibilidad de establecer una política unitaria de Estado. La falta de certeza en la democracia, dice Lefort, despierta aversiones y tentaciones totalitarias.
Con Lefort se aprende a amar a la democracia y a valorarla como el mejor régimen político. También enseña que éste no debe ser nunca idealizado y que vale la pena exaltar sus bondades pero también criticar -de forma radical- las desigualdades de hecho, la opresión y las injusticias existentes. Preservar la democracia requiere reflexionar constantemente sobre sus paradojas y dificultades. Por ello hoy más que nunca se requiere pensar y hacer filosofía política para responder a los desafíos planteados por este gran teórico francés que murió sorpresivamente el día 3 de octubre de 2010.
* La autora es coordinadora del Programa de Equidad de Género en el Poder Judicial de la Federación. mmaccise@gmail.com/ Twitter: @mmaccise
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